La cabra canta
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La cabra canta

La libertad de elegir el lado bueno de la vida

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  3. Disponible en iOS y Android
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La cabra canta

La libertad de elegir el lado bueno de la vida

Descripción del libro

La obra que el lector tiene en sus manos propone una receta práctica que intenta reflotar la dimensión cognitiva de nuestras emociones. Libertad y racionalidad se reconstruyen a través de un diálogo en el que se renuncia a cualquier pretensión de seguridad o certeza definitiva, ya que nuestra vida, en el fondo, no es más que un continuo experimento social. Cada día reflexionamos sobre lo que acontece, definimos su significado y nos comportamos en consecuencia. El objetivo es vivir mejor, con nosotros mismos y con los demás.

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Información

Año
2012
ISBN de la versión impresa
9788425426711
ISBN del libro electrónico
9788425430107
Categoría
Psychology
 
Un milagro suplementario, como todo:
lo inimaginable es imaginable.
WISLAWA SZYMBORSKA
 
 
INTRODUCCIÓN: EL OSITO DEL PING-PONG
Nadie puede jugar al ping-pong solo. Ni bailar el tango, el vals o el cha-cha-chá. Es una cuestión de hecho.
Por lo que si alguien tiene deseos de alguna de estas cosas, tiene forzosamente un problema: tiene que contar con otros y esperar que estos, igual que él, sientan el deseo de compartir algo que pueda dar satisfacción mutua, como jugar al ping-pong o bailar el tango. Indefectiblemente, si queremos algo que implica a otros, como jugar al ping-pong, nos exponemos al efecto de sus deseos sobre nosotros: a la posibilidad de que sus deseos choquen con los nuestros. Y puede suceder que el otro quiera, sí, jugar al ping-pong, pero no tan a menudo, o no aquí, o no ahora, o de otra manera, o no conmigo ni contigo, o que entienda alguna otra cosa por «jugar al ping-pong»... o que no quiera jugar en absoluto.
Lo que vale para «jugar al ping-pong» vale para cualquier otra actividad que tenga que ver con los demás.
Supongamos que existe una especie animal que, por instinto, juega al ping-pong; llamémosla el osito del ping-pong y preguntémonos si también esa especie se encuentra con idénticos problemas: es fácil imaginar que no será éste el caso. La guía del instinto garantiza al osito del ping-pong comportamientos adecuados, previstos por la naturaleza, y no permite la aparición de deseos alternativos, ni por tanto problemas correlacionados. Si verdaderamente existiera un osito del ping-pong, muy probablemente jugaría con gran maestría, y siempre de la misma manera, con sus semejantes, y ninguno de ellos causaría problemas dignos de mención a los demás. Bien mirado, no serían los ositos en particular quienes jugarían, sino la naturaleza misma de la especie que jugaría a través de cada uno de ellos. Podemos saberlo todo del osito del ping-pong, pero no sabremos nunca qué se siente siendo un osito del ping-pong.
A nosotros, ejemplares de la especie humana, no nos guía el instinto, no vivimos en función de una naturaleza siempre igual sino en función de la cultura, o sea, de significados, conceptos y valores, es decir, de los productos culturales que nosotros mismos creamos y añadimos a la naturaleza. Así cambiamos la naturaleza misma, y gracias a la liberación del instinto somos capaces de adaptarnos a las situaciones siempre nuevas que contribuimos a crear.
La cultura es el conjunto de respuestas hasta ahora pensadas a las necesidades de la especie humana, la herencia de instrumentos que, empleados de una manera apropiada, ayudan a hacernos cargo de nuestro querer vivir mejor.
Somos animales de la posibilidad, un concepto que existe solo en la mente de quien la entiende como tal. El significado sustituye al instinto, y nuestra libertad de asignarlo y de cambiarlo crea la incertidumbre y la contingencia típica de nuestra existencia: no sabemos nunca qué significados está asignando otro sujeto, mientras nosotros asignamos los nuestros en nuestra forma de gestionar la apertura a posibilidades siempre nuevas. Pero todo comportamiento depende de algún significado, toda acción nuestra sucede en función de nuestras motivaciones y valoraciones. Por ejemplo, si continúas leyendo este libro, lo haces en función del significado que estás asignando a lo que lees («hmm, interesante...»), si abandonas el libro en el estante lo haces en función de otro significado distinto («¡uf!, qué aburrimiento...»). Mi comportamiento (escribir) depende del significado que doy a lo que estoy haciendo (lo considero útil). Puedo escribir aquí que descubriremos juntos cómo asignamos significados, y por tanto cómo cambiarlos, pero no puedo prever qué significado darás a esta afirmación mía, y por tanto qué comportamientos tuyos van a seguir. Esta inestabilidad fundamental puede ser vista como un gran recurso de nuestra especie, nuestra apertura continua a la potencialidad, al cambio, a la sorpresa, a la innovación: a poder aprender, siempre. O puede interpretarse como un problema. En todo caso, cualquiera que sea el significado que asignemos será un significado que hemos inventado por nosotros mismos, y que existe, por naturaleza, exclusivamente en la cabeza de las personas que lo imaginan.
El vínculo entre naturaleza humana y cultura, la articulación móvil, la fragua de significados y de potencialidades, es el cerebro, con la materialidad del cuerpo que lo contiene, hacedor y producto de las interconexiones culturales. Nuestra mente es el resultado de centenares de miles de años de evolución, y no me refiero a la mente en abstracto, sino a la nuestra, la que tenemos, en nuestra experiencia vital, ésa que cada uno de nosotros siente como suya, ahora, mientras leemos. Tu mente es, pues, un prototipo de cualidad, uno de los últimos modelos producidos por la evolución, que se han mostrado adaptados a la vida sobre nuestro planeta. Pero la mente, algo que está vivo en nosotros, en ti y en mí, que siente que lo está y razona sobre cómo sea ello posible, es también el órgano que produce el concepto de «cualidad» y cualquier otro, así como la posibilidad misma de dar una valoración: decir que estamos «adaptados», por ejemplo, añade al mundo de la experiencia una cualidad que creamos nosotros mismos, autónomamente. Toda valoración es una invención nuestra autorreferencial: se refiere a conceptos creados por nosotros mismos. Lo que pensamos realiza la cualidad de nuestra vivencia. En la lengua coreana, por ejemplo, no existe un término que indique el concepto de «elección» activa, pero se traduce con una palabra compuesta (Sõn-Taik) por dos conceptos: «echar a suertes (Sõn) y rechazar un daño (Taik)». La suposición subyacente es que lo que los occidentales llamamos libre elección es una forma de comportarnos aceptando y/o rechazando aquello que nos toca en suerte (Chang, 2006). La cualidad de nuestra vida cambia si, como en este caso, el concepto que tenemos a disposición implica una idea de pasividad, de pura respuesta a lo que «nos sale al encuentro».
Con nuestras mentes estamos siempre en red y en relación, desde nuestro nacimiento, y construimos lo que denominamos nuestra identidad en un contexto específico de relaciones interpersonales, tomando constantemente decisiones: elecciones más o menos conscientes. Son las emociones las que nos indican en qué dirección hay que elegir: sentimos lo que nos concierne. Podemos fiarnos de lo que sentimos, observar qué hacemos para sentirnos así, y reflexionar sobre ello. Haciéndolo, descubrimos de inmediato la dimensión cognitiva de las emociones, su dependencia de interpretaciones y juicios, y nos sentimos de otro modo.
El de nuestra mente es un ámbito que no abandonaremos en toda la vida. Las neurociencias estudian desde hace años los procesos neuronales capaces de representarnos un mundo unitario, sólido, material, junto a un yo que se cree consistente y que ve formas, luces y colores, un mundo en el que hay ondas electromagnéticas, partículas, átomos, bucles espaciotemporales, cuerdas cósmicas y quién sabe qué otras cosas más. Conocemos nuestro ambiente tal como nos lo presenta el cerebro, la película de nuestra vida es una construcción suya, una selección que se verifica en distintos planos de conciencia. Vemos lo que vemos, pero no nos damos cuenta de lo que nos perdemos, de lo que, por ejemplo, es demasiado rápido o demasiado lento para quedar registrado por nuestra percepción. No obstante, la limitación de nuestra manera subjetiva de ver el mundo es una prisión flexible: puesto que la crea nuestra mente, que hasta cierto punto puede darse cuenta de hacerlo, podemos cambiar la realidad, por lo menos en lo que se refiere a la interpretación que de ella hacemos, sus cualidades en nuestra vivencia subjetiva, ese centrarnos nosotros en determinados aspectos y no en otros de la experiencia, y cómo todo esto condiciona los significados que asignamos al mundo. La guía segura del instinto nos abandonó hace miles de años, por lo que en cierto sentido estamos condenados a ser libres, no nos queda más remedio que elegir. Ésta es nuestra condición como seres humanos. No somos libres de no ser libres, nos encontramos en esta existencia, con las condiciones impuestas por nuestra naturaleza-cultura, pero somos libres de elegir si elegimos ser conscientemente libres y de qué modo vivir esta situación nuestra, y qué clase de cualidades le asignamos.
Quizá también en nuestro caso sea la naturaleza humana misma la que «juega» a través de cada ejemplar individual; pero, por lo general, no lo vivimos así, sentimos en primera persona que somos individuos, especiales, únicos, y que nuestras elecciones son nuestras y que nos caracterizan, precisamente en cuanto tenemos la sensación de ser libres de elegir, y por tanto libres del automatismo del instinto.
Quizá sintamos simpatía por el osito del ping-pong y es posible que a veces lo envidiemos algo. A pesar de todos nuestros recursos de seres humanos imaginativos, siempre estamos a punto de sentirnos a disgusto, inadaptados, ansiosos, dubitativos y hasta fracasados. Nos sentimos inseguros y nos gustaría que no fuera así. Estamos ansiosos por construirnos una identidad estable, que rechace la «impermanencia» de todas las cosas, incluida la de nuestro cuerpo, hecho de células y átomos que duran solo un tiempo relativamente breve. ¡Qué hermoso sería poder ser un osito del ping-pong en una comunidad de ositos del ping-pong! Y no poder plantearse siquiera el problema de lo que «debe» hacerse. ¡Ni el osito del ping-pong ni las cebras padecen úlcera de estómago! (Sapolsky, 32008).
Pero somos seres humanos y nuestra insatisfacción e inquietud, nuestro secreto resentimiento contra el status quo, nos lo confirman: somos seres humanos sensibles, que a veces no llegan a conocer del todo sus recursos, incluido el de saber imaginar lo que llamamos libertad.
La libertad de elección y la de imaginar nos caracterizan como seres humanos y constituyen la base de nuestra dignidad de personas responsables. La tesis es: siempre podemos tomar decisiones, y éstas son muchas más de lo que creemos.
Una elección que parece mínima es la interpretativa: ¿qué significado asigno a lo que simplemente sucede? Parece mínima y, sin embargo, con ella sentimos la cualidad que tiene para nosotros la experiencia.
Tener recursos quiere decir ser capaces. Como seres humanos, somos capaces de entusiasmarnos, de creer en valores...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. Índice
  6. Introducción: El osito del ping-pong
  7. Notas
  8. Información adicional