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Descripción del libro
Las reflexiones de Hannah Arendt arrancan de la experiencia del surgimiento de los totalitarismos. Así, su pensamiento parte de la constatación de la heterogeneidad entre las viejas herramientas conceptuales y la experiencia política del siglo XX. El choque del pensamiento con la realidad es lo que la empuja forzosamente a buscar nuevas herramientas de comprensión y ello tiene como resultado una obra caracterizada por una feroz independencia intelectual y por su conflictiva relación con la filosofía y la sociología, la historia y la psicología.
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Información
1. La pasión por comprender
Usted no es del Castillo, no
es del pueblo, no es nada.
es del pueblo, no es nada.
Franz Kafka
1.1. El totalitarismo, una realidad que desafía la comprensión
Los hombres normales no
saben que todo es posible.
saben que todo es posible.
David Rousset
Iniciado en 1945, desde «un fondo de incansable optimismo y de incansable desesperación», [21] Arendt concluyó el manuscrito original de Los orígenes del totalitarismo en otoño de 1949. En él, transforma en reflexión los dramas de su vivencia personal e intenta descubrir un sentido al hecho atroz sin apelar a lugares comunes ni caer en la tentación de someterse, mansamente, al proceso de disolución de su mundo político y espiritual en un conglomerado en el que todo parecía haber perdido su valor específico y haberse tornado irreconocible para la comprensión humana.
Desde esta decidida voluntad de comprender la terrible originalidad de lo ocurrido,Arendt considera que no es posible mostrar los mecanismos ocultos que llevaron a la emergencia del fenómeno totalitario [22] mediante una simple reconstrucción histórica de los hechos. Lo terrible del totalitarismo no radica tanto en que con él se haya introducido alguna nueva idea en el mundo, sino en que sus acciones suponen una ruptura con todas nuestras tradiciones. Los actos de dominio totalitario hacen estallar nuestras categorías de pensamiento político y nuestros estándares de juicio moral.
Con esta tesis se apunta algo acerca de qué tipo de aproximación metodológica se precisa para dar cuenta de lo acontecido, pero también se afirma la ruptura entre el pensamiento tradicional y la experiencia contemporánea. A partir de este momento, la pérdida de la tradición ya no debe contemplarse como algo perteneciente sólo al campo especulativo de las ideas como parecen pensar los filósofos que, a lo largo del siglo XX, proclamaron la muerte de la metafísica, sino como un hecho político: «Ya no podemos permitirnos recoger del pasado lo que era bueno y denominarlo sencillamente nuestra herencia, despreciar lo malo y considerarlo simplemente como un peso muerto que el tiempo mismo enterrará en el olvido. La corriente subterránea de la Historia occidental ha llegado finalmente a la superficie y ha usurpado la dignidad de nuestra tradición. Ésta es la realidad en la que vivimos», escribe Arendt en 1950. [23] Sin tradición, sin testamento que seleccione y nombre, que transmita, preserve e indique dónde están los tesoros y cuál es su valor, parece no haber continuidad legada en el tiempo ni, por tanto, pasado ni presente alguno, sólo un sempiterno cambio. En este sentido, Arendt no se cansará de repetir que hemos perdido los instrumentos que hacían posible la comprensión. En la medida en que comprender significa acoger el tiempo en que se vive, sus trabajos teóricos girarán apasionadamente en torno a la necesidad de comprender lo ocurrido, de buscar nuevas vías para que el mundo no se nos torne ajeno, para evitar la alienación del mundo. Nada tienen de sorprendentes, pues, sus palabras en la entrevista que le hizo Gaus: «Para mí lo esencial es comprender». [24] En un artículo publicado en 1953, «Comprensión y política»,Arendt caracteriza la comprensión como un complicado proceso que, a diferencia de la correcta información y del conocimiento científico, jamás produce «resultados inequívocos», y afirma: «Es una actividad sin fin, [...] por la que aceptamos la realidad, nos reconciliamos con ella [...]». [25] De este modo, si tomamos el surgimiento de los gobiernos totalitarios como el acontecimiento central de nuestro mundo, entonces comprender el totalitarismo no es perdonar (en el sentido de que «comprenderlo todo es perdonarlo todo») ni luchar contra algo, sino reconciliarse con un mundo donde cosas como éstas son posibles. Nos reconciliamos con lo que hacemos y padecemos; nos reconciliamos con nuestras perplejidades. Comprender sería, pues, la forma específicamente humana que tenemos de vivir, y su único resultado sería el sentido. Cabe afirmar, como hacen Margaret Canovan o Simona Forti, [26] que todo el proyecto de pensamiento político arendtiano quedó virtualmente establecido por sus reflexiones en torno a las catástrofes políticas acontecidas a mediados del siglo XX.
1.1.1. Una aproximación dóxica y fragmentaria
A pesar de que ya en los años cuarenta Arendt había escrito diversos artículos sobre el problema judío y el sionismo en revistas judeo-americanas, no fue hasta 1951 cuando empezó a ser conocida en el ámbito de la teoría política con la publicación de Los orígenes del totalitarismo. Este libro se ha convertido en una de las interpretaciones clásicas del totalitarismo, pero el particular análisis de los hechos que en él hace Arendt generó en los años cincuenta, entre intelectuales, historiadores y científicos sociales, numerosas críticas relativas a su parcialidad y a su modo de aproximarse a la historia. Entre los aspectos que fueron y siguen siendo objeto de mayor discusión destacan la falta de unidad entre las tres partes del libro Antisemitismo, Imperialismo y Totalitarismo, la explicación del paso del imperialismo al totalitarismo y, por último, la precoz y, en aquel momento, escandalosa equiparación de nazismo y estalinismo. [27] En la mayoría de las críticas subyace una objeción mayor: en el texto, el totalitarismo emerge como un universal abstracto del que sólo se habrían dado dos manifestaciones el nazismo y el estalinismo.Así, en opinión de autores como Eric Voegelin, [28] en Los orígenes del totalitarismo no se lleva a cabo un análisis científico y objetivo de lo acontecido, sino que se enhebra simplemente una serie de asociaciones metafísicas. [29]
En la correspondencia que mantuvo con Karl Jaspers [30] y en su réplica a Eric Voegelin, Hannah Arendt reconoció que una de las dificultades de la obra es que no pertenece a ninguna escuela ni recurre casi nunca a herramientas oficialmente reconocidas u ortodoxas. Seyla Benhabib [31] se hace eco de esta dificultad al señalar que, desde el punto de vista de los cánones tradicionales del rigor metodológico, el texto de 1951 desafía cualquier categorización e infringe un buen número de reglas. Benhabib añade además que, para ser un trabajo estrictamente histórico, se trata de una obra demasiado ambiciosa e interpretativa; para pertenecer al ámbito de la ciencia social, es demasiado anecdótica, narrativa e ideográfica y, pese a tener la vivacidad de una labor de periodismo político, es excesivamente filosófica para resultar accesible al gran público.
Estas críticas y comentarios, sumados al hecho de que la propia autora asumiera la difícil ubicación de su análisis en el mapa del conocimiento, indican la importancia de Los orígenes del totalitarismo en el contexto general de su pensamiento. En esta obra se percibe el lugar desde el que Hannah Arendt se esfuerza por comprender los acontecimientos políticos de su época y desde el que desarrollará su posterior y más elaborada crítica a la modernidad. Pero se trata de un lugar que sólo se perfila a partir del énfasis en los límites o las insuficiencias de otras formas de aproximación a los hechos del totalitarismo, en especial los de las ciencias sociales o la historia.
«El primer problema era cómo escribir históricamente acerca de algo el totalitarismo que yo no quería conservar sino, al contrario, que me sentía comprometida a destruir. Mi forma de solucionar el problema ha dado lugar al reproche de falta de unidad del libro». [32] Estas palabras, dirigidas a Voegelin, expresan la convicción de Arendt de que toda aproximación historiográfica significa siempre y necesariamente salvación y, a menudo, una suprema justificación de lo ocurrido. De hecho, sabemos que las ciencias históricas tradicionales no pueden dar cuenta de lo inédito, puesto que la narración histórica presupone siempre una continuidad de fondo, justificada por la voluntad del historiador de preservar la materia de la que se ocupa y de legarla a las generaciones futuras. Pero las palabras de Arendt apuntan también hacia su ya señalado compromiso por comprender los acontecimientos centrales de su época, unos acontecimientos que, además, han destruido las bases mismas de nuestra capacidad de comprensión. De ahí que ella entienda que el terror totalitario debe analizarse desde su carácter «sin precedentes» y lejos de la tendencia, demasiado fácil, de los historiadores a trazar analogías. «El hecho es que Hitler no se parecía a Gengis Kahn ni era peor que cualquier otro gran criminal, sino totalmente diferente. El asesinato en sí, el número de víctimas o el de personas que se aliaron para perpetrar tales crímenes no es lo que carece de precedentes. Es el absurdo ideológico que los provocó, la mecanización de su ejecución y la institución cuidadosamente programada de un mundo de moribundos donde ya nada tenía sentido lo que no tiene precedentes.» [33] El objetivo no podía ser, pues, escribir una historia del totalitarismo, sino dar cuenta de la configuración de «los elementos que cristalizaron en el totalitarismo» y llevar a cabo un análisis histórico de la estructura elemental de los regímenes totalitarios.
El totalitarismo es, en la obra de Arendt, una amalgama de ciertos elementos presentes en todas las condiciones y problemas políticos de nuestro tiempo: el antisemitismo, la decadencia del estado-nación, el racismo, la expansión por la expansión o la alianza entre el capital y el populacho [mob]. [34] Tras cada uno de estos elementos se esconde un problema real, presente, sin solventar: la cuestión judía tras el antisemitismo; la nueva organización de los pueblos tras la decadencia del estado-nación; la necesidad de un nuevo concepto de humanidad tras el racismo; la organización de un mundo que no cesa de empequeñecer tras la expansión por la expansión, o la sociedad de masas tras la alianza entre el capital y el populacho. De este modo, podemos pensar que lo que pretende la obra de 1951 no es tanto ofrecer una mirada que torne inteligible un pasado que ya ha sido, cuanto mostrarlo en relación con los problemas del presente.
Siempre que no identifiquemos «orígenes» con «causas» podemos entender que estos elementos constituyen los orígenes del totalitarismo; los elementos se convierten en orígenes cuando entran en relación con otros sin que se pueda prever el tipo de composición que emergerá. Cuando Arendt habla de «orígenes» no se refiere a causas ni a gérmenes que deban desarrollarse inevitablemente. Como escribió en 1954: «Los elementos, por sí mismos, probablemente nunca son causa de nada. Se convierten en orígenes de acontecimientos si, y cuando, cristalizan en formas fijas y definidas. Entonces y sólo entonces podemos seguir retrospectivamente su historia, hasta sus orígenes. El acontecimiento ilumina su propio pasado, pero nunca puede ser deducido del mismo». [35]
Esto supone que, por mucho que seamos capaces de saber del pasado, ello no nos permitirá conocer el futuro. Así, por ejemplo, aunque con la derrota del totalitarismo de corte nazi se haya destruido un conglomerado especialmente terrible y hayan quedado al descubierto elementos antiguos que, al estar ahora disociados, son menos nocivos, esto no significa que no puedan cristalizar de nuevo en una dirección inesperada. La cristalización no se reduce, pues, a una mera suma de los elementos, dado que el acontecimiento sobrepasa todos los elementos tomados en su conjunto. El uso de la metáfora de la cristalización puede llevarnos, como en el caso de Seyla Benhabib, a pensar en los textos y reflexiones de Walter Benjamin o, como Lisa J. Disch, [36] a considerar que Arendt se hacía eco en este punto de las páginas de la Crítica del juicio en las que Kant introduce la cristalización como metáfora de la contingencia: «La formación se opera después por una reunión repentina, es decir, mediante una súbita solidificación, no mediante un progresivo tránsito del estado fluido al sólido, sino, por decirlo así, por un salto; ese tránsito se llama también la cristalización». [37]
La cristalización es imprevisible porque, como señala Arendt, hay que contar con factores pertenecientes al ámbito de la libertad humana. [38] Este acento puesto en la contingencia hace que la comprensión adquiera un carácter dóxico y fragmentario, que sólo pueda entenderse como un proceso interminable, como una aproximación al acontecimiento que jamás es posible dominar del todo. En opinión de Arendt, el verdadero significado de todo acontecimiento trasciende siempre cualquier número de «causas» pasadas que podamos asignarle. Como escribió en su última obra: «Basta pensar en el número de volúmenes que se han escrito para explicar la necesidad del estallido de las dos últimas guerras, seleccionando cada teoría una causa particular distinta cuando ciertamente nada parece más plausible que considerar que fue una coincidencia de causas, quizá finalmente puestas en movimiento por una adicional, lo que "causó contingentemente" las dos conflagraciones». [39] En este contexto, comprender el totalitarismo no es «negar la atrocidad, deducir de precedentes lo que no los tiene o explicar los fenómenos por analogías y generalidades tales que ya no se sientan ni el impacto de la realidad ni el shock de la experiencia. Significa, más bien, examinar y soportar conscientemente la carga que nuestro siglo ha colocado sobre nosotros y no negar su existencia ni someterse mansamente a su peso. La comprensión es un enfrentamiento atento y resistente con la realidad, cualquiera que sea o pudiera haber sido ésta». [40]
No resulta extraño que en Los orígenes del totalitarismo la aproximación sea deliberadamente fragmentaria, que no se trate de establecer una suerte de continuidad inevitable entre el pasado y el futuro que nos obligue a ver lo ocurrido como si tuviera que ocurrir. Por el contrario, el énfasis se pone en la irreducible novedad de los hechos del totalitarismo, en su carácter de acontecimiento sin precedentes. El plural del título, que no habla del origen sino de los orígenes del totalitarismo, parece indicar una decidida voluntad de escapar al modelo causalista de explicación histórica.
La obra se divide, como se ha dicho, en tres partes, Antisemitismo, Imperialismo y Totalitarismo, y estudia la aparición de una nueva forma de dominio, basada en el terror, en la que cristalizan, después de la I Guerra Mundial, dos elementos ya existentes: el antisemitismo moderno, nacido tras la emancipación de los judíos en Europa, y el imperialismo, emergido merced a la expansión colonial europea que se inició en el último tercio del siglo XIX y que podemos considerar que concluye con la liquidación de la dominación británica en la India.
El análisis arendtiano del antisemitismo se encuentra estrechamente vinculado, por una parte, a la tentativa de dar cuenta de la especificidad del antisemitismo moderno frente a las persecuciones derivadas del odio religioso a los judíos y, por otra, a la voluntad de responder ...
Índice
- Agradecimientos
- Introducción
- 1. La pasión por comprender
- 2. La dignidad de la política
- 3. ¿Un crecimiento no natural de lo natural?
- 4. La desoladora contingencia y el suelo del presente
- 5. Pensar y juzgar, entre la soledad y la compañía
- Epílogo. La inquietud por el mundo
- Bibliografía
- Notas