
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
Nunca antes en la historia de la iglesia un papa había respondido con tanta franqueza a las preguntas de un periodista en una entrevista directa y personal. Tras cinco años de pontificado y bajo la sombra de los escándalos de abusos a menores, Benedicto XVI habla sobre la crisis de la iglesia, el ecumenismo, las reformas, los retos de la sociedad actual y la fe. "Luz del mundo" es la voz sincera y cercana de un papa ante un mundo en plena transformación.
Preguntas frecuentes
Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
- Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
- Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a Luz del Mundo de Benedicto XVI en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Teología y religión y Religión. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.
Información
I
SIGNOS DE LOS TIEMPOS
1
Los papas no caen del cielo
Santo Padre, el 16 de abril de 2005, al cumplir sus 78 años, anunció usted a sus colaboradores cuánto se alegraba por su próxima jubilación. Tres días después era usted el jefe supremo de la Iglesia universal, con mil doscientos millones de fieles. No es precisamente una tarea que uno vaya a reservarse para los días de la vejez.
En realidad, yo había esperado tener por fin paz y tranquilidad. El hecho de que me viera de pronto frente a esa formidable tarea fue, como todos saben, un shock para mí. La responsabilidad es realmente gigantesca.
Hubo un minuto en el que, según dijo después, sintió propiamente como si una «guillotina» cayera sobre usted.
Sí, me vino a la cabeza la idea de la guillotina: ¡ahora cae y te da! Yo había estado totalmente seguro de que ese ministerio no era mi destino, sino que entonces, después de años de gran esfuerzo, Dios me iba a conceder algo de paz y tranquilidad. En ese momento sólo pude decirme y ponerme en claro: al parecer, la voluntad de Dios es otra, y comienza algo totalmente distinto, nuevo para mí. Él estará conmigo.
En la llamada «habitación de las lágrimas», durante el cónclave se hallan ya preparadas tres vestiduras talares para el futuro papa. Una es larga, otra corta, y la tercera de talla intermedia. ¿Qué le pasó por la mente en esa habitación, en la que, según se cuenta, más de un pontífice recién elegido rompió a llorar? ¿Se pregunta uno al menos una vez más, allí, por qué a mí, qué quiere Dios de mí?
En realidad, en ese momento se está requerido por asuntos totalmente prácticos, exteriores. Hay que mirar cómo se las arregla uno con las vestiduras papales, y cosas semejantes. Además, yo ya sabía que enseguida tendría que pronunciar algunas palabras en el balcón; de modo que comencé a pensar qué podía decir. Por lo demás, ya en el momento en que fui elegido había podido decirle al Señor con sencillez: «¿Qué estás haciendo conmigo? Ahora, la responsabilidad la tienes Tú. ¡Tú tienes que conducirme! Yo no puedo. Si Tú me has querido a mí, entonces también tienes que ayudarme». Digamos, pues, que en ese sentido yo me encontraba en una relación de urgido diálogo con el Señor, diciéndole que, si Él hace lo uno, tiene que hacer también lo otro.
¿Quería Juan Pablo II que usted fuese su sucesor?
No lo sé. Creo que lo dejó enteramente en manos de Dios.
De todos modos, no lo relevó de su cargo. Eso podría entenderse como argumentum e silentio, como un argumento tácito a favor del candidato predilecto.
Él quiso que yo permaneciera en mi cargo. Eso es evidente. Cuando se acercaban mis 75 años, la edad en que se presenta la dimisión, me dijo: «No es preciso que escriba la carta, pues yo quiero seguir teniéndolo hasta el final». Era la gran benevolencia inmerecida que tuvo hacia mí desde el comienzo. Había leído mi Introducción al cristianismo. Al parecer, era una lectura importante para él. Inmediatamente después de llegar a papa se había propuesto llamarme a Roma como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Había depositado una gran confianza, una confianza muy cordial y profunda en mi persona. Por así decirlo, era como la garantía de que seguiríamos el curso correcto en la fe.
Usted alcanzó a visitar a Juan Pablo II en el lecho de muerte. Aquella tarde regresó aprisa de una conferencia en Subiaco, donde había hablado sobre «La Europa de Benedicto en la crisis de las culturas». ¿Qué le dijo el papa moribundo?
Estaba sufriendo mucho, pero aun así se hallaba muy presente. Pero ya no dijo más nada. Le pedí la bendición, y me la dio. De ese modo, nos separamos con un cordial apretón de manos, conscientes de que era el último encuentro.
Usted no quería ser obispo, no quería ser prefecto, no quería ser papa... ¿No se estremece uno ante lo que le sucede una y otra vez en contra de la propia voluntad?
Así es, justamente. Cuando se dice «sí» en la ordenación sacerdotal, es posible que uno tenga su idea de cuál podría ser el propio carisma, pero también sabe: me he puesto en manos del obispo y, en última instancia, del Señor. No puedo buscar para mí lo que quiero. Al final tengo que dejarme conducir.
De hecho yo tenía la idea de que mi carisma era ser profesor de Teología, y estaba muy feliz cuando mi idea se hizo realidad. Pero también tenía claro que siempre me encuentro en las manos del Señor y que debo contar también con cosas que no haya querido. En ese sentido, sin duda fueron sorpresas para mí el ser arrebatado de improviso y no poder seguir más el propio camino. Pero, como he dicho, el sí fundamental implicaba también: estoy a disposición del Señor y, tal vez, un día tendré que hacer cosas que yo mismo no quiera.
Usted es ahora el papa más poderoso de todos los tiempos. La Iglesia católica no ha tenido nunca más fieles que ahora, nunca una extensión semejante, literalmente hasta los confines del mundo.
Por supuesto, esas estadísticas son importantes. Ellas señalan cuán extendida está la Iglesia y qué grande es realmente esta comunidad que abarca razas y naciones, continentes, culturas, hombres de todo tipo. Pero el papa no tiene poder en virtud de esas cifras.
¿Por qué no?
El tipo de comunidad que se tiene con el papa es diferente, y el tipo de pertenencia a la Iglesia también, por supuesto. De los mil doscientos millones hay muchos que no acompañan interiormente su condición. San Agustín lo dijo ya en su tiempo: hay muchos fuera que parecen estar dentro; y hay muchos dentro que parecen estar fuera. En una cuestión como la fe, o la pertenencia a la Iglesia católica, el «dentro» y el «fuera» están misteriosamente entretejidos. En eso tenía razón Stalin al decir que el papa no tiene divisiones ni puede comandar. Tampoco posee una gran empresa en la que todos los fieles de la Iglesia fuesen sus empleados o subordinados.
En tal sentido, el papa es, por un lado, un hombre totalmente impotente. Por otro lado, tiene una gran responsabilidad. En cierta medida es el jefe, el representante, y al mismo tiempo el responsable de que la fe que mantiene unidos a los hombres sea creída, que siga estando viva y que permanezca intacta en su identidad. Pero sólo el mismo Señor tiene el poder de mantener a los hombres también en la fe.
Para la Iglesia católica el papa es el Vicarius Christi, el representante de Cristo en la Tierra. ¿Puede usted hablar realmente por Jesús?
En el anuncio de la fe y en la celebración de los sacramentos, cada sacerdote habla por encargo de Jesucristo, por Jesucristo. Cristo confió a la Iglesia su palabra. Esa palabra vive en la Iglesia. Y si asumo interiormente y vivo la fe de esa Iglesia, si hablo y pienso a través de ella, si lo anuncio a Él, entonces hablo por Él, aun cuando en detalles siempre puede haber debilidades, por supuesto. Lo importante es que no exponga mis ideas, sino que procure pensar y vivir la fe de la Iglesia, actuar con obediencia en virtud de la misión que Él me ha confiado.
¿Es el papa realmente «infalible», en el sentido en que se transmite a veces por los medios? ¿Es un soberano absoluto cuyo pensamiento y voluntad son la ley?
Eso es erróneo. El concepto de infalibilidad se ha desarrollado a lo largo de los siglos. Surgió frente a la pregunta acerca de si hay en alguna parte una instancia última que decida. El Concilio Vaticano I sostuvo, por fin, siguiendo una larga tradición que provenía desde los tiempos de la cristiandad primitiva, que existe una decisión última. No queda todo en la indefinición. En determinadas circunstancias y dadas ciertas condiciones, el papa puede tomar decisiones vinculantes últimas por las cuales queda claro cuál es la fe de la Iglesia y cuál no lo es.
Lo que no significa que el papa pueda producir permanentemente afirmaciones «infalibles». Por lo común, el obispo de Roma actúa como cualquier otro obispo que confiesa su fe, que la anuncia, que es fiel en el seno de la Iglesia. Sólo cuando se dan determinadas condiciones, cuando la tradición ha sid...
Índice
- Portada
- Créditos
- Cita
- Prefacio
- Primera parte. Signos de los tiempos
- Segunda parte. El pontificado
- Tercera parte. ¿Hacia dónde vamos?
- Anexo
- Más información