
- 280 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Mi tío el empleado
Descripción del libro
Mi tío el empleado tells the story of Don Vicente Cuevas, who comes to Cuba from Spain with only a letter of introduction to Mr. Marques de Casa Vetusta. The novel is narrated by Vincent's nephew and denounces colonial officials for their corruption and greed. The story takes place in sordid offices among grotesque opportunists. Martí said his style is so precise that it seems like a blade cutting sheath.
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Información
Editorial
LinkguaAño
2014ISBN de la versión impresa
9788498166583ISBN del libro electrónico
9788499533421VI. El despacho del excelentísimo señor conde Coveo
Aún conservaba al día siguiente el señor conde muy mal humor. Al entrar en su oficina no se dignó contestar uno solo entre los muchos y muy respetuosos saludos que le dirigían cuantos le encontraban. Con paso rápido, como para evitar demoras importunas, se dirigió a su despacho, y una vez allí soltó el paraguas que llevaba, el sombrero, la levita, púsose a empujones una chaquetilla de género ligero, un sombrero de fino tejido, abrió con estrépito una ventana y repicando una campanilla de plata, gritó:
—¡Secretario!
No bien oyó aquella voz y aquel metálico sonido un hombre alto y delgado, que escribía en un aposento contiguo, cuando casi de un salto traspuso la muy regular distancia que desde una a otra habitación había y se presentó ante su jefe:
—¿Ya está eso? —le preguntó el conde.
—Hemos tropezado con una dificultad... —contestó sonriendo amablemente el secretario, que no era otro que don Mateo.
—Cómo, ¿también contrariedades por aquí? ¿O son pretextos de usted para excusarse de no haberlo hecho?
—Pero...
—No; no me replique, ¿en qué quedamos?, ¿está o no está?
—Pues no ha podido estar.
El conde dio una patada en el suelo, su grueso cuello se puso rojo, su mirada algo entorpecida por el sueño y la regalada vida cobró súbita animación.
—Que mal talante traes hoy, querido discípulo; pero es preciso que seas justo, que antes de dejarte dominar por la cólera escuches las razones de aquellos a quienes declaras culpados sin dignarte oírles —aconsejó el antiguo dómine.
—Sí; ya me viene usted con filosofías.
—¡Ah, hijo: si no me dejas concluir! —exclamó don Mateo impacientándose a su vez.
El conde bajó la cabeza y se puso a mover una de las agarraderas de la mesa de su despacho como para distraerse mientras le caía la lluvia de consejos que le iba soltando el ex maestro del pueblo natal del señor conde.
Después de un largo preámbulo en que creyó estar inspiradísimo don Mateo, añadió:
—El artículo octavo del reglamento dice que no son atribuciones del jefe de...
Al oír esto ya no pudo contenerse más el conde, saltó como si le hubiera picado un mal bicho y pegando una fuerte puñada sobre la mesa, vociferó:
—Pero, ¿quién ha dicho eso, don Mateo?, ¿está usted loco?, ¡voto a...!
—Señor conde..., el reglamento lo dice... —balbució don Mateo muy sorprendido de que sus consejos no surtiesen todo el efecto que él esperaba.
—Traiga acá ese reglamento.
Salió don Mateo del despacho y a poco volvió hojeando un librillo de poco volumen.
Detúvose en una de las páginas y la presentó al conde.
Colocóse éste el reglamento entre ambos codos, que tenía apoyados la mesa y sosteniendo con las manos la cabeza púsose a examinar atentísimamente el librillo.
Así se estuvo un rato.
Notábase que su semblante se descomponía con la ira cada vez más. Por fin dijo con ronca voz y fingiendo reír:
—Dígame, don Mateo, no sabe usted que las leyes tienen espíritu.
El bueno del secretario se quedó como quien ve visiones.
—Pues, sí, señor, que lo tienen, sépalo usted; y muchas veces conviene atender más al espíritu que a la expresión literal —afirmó el conde.
Mas a pesar de esto ni uno ni otro quedaron satisfechos con semejante explicación y permanecieron silenciosos otra vez.
El conde seguía con el reglamento entre los codos, fija la vista en sus páginas; y don Mateo de pie ante la mesa del despacho y con las manos metidas en los bolsillos del chaleco.
Pasó un rato.
El conde se roía una tras otra todas las uñas como si esto le proporcionase el modo de resolver la dificultad.
Don Mateo comenzó a sonreír como un bendito.
—Tenga usted el reglamento —le ordenó el conde— y lea ese dichoso artículo, a ver si podemos llegar a entenderlo mejor.
—¡Oh!, no hay que darle más vueltas, querido discípulo, es lo que yo dije.
—Hombre, cállese usted y haga lo que le mando.
Don Mateo leyó:
—«No son atribuciones del jefe de...»
—Basta —interrumpió el conde—, déme acá ese libro.
Don Mateo obedeció, y tomando el conde una de las muchas plumas que había esparcidas sobre la mesa, la mojó apresuradamente en tinta y trazó una raya en las páginas del reglamento.
Luego, con un ademán triunfante, lo alargó a don Mateo:
—Lea usted, ¿qué dice ahora? —le interrogó.
—«Son atribuciones del jefe de...»
—¿Qué tal?
—Que cada vez ratifico más la opinión que de ti formé desde que asistías a mi escuela —respondió don Mateo.
Pero le asaltó de momento una duda.
—¿Y los demás? —dijo.
—¿Están ya repartidos? —le preguntó el conde.
—Todavía...
—Es lo más fácil; bastará borrarles a todos ese dichoso no que está de más. Una errata de impresión.
Y guiñándose maliciosamente un ojo, jefe y secretario, e...
Índice
- Créditos
- Presentación
- Cómo llegó a Cuba mi tío
- I. De arribada
- II. En busca de los reyes
- III. Por la ciudad y en el teatro
- IV. Don Genaro es hombre que promete
- V. La fortuna nos visita a pesar de la lluvia
- VI. En nuestro empleo
- VII. Un empleado honrado
- VIII. Salto elevado y apuros por el aire
- IX. Momentos de crisis
- X. Va sabiendo don Vicente
- XI. Indudablemente ¡sabe mucho!
- XII. Un informe importantísimo
- XIII. Tramitación del excelente informe
- XIV. Mi tío huelga y yo trabajo
- XV. ¡El correo! ¡Trasiego! ¡Filipinas!
- XVI. Bella mañana y bellísima joven
- XVII. Pesetas y amor
- XVIII. Tape y destape de un agujero
- XIX. Oficina de nueva creación
- XX. Percances amorosos
- XXI. Desalojamiento general
- XXII. Dos compadres que disputan
- XXIII. Don Genaro capitula
- XXIV. Intermezzo
- XXV. Estampida final
- Cómo salió de Cuba mi tío
- I. Por la ciudad
- II. En el teatro
- III. En su domicilio
- IV. Inexplicable hastío
- V. Pesquisas matrimoniales
- VI. El despacho del excelentísimo señor conde Coveo
- VII. En busca de una novia
- VIII. Estrategias amorosas
- IX. Otra vez la fortuna bajo un copioso aguacero
- X. Introito
- XI. La cosa marcha
- XII. Un coburgo más
- XIII. Luna de miel
- XIV. Se trabaja activamente en las oficinas
- XV. El festín de Baltasar
- XVI. Afanes del señor conde
- XVII. El muerto al hoyo...
- XVIII. Los preparativos finales
- XIX. Un paréntesis necesario
- XX. Asunto concluido y... ¡a viaje!
- Epílogo
- Libros a la carta