
- 164 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
El periquillo sarniento III
Descripción del libro
El Periquillo Sarniento is the first novel of entirely Latin American content. It was written in Mexico by José Joaquín Fernández de Lizardi in 1816. The book shows a marked neoclassical influence and moralizing pretensions. It tells the story of an old man who, in the face of impending death, writes a biographical text with tips for his children. Among other things, he recounts his experience with the Mexican church and that of a Franciscan monastery where he was held a few months.
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Información
Editorial
LinkguaAño
2014ISBN de la versión impresa
9788498166187ISBN del libro electrónico
9788498970630Tomo III
Vida y hechos de Periquillo Sarniento
Vida y hechos de Periquillo Sarniento
...Nadie crea que es suyo el retrato, sino que hay muchos diablos que se parecen unos a otros. El que se hallare tiznado, procure lavarse, que esto le importa más que hacer crítica y examen de mi pensamiento, de mi locución, de mi idea, o de los demás defectos de la obra.
Torres Villarroel en su prólogo de la Barca de Aqueronte.
Escrita por él para sus hijos
Capítulo I. En el que refiere Periquillo cómo se acomodó con el doctor Purgante, lo que aprendió a su lado, el robo que le hizo, su fuga y las aventuras que le pasaron en Tula, donde se fingió médico
Ninguno diga quién es, sus obras lo dirán. Este proloquio es tan antiguo como cierto, todo el mundo está convencido de su infalibilidad; y así ¿que tengo yo que ponderar mis malos procederes cuando con referirlos se ponderan? Lo que apeteciera, hijos míos, sería que no leyerais mi vida como quien lee una novela, sino que pararais la consideración más allá de la cáscara de los hechos, advirtiendo los tristes resultados de la holgazanería, inutilidad, inconstancia y demás vicios que me afectaron; haciendo análisis de los extraviados sucesos de mi vida, indagando sus causas, temiendo sus consecuencias, y desechando los errores vulgares que veis adoptados por mí y por otros; empapándoos en las sólidas máximas de la sana y cristiana moral que os presentan a la vista mis reflexiones; y, en una palabra, desearía que penetrarais en todas sus partes la sustancia de la obra, que os divirtierais con lo ridículo, que conocierais el error y el abuso para no imitar el uno ni abrazar el otro, y que donde hallarais algún hecho virtuoso os enamorarais de su dulce fuerza y procurarais imitarlo. Esto es deciros, hijos míos, que deseara que de la lectura de mi vida sacarais tres frutos, dos principales, y uno accesorio. Amor a la virtud, aborrecimiento al vicio y diversión. Éste es mi deseo, y por esto, más que por otra cosa, me tomo la molestia de escribiros mis más escondidos crímenes y defectos; si no lo consiguiere, moriré al menos con el consuelo de que mis intenciones son laudables. Basta de digresiones que está el papel caro.
Quedamos en que fui a ver al doctor Purgante, y en efecto lo hallé una tarde después de siesta en su estudio sentado en una silla poltrona con un libro delante y la caja de polvos a un lado. Era este sujeto alto, flaco de cara y piernas, y abultado de panza, trigueño y muy cejudo, ojos verdes, nariz de caballete, boca grande y despoblada de dientes, calvo, por cuya razón usaba en la calle peluquín con bucles. Su vestido cuando lo fui a ver era una bata hasta los pies, de aquellas que llamaban de quimones, llena de flores y ramaje, y un gran birrete muy tieso de almidón y relumbroso de la plancha.
Luego que entré me conoció y me dijo: ¡oh, Periquillo, hijo!, ¿por qué extraños horizontes has venido a visitar este Tugurio? No me hizo fuerza su estilo porque ya sabía yo que era muy pedante, y así le iba a relatar mi aventura con intención de mentir en lo que me pareciera; pero el doctor me interrumpió diciéndome: ya, ya sé la turbulenta catástrofe que te pasó con tu amo el farmacéutico. En efecto, Perico, tú ibas a despachar en un instante al pacato paciente del lecho al féretro improvisamente, con el trueque del arsénico por la magnesia. Es cierto que tu mano trémula y atolondrada tuvo mucha parte de la culpa, mas no la tiene menos tu preceptor el fármaco, y todo fue por seguir su capricho. Yo le documenté que todas estas drogas nocivas y venenáticas las encubriera bajo una llave bien segura que solo tuviera el oficial más diestro, y con esta asidua diferencia se evitarían estos equívocos mortales; pero, a pesar de mis insinuaciones, no me respondía más sino que eso era particularizarse e ir contra la secuela de los fármacos, sin advertir que «es propio del sabio mudar de parecer», sapientis est mutare consilium, y que «la costumbre es otra naturaleza», consuetudo est altera natura.1 Allá se lo haya. Pero dime, ¿qué te has hecho tanto tiempo? Porque si no han fallado las noticias que en alas de la fama han penetrado mis aurículas, ya días hace que te lanzaste a la calle de la oficina de Esculapio.
Es verdad, señor, le dije, pero no había venido de vergüenza, y me ha pesado, porque en estos días he vendido para comer mi capote, chupa y pañuelo. ¡Qué estulticia!, exclamó el doctor, la verecundia es «muy buena», optime bona, cuando la origina crimen de cogitato; mas no cuando se comete involunrie, pues si en aquel hic et nunc, esto es, «en aquel acto», supiera el individuo que hacía mal, absque dubio (sin duda) se abstendría de cometerlo. En fin, hijo carísimo, ¿tú quieres quedarte en mi servicio y ser mi consodal in perpetuum, «para siempre»? Sí, señor, le respondí. Pues bien. En esta domo (casa) tendrás «desde luego, o en primer lugar», in primis el panem nostrum quotidianum, «el pan de cada día»; «a más de esto», aliunde, lo potable necesario; tertio, la cama sic vel sic, «según se proporcione»; quarto, los tegumentos exteriores heterogéneos de tu materia física; quinto, asegurada la parte de la higiene que apetecer puedes, pues aquí se tiene mucho cuidado con la dieta y con la observancia de las seis cosas naturales y de las seis no naturales prescritas por los hombres más luminosos de la facultad médica; sexto, beberás la ciencia de Apolo ex ore meo, ex visu tuo y ex bibliotheca nostra, «de mi boca, de tu vista y de esta librería»; «por último», postremo, contarás cada mes para tus surrupios o para quodcumque vellis, esto es, «para tus cigarros o lo que se te antoje», quinientos cuarenta y cuatro maravedís limpios de polvo y paja, siendo tu obligación solamente hacer los mandamientos de la señora mi hermana; observar modo naturalistarum, «al modo de los naturalistas», cuándo estén las aves gallináceas para oviparar y recoger los albos huevos, o por mejor decir, los pollos «por ser», o in fieri; servir las viandas a la mesa, y, finalmente, y lo que más te encargo, cuidar de la refacción ordinaria y puridad de mi mula, a quien deberás atender y servir con más prolijidad que a mi persona.
He aquí, ¡oh, caro Perico!, todas tus obligaciones y comodidades en sinopsim o «compendio». Yo, cuando te invité con mi pobre tugurio y consorcio, tenía el deliberado ánimo de poner un laboratorio de química y botánica; pero los continuos desembolsos que he sufrido me han reducido a la «pobreza», ad inopiam, y me han frustrado mis primordiales designios; sin embargo, te cumplo la palabra de admisión, y tus servicios los retribuiré justamente, porque dignus est operarius mercede sua, «el que trabaja es digno de la paga».
Yo, aunque muchos terminotes no entendí, conocí que me quería para criado entre de escalera abajo y de arriba; advertí que mi trabajo no era demasiado, que la conveniencia no podía ser mejor, y que yo estaba en el caso de admitir cosa menos; pero no podía comprender a cuánto llegaba mi salario, por lo que le pregunté que por fin ¿cuánto ganaba cada mes? A lo que el doctorote, como enfadándose, me respondió: ¿Ya no te dije claris verbis, «con claridad», que disfrutarías quinientos cuarenta y cuatro maravedís? Pero señor, insté yo, ¿cuánto montan en dinero efectivo 544 maravedís? Porque a mí me parece que no merece mi trabajo tanto dinero. Sí merece, stultisime famule, «mozo atontadísimo», pues no importan esos centenares más que 2 pesos.
Pues bien, señor doctor, le dije, no es menester incomodarse; ya sé que tengo 2 pesos de salario, y me doy por muy contento solo por estar en compañía de un caballero tan sapiente como usted, de quien sacaré más provecho con sus lecciones que no con los polvos y mantecas de don Nicolás.
Y como que sí, dijo el señor Purgante, pues yo te abriré, como te apliques, los palacios de Minerva, y será esto premio superabundante a tus servicios, pues solo con mi doctrina conservarás tu salud luengos años, y acaso, acaso te contraerás algunos intereses y estimaciones.
Quedamos corrientes desde ese instante, y comencé a cuidar de lisonjearlo, igualmente que a su señora hermana, que era una vieja, beata Rosa, tan ridícula como mi amo, y aunque yo quisiera lisonjear a Manuelita, que era una muchachilla de catorce años, sobrina de los dos y bonita como una plata, no podía, porque la vieja condenada la cuidaba más que si fuera de oro, y muy bien hecho.
Siete u ocho meses permanecí con mi viejo, cumpliendo con mis obligaciones perfectamente, esto es, sirviendo la mesa, mirando cuándo ponían las gallinas, cuidando la mula y haciendo los mandados. La vieja y el hermano me tenían por un santo, porque en las horas que no tenía qué hacer me estaba en el estudio, según las sólitas concedidas, mirando las estampas anatómicas del Porras, del Willis y otras, y entreteniéndome de cuando en cuando con leer los aforismos de Hipócrates, algo de Boerhaave y de Van Swieten; el Etmulero, el Tissot, el Buchan, el tratado de Tabardillos por Amar, el compendio anatómico de Juan de Dios López, la cirugía de Lafaye, el Lázaro Riverio y otros libros antiguos y modernos, según me venía la gana de sacarlos de los estantes.
Esto, las observaciones que yo hacía de los remedios que mi amo recetaba a los enfermos pobres que iban a verlo a su casa, que siempre eran a poco más o menos, pues llevaba como regla el trillado refrán de como te pagan vas, y las lecciones verbales que me daba, me hicieron creer que yo ya sabía medicina, y un día que me riñó ásperamente y aun me quiso dar de palos porque se me olvidó darle de comer a la mula, prometí vengarme de él y mudar de fortuna de una vez.
Con esta resolución esa misma noche le di a la doña mula ración doble de maíz y cebada, y, cuando estaba toda la casa en lo más pesado de su sueño, la ensillé con todos sus arneses, sin olvidarme de la gualdrapa; hice un lío en el que escondí catorce libros, unos truncos, otros en latín y otros en castellano, porque yo pensaba que a los médicos y a los abogados los suelen acreditar los muchos libros, aunque no sirvan o no los entiendan; guardé en el dicho maletón la capa de golilla y la golilla misma de mi amo, juntamente con una peluca vieja de pita, un formulario de recetas y, lo más importante, sus títulos de bachiller en medicina y la carta de examen, cuyos documentos los hice míos a favor de una navajita y un poquito de limón con lo que raspé y borré lo bastante para mudar los nombres y las fechas.
No se me olvidó habilitarme de monedas, pues, aunque en todo el tiempo que estuve en la casa n...
Índice
- Créditos
- Presentación
- Tomo IIIVida y hechos de Periquillo Sarniento
- Libros a la carta