Caminos a través de la depresión
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Caminos a través de la depresión

Impulsos espirituales

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Caminos a través de la depresión

Impulsos espirituales

Descripción del libro

En este libro, Anselm Grün, uno de los referentes en espiritualidad de hoy, propone algunas claves para manejar la depresión desde la esencia de las enseñanzas cristianas. Este enfoque espiritual de la depresión puede ayudarnos a aceptarla, comprenderla y reconocerla como una oportunidad en nuestro camino espiritual. Convencido de que la depresión supone un desafío espiritual, Grün afirma que esta nos conduce siempre hacia las cuestiones básicas de la vida: ¿Por qué quiero vivir? ¿Cuáles son los principios y el objetivo de mi vida?

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Información

Año
2015
ISBN de la versión impresa
9788425425684
ISBN del libro electrónico
9788425431739
Categoría
Religion
1
NO SOPORTARSE A SÍ MISMO
Con frecuencia, las personas deprimidas se retraen del resto de los humanos, «puesto que el encuentro con congéneres representa para ellas el riesgo de perder su sentimiento de la dignidad propia» (Hell, pág. 56). Temen ser rechazados por los demás y, por ello, tienen miedo de perderse a sí mismos por completo. A las personas depresivas les cuesta mucho aceptarse. En consecuencia, se sienten rechazadas por todos los demás. Tienen una autoestima reducida, opinan en muchas ocasiones que los demás no las valoran ni las toman en serio. A menudo, se produce un círculo vicioso. Quien no es capaz de aceptarse tiene unas expectativas exageradas respecto a la estima que merece por parte de otros. Pero, con su anhelo insaciable de reconocimiento, estas personas ahuyentan a todos los que se esfuerzan por aceptarlas, puesto que temen ser absorbidos o acaparados. Con frecuencia, los familiares de las personas depresivas tienen la impresión de que les roban todas sus fuerzas. O también se retraen. O quisieran comprometerse con un marido depresivo o una esposa depresiva. Pero él o ella se asustan de la proximidad y se retraen. Con el repliegue, la persona depresiva obliga a su pareja a preocuparse constantemente por ella. Sin embargo, cuanto mayor es la preocupación por parte de la pareja, mayor es el retraimiento de la persona depresiva en su depresión. Esto provoca inseguridad en los familiares. Y los hace agresivos o también, en ocasiones, los vuelve depresivos. Podría decirse que los familiares perciben en la depresión del enfermo la agresión reprimida y, entonces, asumen la agresión que el depresivo ha reprimido.
Con frecuencia, la depresión es un mecanismo de protección. Como se tiene miedo de los demás, hay que ocultarse tras el muro protector de la depresión. A menudo, las personas depresivas sienten una profunda alienación respecto a sus familiares. No llegan a los amigos y parientes. Una mujer depresiva lo ha descrito así: «Una choca de cabeza contra un muro para establecer la relación, pero no lo consigue. La visita de los míos es una pesadilla, algo espectral, los hijos tan pálidos... sin deseos por mi parte. El vacío que llena el espacio que existe entre mi marido y yo es tan grande que no lo supero» (Hell, pág. 58 y sig.). Las personas depresivas son incapaces de sentir alegría por algo, por una visita, por una alabanza. Todo les resbala. Durante el acompañamiento, me ocurre que intento a menudo acercarme con especial amabilidad y atención a un cliente depresivo, pero cuando no se produce ninguna reacción, me siento desilusionado. Automáticamente durante la próxima conversación, procuraré más bien cuidarme para no verme obligado a tener el sentimiento de caer en el vacío con mis esfuerzos.
El evangelista Marcos nos relató cómo un leproso acudió a Jesús y le solicitó ayuda. Cayó ante él de rodillas e imploró a Jesús: «Si quieres, puedes dejarme limpio» (Mc 1,40). Este hombre está aislado por ser leproso. Tiene que vivir fuera de la aldea y no puede acercarse a los sanos. Está alienado de la gente. Y podemos imaginarnos cómo son estas moradas de la alienación. Allí no hay esperanza. Todo está impregnado por un estado de ánimo depresivo. El leproso no soporta más esta alienación. Desearía salir de su aislamiento y acude a Jesús. Reconoce su impotencia para escapar del círculo vicioso del autorrechazo y el rechazo ajeno. Pero cree que Jesús puede solucionar sus problemas, que Jesús curará su depresión, sin confrontarlo con su propia realidad. Sin embargo, Jesús no cede ante este deseo. Actúa soberanamente. Considera que el depresivo, que se reconoce como leproso y se siente abandonado, excluido, es capaz de hacer algo y despierta en él su propia fuerza.
El primer paso de la sanación consiste en que Jesús siente compasión por la persona deprimida. Sin embargo, la compasión no debe convertirse en una sobreprotección. De lo contrario, la depresión se consolidará aún más. En los familiares, la conducta depresiva despierta con frecuencia un «efecto compasivo protector, que podría implicar un riesgo para el desarrollo a largo plazo de las personas deprimidas, si la compasión sigue siendo el único beneficio que al deprimido le parece posible alcanzar» (Hell, pág. 214). La compasión es un riesgo también para el terapeuta, ya que él mismo puede deprimirse. Tiene que sentir compasión por el cliente deprimido, compenetrarse con él. Pero también necesita un límite para conservar sus propias fuentes de energía.
Jesús conjuga su compasión con una conducta activa. Así que el segundo paso de su terapia consiste en extender su mano y establecer una relación con la persona deprimida. Intenta llegar a ella. Construye un puente para que se entregue a la relación. En el trato con las personas depresivas, a menudo se necesita mucha paciencia para dar este paso, porque ellas están encerradas en sí mismas y reaccionan con miedo ante la toma de contacto del terapeuta. En cambio, si el padre espiritual o el terapeuta no se asustan ante la reserva del cliente, podrá derretir lentamente el hielo de la frialdad de sentimientos y establecer una relación.
El tercer paso: Jesús toca al leproso. Algunos terapeutas sienten que se contagian de la desesperación de las personas depresivas. Construyen mecanismos de defensa para no ser llevados hacia el fondo y para evitar que se les robe toda la energía. De manera similar ocurre con familiares y amigos. Desearían dedicarse a la persona depresiva, pero, al mismo tiempo, tienen miedo de que el depresivo les robe todas sus fuerzas. O temen atraer como un imán todas las inmundicias de amargura, autocompasión e inculpación, ensuciándose con ellas. Para protegerse, se distancian. Pero cuanto más se distancian, más se aferra el depresivo a ellos. Sus expectativas respecto a ellos son cada vez mayores. Jesús no tiene miedo de tocar al enfermo. Él confía en sí mismo o en Dios. Debido a esta razón, la depresión del enfermo no le afecta. No puede ser arrancado de su centro. La fuente interior que brota en él no resultará afectada, si se dedica al enfermo y lo toca. Los terapeutas que temen infectarse con la desesperación y el vacío interno del depresivo podrían aprender de Jesús cómo proteger su propio corazón. Quien está unido a Dios no teme a los enfermos ni tampoco a su efecto contagioso y patógeno sobre otros. Quien esté en contacto con el espacio interior de paz al que ninguna persona tiene acceso, podrá dedicarse abiertamente al depresivo, pues sabe que en él existe un espacio que está protegido contra la oscuridad y el caos que imperan en el otro ser. En este espacio de paz, el padre espiritual, el terapeuta, se queda solo consigo. Confía en sí mismo y, a la vez, en Dios. Desde esta paz interior será capaz de tocar al deprimido y sentir su desamparo, tal como hizo Jesús.
El cuarto paso se produce cuando Jesús sana al enfermo a través de la palabra: «Quiero, queda limpio» (Mc 1,41). Es posible traducir estas palabras de la siguiente manera: «Te ayudaré. Te acepto. Estás limpio para mí. Pero ahora también es tu tarea estar limpio, ayudarte, aceptarte tal como eres». Jesús ayuda a la persona depresiva. Está junto a ella y sigue con ella su camino. Pero no le quita su depresión. Más bien, la desafía para que haga por su cuenta algo que está en su poder. Si Jesús acepta al depresivo, entonces éste también tendrá que estar dispuesto a aceptarse junto con su depresión. Quien se acepta con su depresión deja de sentirse impuro. La depresión forma parte de la persona. Se la acepta y, de esta manera, pierde poder. Ya no domina al depresivo. La persona depresiva no tiene necesidad de autoexcluirse de la comunidad. Muchos sienten que no pueden permitirse exigir demasiado de los demás. Se reprochan ser tan depresivos y representar una carga para los demás. Pero, al mismo tiempo, quedan empantanados en las lamentaciones sobre sí mismos y rechazan cualquier paso que pudieran dar. La primera acción sería conceder permiso para que la depresión pueda existir y reconocer de una vez por todas que se padece esta enfermedad. La persona que acepte esto e integre la depresión en su vida también confiará en la comunidad humana. Cuando las cosas no le vayan del todo bien, también será capaz de recurrir a los demás.
Jesús sólo ofrece el espacio para que la persona depresiva pueda nutrirse de la esperanza. Pero es ella misma la que debe decidirse en favor de la vida y estar dispuesta a aceptarse con su peligro. Esto no resulta comprensible para muchos depresivos.
El escritor ruso Máximo Gorki, que sufría depresiones, «se prohibió la melancolía y ni siquiera en las peores horas de su enfermedad se permitió la autocompasión» (Cermak, pág. 52). Gorki había intentado suicidarse a los 23 años. «Disparé contra mí, porque descubrí que era insoportable vivir» (citado según Cermak, pág. 51). Durante toda su vida se avergonzó de este intento de suicidio. Desde entonces, negaba su depresión y su enfermedad. Veía un enemigo en Dostoievski, porque entendía que el desamparo que él mismo había experimentado era característico en gran medida de aquéllos «llamados a fines más elevados» y era «reflejo del sacrosanto sufrimiento necesario, que despeja la visión para percibir el sentido más profundo del mundo» (ibid., pág. 52). Como ateo, Gorki luchó durante toda su vida contra su enfermedad y contra su depresión. Pero esa lucha hizo que él se endureciese y, por eso, no consiguió vencer su enfermedad. Quien odia la depresión será perseguido siempre por ella. Tenemos que reconciliarnos con nuestra depresión e integrarla en el camino de nuestra vida. Sólo entonces se transformará y se convertirá en algo valioso. Tal como nos auguró Hildegarda de Bingen, se transformará en una perla.
Se trata de que los enfermos depresivos acepten la depresión como una acompañante que los quiere conducir hacia la vida y que la integren en su propio concepto de vida. Así lo hizo el poeta Christian Morgenstern de forma ejemplar. Escribió: «Toda enfermedad tiene un sentido especial, pues cada una es una purificación; sólo hay que averiguar de qué lo es. Sobre el particular, existen explicaciones fidedignas, pero las personas prefieren leer y meditar acerca de cientos y miles de cuestiones ajenas en vez de hacerlo sobre las propias» (citado según Hell, pág. 224). Jesús sana al leproso declarándolo limpio. Christian Morgenstern ve en la propia enfermedad una purificación. La depresión me limpia de ilusiones que deforman la verdadera imagen que tengo de mí mismo, de los enturbiamientos con los que mis progenitores o yo mismo hemos encubierto la verdadera individualidad. Me pone en contacto con la imagen original y genuina que Dios se ha hecho de mí. Sin embargo, el proceso de purificación al que nos invita la depresión puede ser muy doloroso. Causa daño tener que despedirse de la imagen que nos hemos formado de nosotros, de la imagen de un ser siempre fuerte, dueño de sus sentimientos, que hace frente a todos los problemas, que no tiene miedo y domina su vida. En nosotros está también el niño temeroso, que siente miedo ante las grandes exigencias de la vida. En nosotros está también el niño triste, que anhela amor y vida, pero que se siente solo y abandonado. Morgenstern ve la enfermedad como un libro en el que leemos y con el que podemos llegar a conocer mucho sobre nosotros y el secreto de la vida.
También el poeta católico Reinhold Schneider, que escribió maravillosos sonetos sobre la oración, sufrió depresiones hacia los últimos días de su vida. En su melancolía, veía «la paradoja del mensaje de que, en cierto sentido, tenemos que estar enfermos, porque de lo contrario Él no vendrá a nosotros; de que estamos enfermos y, a la vez, seremos sanados» (citado según Hell, pág. 230). La depresión puede experimentarse como un alejamiento de Dios, como un agujero en el que uno está separado de los seres humanos y de Dios. Sin embargo, también puede conducir hacia una experiencia más profunda de Dios. En medio de la oscuridad, intuyo algo de la proximidad de otro Dios completamente distinto, del Dios sombrío, al que ya no soy capaz de describir con palabras, pero al que experimento como el Dios misterioso e infinito.
Daniel Hell sostiene que la aceptación de la propia depresión conduce a menudo a una clarividencia interior. Nos cuenta de una paciente: «Escuché a una paciente relatar con palabras sensatas cómo ella, en un período depresivo diagnosticado como endógeno, había percibido todas las cosas sin la perturbación de intereses ni intervenciones activas, con una visión como quien dice cristalina, después de haber cesado de defenderse contra la postración y el desánimo de su estado depresivo» (Hell, pág. 231). Durante los acompañamientos me topo una y otra vez con lo que esta mujer experimentó. Las personas depresivas hablan de su desamparo interno y de la tenebrosidad. Pero, al mismo tiempo, ven su propia vida con mucha claridad. Y sienten qué es lo verdaderamente importante en su vida. Describen no sólo su propio estado, sino el estado de la sociedad de una forma que me asombra como oyente.
La mística habla de la «noche oscura» del alma y el espíritu. La «noche oscura» no es idéntica a la depresión. Sin embargo, cuando asumimos nuestra depresión, puede convertirse en la «noche oscura» que limpia nuestros sentidos y nuestro espíritu de todas las proyecciones que hacemos sobre Dios. La depresión nos protege de acaparar a Dios para nosotros. Nos libra de la tendencia a degradar a Dios al considerarlo como un remedio para la satisfacción de nuestras necesidades. Por tanto, nos regala una clara visión del misterio de Dios. El poeta Theodore Roethke escribió: «Llegada una hora oscura, el ojo comienza a ver» (citado según Fairchild, pág. 73). Si el mundo exterior está oscuro para nosotros, dirigiremos la vista hacia el interior. Y allí descubriremos a veces el secreto del yo.
La persona depresiva apenas es capaz de dar por su cuenta el paso de aceptarse a sí misma, a su depresión, para integrarla en su vida. Al igual que el leproso del Evangelio, necesita a una persona que, como Jesús, se vuelva hacia ella y se quede a su lado, que la sostenga y entre en contacto con ella, a la vez que hace salir a la luz su propia fuerza. Sin embargo, en la proximidad de una persona como ésta, tendrá que aprender a hacer por su cuenta algo que sólo ella puede hacer: dar el paso hacia la vida y hacia una respuesta afirmativa respecto a su yo con su enfermedad. En lugar de rechazar la depresión, necesitamos la compasión con ella. Tenemos que compenetrarnos con ella y preguntarle qué es lo que intenta decirnos, sobre qué nos llama la atención. Toda depresión tiene también un sentido. Si la rechazamos y nos desestimamos porque somos depresivos, jamás reconoceremos el sentido de nuestra enfermedad. Por el contrario, ella se hará cada vez más fuerte. Se convertirá en el enemigo que nos domina. En las conversaciones, conozco a menudo a personas que se reprochan ser tan depresivas, no adquirir la confianza para abandonarse a Dios. Pero su autocondena sólo sirve para estabilizar la depresión. Sólo la compasión con la enfermedad podrá transformarla.
El segundo paso consiste en establecer una relación con nuestra depresión. Al mismo tiempo, debemos ponerla ante nosotros, observarla, preguntarle: ¿qué me quieres decir? ¿Qué mensaje traes para mí? ¿Sobre qué pretendes llamar mi atención? ¿Qué es lo que he pasado por alto en mi vida? ¿En qué me he exigido demasiado y he sobrepasado mi medida? ¿De qué imágenes propias debo despedirme? ¿Qué actitudes interiores debería abandonar (perfeccionismo, querer caerle bien a todos, tener que cumplir todas las expectativas)?
El tercer paso es el contacto. Un buen camino para entrar en contacto con la depresión es prestar oído al cuerpo. La terapia experiencial con focusing o enfoque corporal sigue particularmente este camino. Renuncia a explicar las depresiones o a clasificarlas en diferentes grados. Simplemente las percibe y confía en transformar la experiencia depresiva mediante la percepción. De acuerdo con el focusing, puedo buscar en el interior de mi cuerpo y preguntarme: ¿en qué parte de mi cuerpo se ha expandido la depresión? ¿Llena todo mi cuerpo? ¿O se ha implantado firmemente en la zona torácica o en la pesadez de las piernas? Así sentiré dónde se ha alojado el sentimiento depresivo. Notaré el centro del sentimiento, para después atravesar ese sentimiento. ¿Qué aparece debajo de él? ¿Cómo se siente allí el cuerpo? ¿Surgen otras sensaciones? Mientras más afectuosamente me adentre en el lugar de mi cuerpo en el que se ha alojado, más pronto se transformará la depresión.
Y después se requiere un cuarto paso: quiero quedar limpio. Digo sí a mi depresión. Acepto mi depresión. Dejo de inculparme por ella, de sentirme inferior o incluso como un leproso, inadmisible, despreciable, sucio. Me acepto tal como soy. Y me impongo a los demás, sin tener que disculparme constantemente por ser depresivo. Con la fuerza de mi voluntad, entro en contacto con toda la debilidad que experimento en la depresión. Deseo vivir. No me abandono. A pesar de la depresión paralizante, existe en mí también una voluntad que quisiera vivir. Y activo esta voluntad para no hundirme en la autocompasión. Con frecuencia, al comenzar un nuevo día, las personas depresivas se sienten hechas polvo. Preferirían quedarse en la cama. Tiene poco sentido que se obliguen a levantarse. Activar la voluntad es otra cosa. Percibo mi aversión a levantarme. No la condeno. Me la p...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Introducción
  6. 1. No soportarse a sí mismo
  7. 2. Bloqueo psíquico y físico
  8. 3. Ciego ante el mundo que nos rodea
  9. 4. Huida del duelo
  10. 5. Insatisfacción con uno mismo
  11. 6. Agotamiento por las penas
  12. 7. Depresión por las aflicciones
  13. 8. Demasiado sensible para este mundo
  14. 9. Asco ante la vida
  15. 10. Afortunado y, sin embargo, depresivo
  16. 11. Empantanado en el diálogo interior negativo
  17. 12. No se encuentra la salida de los viejos esquemas
  18. 13. Búsqueda en uno mismo de la culpa de todo
  19. 14. Incapacidad para encarar la vida
  20. 15. Dependencia de los deseos insatisfechos
  21. 16. Paralización interior por la pérdida sufrida
  22. 17. No se encuentra la paz
  23. 18. Desilusión porque la depresión reaparece
  24. 19. Anhelo de intimidad y profundidad
  25. 20. Caminando a través de la «noche oscura del alma»
  26. Epílogo
  27. Bibliografía
  28. Información adicional