Capítulo siete
La controversia de la subsecuencia
Desde los primeros días del movimiento moderno pentecostal, los pentecostales han proclamado que todos los cristianos pueden, y en realidad deben, experimentar un bautismo en el Espíritu Santo «distinto y subsecuente a la experiencia del nuevo nacimiento».1 Esta doctrina de la subsecuencia fluye naturalmente de la convicción de que el Espíritu vino sobre los discípulos en Pentecostés (Hechos 2), no como la fuente de existencia de un nuevo pacto, sino como la fuente de poder para el testimonio efectivo. Aunque los primeros pensadores evangélicos como R. A. Torrey y A. J. Gordon también defendieron un bautismo en el Espíritu subsecuente a la conversión, teólogos evangélicos más recientes han rechazado ampliamente la doctrina de la subsecuencia, particularmente en su forma pentecostal. Muy influenciado por el trabajo seminal de James Dunn, Baptism in the Holy Spirit [El bautismo en el Espíritu Santo], los evangélicos han comúnmente equiparado al bautismo del Espíritu Santo con la conversión. Así los evangélicos ven al bautismo en el Espíritu como el sine qua non de la existencia cristiana, el elemento esencial en la conversión inicial.
Aunque por años los evangélicos y los pentecostales estuvieron atrincherados en sus respectivas posiciones y rara vez entraron en diálogo, después de 1970 esta situación cambió dramáticamente. James Dunn, simpático pero crítico evaluador de la doctrina pentecostal, marca una división en el pensamiento pentecostal, porque estimuló una irrupción de la reflexión teológica creativa entre los pentecostales. Como resultado, hoy el terreno teológico es considerablemente diferente de aquel de hace treinta años atrás. Sin embargo, a pesar de los cambios importantes, la cuestión de la subsecuencia aun permanece al tope de la agenda teológica actual.
El hecho es reflejado en el libro de Gordon Fee, Gospel and Spirit [Evangelio y Espíritu], que contiene dos artículos sobre esta disputa publicados previamente pero actualizados.2 Ministro pentecostal y notable erudito evangélico, Fee ha sido un activo e influyente participante en el diálogo evangélico-pentecostal posterior a Dunn. Mientras él habla desde el interior de la tradición pentecostal, su punto de vista generalmente refleja prevalecientes actitudes evangélicas. Ofrezco la siguiente evaluación de la posición de Fee sobre la doctrina de la subsecuencia con la esperanza de que pueda resaltar las cuestiones más importantes en la discusión. Específicamente, argumentaré que la discusión de Fee ignora importantes desarrollos en la erudición del Nuevo Testamento y pentecostal, y que cuando esos desarrollos son tenidos en consideración, la intención de Lucas de enseñar un bautismo en el Espíritu distinto (al menos lógicamente si no cronológicamente) de la conversión para cada creyente, la esencia de la doctrina del la subsecuencia, es fácilmente demostrable.
1. La crítica de Fee acerca de la posición pentecostal
Fee ha establecido una reputación perspicaz en el área de la hermenéutica, y su compasiva crítica de la doctrina pentecostal de la subsecuencia se enfoca en la deficiencia en esta área. Él nota que los pentecostales generalmente sostienen su reclamo de que el bautismo en el Espíritu es distinto de la conversión apelando a varios episodios registrados en el libro de los Hechos. Este enfoque, en su forma más común, apela a la experiencia de los samaritanos (Hechos 8), Pablo (cap. 9) y los efesios (cap. 19) como un modelo normativo para todos los cristianos. Pero Fee, siguiendo la dirección de muchos evangélicos, mantiene que esta línea de argumentación descansa en un fundamento hermenéutico vacilante. Su fundamental defecto es que falla en reconocer el género del libro de Hechos. Este libro es una descripción de hechos históricos. A menos que estemos preparados para elegir líderes eclesiásticos echando la suerte, o estemos dispuestos a estimular a los miembros de la iglesia a vender todos sus bienes, no podemos simplemente asumir que la narración de una historia en particular provee las bases para la normativa teológica.
La preocupación de Fee es legítima: ¿Cómo distinguimos entre esos aspectos de la narrativa de Lucas que son normativos de los que no lo son? Su respuesta es que el precedente histórico, si es «para tener valor normativo, debe ser afín con la intención».3 Es decir, los pentecostales deben demostrar que Lucas intentó que los episodios comúnmente citados en Hechos fueran para establecer un precedente para futuros cristianos. De otra manera, los pentecostales no pueden legítimamente hablar de un bautismo en el Espíritu distinto de la conversión que es en algún sentido normativa para la iglesia. Según Fee, aquí es exactamente donde la posición pentecostal falla.
Fee describe dos clases de argumentos ofrecidos por los pentecostales: argumentos de la analogía bíblica y argumentos de precedentes bíblicos. (1) Los argumentos de la analogía bíblica apuntan a la experiencia de Jesús en el Jordán (subsecuente a su milagroso nacimiento por el Espíritu) como modelo normativo de la experiencia cristiana. Pero estos argumentos, como todos los argumentos de la analogía bíblica, son problemáticos porque, para Fee, «rara vez puede ser demostrado que nuestras analogías son intencionales en el texto bíblico en sí mismo».4 Estas pretendidas analogías son particularmente problemáticas porque las experiencias de Jesús y los apóstoles, viniendo a ser previas a «la gran línea de demarcación», el día de Pentecostés, «son de una clase tan diferente de la experiencia posterior cristiana que escasamente pueden tener valor normativo».5
(2) Los argumentos de los precedentes bíblicos buscan hallar un patrón normativo de la experiencia cristiana en la experiencia de los samaritanos, de Pablo y de los efesios. Fee asevera que estos argumentos también fracasan en convencer porque no puede ser demostrado que Lucas intentó presentar en estas narrativas un modelo normativo. El problema aquí es doble. (a) La evidencia no es uniforme: De cualquier manera que veamos la experiencia de los samaritanos y de los efesios, Cornelio y su familia (Hechos 10) aparecen para recibir el Espíritu mientras se convierten. (b) Aun cuando la subsecuencia pueda ser demostrada, como con los samaritanos en Hechos 8, es dudoso si esto se puede ligar con la intención de Lucas. Fee sugiere que la intención primaria de Lucas era la experiencia de los cristianos mientras el evangelio se esparcía más allá de Jerusalén.6
Esto lleva a Fee a rechazar la posición tradicional pentecostal. Él concluye que un bautismo en el Espíritu distinto de la conversión y con el propósito de dar poder no es «ni enseñado claramente en el Nuevo Testamento ni necesariamente visto como un modelo normativo (aun menos el único modelo) para la experiencia cristiana».7 Sin embargo, este rechazo a la subsecuencia es, de acuerdo a Fee, realmente de poca importancia, porque la verdad central que marca al pentecostalismo es su énfasis en el dinámico y poderoso carácter de la experiencia del Espíritu. Si la presencia poderosa del Espíritu es experimentada en la conversión o después, es en definitiva irrelevante, e insistir que todo debe ir «por una ruta» es decir más de lo que el Nuevo Testamento autoriza.8 Resumiendo, Fee mantiene que aunque los pentecostales necesitan reformular su teología, su experiencia es válida.
Antes que vayamos a una evaluación de la posición de Fee, se necesitan marcar dos puntos. (1) Aunque Fee sugiere que su crítica de la subsecuencia no impacta las esencias del pentecostalismo, esta pretensión es cuestionable. Debe notarse que la posición de Fee es teológicamente indistinguible de las de otros eruditos evangélicos, James Dunn en particular. Su mensaje esencial es que los pentecostales no tienen, en términos teológicos, nada nuevo que ofrecer al amplio mundo evangélico. Mientras que el fervor pentecostal sirve como un recordatorio de que la experiencia cristiana tiene una dimensión dinámica y poderosa, la teología que le da definición y expectativa a esta dimensión es rechazada. Además, la crítica de Fee no cuestiona simplemente la comprensión pentecostal del momento del bautismo en el Espíritu (por ejemplo, si es experimentada simultáneamente a la conversión o después de esta), pero desafía la comprensión pentecostal de esta experiencia en su nivel más profundo. La cuestión central es si el bautismo en el Espíritu en el sentido pentecostal (Hechos 2) puede o no ser equiparado a la conversión. Los evangélicos afirman que los dos son uno y Fee asiente, aun cuando él reconoce que el carácter dinámico y carismático de la experiencia (por una variedad de razones) en nuestro contexto moderno usualmente es escaso. La afirmación de Fee, calificada como es, aun socava aspectos cruciales de la teología pentecostal. Los pentecostales, como hemos notado, han generalmente afirmado que el propósito del bautismo en el Espíritu es dar poder a los creyentes para que ellos puedan testificar con efectividad. La comprensión misionológica del bautismo en el Espíritu, enraizada en el relato pentecostal de Hechos 1-2, da una importante definición a esta experiencia. En contraste con las vagas descripciones de Fee acerca del bautismo en el Espíritu como «dinámico», «poderoso», o aun «carismático», los pentecostales han articulado que este tiene un propósito claro: revestir de poder para una misión.
Cuando el don pentecostal es confundido con la conversión, este enfoque misionológico se pierde. El pentecostalismo se vuelve cristianismo con fervor (cualquier cosa que eso signifique) antes de cristianismo con poder para una misión. Además, este empañamiento del enfoque inevitablemente disminuye el sentido de expectativa de uno. Porque siempre es posible discutir, como la mayoría de los evangélicos lo hacen, que mientras todos experimentan la dimensión soteriológica del don pentecostal en la conversión, solo unos pocos selectos reciben el don del poder misionológico. El esfuerzo de Fee para retener un sentido de expectativa, aun rechazando la distinción entre el bautismo en el Espíritu y la conversión, fracasa en este punto.
La línea final es esta: Si Fee tiene razón, los pentecostales no pueden seguir hablando de una capacitación del Espíritu que es distinta de la conversión y disponible a todo creyente, al menos no con el mismo sentido de expectativa, ni pueden los pentecostales sostener que el principal propósito de este don es conceder poder para la misión. Recapitulando, la doctrina de la subsecuencia articula una convicción crucial para la teología y práctica pentecostal: el bautismo en el Espíritu, en el sentido pentecostal, es distinto (al menos lógicamente, si no cronológicamente) de la conversión. Esta convicción, yo añadiría, es integral con el continuo sentido de expectativa del pentecostalismo y su efectividad en la misión.
(2) Aunque Fee enfoca nuestra atención en un importante tema (por ejemplo, la naturaleza de la intención teológica de Lucas), su crítica está basada en una presunción fundamental. Repetidamente él establece que «en el Nuevo Testamento la presencia del Espíritu era el elemento principal de la conversión cristiana».9 En verdad, Fee declara que «lo que debemos entender es que el Espíritu era el elemento principal, el ingrediente primario», de la existencia del nuevo pacto.10 Esta es la perspectiva de Pablo, ¡y de Lucas también! Confiadamente, Fee escribe que «en este análisis de cosas, me parece que todos los eruditos del Nuevo Testamento estarán en general de acuerdo».11
De esta manera, en realidad, el artículo de Fee hace surgir dos importantes preguntas: (1) ¿Fue la intención de Lucas que nosotros entendiéramos que el bautismo en el Espíritu es un don distinto de la conversión, dándonos poder para ser testigos efectivos y disponible para todo creyente? (2) ¿Es verdad que los escritores del Nuevo Testamento presentan en forma uniforme el don del Espíritu como el elemento principal de la conversión inicial? Lo que resta de este capítulo buscará contestar estas preguntas. Comenzaremos con la última, dado que esto toca una suposición fundamental del argumento de Fee.
2. El nuevo contexto: definición de la crucial controversia
Como notamos arriba, la crítica de Fee acerca de la posición de los pentecostales se centra en los defectos hermenéuticos, particularmente el uso de los precedentes históricos como una base para establecer una normativa teológica, Fee hábilmente demuestra la debilidad inherente en los argumentos tradicionales pentecostales basado en analogías fáciles de episodios seleccionados de Hechos. Aquí escuchamos un eco de las críticas que oportunamente hizo James Dunn de los argumentos para la subsecuencia basado en una confluencia de Juan 20:22 con la narrativa de Lucas en Hechos.12
Al publicarse originalmente los artículos de ...