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Descripción del libro
¿Por qué distintas personas se comportan de modos tan diferentes ante una misma situación? ¿Por qué algunas se deprimen, otras reaccionan agresivamente y en cambio otras salen fortalecidas ante las adversidades de la vida? ¿Por qué algunas personas se recluyen en casa por miedo, mientras que otras necesitan huir? ¿Por qué el amor deriva a veces en dependencia o en violencia? ¿Por qué algunas personas sufren por no sufrir y otras no viven por miedo a morir? Con un lenguaje adaptado al lector no especializado, este libro pretende convertirse en un manual de psico(pato)logía y psicoterapia al alcance de todos los públicos.
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Información
PARTE II
Psico(pato)logías del desarrollo moral
4 Psico(pato)logías de la prenomía
El bosque era el santuario de mi niñez, seguro y predecible. Los árboles, los estanques y los arbustos adoptaban una actitud neutral, sin rechazarme ni esperar nada de mí. Me aceptaban.
Paul Williams
1. Los déficits prenómicos
La fase prenómica, correspondiente al período neonatal –entre 0 y 2 años–, se caracteriza por el desarrollo de las funciones básicas del organismo, tanto fisiológicas como sensoriales y motoras, lo que dará lugar a la formación de una primera conciencia organísmica, de un yo ontológico, previo a cualquier valoración social, llamado por ello «pre-nómico». La regulación del bebé se justifica en base a sus necesidades, que como organismo primario, son universales.
El reconocimiento posterior de las propias necesidades, de los propios derechos, de la propia valía y autoestima tiene su fundamento en esta etapa. El sentimiento de seguridad, la actitud de protección y autocuidado, la capacidad de hacerse cargo de sí mismo y de poder ir por el mundo sin miedo, la autoestima ontológica, la confianza en sí mismo y en los demás, el aprender a funcionar y a manejarse de forma afirmativa y espontánea, dependen del contexto vincular seguro y confiado que los padres han sido capaces de ofrecer a sus hijos.
Nada de esto sucede sin el adecuado cuidado y nutrición material y afectiva de las figuras parentales. Su ausencia o pérdida posterior provoca graves déficits nutricionales muy difíciles de compensar, como la depresión; mientras que el exceso de protección, mimos, cuidados…, da lugar, con frecuencia, a un fenómeno de suplantación de las habilidades básicas del niño que, en los casos extremos, puede originar un trastorno de personalidad por dependencia. Consideramos dos modalidades fenomenológicas distintas que adopta la depresión: la originaria, que parte de un déficit ya en sus orígenes por negligencia o abuso de los padres, y la retroactiva, que nos retrotrae a la posición deficitaria original, dejándonos desprotegidos al perder los referentes ideales, la fe religiosa o política, por ejemplo, o los apoyos relacionales, padres, hijos, pareja, etc.
Figura 4.1

2. La depresión originaria
Desde el punto de vista de los trastornos psicológicos, el miedo y la tristeza son las emociones más implicadas en la mayoría de ellos. El miedo, con sus funciones preventivas o evitativas, se halla en el origen de los trastornos ansiosos. La tristeza, en cambio, yace en el fondo de los depresivos. Pero si nos preguntamos qué queremos evitar o prevenir, la respuesta apuntará siempre a la tristeza. Esta es la emoción que evoca pérdida o muerte. No es de extrañar, por ello, que, como dice Colina (2011), la depresión como síntoma «pueda surgir en la totalidad de los procesos psicopatológicos».
2.1. La depresión originaria
Las historias que veremos a continuación presentan cuadros de grave abandono, descuido, negligencia o, incluso, abuso o maltrato ya desde sus orígenes; por eso hablamos de depresión originaria, que se manifiesta a través de secuelas nefastas en la formación y desarrollo de la autonomía psicológica de las personas. La buena noticia, sin embargo, es que la tendencia autopoyética (autoorganizadora) de cualquier organismo busca compensar de mil maneras estos déficits para seguir adelante, o dicho en términos evolutivos, para «sobrevivir».
A veces estas compensaciones aparecen ya en los primeros años de vida en forma de figuras sustitutorias de los padres: abuelos, nodrizas, parvulistas, maestros e incluso vecinos o parientes lejanos; otras veces es el propio niño quien construye dichas figuras en el mundo imaginario: ángeles de la guarda, la virgen (de los des-amparados), el amigo invisible o, quizá, seres naturales dotados de animación humana por su propia imaginación, como animales o plantas («el bosque animado»).
En ocasiones, estos intentos de recomposición toman forma activa y se convierten en comportamientos compensatorios, sobre todo en momentos evolutivos más avanzados, que pueden organizarse tanto de manera constructiva como destructiva. Una parte de tales intentos, siguiendo una lógica anómica, van orientados directamente a llenar la sensación de vacío y desorientación con sustancias estimulantes o estupefacientes, dando origen a las drogadicciones o toxicomanías; otros, en la misma línea de comportamiento, se satisfacen a través de conductas compulsivas: juego, compras, cibersexo, etc. Algunas personas, por el contrario, buscan obtener el reconocimiento no recibido a través de sus méritos volviéndose obsesivos y estrictos, mediante la utilización de la regulación heteronómica como un exoesqueleto al que acoplarse para seguir funcionando; mientras que otras se esfuerzan por complacer, agradar o servir a los demás (socionomía), buscando asegurarse de este modo su aceptación. Por eso la depresión podrá aparecer de forma retroactiva, en cualquier momento evolutivo, o reactiva, a las diferentes situaciones de fracaso o pérdida.
2.1.1. La ausencia de fundamento: los efectos de la anulación originaria
La depresión originaria emerge de una forma casi natural, como respuesta a una falta de fundamento donde asentar el propio ser. Es el negativo de la existencia. Como dirá el protagonista de la historia que vamos a contar, eso supone la negación no solo de la valía, sino de la entidad del propio ser: «Yo sentía que no existía, que es lo mismo que sentirse insustancial».
El quinto principio
Bajo este enigmático título, Paul Williams (2014) aborda la reconstrucción de una infancia carente de cuidado y de cariño, sometida a un maltrato y un abandono sistemáticos, poniendo de manifiesto las perturbadoras consecuencias que el déficit nutricional afectivo y el descuido material desprenden más tarde sobre las vicisitudes en la formación de la psique infantil y adulta.
Nacido en sustitución de su hermana Carole, muerta a los cinco meses a causa de una disentería que sus padres no atendieron debidamente, Paul llenó el vacío dejado por la primogénita durante un tiempo, hasta que llegó otra hermana, Patricia, a sustituirle a él en el imaginario de la madre. Más tarde esta se dio cuenta del error: no era una niña, sino un niño… Ese era el niño equivocado.
La razón por la que mi madre no me atacó salvajemente desde el principio y gracias a la cual no me volví esquizofrénico se debió, supongo, al «milagro de la resurrección». Cuando aparecí, ella descubrió que, como por arte de magia, le habían devuelto a su bebé… Imagino que al procurar encontrar en los ojos del bebé la correspondiente mirada de su inmortal hija, tuvo que enfrentarse a la acusación de que habían acabado con la vida y el porvenir de una niña pequeña y saludable a una edad muy temprana…
Rodeado de un ambiente hostil, Paul creció entre el alcoholismo del padre y el abandonismo de la madre hasta un punto tal que no velaban por su sustento, por lo que aprendió a refugiarse en un bosque cercano y a robar comida de los establecimientos para poder subsistir durante el día. A casa se acercaba solo por la noche y por la puerta trasera para poder dormir. En la escuela fue objeto de desprecio y bullying por parte de profesores y compañeros.
El bosque era el santuario de mi niñez, seguro y predecible. Los árboles, los estanques y los arbustos adoptaban una actitud neutral, sin rechazarme ni esperar nada de mí. Me aceptaban.
Este vacío nutricional, que empujó a Paul a «independizarse» de los vínculos parentales originarios para proveer por sí mismo su sustento tanto en el ámbito material como relacional, también le llevó en consecuencia a desarrollar una serie de comportamientos y convicciones compensatorias, entre ellas lo que él denominó sus «principios», que redujo a cinco.
Cuando tenía más o menos tres años, ya había dejado de esperar de mi madre cualquier otra cosa que no fuera hostilidad. Hasta los cuatro más o menos, traté de interesarme por mi padre, con la esperanza de encontrar algo aunque sin éxito. Su ebriedad y su desdén me apartaban. Intenté oler sus ropas en la habitación de mis padres, con la esperanza de llegar a saber algo de él, pero me produjo náuseas.
Cuando cumplí cuatro años, ya sabía que a ella no debía pedirle nada más y que tenía que hacerme invisible en cuanta ocasión se me presentara. Siempre creí que esta desastrosa situación con mi madre era por mi culpa. Aunque obligado sin piedad a volverme independiente, me sentía muy avergonzado de ser un fracaso como hijo.
Mi vergüenza fue el crisol del que nació mi primer principio de vida:
- «Todo lo que digo o hago está mal».
Este principio subyacía al segundo, al tercero y al cuarto, que formulé cuando tenía más o menos cuatro años, a modo de estrategias que me permitieran lidiar con las consecuencias del primero.
- El segundo Principio era el siguiente: «No creo en lo que dicen. La verdad es lo opuesto a lo que me dicen».
- El tercer Principio rezaba: «La rabia me mantendrá vivo».
- Y el cuarto era: «Si trabajo duramente, el doble de los demás, tal vez logre llevar una vida que se aproxime a la normalidad».
Yo no hice nada erróneo. Yo era un error. La llegada de Patricia (su hermana) tres años más tarde hizo que las cosas no solo no mejoraran, sino que empeoraran… Una de las consecuencias de que se me considerara una niña desde el nacimiento y de que luego se me descartara no fue que yo me sintiera como una niña, ni que me volviera homosexual, sino que me sintiera como si no fuera nadie. Al mirarme mi madre veía a otra persona. Yo sentía que no existía, que es lo mismo que sentirse insustancial…
Me habían asesinado, como sucedió con Carole; la diferencia entre nosotros dos es que mi cuerpo permanecía y el de ella no… Aprendí que nadie conocía o que a nadie le importaba lo que nos sucedía a Patricia y a mí.
Los prime...
Índice
- Cubierta
- Portada
- Créditos
- Índice
- A modo de Prefacio
- Introducción
- Parte I. El sistema del desarrollo moral
- Parte II. Psico(pato)logías del desarrollo moral
- Referencias bibliográficas
- Índice analítico
- Información adicional