P. I. C.
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P. I. C.

Sonia González Boysen

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  1. 224 pages
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Sonia González Boysen

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Si le preguntamos a un presidente de empresa, a un coach, un chef, un productor o cualquier otro líder, ¿qué es lo que se necesita para llegar a la cumbre de su posición en tal industria? Recibiremos respuestas que tienen sus bases en tres áreas. Sonia González nos dice que estas tres áreas son los 3 indicadores del alto impacto. Son el PIC.

PIC quiere decir- Pasión, Innovación, y Coraje. Cada líder, cada emprendedor, posee cierto nivel de PIC. Y en estas páginas, Sonia nos enseña no solamente en lo que consiste, sino como identificar y lograr su PIC.

Lleno de ilustraciones, el lector se animará a ser el emprendedor que vive dentro de él.

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Information

Publisher
HarperEnfoque
Year
2015
ISBN
9780718021481

PRIMERA PARTE

LA MEJOR «PIC» TRANSMITE PASIÓN

No tengo ningún talento especial. Yo solo soy apasionadamente curioso.
Albert Einstein1

1

CRÓNICA DE LA PASIÓN

Sofía Palmer: Imágenes de una «pic» transformada
LO PRIMERO QUE VERIFICABA Sofía Palmer en el bolso antes de salir de su casa era su moderno celular ultraplano con estuche violeta iridiscente. Brillaba con cambios de color, como las alas de una mariposa, según el ángulo desde el cual se observara.
Podía faltarle todo, menos su teléfono móvil. No porque necesitara comunicarse mucho, sino por su apego afectivo a la cámara de tomar fotos incorporada.
«Sería imposible vivir sin mi cámara», pensaba Sofía. «¡Qué desastre pasar un día entero sin tomar mis “pics”. . . No sé qué haría. La vida sin fotos sería como una película sin imágenes».
Aquel caluroso sábado de julio, en la bellísima ciudad de Fort Lauderdale, Florida, con sus tranquilos botes y yates blancos rodeados de aguas reposadas y románticos puentes que la atraviesan, Sofía supo que sería un gran día para dedicarse a la actividad que más le gustaba en la vida: tomarse muchas fotos, en todas las formas posibles. Amaba las «pics», eran su pasión.
«Tal vez. . .», pensaba, «sería mejor con el fondo perfecto de la playa en la zona de “Las olas”, iluminada por el sol del verano».
Como todas las jóvenes de su edad —veinticuatro años— que nacieron en el seno de una familia de inmigrantes latinos en Estados Unidos, contaba con toda la gracia, belleza, calidez y sabor de las mujeres con ancestro hispano, pero a la vez guardaba con mucho orgullo, en la misma cartera, el documento identificatorio de su nacionalidad que la habilitaba como ciudadana americana.
Se sentía privilegiada por ser estadounidense de nacimiento, pero a la vez se enorgullecía de pertenecer a una noble y distinguida cuna de origen bogotano, colombiano, por la línea de su madre. Esta llegó muy joven, en los años ochenta, a la Florida y resolvió quedarse, atrapada por su encanto y por el brillo particular de cada una de sus playas y rincones paradisiacos.
Podía ser Weston, Pompano Beach, Sunny Isles, South Beach, Brickell, Bill Bags Cape, Crandon Park, Aventura, Miramar, Pembroke Pine, Hollywood, Boca Ratón, Doral, Orlando, Bal Harbour, Fort Myer o cualquier otro de sus bellos rincones. Y cuando quería nuevas playas, tomaba un crucero por las Bahamas, lo cual era muy fácil y con la ventaja de no ser tan costoso. Por lo menos se trataba de una buena inversión para tomar nuevas fotos.
«¡Quiero muchas “pics” en la playa!», pensaba Sofía, mientras se dirigía en su auto para llegar a su destino. A veces usaba el GPS, pero por lo general solo iba con la radio encendida sintonizada en alguna emisora de buen jazz, como la 98.9 FM, su favorita, por los excelentes programas especiales de Latin Jazz que le encantaban para acompañar su viaje.
En cada rincón del Gran Miami, Sofía se había tomado decenas, cientos, miles de fotos que ahora conservaba en sus archivos digitales como una especie de «egoteca» para la posteridad. Cada una de esas fotos llevaba consigo un mundo de sensaciones y experiencias que se convertirían en recuerdos imperecederos e inolvidables. Todo, a través de una fascinante «pic».
Esa tarde de julio, su amigo argentino, Jorge Pucceti, otro latino bien llegado a Estados Unidos en busca de nuevas oportunidades, egresado de Literatura y Filosofía de una importante universidad de Boston, Massachusetts, le dijo a Sofía —con entonado acento de bonaerense instalado en América del Norte—:
«Y bueno. . . decíme, ¿por qué siempre querés tomar fotos en todo momento, tiempo, espacio y lugar? ¿A vos no te parece que es un poco exagerado capturar todos y cada uno de los eventos, hasta los más insignificantes y ridículos? A mí me parece un tanto desesperante. Sos absurdamente intensa con tu cuento de las fotos. ¡Pará ya!. . . ¡pará!. . . ¡pará!. . .¡pará!».
Sofía lo escuchaba con su sonrisa chispeante, sin prestarle mucha atención, ya que en el fondo sabía que no podía, no quería, no le importaba, no estaba en sus planes dejar de tomar fotos a cada instante, cada día. Era una parte vital de su cotidianeidad. De su estilo de vida. De su marca personal. Es más, todos esperaban por la mañana, por la tarde y por la noche la publicación en las redes sociales de las fotos nuevas de Sofía, con alguna ocurrencia o impertinencia auténtica y original.
Le parecía fascinante el encuentro con sus amigas y compañeras universitarias puesto que, al parecer, todas ellas también eran aficionadas al intenso ritmo de las «pics» diarias. Tenían fiebre de «pics». Aunque ella ostentaba el título de todos los récords de fotos tomadas.
«Quiero una en el salón de clases, otra en el corredor, una más en la cafetería», pensaba con entusiasmo mientras revisaba una a una las imágenes guardadas en su carrete en Instagram. «Y al salir, quiero una de todos juntos, con mi grupo de amigazos».
Pero eso no era suficiente. El fin de semana fueron fotos en el cine, en la fiesta de cumpleaños de Joseph Pérez, en el concierto del famoso cantante de vallenatos colombiano Carlos Vives, en el partido amistoso de futbol Colombia-Brasil. Con la cara pintada, en South Beach o comiendo unos deliciosos mariscos en el original y rico restaurante «Buba Gum», donde evocan la magistral película de «Forest Gump» con el extraordinario actor Tom Hanks. Y claro, Sofía se quería tomar la foto justo ahí, frente al divertido aviso que decía: ¡Run, Forest. . . run! [¡Corre, Forest. . . corre!]».
Toda esa fanática afición por las fotos fue la antesala a lo mejor que le pudo pasar a Sofía: el nuevo apogeo de las famosas autofotos o selfies. Esa tendencia que adquirió una popularidad rápida e inesperada y que consiste en tomarse las fotos uno mismo con la cámara del celular.
Desde que se impuso la tendencia, ella adquirió una destreza impresionante para estirar el brazo al máximo y obturar el botón para tomarse fotos a sí misma, sola o con sus amigos. Ya no tenía que parar en la calle a quien fuera, porque ahora ella misma era capaz de voltear el lente de su cámara del celular de frente y tomarse las fotos que quisiera.
Claro, el asunto de la toma de las fotos tenía siempre un objetivo: publicarlas en las redes sociales para que todo el mundo las viera. Facebook, Twitter, Instagram. . . todas al mismo tiempo. De esa manera Sofía Palmer había logrado ser muy conocida e influyente en una comunidad de más de veinte mil amigos, que siempre le escribían algún buen comentario al lado de cada foto.
Pero lo más emocionante para ella era cuando le daban un «me gusta». Su autoestima se disparaba, su necesidad de sentirse admirada, amada y valorada se satisfacía. Eso era cada vez que más de cien amigos virtuales y reales le daban ese fantástico «like» a una de sus imágenes. Podía ser con poses de fantástica modelo, una muy casual o cualquiera muy natural, en las peores pintas, alegre y feliz celebrando algún evento, o triste y melancólica por una relación rota. De todos y cada uno de los momentos de su vida, Sofía tenía una foto para publicar en las redes sociales.
Esa mañana de julio, su guapo y brillante pero un poco aburrido amigo filósofo y literato, Jorge Pucceti, aún insistía en preguntarle acerca de su «adicción» existencial —según él— a tomarse fotos y publicarlas.
—¡Che!. . . Y bueno. . . De verdad no entiendo cuál es tu afán por las fotos. No disfrutás ni un momento del día si no estás frente a la cámara del fastidioso celular. De esa manera nunca podrás gozar tranquila de la verdadera vida, porque todo será una completa pose.
—No es verdad —replicó Sofía—, las fotos sí forman parte de mí, pero no lo son todo. Además, las «pics» son lo de hoy. Lo que pasa es que tú eres un retrógrado, obsoleto, jurásico, arcaico, fosílico y absurdo, que no sabe disfrutar las ventajas de la nueva forma de comunicarse con la gente por medio del fascinante avance de la tecnología.
»Además —continuó Sofía— si no te has dado cuenta, esta es la mejor manera de mostrar quién soy. Mi pasión por la gente, por los amigos, por la vida. Pero claro, eso es lo que tú no tienes y por eso no entiendes nada. Las fotos son el resultado de eso, justamente eso: p-a-s-i-ó-n. Con todas sus letras. Entiende de una vez por todas: me apasionan las fotos. Porque me apasiona la gente. Son una forma de dar alegría, entusiasmo, unidad, calidez, vigor, energía, luz. Al fin y al cabo, dar es mejor que recibir.
»Por medio de las “pics” siento que puedo dar todo lo mejor de mí, sin egoísmos ni egocentrismos. Aunque reconozco que sí tienen algún síntoma de egolatría. Pero si las sabes administrar, se pueden convertir en una forma noble, sencilla y genuina de dar amor y felicidad a los demás. Al prójimo».
Una adrenalina feliz
—Publicar fotos digitales es una maravilla —insistía Sofía—, me produce adrenalina y me hace sentir feliz. Ninguna cosa que te produzca tan sana felicidad puede ser mala. A menos que fuera de verdad una adicción dañina. Esto es solo parte de la vida diaria de una persona normal hoy. Aunque tú nunca lo captes.
—Sí, pero no puedes pensar en una conversación larga, ni en desconectarte por un momento de las redes sociales que te mantienen literalmente enredada. No guardas tiempo para respirar aire puro, ni para contemplar un ave o una obra de arte en una galería, ni para caminar a solas y pensar en algún asunto importante.
»Deberías encontrar la forma de despegarte de la cámara y buscar, por ejemplo, un libro. O dedicarte un poco más al arte de pintar, que tanto te gusta. Eres una artista fantástica. Pero ahora solo dedicas tu talento, tus horas, tu esfuerzo, a tomar, editar y publicar fotos de manera compulsiva y ansiosa. Para mí, no cabe duda, eso no es vida».
—Relájate, no sabes lo que dices —le contestó Sofía, ya un poco molesta por la impertinencia de Jorge con el asunto—. Admiro tu conocimiento de la filosofía y la literatura, pero te has vuelto muy patético. Si de veras te propusieras entrar en el mundo de las redes sociales y supieras la delicia que es compartir los mejores instantes de tu vida con toda la gente que te aprecia, entrarías en la dimensión del arte online.
»Las imágenes publicadas en las redes —continuó Sofía— nos permiten a todos estar conectados en tiempo real, aunque nos encontremos en el lugar más alejado del mundo. Esta es la comunicación de la gente de hoy. Debes darte la oportunidad de experimentar otra forma de lingüística, más generativa, menos descriptiva y acartonada. Esta es la forma de expresión digital de la filosofía moderna. Aunque nunca lo aceptes por tu terquedad intelectual.
»Y te equivocas al censurarme y calificarme de vacía, fatua, intensa y compulsiva —le reclamó esta vez más visiblemente molesta Sofía—. Porque yo sí amo la pintura, como nadie, pero le tomo fotos a mis obras. Adoro leer un buen libro, que me dé herramientas para el crecimiento personal, pero me tomo la foto con la portada del libro y un delicioso café, para que todos sepan a qué autor estoy leyendo. Y por supuesto que disfruto la belleza incomparable del vuelo de una gaviota en un amanecer en la playa, pero me complazco aún más cuando le tomo fotos y hasta un video de segundos que puedo publicar de inmediato en Instagram para que todos lo disfruten conmigo. Es algo escalofriante. Me emociona. Me apasiona mucho. Es inevitable.
»Esa es la mejor forma de compartir con los amigos —continuaba insistente Sofía, esta vez como quien trata de persuadir a alguien de su error y atraerlo a una nueva propuesta—. ¡Imagínate! Puedo tomarme una foto contigo ahora y enviársela a mi amiga Betty Polanco que está estudiando en Corea. . . ¡Ven! Hagamos la prueba y verás cómo funciona».
Atrapado en las redes
La verdad, Jorge se sintió un poco atrapado por la idea de Sofía de enviarle la foto de ellos dos a su amiga Betty en Corea, ya que se trataba de una joven muy bella a quien él había conocido también en una reunión y le hubiera encantado poderla conocer mejor, pero no tuvo tiempo porque estaba muy concentrado en su última investigación. Esta sería la oportunidad perfecta para contactarla. ¡Aunque le tocara tomarse una de las cursis y ridículas fotos de su amiga Sofía!
De repente, con su golpeado ego de hombre interesante y guapo pero un poco arrogante, tuvo que sucumbir a la propuesta de la foto y le dijo a Sofía, como quien no quiere y con ademán de indiferencia: «Está bien. Toma la bendita foto de los dos y envíasela a tu amiga Betty, pero aclaro que es solo para que no molestes más».
Sofía corrió feliz en busca de su cartera para sacar el celular y lo trajo rápido, para no darle el chance a Jorge de que se arrepintiera de la pictórica decisión. Con habilidad excepcional tomó de inmediato más de veinte fotos desde distintos ángulos, con diferentes gestos, sonrisas y poses de los dos con cara de grandes amigos, dichosos por el instante grandioso de la «pic». En menos de diez minutos, ya se encontraban las fotos subidas a la Internet y publicadas en Instagram, Facebook y Twitter, con una leyenda que decía: «¡Por fin! Convencí a Jorge de tomarse una foto conmigo. . . ¿Qué opinan?».
La velocidad de las respuestas fue más impresionante aún que la rapidez de la publicación de Sofía. A los veinte minutos ya tenía el «me gusta» de más de cien personas. Y de ellas, más de sesenta comentaron el suceso. Algunos decían solo cosas como «genial», «fantástico», «me encanta», «buenísimo». Otros enviaban emoticones (o sea, imágenes de caritas con sonrisas, guiños de ojos, asombro, manos con señales de «buena esa», etc.). Aun otros fueron mucho más explícitos y concretos. Entre ellos la esperada Betty Polanco, que dijo una frase completa y directa, con agenda incluida: «Sofía, estás preciosa amiga, y tu acompañante muy guapo. Espero verte pronto. ¿Qué tal un café en Coral Gables el próximo mes de agosto? Voy de vacaciones. ¡Será grandioso!».
Y claro, no podía faltar un cierre expresivo, emotivo y sugestivo de Betty. Por eso el siguiente renglón llevaba una risa abierta y franca, muy usual entre los usuarios de las redes sociales virtuales que usan códigos para todo. Pero este de la risa es uno de los preferidos por todos, por la explosión de descomplicado ánimo que genera en el otro:
¡Ja ja ja jaaaa. . .!
«¿Viste Jorge?», le replicó Sofía, «mi amiga Betty le puso un comentario a la foto de los ...

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