Modelos de familia
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Modelos de familia

Conocer y resolver los problemas entre padres e hijos

Nardone, Giorgio

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Modelos de familia

Conocer y resolver los problemas entre padres e hijos

Nardone, Giorgio

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Esta obra ofrece en primer lugar una definción de la familia moderna caracterizada cada vez más como "nuclear", y por el hecho de que los hijos no tienen prisa alguna por separarse de los padres y organizar autónomamente su vida. El tema central son los problemas de la adolescencia, que pueden ser más graves en el modelo actual de familia porque las relaciones de dependencia y de complementariedad contraproducente tienden a eternizarse. En este sentido, los autores hablan incluso de una prolongación de la adolescencia, a veces, hasta los 30 años. La exposición de los problemas que pueden producirse en la relación entre padres e hijos está organizada a modo de una útil clasificación de los diversos modelos de interacción. Como ilustración de cada modelo, se incluyen casos clínicos que permiten que, en la práctica y pese a las diferencias individuales, se pueda detectar una serie relativamente limitada de esquemas de conducta. De este modo la clasificación contribuye a reflejar el enfoque de la terapia breve para la cual, al mismo tiempo, resulta de gran utilidad como armazón para captar rápidamente los fallos en la dinámica, y para proponer las soluciones adecuadas.

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Información

Año
2013
ISBN
9788425431104

Capítulo 1

La evolución de la familia

De la privación afectiva a la hiperprotección

Una primera ojeada
no nos da las ideas de las cosas que se ven.
Abad de Condillac, La Lógica
Desde la posguerra hasta hoy, en Italia la organización de la familia presenta una notable evolución, basada en los cambios socioeconómicos y culturales que han caracterizado los últimos 50 años. Asistimos, de hecho, al paso de una tipología de familia puramente «patriarcal» a otra «nuclear». Según las más recientes estadísticas ISTAT, últimamente ha disminuido el número medio de los componentes de la familia, ha aumentado la elección del hijo único y asistimos a la formación de árboles genealógicos invertidos en los que las atenciones de los padres, abuelos, tíos y tías se dirigen exclusivamente en este hijo único.
La disponibilidad cultural y social para hacerse cargo de la formación y del mantenimiento de las nuevas generaciones y el agravante del problema del desempleo retrasan cada vez más la salida de casa de los jóvenes. De hecho, el 70% de los jóvenes hasta 30 años, sobre todo varones, aunque con autonomía económica, continúan cohabitando con sus padres, bajo el ala materna.3 Se habla, en definitiva, de «familia larga» en la que la convivencia se establece entre personas adultas. Este fenómeno se verifica sobre todo en Italia. En 19994 la revista Time dedicó una encuesta a esta realidad entrevistando familias en las que todavía vivían hijos de más de 30 años, a pesar de tener ya una ocupación y, por tanto, ser económicamente independientes. A la pregunta de los motivos que empujaban a esta elección, los treintañeros respondían: «¿Para qué irme a vivir solo? Mi madre me mima, ella cocina ella mejor que el restaurante, las camisas las plancha muy bien, encuentro mi habitación siempre ordenada y perfumada; mi padre me resuelve todas las dificultades: va en mi lugar a hacer las gestiones, a la compañía de seguros, a buscar el correo, a hacer cola en los despachos, al banco, lleva y recoge mi coche del mecánico, es fantástico!». Y los padres, por su parte, afirman: «El amor nunca ha hecho daño. ¿Quién mejor que nosotros, los padres, puede ayudarle en sus dificultades? Está con nosotros porque sabe que siempre puede contar con nuestra comprensión».
La complementariedad entre la posición protectora de los padres y la de privilegio que requieren los hijos es perfecta. Pero el hecho es que este tipo de interacción que se basa en una forma de complicidad entre padres e hijos, ambos felices por el mantenimiento de la familia original, es en realidad una forma patógena de relación familiar. Su patogénesis reside en retrasar, e incluso bloquear, el recorrido natural evolutivo del joven, que para llegar a ser adulto necesita volverse autónomo e independiente, y ha de ser capaz de asumir responsabilidad personal y social.
A este respecto nos concedemos una breve digresión a través de la teoría y los estudios sobre la evolución del ser humano y de sus relaciones con sus semejantes y el mundo que le rodea.
En la historia de la psicología de la edad evolutiva encontramos etapas culturales que han distinguido el modo de considerar la infancia en los últimos siglos y han realizado el paso de una visión «centrada en el adulto» a otra «centrada en el niño» típica de nuestra sociedad.5
La teoría del homúnculo resistió hasta el siglo xvii. Esta teoría afirmaba que en el espermatozoide había un adulto en miniatura, que aumentaba en sus dimensiones pero que permanecía inmutable desde un punto de vista físico y psíquico. Esto llevaba, por ejemplo, a representar a los niños en las obras pictóricas como adultos poco desarrollados y un poco deformes, y a presentarlos en las obras literarias con intereses, motivaciones y estrategias de resolución de problemas similares a las de los adultos. En consecuencia, al educarlos se tendía a ser poco tolerante y a castigarlos duramente cuando mostraban comportamientos poco responsables.
Fue el filósofo Jean-Jacques Rousseau uno de los primeros en discutir esta visión centrada en el adulto cuando afirmó que la infancia tiene su propio modo de ver, pensar y sentir, y que existen estadios evolutivos con características propias: estadios de desarrollo estudiados después por Sigmund Freud, en lo que respecta al desarrollo afectivo, y por Jean Piaget en el desarrollo cognitivo.
La teoría de las relaciones objetuales (Spitz, Klein, Winni­cott, Mahler, Bowlby) puso después de manifiesto la importancia de la relación con la madre y con las figuras de la sustituyen, y estudió los diversos tipos de relación y sus consecuencias para el desarrollo psíquico del niño.6
Este desplazamiento hacia un enfoque «centrado en el niño» ha permitido comprenderlo mejor, ha contribuido a mejorar el comportamiento tutelar y educativo del adulto en sus relaciones, ha proporcionado el impulso necesario para abolir la explotación del trabajo juvenil, ha dado vida a métodos de enseñanza menos autoritarios y más orientados al dialogo, favorables a una mejor comunicación entre profesor y alumno; se ha vuelto, finalmente, más sensible a los efectos devastadores que los maltratos, la pobreza, la enfermedad y las privaciones afectivas tienen sobre los niños.
Pero cualquier intuición válida puede convertirse en una caricatura grotesca de sí misma si se exaspera en su aplicación, se simplifica demasiado o se extrapola de su propio contexto. La bibliografía pedagógica de los últimos decenios ha presentado a los padres una serie de conceptos, mitos, afirmaciones seudocientíficas, posiciones ideológicas no verificadas que han sido divulgadas por los medios de comunicación y legitimadas por aplicaciones erróneas de las teorías y descubrimientos científicos. Esto ha desorientado a los padres que, en vez proporcionar una guía a los hijos a través de la complejidad de la vida, han sido empujados a crear entorno a ellos un zona segura que les protege de la realidad externa, vivida como no controlable y peligrosa.
Una de estas teorías catastróficas es que para salvaguardar las dotes innatas y cultivar la creatividad, primero del niño y después del adolescente, tanto en casa como en el colegio, es necesario un método permisivo sin reglas, incentivos, recompensas o castigos que podrían dañarle porque generan estrés, frustraciones y traumas. Esto reprimiría su vitalidad o, peor, crearía problemas psicológicos al no considerar, como en cambio afirma Piaget, que tanto el niño como el adolescente aprenden a conocer el mundo y sus propias capacidades a través de las propias acciones y de sus efectos. En otras palabras, sólo a través de la experiencia de obstáculos superados puede el joven estructurar la con fianza en sus propios recursos y el propio equilibrio psicológico.
Otra desastrosa asunción teórica es aquella según la cual para resolver el problema del joven basta reforzar la estima que él tiene de sí mismo. Tenemos que asegurarle, cada día, que es «fantástico» en todos los campos, transmitiéndole directamente, a través de las palabras, la autoestima que, en cambio, si no se establece a través una sólida base de conquistas y de éxitos, permanece vacía de significado y puede, por lo tanto, generar un desconfianza del adolescente hacia sí mismo y hacia los mensajes de sinceridad de los adultos. La autoestima se conquista a través de las experiencias personales, no puede ser donada por los demás.
Otra idea deletérea profundamente enraizada en la cultura contemporánea es aquella que considera a la madre como la principal artífice de la vida del hijo. Se le atribuye la culpa de todos sus problemas ya que, si ha tenido privaciones afectivas, la madre no ha sido lo «suficientemente buena». Si no ha existido una «base segura» o no ha habido el enfant bonding (contacto físico con la madre biológica en las horas inmediatamente siguientes al parto), no estará garantizado el desarrollo normal del hijo, surgirán toda una serie de trastornos de la personalidad y del comportamiento que llevaran a verdaderas y profundas alteraciones mentales en personas adultas. Está claro que estas teorías llevan a los padres a desarrollar comportamientos educativos ansiógenos que se basan fundamentalmente en cubrir al hijo de atenciones afectivas. Así, para evitar un riesgo, se crea el opuesto, por miedo a privarle de algo se le hiperprotege.
En las disciplinas que se ocupan de la salud mental, se observa, en este mismo sentido, un exceso de consideración del fenómeno de familias que maltratan y familias que causan privaciones. Se afirma que dentro de un adolescente problemático hay una familia que maltrata. A nosotros nos parece que esto es el efecto de teorías ya obsoletas que tenían validez en los años anteriores a la guerra y en la posguerra, cuando la familia tenía una estructura que se basaba en una rígida jerarquía y en una educación represiva. Hoy estas realidades familiares están claramente en disminución, pero las teorías no han sido puestas al día, ignorando lo que sucede en el mundo y cómo ha cambiado la familia.
Hoy, de hecho, la situación parece haberse invertido completamente: el verdadero problema ya no es la privación afectiva sino la hiperprotección.
Jerome Kagan, un famoso estudioso de la edad evolutiva, se ha ocupado, en un estudio prospectivo que ha durado más de diez años,7 de las diferencias entre familias hiperprotectoras —con este término se entiende una familia dentro de la cual existe un clima basado en el hecho que los adultos sustituyen continuamente a los jóvenes, hacen las cosas en su lugar, intentan ayudarles, eliminar sus dificultades por temor a que se conviertan en neuróticos o enfermos— y otros tipos de organización familiar. Su interés se centraba en la evolución de la estabilidad emocional del miembro joven y ha demostrado que justamente en las familias hiperprotectoras se encuentran más a menudo trastornos psicológicos de la adolescencia, de tipo ansioso, obsesivo, fóbico, depresivo y trastornos alimentarios.
Michel Yapko, uno de los mayores expertos mundiales en el estudio y el tratamiento de la depresión, opina que la familia que evita responsabilidades puede crear el clima ideal para hacer emerger trastornos en la adolescencia.
No es nuestra intención hacer un nuevo proceso a la familia, ya se han hecho muchos; es más, estamos convencidos de que los padres, en cualquiera de sus comportamientos en relación con sus hijos, están movidos por las mejores intenciones, por el deseo de hacer el bien al hijo. Desde nuestro punto de vista, los problemas relativos a la familia se deben, en parte, a la evolución de la sociedad italiana y latina hacia un mundo mucho más cómodo y, en parte, son el fruto de una excesiva culpabilización de los padres localizada en una serie de teorías, de modelos extremadamente difusos. En teoría, si los padres dan una bofetada a un hijo, éste puede llamar al «teléfono del menor» y hacer que los procesen por malos tratos. Si los padres se enfadan y se enfurecen, se llama a los asistentes sociales. Si los padres no ayudan constantemente a los hijos en los estudios, son unos irresponsables, culpables de los fracasos del hijo. La lista de ejemplos podría ser infinita. Hoy, en Italia, se ha llegado a una situación de frecuentes paradojas en la gestión de la relación entre adultos y jóvenes.
En relación con esto son interesantes los datos de un estudio prospectivo, dirigido por expertos de una universidad americana y de una sueca.8 Este grupo ha observado los efectos de un cierto estilo educativo y ha medido lo que sucede en las familias en las que no existen determinadas intervenciones punitivas, donde, por ejemplo, los padres nunca se han permitido dar una bofetada a los hijos, y lo que ocurre en las familias en las que los padres usan esta antigua forma de acción correctiva. Naturalmente, aquí no estamos hablando de la represión violenta, de maltratos o de los padres que descargan sobre los hijos toda su agresividad, sino de utilizar un incisivo gesto de comunicación no verbal más útil que mil palabras para restablecer ya sea la jerarquía, ya sea el sentido del límite cuando el hijo parece haberlo perdido. El dato que nos parece interesante es que en el seno de las familias con un estilo educativo que permite el bofetón como correctivo ante acciones incorrectas, resulta que los hijos poseen una estabilidad emocional más sólida y segura, respecto a los hijos de las familias en las que existe un clima permisivo.
¿Cómo es posible? La respuesta es simple y desarmante, y nos viene directamente de los hijos. Jóvenes adolescentes, cuando hablan de los padres, ¿sabéis que dicen a menudo? «No puedo contar con él». «¿Por qué no puedes contar con él?» «No puedo contar con él porque no tiene pelotas». Y así, este adolescente en la búsqueda de modelos fuertes y afirmativos puede encontrarse y quedar fascinado por aquel que lanza piedras desde la autopista o del terrorista del estadio, etc. Justamente porque en la familia no halla modelos de comportamiento, o peor aún, porque no encuentran puntos de referencia seguros, los hijos pueden buscar en otro lugar modelos de fuerza y determinación que imitar; y puesto que, por desgracia, la mayoría de los héroes sociales actuales son negativos, no hay que sorprenderse de que jóvenes de buena familia puedan transformarse en rebeldes violentos o adolescentes antisociales. Unos padres permisivos que se dejan someter por un hijo, que no son capaces de imponerse cuando hace falta, son buenos, dulces y afectuosos, pero no existe un punto de referencia, envían al hijo el mensaje siguiente: mis padres no son capaces de ayudarme, de apoyarme, de ofrecerme protección ya que nunca me demuestran firmeza ni determinación.
Por tanto, la familia italiana, de un modelo rígido basado en una estructura caracterizada también por actos reales de violencia y de privación afectiva, ha evolucionado hacia un estilo que se basa en una permisividad extrema y en la hiperprotección. Además, desde los años setenta ha surgido una extraña forma de búsqueda de la amistad entre padres e hijos: madre e hija: «seamos amigas», padre e hijo: «seamos amigos». Pero un padre no puede nunca ser amigo del hijo: son dos roles diferentes. Se arriesga a ser amigo y ya no se es más padre. Se puede estar en una relación de complicidad, pero no se pueden comportar como iguales, porque de hecho no lo son. Y, si esto ocurre, ya no existe fiabilidad como padres. Ésta, que puede parecer una banalidad, es, sin embargo, la fuente de muchos problemas, clínicos o sociales, del adolescente moderno.
Finalmente, otra característica de la Italia de hoy es la constitución de varias asociaciones de padres que, periódicamente, protestan para proteger a los hijos de una sociedad presuntamente peligrosa y descarriada. Por ejemplo, pretenden adelantar el horario de cierre de las discotecas, pero de todas formas sus hijos se emborrachan, o causan incidentes callejeros porque están cansados. Ninguno de ellos ha pensado que el problema no es tanto el horario de las discotecas como el hecho de que el hijo no hace caso de nada. Y entonces queremos la sociedad de las prohibiciones protectoras porque nuestros hijos no son capaces de escoger: pero esto equivale a declarar que son unos deficientes. Pero lo que es «deficiente» en ellos es la experiencia de obstáculos que superar también a través de la fatiga y de la frustración, que los haga conscientes de sus propios recursos poniéndolos a prueba. Como afirmaba Piaget, el adolescente construye su propio mundo a través de las experiencias concretas que le permiten anticipar las situaciones, construir repertorios, mapas, sistemas perceptivo-cognitivos para afrontar las diversas circunstancias de la vida.
Lo que se observa hoy, y en lo que coinciden expertos e investigadores que estudian la familia, es que la familia latina es una familia extremadamente distinta de la anglosajona o del norte de Europa. Destaca por su nuclearidad, una cerrazón protectora en torno a sus miembros, un temor a causarles daño, de no hacerles sentir iguales a los demás. Pensemos en las colas de coches delante del colegio a la hora de la salida; con los transportes públicos o a pie, pobrecitos, se mojarían si lloviera, comerían más tarde o podrían tener malos encuentros. Invitamos al lector a reflexionar sobre cuántos padres ayudan a los hijos a hacer sus deberes cada día y a cualquier edad, para evitar que queden mal y sufran. De este modo crecerán alimentando en sí mismos la idea de que solos, sin sus padres, no podrán hacer nada, inseguros de sí mismos y de sus propias capacidades. Piénsese en aquellos padres que solucionan cualquier problema del hijo: ¿la policía municipal les retira durante unos meses el permiso de circulación de la moto porque el hijo conducía sin casco? No hay problema, o le dejamos circular sin permiso o le proporcionamos otra moto, siempre sin casco, porque por otro lado el casco no se lo quiere poner porque le estropea el peinado, en absoluto podemos matarle... Si después pierde el teléfono móvil, o se lo deja robar por prestar poca atención, hay que comprarle otro enseguida: por descontado que no puede estar sin, ¡todos lo tienen! Si tiene un accidente y destroza el coche, y aunqu...

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