Musulmán
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Hank Hanegraaff

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Musulmán

Hank Hanegraaff

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¿Es el islam una religión pacífica y tolerante? Hanegraaff presenta el Islam dentro de su contexto histórico actual, y enseña sobre los importantes aspectos de la fe y la forma en que esta afecta al mundo.

En medio de todos los debates acerca del islam y su creciente presencia en el mundo, hay algo que con frecuencia se pasa por alto: el islam no es una religión en el sentido suavizado en el que la entiende el Occidente. Al contrario, es una matriz sociopolítica y legal que ha dado lugar a una cosmovisión que es antagónica hacia todo lo que no sea ella misma.

El islam es el único sistema religioso significativo en la historia de la raza humana que tiene una estructura legal sociopolítica que exige la violencia contra los infieles. Las evidencias actuales señalan que decir la verdad en cuanto a esto equivale a radicalizar a los musulmanes y exacerbar hostilidades que de lo contrario permanecerían latentes. A pesar de su incoherencia, el islam —con la fuerza de mil seiscientos millones y en crecimiento— está listo para llenar el vacío dejado por una cultura occidental que se va arrastrando inexorablemente hacia Gomorra. Los datos demográficos solamente son alarmantes.

Aunque los musulmanes polígamos alardean de un robusto porcentaje de nacimientos, los occidentales nativos se van moviendo con rapidez hacia su autoextinción. Numerosos millones de musulmanes están llenando ese vacío y no tienen intención alguna de asimilar la cultura occidental. Hank Hanegraaff no solo bosqueja el problema de una manera accesible y sobresaliente, sino que pasa a presentar posibles soluciones a este choque de civilizaciones.

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Information

Publisher
Grupo Nelson
Year
2018
ISBN
9781418599133
CAPÍTULO 1
MAHOMA
De los harapos a la riqueza y a la radicalización
¡Usted puede negar a Alá, pero no al profeta!1
—MUHAMMAD IQBAL, «PADRE ESPIRITUAL» DE PAKISTÁN
«El amor por el profeta corre como sangre por las venas de la comunidad [musulmana]», salmodió el filósofo y poeta musulmán Muhammad Iqbal.2 «¡Usted puede negar a Alá, pero no al profeta!».3 Mahoma es venerado como la verdad, el exaltado, el perdonador, el que levanta muertos, el escogido de Dios, el sello de los profetas, el mediador, la estrella resplandeciente, el que justifica y el perfecto. Se le otorgan cientos de otros de títulos como paz del mundo y gloria de los tiempos.4 Una cosa es evidente: todos los musulmanes se dedican profundamente a la vida y práctica de Mahoma, sin excepciones.5
Muhammad al-Ghazali (m. 1111), a quien se considera en general como el musulmán más influyente, aparte del propio Mahoma, declaró que la clave de la felicidad era «imitar al mensajero de Dios en todas sus idas y venidas, sus movimientos y descanso, su forma de comer, su actitud, su sueño y su forma de hablar».6 Annemarie Schimmel, la venerable académica de Harvard, se mostró de acuerdo. En su clásico And Muhammad Is His Messenger: The Veneration of the Prophet in Islamic Piety [Y Mahoma es su profeta: la veneración del profeta en la devoción islámica], Schimmel observa que la imitatio Muhammadi [la imitación de Mahoma], con su atención a los detalles más minuciosos de la vida diaria, ha impartido a la comunidad musulmana una asombrosa uniformidad de conducta. «Esté donde esté, uno sabe cómo debe comportarse cuando entra en una casa, qué fórmulas de saludo utilizar, qué cosas evitar, cómo comer y cómo viajar. Durante siglos los niños musulmanes han crecido de este modo».7
Todo esto pone de relieve una notable verdad: no se puede comprender el islam sin comprender a Mahoma. Se dice que es de noble cuna, elegantes formas, perfecto intelecto, modelo de humildad y de toda humanidad.8 Y se le venera como el mayor de los profetas:9 mayor que Moisés o Abraham; mayor que José o Juan; mayor que Jesús de Nazaret.10 Todo ello dicho de un hombre cuyos primeros cuarenta años son espectacularmente corrientes.
Mahoma nació en La Meca seis siglos después del nacimiento de Cristo y murió en Medina a la edad de sesenta y dos años (570-632 A. D.).11 Su padre, Abd Allah, murió antes de su nacimiento y Amina, su madre, poco después. Cuando tenía seis años fue a vivir con un abuelo, que murió tres años después. A los nueve se le envió con su tío Abu Talib y después con la rica viuda Jadiya, con quien se casó a los veinticinco. A partir de este momento, Mahoma siguió una vida de meditaciones místicas.
Habría que esperar a los cuarenta para tener algún indicio de que Mahoma se convertiría en progenitor de la que hoy es la religión de mayor crecimiento en el mundo.12 Tres noches prepararon el camino de su nacimiento. Diez años forjaron el patrón de sus catorce siglos siguientes.
NOCHE DEL DESTINO
La noche del destino de Mahoma comenzó de forma épica. En una cueva del monte Hira una presencia se materializó asiendo una tela cubierta de caracteres. Con una fuerza tan grande que le hizo temer la muerte, la misteriosa presencia le instó: «¡Recita!». Dos veces experimentó un agudo temor de morir. La tercera vez hizo lo que le pedía.
¡Recita en el nombre de tu Señor, el que todo ha creado!
Ha creado al hombre de un coágulo.
¡Recita! Tu Señor es el más generoso,
él, que ha enseñado con el cálamo,
ha enseñado al hombre lo que este no sabía.13
Estas palabras angustiaron tanto a Mahoma que pensó en su corazón:
¿Qué soy, un poeta o un poseso? ¡Nunca dirán esto de mí los quraysh! [la tribu pagana que gobernaba La Meca]. Subiré a la cima del monte y me echaré abajo para morir y descansar. Así pues, abandoné la cueva, y cuando había recorrido la mitad de la ladera de la montaña oí una voz del cielo que decía: «¡Oh, Mahoma!, tú eres el mensajero de Dios y yo soy Gabriel». Al levantar la vista vio un ser que llenaba el horizonte y oyó de nuevo las palabras: «¡Oh Mahoma!, tú eres el mensajero de Dios y yo soy Gabriel».14
Cuando oyó estas palabras por segunda vez, abandonó la idea de suicidio, regresó a Jadiya, «se sentó en su regazo» y le expresó sus temores.15 Le angustiaban dos posibilidades: «poeta o poseso». Jadiya estaba convencida de una tercera. No era ni poeta ni poseso, sino «el profeta».16 A pesar de esto, Mahoma seguía sin estar convencido. Durante muchos años luchó contra la duda.17 ¿Era realmente profeta y poeta o acaso estaba poseído por un demonio?
A veces su incertidumbre era tan aguda que comenzaba de nuevo a considerar el suicidio.18 A su tiempo, la confianza de ser profeta prevaleció sobre la idea de que estaba poseído. Como tal, Mahoma escogió la vida, y durante las dos décadas siguientes cambió la trayectoria de la historia humana. Durante los diez primeros años ejerció el rol de profeta, los otros diez actuó como un tirano. Diez los pasó en La Meca y otros diez en Medina.
El periodo de La Meca resultó difícil. La conversión de Jadiya fue fácil, como lo fueron también las de Zaid, hijo adoptivo de Mahoma, su primo Ali de diez años y Abu Bakr, su futuro suegro.19 Pero ganar convertidos entre los quraysh, custodios de la Kaaba, resultó mucho más difícil. Estos tenían buenas razones para rechazar el mensaje monoteísta de Mahoma y pocas para recibirlo. La Meca era el lugar de peregrinaje de las tribus politeístas de toda la península arábiga.20 Y los peregrinajes, como la venta de dioses y artículos, generaban beneficios. Como era de esperar llegó la persecución y, con ella, la duda. Misericordiosamente, Gabriel se materializó para volver a vivificar al atribulado profeta.
VIAJE NOCTURNO
Según la tradición islámica, la noche del destino de Mahoma no fue la primera vez que se le había aparecido el ángel. Antes de la muerte de su madre, cuando todavía no tenía cinco años, yacía postrado en el desierto, con el pecho abierto desde la garganta hasta el estómago. Gabriel le sacó el corazón y extrajo un coágulo negro con agua de Zamzam,21 tras lo cual le restauró la vida.22 Ahora, con cincuenta años, Gabriel se apareció a Mahoma por tercera vez, mientras estaba postrado cerca de la sagrada mezquita de La Meca, le fue sacado de nuevo el corazón y puesto en una copa de oro.23 Lavado con agua del pozo de Zamzam, montó en una cabalgadura con cabeza humana y cola de pavo real. Fue así como Mahoma, en compañía de Gabriel, emprendió un viaje nocturno que vivirá para siempre en la infamia.
Buraq no era una bestia corriente. Con cada paso alcanzaba el horizonte y con súbita rapidez llevó a Mahoma «desde la mezquita sagrada a la mezquita más lejana» (Corán 17:1). A su llegada a Masjid Al-Aqsa en Jerusalén,24 Gabriel presentó a Mahoma una elección que le cambiaría la vida: leche o vino. Sabiamente, el profeta se decidió por la leche, con lo que escogió el bien en lugar del mal: un camino recto ascendente a los cielos en lugar del perverso camino que lleva al infierno. Con su bestia atada a una argolla de un muro de la mezquita, Mahoma inició un viaje mágico y misterioso.
Elevándose desde una roca sagrada, ascendió hacia siete cielos. Las puertas del primero se abrieron y se encontró cara a cara con el padre de toda la humanidad. Adán procedió a venerar a Mahoma como el mayor de todos sus descendientes.25 El profeta ascendió luego a un segundo nivel en el que saludó a Juan y Jesús: dos de los muchos profetas que habían allanado el camino delante de él. La ascensión siguió hasta un tercer cielo en el que se encontró con José, hijo de Jacob: hombre de asombrosa belleza. Tras encontrarse con Idris (Enoc), personificación de la verdad, en el cuatro nivel, Mahoma ascendió al quinto donde vio a Aarón, quien, como los que estaban en niveles inferiores, profesó fe en el llamamiento profético de Mahoma. En el sexto nivel celestial se encontró con un mar de lágrimas: el poderoso Moisés lloraba al darse cuenta de que su rival abriría la entrada al paraíso a mayores multitudes que las que habían seguido a Moisés. No obstante, todo esto no era sino un preludio de lo que todavía iba a ver.
En el último nivel del cielo, el apóstol de Alá se encontró con Abraham, quien, a través de Ismael, había engendrado a los árabes, construido la Kaaba y puesto en su interior una piedra negra que había caído del firmamento. Además, en el séptimo cielo Mahoma contempló un facsímil de la Kaaba terrenal llena de ángeles (setenta mil) que daban vueltas a su alrededor como lo habían estado haciendo durante millones de años. Cuando Mahoma siguió su camino después de Baitul Ma’mur («la casa muy frecuentemente visitada»),26 llegó a Sidrat al-Muntaha, el árbol del loto en el límite del cielo más alto.27 Sus frutos eran enormes, sus hojas, como orejas de elefante y de sus raíces surgían los cuatro ríos de la tierra. Fue entonces cuando comenzó a adentrarse por un territorio desconocido, un espacio al que ningún hombre ni ángel habían accedido jamás. Pasando del cielo a la otra vida, se encontró en la presencia misma de Alá. Entre los fieles musulmanes se debate con vehemencia si Mahoma vio o no realmente a Alá.28 De lo que nadie duda es de que Alá le prescribió onerosamente cincuenta plegarias diarias al profeta y a su descendencia.
Dando por terminada la misión, Mahoma comenzó su descenso por el sexto cielo donde, inesperadamente, Moisés le instruyó a subir de nuevo a la otra vida para pedir una reducción de las oraciones. Alá cedió y redujo a cuarenta el número de plegarias. Mientras...

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