Etapas del desarrollo
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Wild, Rebecca

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Etapas del desarrollo

Wild, Rebecca

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En esta nueva obra, Rebeca Wild centra su análisis en los primeros 24 años de la vida humana, en los cuales la naturaleza tiene sus propias estrategias de crecimiento biológico, lo que implica que de acuerdo a un plan inherente en el potencial humano los individuos pueden crear los instrumentos necesarios que les permitirán vivir en este planeta con sentido, creando en sus cuerpos espacios amplios, dentro de los cuales su ser interno pueda seguir creciendo y proyectándose en el mundo exterior.

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Información

Año
2012
ISBN
9788425429835
Categoría
Pedagogía

La etapa de desarrollo de los adultos

¿Qué quiero decir con este título, «La etapa de desarrollo de los adultos»? ¿No se espera que los adultos ya estén maduros y que por eso ostenten la responsabilidad de enseñar lo que ellos saben a los que no saben?
Como ya hemos contemplado en las descripciones de la etapa prenatal, todos hemos iniciado nuestro desarrollo a partir de una sola célula viva. Desde ahí hemos construido nuestro cuerpo de acuerdo a las regularidades que la especie humana ha generado a lo largo de millones de años de vida orgánica en esta tierra, pero con la estrategia de una desaceleración en el crecimiento y con una innovación: el hecho de que, más allá de todas las conexiones y estructuras que se van formando por las interacciones con el ambiente exterior, una cierta cantidad de neuronas no se convierten en «adultas», asumiendo roles fijos en las interacciones del cuerpo con el mundo exterior, sino que durante toda la vida quedan abiertas a hacer conexiones novedosas en situaciones inesperadas.
A través de la historia de la especie humana, todas las culturas han surgido de alguna manera de esta especialidad de transformar o llevar a otro nivel lo que es natural o habitual. En el mundo moderno, estas capacidades se manifiestan en un enorme progreso tecnológico, en conocimientos extraordinarios y en métodos eficientes en muchas áreas. Con todo, cada vez más nos preocupa que los grandes progresos de nuestra civilización produzcan nuevos problemas en relación con los seres vivos, incluso entre los humanos, que pueden manifestarse hasta en asaltos, homicidios y guerras, sin olvidar la creciente tendencia de poner en peligro el equilibrio natural en nuestro planeta, el cual nos brinda los elementos necesarios para sobrevivir y seguir desarrollándonos, requiriendo también nuestro respeto por ser la tierra también un «ser vivo».
Sin duda, el potencial ilimitado de un desarrollo personal, por la característica humana de tomar contacto con y vivir de acuerdo a su individualidad, está implícito en todos los adultos. En los años que nos hemos preocupado por un progreso auténtico de los niños, creció en nosotros la idea de que los humanos tienen una infancia y juventud largas y que su desarrollo está ligado a relaciones adecuadas con, por lo menos, un adulto; una estrategia esta —por no decir un truco— muy especial de la evolución de nuestra especie a la hora de abrir nuevas perspectivas para todas las generaciones. En este caso, hay la esperanza de que los adultos, que tienen la oportunidad de vivenciar un desarrollo interconectado con el crecimiento de niños, puedan compartir sus experiencias con otros que no tienen esta ventaja y apoyarlos en su búsqueda personal.
Al otear el inicio de una nueva célula humana, hemos podido apreciar los sublimes procesos que ya comienzan con las tomas de decisión entre los espermatozoides y el óvulo femenino. Asimismo, hemos considerado que los estados personales durante el acto sexual y después de la fecundación, así como las actitudes de la madre y del padre frente al hijo que todavía no conocen, tienen su influencia sobre las condiciones en las cuales el niño llega a este mundo; un efecto que puede traer problemas en todas sus etapas de desarrollo, si los padres no están dispuestos a contemplar nuevas perspectivas. El hecho de que la unión sexual dé como resultado la llegada de un nuevo ser vivo a la tierra es como una comprobación de que los contactos entre un hombre y una mujer pueden también procrear una vida más heterogénea y deleitosa para ellos mismos si los dos descubren en qué son diferentes y qué es lo que tienen en común, y si aprenden a colaborar sin manipularse o dominarse mutuamente. Pensando en nuestras experiencias familiares, no creo que sin nuestra colaboración como pareja hubiéramos logrado crear una alternativa educativa tan radical como el Pesta y ahora el Proyecto Integral León Dormido. Aludo a estas iniciativas porque me gusta compararlas con nuestras dos manos, que son bastante parecidas, pero que están conectadas de diferente manera con las áreas neurológicas; de tal modo que, pongamos por caso, cuando tocan un instrumento musical con movimientos precisos y refinados, producen melodías y armonías que remueven el corazón de su dueño y de los que están alrededor.
Obviamente, no se pueden generalizar las condiciones en las cuales un embrión debe ser acogido en el vientre de su madre, aunque a lo largo de la evolución de nuestra especie la Naturaleza ha hecho lo mejor para preparar este ambiente.
Por ejemplo, si una adolescente queda encinta, puede que se sienta desilusionada, puesto que todavía no ha llegado a la culminación de su etapa de desarrollo de la juventud, pero ya tiene que sacrificarse para atender a su hijo. Por tanto, seguramente existen muchas variables en las características de los estados biológicos y psicológicos de las mujeres embarazadas, desde un rechazo definitivo de la criatura hasta la euforia de tener un bebé.
Aun así, cuando nace su primer hijo, muchas mujeres se sorprenden al descubrir su instinto materno. Pero conectar este instinto que tiene su origen en el sistema límbico con las estructuras cerebrales superiores requiere de decisiones de diferente cariz, y en cierta manera depende también de las características del entorno social. Aunque al comienzo, huelga decirlo, los adultos tenemos algo en común: al coger un bebé en brazos, lo acercamos a nuestro corazón de la manera más natural, lo que nos despierta un instantáneo sentimiento de amor.
Pero los niños crecen y comienzan a hacer una serie de cosas que no entendemos y que a veces hasta nos molestan. Encontrar en cada situación un nuevo equilibrio entre las propias necesidades y las del niño ya es un primer paso importante para que no solo los niños, sino también los adultos, podamos madurar. Dado que los niños pequeños lloran con bastante frecuencia, esto incluso puede activar nuestro talento musical: ¿es un llanto de desahogo por un sufrimiento antiguo o actual, o un llanto de protesta por la manera como lo tratamos, a lo mejor porque no diferenciamos entre sus necesidades de atención no dividida y sus necesidades de autonomía? ¡O tal vez es un llanto de manipulación para conseguir algo, o porque el hijo siente que los padres siguen las ideas de otros y no son auténticos en su relación con él! ¿Reaccionamos con ira o impaciencia cuando un niño se enoja o se entusiasma en el momento menos esperado, cuando exige nuestra atención justo cuando estamos ocupados, o logramos detenernos un rato, analizando si las circunstancias son adecuadas para las necesidades del niño y tratando de modificarlas? ¿Nos parece normal comportarnos con un niño de manera como no nos atreveríamos a tratar a un adulto que nos viene a visitar, por ejemplo diciéndole, con un tono imponente: siéntate, cállate, pórtate bien, no te da vergüenza, come lo que te doy, deja esto, date prisa? Al estar con niños, ¿cuidamos de nuestras propias emociones y tratamos de sentir si ahora es el momento adecuado para poner un límite claro, pero con una actitud de amor y sin alterarnos? O cuando estamos ocupados, ¿decidimos interrumpir lo que estamos haciendo para prestarle la debida atención? Al observar sus actividades en la temprana infancia, ¿estamos dispuestos a reflexionar sobre lo que le llama la atención: la forma, la textura, el tamaño, el color, el olor u otra característica de los objetos? O en la etapa operativa, ¿nos damos cuenta de en qué estadio de crear su propia lógica está el niño, o nos orientamos simplemente por su manera más o menos cuerda de utilizar el idioma?
Realmente, alcanzamos un sentimiento de paz y placer cuando logramos entrar en sintonía con el estado de los niños, pero cada vez que creemos que ya sabemos cómo tratarlos, ellos siguen creciendo no solo de estatura, sino también en sus conexiones neurológicas, de forma que recibimos señales que indican que ahora tienen nuevas necesidades, lo que significa que también nosotros podremos crecer si nos abrimos a lo desconocido, tal como hacen ellos. Por ejemplo, ¿manejamos el idioma como lo hemos absorbido de nuestro entorno social cuando éramos pequeños? ¿Abrimos la boca antes de pensar, sin esforzarnos en buscar en cada situación las palabras adecuadas, tal vez reaccionando con irritación, con un tono de voz de enojo, instructivo o de cariño artificial? Esta manera bastante frecuente de usar el idioma sin una conciencia real, quizá como arma o para sacar a flote nuestros malestares, se podría transformar en algo positivo si, antes de hablar, nos tomáramos el tiempo de reflexionar sobre las circunstancias del momento, sobre lo que pasa dentro de la otra persona, y sobre nuestro propio estado interno. Entonces, experimentaríamos que también nuestro lenguaje pasa por procesos de desaceleración, algo que conlleva una aportación a nuestro desarrollo individual, no importa la edad que tengamos.
Estas reflexiones nos sirven también de guía para seguir enriqueciendo los ambientes en los cuales los niños pueden interactuar, aunque justo al estar cerca de ellos nos daremos cuenta de si nuestras ideas coinciden realmente con sus necesidades auténticas. De este modo, se nos confirma en cada nueva situación que todo aprendizaje real es mutuo, y que podemos crecer juntos con los niños. Aunque tal vez parezca una contradicción absurda, el camino hacia la independencia se va cimentando mediante la seguridad de un acompañamiento de amor, respeto y comprensión en circunstancias en las cuales el niño no tiene que amoldarse a nuestras expectativas para ganarse nuestro amor. Y al avanzar por este camino junto con los niños, nos puede también resultar más natural relacionarnos de la misma manera con otros adultos.
El problema es que nuestra propia educación, primordialmente, se ha concentrado en la transmisión de técnicas y de conocimientos, y eso con la expectativa de un aprendizaje dentro de un marco de tiempo y de resultados predefinidos. Este enfoque puede ser útil en ciertos casos: si, por ejemplo, un carpintero hace bien su trabajo, puede estar seguro de que sus muebles son fuertes, bonitos y sirven para lo que los ha hecho. Sin embargo, no tenemos estas certezas cuando nos dedicamos a «trabajar» con niños, ni siquiera en el momento de hacer un «trabajo» para nuestro propio desarrollo, pues la vida no es un sistema cerrado, sino algo tan íntimo y a la vez tan infinito que lo único que podemos hacer es tomar contacto con los procesos vitales en cada nueva situación.
Esto ya lo comprobamos con muchos adultos que pasaron su niñez y adolescencia en el Pesta, sobre todo si sus padres hicieron el esfuerzo de asimilar este enfoque bastante diferente sobre la educación común: después de haber viajado y pasado años conociendo varias culturas y diferentes maneras de bregar con la civilización moderna, casi todos han buscado un camino personal que les ha permitido tomar iniciativas propias y vivir en armonía con la Naturaleza, consigo mismos y con los que entran en contacto con ellos. Realmente, es emocionante ver que, cada vez que nos encontramos con estos adultos, nos abrazan y nos aseguran que tienen el Pesta dentro de su corazón, que ello les ayuda tanto a calmarse en el instante en que sienten que alguna circunstancia les provoca tensión como a pensar en alguna alternativa para dar con soluciones al problema.
Por supuesto, este camino está abierto a cualquiera de nosotros, aunque no hayamos tenido una niñez tan feliz, si tomamos la decisión de crear ambientes enriquecidos con cosas interesantes, donde los niños puedan abrir los ojos frente a un proceso de desarrollo auténtico que les lleve a palpar oportunidades y actividades nunca antes imaginadas. Un ejemplo simple: cuando están haciendo construcciones con múltiples materiales, ¿vemos solo los resultados de sus esfuerzos o nos preguntamos qué efectos tienen estos ejercicios para sus estructuras neuronales?
También, el hecho de acompañar a niños en su trabajo individual, por ejemplo con materiales concretos de matemáticas, como mencioné en el capítulo de la etapa operativa, tiene un efecto bien especial sobre el adulto. Yo, por ejemplo, al estar cerca de la actividad del niño, percibo como un «clic» en mi cabeza cuando el niño hace sus conexiones cerebrales, a pesar de que no estoy segura de si sus interacciones manuales con los objetos en el espacio despiertan en él un recuerdo de algo vivido, una nueva comprensión o las ganas de aventurarse por nuevas experiencias. Y me sonrío, porque me viene la pregunta de si tal vez era esto lo que Sócrates quería decir con sus famosas palabras: «Solo sé que no sé nada».
En estas situaciones, se me va aclarando que, a raíz de las diferentes facetas de las interacciones con realidades concretas, los sentimiento...

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