
- 196 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Lisardo enamorado
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Información
Editorial
LinkguaAño
2014ISBN de la versión impresa
9788496290754ISBN del libro electrónico
9788499533025Libro V
Aposentados los dos amigos, Lisardo y don Félix, en la alquería de Garcerán, aguardaban la ocasión en que dél habían de ser avisados que había venido de Barcelona el tío de doña Victoria, teniendo don Félix muy ciertas esperanzas de verse presto en la posesión de esposo de su dama. Bien diferentes cuidados eran los de el melancólico Lisardo, mal pagadas sus finezas, y poco reconocido el amor que a su Gerarda tuvo, renovando cada día la memoria del lance que le pasó la última noche que se vio con ella. Dudoso estaba de las nuevas que de su partida le habían dado, no presumiendo a qué parte pudiese haber ido sino era a la tierra de don Fadrique de Peralta, que era Navarro. Esto juzgando, y que habiendo escapado de las heridas que le dio, se habría casado con ella. De todos estos cuidados le procuraba divertir Negrete, el cual, en todas ocasiones le entretenía, ya con donaires, ya con versos jocosos, que los hacía a ridículos asuntos, con fin de darle gusto.
Un día se determinaron gozar de aquellas amenidades que llaman huerta de Valencia, a quien el claro Turia fecundaba con sus cristales. Salieron algo de mañana a pie, y entráronse por lo más ameno de aquellas frescas sombras. Iba don Félix haciendo relación a Lisardo de las perfecciones de su dama, asegurándole que era menos su exageración, que el hermoso sujeto, y que quisiera tener un retrato que su amigo el genovés le llevó a Italia, para que viera ser verdad lo que decía. Aquí se tomó licencia de hablar Negrete como la tienen los que profesan el buen humor, y dijo:
—Holgárame, señor don Félix, de haber visto a mi señora doña Victoria, que yo la retratara con tales pinceles, que ni los de Zeusis, Timantes, ni Apeles cobraran tal fama en todo el Orbe.
Riéronse los dos amigos de la exageración de Negrete, y díjole Lisardo:
—No sabía yo que tenías esa gracia, más de las que te acompañan, y más con tanto primor como nos exageras, diciendo exceder a lo que has dicho. ¿Cómo no me has dado parte de tal habilidad para que ganáramos dineros en Madrid?
—No hago retratos —replicó Negrete— con pinceles y colores, pero mis versos bastan a realzar la más perfecta hermosura, y darla tan igual fama, como si la copiaran primorosos pinceles; y por que veais que sé retratar con perfecto primor, así en las burlas como en las veras, os quiero cantar unos versos que hice retratando a una dama, donde veréis las veras y las burlas mezcladas con alguna gracia.
Pidióle don Félix, que dijese luego los versos de que constaba el retrato, y él, con dulce voz, cantó de esta suerte:
Con pinceles seguidos
formo un retrato,
que es milagro que acierten
a hacer milagros.
Su atención me presten
doctos y legos,
que en habiendo pintado
yo se la vuelvo.
De tu rara belleza,
divina Anarda,
hoy, sin ser Jubileo,
publico gracias.
Con el oro fino
de tus cabellos,
los del quinto planeta
parecen negros.
Por tus crespas ondas
amor navega,
siendo en ellas cosarios
de tantas presas.
El candor de tu frente
miró el aurora,
y por no competirle,
derrama aljófar.
Los dos iris que muestra
tu rostro hermoso,
nos publican las paces
de tus enojos.
Viendo tus dos soles,
¿qué ha de hacer el Sol?
Mendigando rayos
haráse bribón.
Si en hacer homicidios
siempre delinquen,
como niños de entierro,
de azul se visten.
De tus dos mejillas,
las rosas hurtan,
púrpura nevada,
nieve purpúrea.
Los dos campos divide
perfecta línea,
en quien nunca defectos
halló la envidia.
Y aunque en su competencia,
juzga primores,
poco sirven jueces
entre conformes.
Maravillas nos muestra
tu boca, Anarda,
pues que da la vida
con lo que mata.
Es tu cuello nevado
gentil columna,
que sustenta el templo
de la hermosura.
De tus blancas manos
hermosa niña,
más me atengo a las presas
que no a las pintas.
De lo más que no informo
por el vestido,
a su camarera
tomen el dicho.
Holgáronse de oír en el trivial metro de las seguidas los graves conceptos de las perfecciones del retrato, aunque Lisardo no pudo dejar de decirle que nunca le aconteciese exagerar tanto sus versos, sino que librase las alabanzas de ellos en las lenguas de otros, pues de ellas pendía la fama, y no de la estimación propia, que esto le daba por consejo. Admitióle Negrete para otra ocasión, ya que en aquella...
Índice
- Créditos
- Presentación
- Preliminares
- Libro I
- Libro II
- Libro III
- Libro IV
- Libro V
- Libro VI
- Libro VII
- Libro VIII
- Libros a la carta