El líder catalizador
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El líder catalizador

Brad Lomenick

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El líder catalizador

Brad Lomenick

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¿Es usted un líder dinámico, de alto octanaje, con grandes ideas y las destrezas necesarias para respaldarlas? ¿Ayuda usted a dar forma a los corazones y mentes de las personas que lidera? En resumen, ¿es un líder catalizador? Lo cierto es que la mayoría de nosotros queremos ser buenos líderes, pero no estamos seguros de cómo estructurar los factores correspondientes de manera que tengan la mayor repercusión posible en nuestro liderazgo.

El líder catalizador plantea los factores clave, definelo que significa ser un catalizadory da a conocer el camino a seguir para desarrollar esos factores en su propio conjunto de habilidades como líder. Los lectores aprenderán:

  • Hábitos y prácticas que ayudan a los líderes catalizadores a servir y a liderar
  • El carácter y las cualidades que deben desarrollar en sus vidas para alimentar su ministerio y sus negocios, y mantener su vida en el camino correcto
  • Los ocho principios clave para liderar bien, ahora y a futuro
  • Cómo ser un líder prácticamente diferente en un año, liderar bien a su equipo y tener el valor de correr riesgos.

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Information

Publisher
Grupo Nelson
Year
2013
ISBN
9781602550407
1
LLAMADO
ENCUENTRA TU SINGULARIDAD
Cuando vivas la vida conociendo tu misión, tu propósito y la voz de Dios en tu alma, y sepas hacia dónde te impulsa esa brújula, te convertirás en un bien escaso en un mundo en busca de dirección.
—ERWIN MCMANUS, CATALYST OESTE
CUANDO MIRAMOS ATRÁS EN NUESTRA VIDA, A MENUDO PODEMOS identificar el momento en que nuestros dones empezaron a burbujear y nos señalaron el propósito de Dios para nosotros. Recuerdo el día en que mi madre me llevó a la escuela primaria por primera vez. Bristow, Oklahoma, es un pequeño pueblo de cinco mil habitantes cerca de Tulsa. Como mi papá era director de la escuela secundaria y conocía a todos los maestros del sistema educativo, semanas antes me informó de que la Sra. Weaver sería mi profesora de primero. Con unos vaqueros nuevos, una fiambrera de La tribu de los Brady y un corte de pelo estilo tazón, estaba listo para conquistar el mundo. O al menos la escuela primaria de Bristow.
Mamá estaba orgullosa, recordándome al menos una docena de veces que me comportara y jugara de forma amable con los otros niños, pero también estaba emocionada. Yo estaba entusiasmado. Incluso a esa temprana edad, la idea de conectar con los demás me estimulaba. Cuando entré en el aula, colgué mi mochila en el colgador, encontré mi pupitre y empecé a memorizar el nombre de mis compañeros de clase. En retrospectiva, aquel fue probablemente el primer signo de mi llamado como líder.
Aquel deseo continuó aflorando con cada año que pasaba. En tercero fui uno de los capitanes del equipo de fútbol, y me hice con el papel protagonista de Pecos Bill en la obra de teatro de la escuela en sexto, el mismo año que fui elegido presidente de la clase.
De la escuela primaria recuerdo especialmente un enfrentamiento en relación al menú de la cafetería. Nuestro comedor solo servía batidos de chocolate, y yo estaba convencido de que el almuerzo no estaba completo sin los batidos de vainilla y fresa. Conduje al consejo estudiantil hacia la victoria en el enfrentamiento por los batidos, y aunque algunos dijeron que nuestro triunfo se debía a que mi papá era el director de la escuela secundaria, ¡yo afirmé que era el resultado de mi postura intrépida y acérrima frente a la oposición!
Aun en aquellos tiempos de la primaria, yo ya sentía una imperiosa necesidad de liderar, como un rugido en mi estómago. Quizá conoces la sensación. Algo en tu interior te empuja hacia el límite, hacia la primera línea, para hacer la diferencia y dejar una marca. Desde primero en la clase de la Sra. Weaver, intentando asegurarme de que todos nos conociéramos, hasta octavo, cuando me hice cargo de un nuevo baile de la escuela. En la escuela secundaria de nuevo sentí aquel rugido en el estómago cuando me eligieron presidente del consejo estudiantil. Y lo experimenté de nuevo en el instituto cuando me convertí en el presidente de la clase en el último curso.
Durante mis años de formación, intenté liderar en todo lo que hice, desde las obras de teatro de la escuela hasta las clases, pasando por convertirme en uno de los capitanes de los equipos de fútbol y baloncesto. Ansiaba estar al frente.
En mi segundo año de instituto, dos amigos y yo pusimos en marcha un grupo de rap. Yo hacía los ritmos bajo el nombre de Crème-L, un nombre del que en realidad estaba muy orgulloso por aquel entonces, y nuestro trío se comprometió a marcar la diferencia a través de nuestra «música». Cuando se lanzó la campaña contra la contaminación «No dejes tu basura en Oklahoma», escribimos una canción llamada «Limpia las calles». La tocamos delante del gobernador y frente a la Cámara de Representantes. Estoy seguro de que la cinta de nuestra actuación está escondida en alguna parte, y aún estoy más seguro de que jamás dejaré que nadie la encuentre.
Al acercarse mi último año de instituto, empecé a sopesar distintas trayectorias profesionales. Mis amigos y yo soñábamos con los grandes logros que nos esperaban. Algunos querían ser maestros o entrenadores de fútbol. Otros deseaban ser médicos, gerentes o ganaderos. Cuando llegó la hora de compartir el sueño para mi vida, no obtuve ninguna respuesta clara. Sabía que me encantaba conectar con los demás, reunir a la gente e invertir en liderazgo, pero aquello no era la descripción de ningún trabajo. ¿Podía hacer aquello en la política, la educación o los negocios? Tal vez. Todo lo que sabía era que me sentía llamado a liderar.
Finalmente llegó el día de la graduación, y como ejercía de presidente de la clase de último curso, me tocó anunciar los nombres de 130 graduados mientras cruzaban el escenario: nombre de pila, segundo nombre y apellidos. La música sonó y el desfile comenzó. Me acerqué al micrófono y, sin ninguna nota, llamé a cada uno por su nombre. Para muchos de los que estaban allí, recitar todos los nombres de memoria ya era todo un éxito. Pero para mí era normal, pues sentía una conexión con todos mis compañeros. Cuando recité el último nombre, mi mente retrocedió a la escuela primaria y reconocí un patrón que había estado emergiendo a lo largo del tiempo. Mirando atrás, el tesoro más importante que recibí aquel día no fue un diploma, sino un atisbo de mi llamado.
Aunque no me di cuenta en aquel momento, Dios había estado trazando mi camino. Abrió las puertas en la universidad para desarrollar redes de futuros líderes. Junté a miembros de fraternidades y hermandades rivales para un estudio bíblico regular. Tenía talento como conector, alguien que reúne a distintas personas y las equipa para trabajar hacia un objetivo común. Continuaría ejercitando esos dones y mi llamado mediante mi trabajo en revistas, medios de comunicación, contenido de páginas web, la hospitalidad y en conferencias.
CONOCE TU LLAMADO
Todo cristiano tiene dos propósitos en la vida: uno espiritual enfocado a la salvación y otro de tipo vocacional. La vida es demasiado corta para perderse alguno de los dos. Tus dos propósitos son independientes, aunque inseparables. El primero revela cómo vivirás el segundo. La comprensión de lo que Cristo ha hecho por nosotros produce un deseo de vivir para Él. Cuando hablamos del «llamado» de alguien, hablamos de la categoría vocacional que contesta a esta pregunta: «He decidido seguir a Dios, ¿pero cómo quiere Él que use mis dones y pasiones?».
En los años transcurridos desde mi graduación, me he dado cuenta de que vivir la vocación propia es un primer paso necesario para liderar bien y convertirte en un agente de cambio allí donde Dios te haya puesto. Si no entiendes tu propósito, acabarás atascado en el barro de la vida. Pero cuando vives tu llamado, tu trabajo será mejor, y querrás trabajar duro de forma natural. Es por eso que Catalyst ha incorporado la vocación a nuestros eventos y entramado organizativo.
Nuestro equipo trabaja duro para crear espacios donde los líderes puedan escuchar a Dios acerca de Su dirección para sus vidas. Seleccionamos personalmente a conferenciantes con una gran visión que retan a los asistentes a descubrir la visión que hay en su propio corazón. Si los participantes vienen a un evento de Catalyst desconociendo lo que Dios tiene planeado para sus vidas y se van sin acercarse ni un ápice a ese propósito, entonces hemos fracasado como equipo.
Nos hemos encontrado con que a menudo los participantes tienen la experiencia opuesta. Escuchamos a decenas de personas cada año que dicen que fueron alentadas a perseguir su llamado gracias a un evento de Catalyst. Cada año, puñados de personas se sientan en alguno de nuestros sofás y le agradecen a nuestro equipo el énfasis depositado en este importante tema. Con frecuencia, los asistentes ya estaban haciendo un gran impacto mediante su trabajo o ministerio, pero nuestro evento creó un espacio donde pudieron soñar con metas aun mayores.
Del mismo modo, cuando alguien se une a nuestro equipo, queremos asegurarnos de que esa persona esté en el mismo viaje. Mi deseo durante el primer año de trabajo de un miembro del equipo es tanto afirmar su llamado como liberar a la persona para que pueda perseguirlo en cualquier otro lugar. He establecido este objetivo porque deseo que el sentir de Catalyst, tanto interno como externo, sea equipar a la siguiente generación de cristianos influyentes para descubrir el plan de Dios para ellos. Si desconocemos nuestro llamado, liderar bien es imposible.
La interacción de Dios con sus seguidores a través de la Biblia parece indicar que el llamado tiene un gran valor para Él. Visitó a Moisés por medio de una zarza ardiente, le habló a Samuel mediante un eco a medianoche, interrumpió a Pablo en un encuentro en el camino y le dio visiones a Juan en una cueva remota. Pese a que los cristianos modernos no encuentren a Dios de la misma manera, creo que Él quiere compartir Sus planes para nosotros e inspirarnos para perseguir nuestro propósito de forma apasionada. Y cada vez que Dios habla, del modo que Él elija, siempre sucede un milagro.
Evaluando a algunos de los líderes cristianos emergentes de hoy, he descubierto algo profundo que tienen en común: los líderes que causan el mayor impacto también tienen el sentido de propósito más fuerte. Parecen saber la dirección que Dios les ha marcado y la siguen.
Britt Merrick es uno de esos líderes. Cuando era adolescente, Britt planeó tomar el mando de Channel Islands Surfboards, la emblemática compañía de su papá. Su padre, Al, es una leyenda en la industria. Britt creció en la industria surfista, codeándose con los famosos clientes de la empresa de su familia, que incluían al surfista más condecorado de todos los tiempos, Kelly Slater. Pero a los veintitantos años, Britt decidió seguir a Jesús y sus planes cambiaron.
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Los líderes que causan el mayor impacto también tienen el sentido de propósito más fuerte. #LíderCatalizador
Empezó a sentir que Dios lo estaba llamando a plantar y pastorear una iglesia. Britt se cuestionó aquella intuición, pues parecía preparado para tomar otro camino. Sin embargo, después de mucho tiempo en oración decidió llevar a cabo lo que él creía que era su llamado personal. Doce años más tarde, lidera una de las iglesias más innovadoras e influyentes de la Costa Oeste. Su iglesia, Reality, tiene más impacto en la Costa Oeste y en la cultura surfista de California que ninguna otra iglesia. Pero Britt es solo uno de los muchos líderes apasionados por vivir su propósito.
Katie Davis es otro ejemplo. En 2007, con diecinueve años, viajó a Uganda para ser maestra en el jardín de infancia de un orfanato. Jamás regresó a casa. Sintió que Dios la empujaba hacia aquel país y sus niños. Hoy dirige un orfanato y un programa de apadrinamiento de niños que ofrece a cientos de ellos educación, comida, cuidados médicos y discipulado cristiano. Katie, fundadora de Amazima Ministries, es ahora madre soltera después de haber adoptado a catorce niños ugandeses. Hubiera sido más fácil para Katie terminar la universidad y perseguir el sueño americano, pero Dios tenía algo mejor reservado para ella.
Tras escuchar a Katie compartir su historia en nuestro evento de Catalyst en Atlanta, decidí crear un fondo de becas para poder enviar a los catorce hijos ugandeses de Katie a la universidad. En aquel momento, me sentí fuertemente motivado por Dios para hacer algo más por Katie y su familia. Mientras subía de nuevo al escenario después de la entrevista con ella, decidí crear el Fondo de Becas Katie Davis. Katie respondió:
La gente me dice que soy valiente. La gente me dice que soy fuerte. La gente me dice que hago un buen trabajo. Bueno, pues esta es la verdad: no soy tan valiente, no soy tan fuerte y no estoy haciendo nada espectacular. Solo estoy haciendo lo que Dios me llamó a hacer como Su seguidora. Alimentar a Sus ovejas, a los más pequeños de entre Su pueblo.1
Cuando decidí crear el fondo de becas, no tenía ni idea de cómo íbamos a lograrlo, pero quería vivir realmente el principio de poner a los demás por encima de nosotros mismos. El equipo de Catalyst quedó tan impresionado por lo que Katie había conseguido a una edad tan joven, que nos sentimos movidos a actuar. Este es un ejemplo de cómo queremos que los demás destaquen en nuestros eventos de Catalyst: queremos centrarnos de forma deliberada en celebrar a los demás. De hecho, los derechos de autor de este libro se usarán para ayudar a financiar la universidad de los hijos de Katie, junto con otros cuantos proyectos benéficos estratégicos que queremos patrocinar mediante los beneficios.
Una vida de buen liderazgo: Wess Stafford
Wess Stafford conoce su llamado y lo vive sin disculparse. Como presidente de Compassion International, ha dedicado su vida a cuidar de los niños que viven en la pobreza en todo el mundo. Y lo hace en el nombre de Jesús.
Conocí a Wess cuando vino a dar una charla en un evento de Catalyst Oeste. Un cabello rubio rojizo y una suave sonrisa disimulaban su estatus de reconocido defensor de los niños a nivel internacional, cuya organización colabora con sesenta denominaciones y miles de iglesias locales. Mi amigo Mike Foster, que había acompañado a Wess en un viaje de Compassion unos meses atrás, me advirtió de que conocer a Wess cambiaría mi vida. Yo no tenía ni idea de lo acertado que estaba Mike.
Cuando me presenté, Wess me dio un abrazo de oso y unas palmaditas en la espalda. Con auténtica humildad, expresó lo honrado que se sentía de formar parte de nuestro evento. Mientras hablábamos de su trabajo, desbordaba su profunda pasión por Dios y el compromiso inquebrantable con Jesús y con los niños a los que servía. Escuchándole hablar, me encontré deseando ser como él. Vivir como él. Perseguir mi llamado con la misma tenacidad. Wess es una de esas personas por las que sencillamente no puedes evitar sentirte inspirado. Y cuanto más ...

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