
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
«"Imagínate", dice un antropólogo a su colega, "se ha descubierto finalmente el eslabón que faltaba entre el mono y el homo sapiens." "¡Fantástico! ¿Y qué es?", quiere saber el otro. Y el primero responde: "El hombre". Querido lector, no se desanime. Es cierto lo que dice este chiste, pero ya estamos sobre la pista de hallar cómo subsanar este defecto. Nos espera un futuro magnífico, una solución clarifinante (hibridación de solución clara y solución final) en la que nos podremos deslizar con toda seguridad sin dolor, sin derramamiento de sangre y con toda comodidad.
Preguntas frecuentes
Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
- Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
- Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a Lo malo de lo bueno de Watzlawick, Paul en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Psicología y Historia y teoría en psicología. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.
Información
Sé exactamente lo que piensas
«Si no fuese una bruja, diría que todo está embrujado», se quejó Hécate en ocasión de una breve entrevista tenida en su torre de la costa mediterránea para discutir la situación. «Desarrollamos un trabajo minucioso, agotador, para que los hombres lleguen a estar ciegamente convencidos de que no hay más que una manera correcta de ver la realidad, a saber, la propia de cada uno; los hipnotizamos, para que estén absolutamente persuadidos de saber lo que pasa por la cabeza de los otros, hasta el punto de hacer innecesaria toda comprobación ulterior, y luego se salen de tono y lo echan todo a perder.»
La verdad es que tenía toda la razón. Por esto conviene que ahora tratemos sobre el arte de leer los pensamientos de los otros y sobre la insidia de los que se salen de tono. Empecemos fijándonos cómo Mr. McNab de Santa Cupertina en el Sillyclone Valley de la Fornicalia se metió en un atolladero. Mr. McNab era físico y un día tuvo una idea brillante de la que, a causa de mi ignorancia total, soy incapaz de dar una descripción ni siquiera aproximada. Ya desde su tierna infancia había tenido ideas desacostumbradas con cierta frecuencia. Esta vez, por decirlo así, le tocó la lotería: la nueva idea no sólo se quedó en idea, sino que lo llevó a construir literalmente en su garaje el instrumento correspondiente, comprobar su funcionamiento y lanzarlo al mercado. El éxito superó todas las expectativas; llovían los pedidos. ¡Ya!, el lector pensará que ahora le quiero echar otra vez el sermón de que dos veces lo mismo no equivale al doble de bueno. Pues, no. Mr. McNab salvó este escollo muy requetebién gracias a su habilidad técnica, que era realmente insólita. Su desgracia era de otra especie: junto con los muy halagüeños pedidos crecieron naturalmente también los problemas y las cargas de tipo técnico administrativo y financiero, la necesidad de atender a una correspondencia abundante, la contabilidad, la fijación de un presupuesto razonable, etc., etc. Hasta ahora Mr. McNab se había ocupado de esto sólo de paso, en su tiempo libre, entre la una y las tres de la madrugada. Sin duda era necesario contratar algún jefe administrativo que se hiciese cargo de este maremágnum. Y encontró a uno que era incluso muy bueno. Con esta solución empezó la decadencia.
La razón del mal fue que precisamente el señor Muckerzann, el nuevo administrador, en su especialidad era tan extraordinariamente experto y ducho que pronto surgieron conflictos entre los dos hombres. Mr. McNab, el inventor genial cuyo éxito se basaba en que (sin saber cómo) sabía liberarse de unos esquemas de pensamiento desgastados y por esto sabía ver nuevas posibilidades, era una personalidad «de hemisferio derecho», como se dice en la investigación actual del cerebro [19]. Y ahora tenía que estar en contacto con un hombre cuyo mundo estaba constituido necesariamente por pequeños detalles exactos unidos en un mosaico exacto. «Este Muckerzann me vuelve loco», gritaba furioso Mr. McNab en casa a su mujer que lo escuchaba con paciencia. «¿Cómo puede un hombre perderse en tales pequeñeces? Los árboles no le permiten ver el bosque, le falta el sentido para captar lo importante y se aferra a números y párrafos, y, en cambio, lo que constituye el busilis del asunto: me tiene por irresponsable y peligroso para el avance de la empresa; ¡a mí que he levantado todo el negocio de la nada!»
Al mismo tiempo vociferaba el señor Muckerzann en su casa: «Pronto no aguantaré más. A este McNab habría que digitalizarlo. Para él no existen los hechos más simples. Ahora lo ve así y mañana lo ve asá. No tengo la menor idea de cómo hace para tomar decisiones. Y luego espera que todo lo que él hace me parezca evidente y magnífico, y sobre todo que yo dé luego a sus decisiones una forma concreta. Su genio no quiere ocuparse de lo trivial y cotidiano, para esto existen los pedantes estrechos de miras como yo...» Como se ve, el señor Muckerzann era una personalidad de «hemisferio izquierdo». Y lo único que ambos tenían en común era su incapacidad total de poder meterse en el pensamiento del otro. Los dos, cada uno por su lado, tenían razón y de este modo aplicaron los dos la solución clarifinante del «querer tener más razón» hasta que la empresa se declaró en quiebra.
Los problemas entre marido y mujer se desarrollan frecuentemente del mismo modo. Conservo un recuerdo agradecido de mi profesor que acostumbraba usar la siguiente analogía: el hombre, así lo explicaba, es comparable con una elipse. Como se sabe, la elipse tiene dos focos; a uno de los dos lo llamaba logos, y quería significar con ello no sólo lo espiritual, sino también lo objetivo, la profesión, eventualmente la ciencia, en todo caso, lo que existe prácticamente, lo que está enfrente (ob-jectus). Al otro foco de la naturaleza elíptica masculina lo llamaba eros, a saber, la relación con el otro sujeto humano. En cada momento dado el hombre puede estar sólo en uno de los dos focos. Para el hombre esto no representa problema alguno. Pasa de un foco al otro según convenga.
La mujer, en cambio, es comparable con un círculo, y un círculo puede considerarse un caso especial de la elipse en el sentido de que en él los dos focos coinciden en un punto. Así, pues, la mujer está al mismo tiempo y sin esfuerzo en el logos y en el eros. El problema es que ni ella ni el hombre tienen la menor razón de suponer ni por un instante que posiblemente el consorte tenga otra disposición y que, por tanto, sus acciones y reacciones vayan a ser distintas de las que uno mismo tiene. Pero precisamente esto es lo que hace el consorte con frecuencia. Como ejemplo reproducimos una disputa tomada de una grabación de las brujas hecha con toda su malicia:
MUJER: Mucho me temo que el pastel sea un fracaso; la pasta no sube.
MARIDO: Quizás no has puesto bastante levadura. ¿Qué dice la receta?
MUJER: Otra vez con tus ocurrencias típicas.
MARIDO: ¿Qué ocurrencias típicas?
MUJER: Eso de la levadura.
MARIDO: ¿Qué es eso de la levadura?
MUJER: Tú sabes muy bien lo que quiero decir. Siempre haces lo mismo, y sabes que esto me crispa los nervios.
MARIDO: ¡Santo cielo! ¿De qué me hablas? Dices que el pastel no sube; te digo que lo único que puede pasar es que hayas puesto demasiado poca levadura; y de repente esto ya no tiene nada que ver con la levadura, sino que es un defecto de mi carácter o ¿qué sé yo?
MUJER: Naturalmente, para ti la levadura es más importante que yo. Que el pastel no suba por falta de levadura, ya me lo podía imaginar; pero a ti te es indiferente que quiera darte una alegría inesperada con el pastel.
MARIDO: Esto no lo niego en absoluto y me alegra mucho. Yo hablé sólo de levadura, no de ti.
MUJER: Los hombres os las arregláis de tal manera para hacer distinciones en todo, que una mujer se pone a temblar.
MARIDO: No, querida, el problema es cómo os las arregláis las mujeres para hacer de la levadura la medida del amor. (etc., etc.)
«¿Por qué una mujer no puede parecerse más a un hombre?», pregunta el profesor Higgins desesperado en Pygmalion, de Bernard Shaw. Sobre el caso contrario, esto es, referido a los hombres, no sé por desgracia ninguna cita clásica; pero uno puede fácilmente imaginarse cómo sería: Sólo soy importante para ti, si me adapto a tu idea, y en aquel momento tienes tiempo para mí.
En este contexto podría citarse todavía otra trampa en la que acostumbran caer hombres y mujeres en sus discusiones. Pero esto no quiere decir que la trampa no pueda ocultarse en cualquier otro contexto interpersonal. Se trata de la distinción entre los conceptos «comprender» y «estar de acuerdo». Su confusión candorosa conduce a los altercados más elegantes. Pues es perfectamente posible que uno comprenda el punto de vista del otro sin tener la misma opinión, es decir, sin estar de acuerdo con él.
Con frecuencia se afirma que mujeres y hombres hablan lenguas distintas. Pero esto habría que entenderlo más bien como lo que Oscar Wilde decía con tanta elegancia a propósito de ingleses y norteamericanos: que una misma lengua los separa. Dicho con otras palabras, precisamente la misma lengua produce la ilusión de que el consorte tiene que ver evidentemente la realidad tal como es, o sea, tal como yo la veo. Y si pasa que no lo ve así, entonces es que está chalado o que es malévolo.
De un artículo del profesor Ernst Leisi, de la Universidad de Zúrich, conozco un ejemplo histórico divertido, que él ha tomado del Ensayo sobre el entendimiento humano de John Locke:
«En una reunión de médicos ingleses muy eruditos se discutió durante largo tiempo si por el sistema nervioso fluye un liquor. Las opiniones divergían, se propusieron los argumentos más diversos y parecía imposible llegar a un acuerdo. Entonces Locke pidió la palabra y preguntó simplemente si todos sabían con exactitud lo que entendían por la palabra liquor. La primera impresión fue de sorpresa: ninguno de los asistentes creía no saber en detalle lo que decía y tomaron la pregunta de Locke casi por frívola. Pero luego se aceptó su propuesta, se ocuparon en fijar la definición del término, y pronto se descubrió que el debate se basaba en el significado de la palabra. Un partido entendía por liquor un liquido real (como agua o sangre) y por esto negaba que en los nervios fluyera algo así. El otro partido interpretaba la palabra en un sentido de fluido (una energía como, por ejemplo, la electricidad) y en consecuencia estaba convencido de que por los nervios fluye un liquor. Después de haber explicado las dos definiciones y de haberse puesto de acuerdo en elegir la segunda, en breve tiempo finalizó el debate con un sí unánime» [9].
Como en este episodio de Locke, muchos llevan ad absurdum discusiones altamente científicas sin el menor respeto. Naturalmente también hay soluciones clarifinantes que hacen al caso. Molière estaba enterado de esto. En una de sus comedias un grupo de doctores ilustrados intenta averiguar por qué el opio adormece. Después de mucho ir y venir en el asunto llegaron a la conclusión de que produce sueño porque contiene un principio dormitivo.
Volvamos a la receta «sé exactamente lo que piensas». Sobre esto se puede citar al lógico austro-canadiense Anatol Rapoport, que ya en 1960 en su libro Fights, Games and Debates [14]...
Índice
- Portada
- Créditos
- Índice
- Prólogo
- La confianza es el mayor enemigo de los mortales
- Dos veces lo mismo es el doble de bueno
- Lo malo de lo bueno
- Lo tercero que está (supuestamente) excluido
- ¿Una "creación en cadena" del bien?
- Juegos de sumas a no cero
- Un bonito mundo
- Sé exactamente lo que piensas
- Desorden y orden
- Humanidad, divinidad, bestialidad
- Triste domingo
- ¿Es esto lo que busco?
- Índice bibliográfico
- Más información