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Descripción del libro
Desde el Brexit, y con el creciente ascenso de los partidos y gobiernos xenófobos en Europa, estamos viviendo un momento populista. ¿Cómo interpretarlo? No hay duda de que el neoliberalismo actúa como un despoblador, vaciando la democracia del demos. Y la Europa neoliberal se ha convertido en una "Europa fortaleza". ¿Acaso el populismo no es el instrumento del neoliberalismo?
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Información
1. El populismo indefinido
A finales de 2016 Donald Trump aparece en la portada de la revista Times: un mes después del terremoto que suposo su elección como presidente de los Estados Unidos, y siguiendo el ejemplo de sus predecesores, el multimillonario es elegido «persona del año». Trump sucede en ese puesto a Angela Merkel. En 2015, la canciller alemana era elogiada por su papel en las dos grandes crisis que sacudieron la Unión Europea: la primera, alrededor de la deuda griega y, después, la segunda, desencadenada por la afluencia de sirios que pedían asilo. En ese momento, el candidato a la nominación republicana protestaba en Twitter: ¿por qué elegir a esa mujer que «arruina a Alemania» abriendo la puerta a los migrantes mientras que él, en cambio, propone construir un muro en la frontera mexicana? Un año más tarde, lejos de regocijarse por obtener finalmente este título, el presidente electo denuncia su carácter «políticamente correcto»: ese cuyo sexismo virulento se reveló a lo largo de la campaña prefería que lo nombraran «hombre del año».
La sucesión de Merkel por Trump en forma de inversión se convierte en objeto de sátira. En un sketch del programa cómico Saturday Night Live en la NBC, la dirigente alemana (o por lo menos la actriz que la encarna) comienza lamentando que el honor que se le hizo quede devaluado a tal punto; luego, cuando le preguntan por el ascenso de los nacionalismos en Europa, se atreve con el sarcasmo: «pero ¿qué podría funcionar mal?». Nadie olvida que quien habla es una alemana. Por otra parte, justo después, propone una traducción cuando se habla de alt-right, esa ultraderecha «alternativa» que pesó en la elección de Donald Trump y cuya «alternativa» también la amenaza más allá del Rin: «en Alemania se dice: “¡esa es la razón por la cual el abuelo vive ahora en Argentina”!». Dicho de otro modo, si se presenta a Angela Merkel como un dique de contención contra el fascismo en Europa es para poder contraponerla al populismo xenófobo del futuro presidente de los Estados Unidos.
Claro que en un año las cosas dieron un vuelco. Sin duda, el año 2015 había sido mortífero en Francia, desde Charlie Hebdo y el Hiper Casher hasta el Estadio de Francia y el Bataclan. En Alemania, ante un número excepcional de migrantes, la canciller no dejaba de pronunciar, el 31 de diciembre, sus deseos optimistas para el nuevo año. Ella apostaba por la fuerza económica y social de su país y por la generosidad de sus compatriotas: no solo «podemos hacerlo» («Wir schaffen das»), sino que la acogida de refugiados es «una oportunidad para el día de mañana». Ahora bien, durante esa misma Nochevieja, agresiones sexuales en masa, en Colonia y en otras ciudades de Alemania y de Europa, parecían hechas a propósito para dar la razón a los partidarios del «conflicto de civilizaciones»: en materia de libertad sexual y de igualdad entre los sexos, la frontera cultural entre «ellos» y «nosotros» permanecería imborrable...
Los Estados Unidos tampoco escaparían a esa retórica: el 12 de junio de 2016, gais latinos eran las primeras víctimas de una masacre en una discoteca en Orlando, Florida. La mecánica populista volvía al ataque: Donald Trump, que para lanzar su campaña había tratado a los migrantes mexicanos de «violadores», no dudaba en autoproclamarse «mejor amigo de los LGBT» que su rival Hillary Clinton. A partir del día siguiente, el New York Times se preocupaba por las consecuencias políticas de ese acontecimiento comparando a Omar Mateen, el terrorista estadounidense nacido de padres afganos, con Gavrilo Princip, nacionalista serbio de Bosnia: en 1914 el homicida del archiduque Francisco Fernando había desencadenado con su acción la Primera Guerra Mundial. Del mismo modo, según el cronista Roger Cohen, ese atentado podría «abrir la puerta de la Casa Blanca a Donald Trump, empujar a Gran Bretaña fuera de la Unión Europea y entregar la presidencia francesa a Marine Le Pen, arrastrando al mundo en una espiral de violencia».1
Por ese entonces, estos sombríos pronósticos electorales provocaban todavía incredulidad aunque, por mi parte, ya citaba esa frase en una entrada de blog a manera de advertencia. No obstante, tras la sorpresa del voto a favor del brexit algunos días más tarde y, sobre todo, desde la derrota inesperada de Hillary Clinton en las elecciones del 8 de noviembre, ¿quién se atrevería aún a desestimar la hipótesis de un triunfo del Frente Nacional a comienzos de mayo de 2017? El caso es que al mismo tiempo la interpretación de la escalada populista se desplazó: ya no se asocia tanto a una reacción racista ante las olas migratorias y las explosiones terroristas como a un rechazo de las políticas neoliberales, en particular en las regiones industriales damnificadas, desde la Inglaterra de las Midlands hasta el Norte de Francia, pasando por el Rust Belt en los Estados Unidos. De ahora en adelante, pues, en el discurso público, el populismo remite más a una lógica económica que cultural. Por eso resuena no solamente en la derecha, sino también, y cada vez más, en la izquierda.
En la actualidad, de Donald Trump a Vladímir Putin, de Viktor Orbán en Hungría a Jarosław Kaczyński en Polonia, o incluso de Recep Tayyip Erdoğan en Turquía a Rodrigo Duterte en las Filipinas, son numerosos los jefes de Estado o de gobierno a quienes se califica de populistas. En otros países, fuerzas políticas comparables amenazan con acceder al poder, del Frente Nacional en Francia al FPÖ en Austria, pasando por el PVV neerlandés, o por lo menos pesan en la política nacional, como UKIP, que trabajó para el brexit, el Partido Popular danés o el de los Verdaderos Finlandeses, o incluso Alternativa para Alemania. En Italia, el Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo viene a perturbar el juego político. Por otra parte, el término no está reservado a la ultraderecha: aunque retrocedió en América Latina, tras la muerte de Hugo Chávez en Venezuela y el fin del kirchnerismo en Argentina, el populismo vuelve a ser actualidad en la izquierda, de Bernie Sanders entre los demócratas estadounidenses a Jeremy Corbyn para los laboristas británicos, de Syriza en Grecia, por lo menos en un primer tiempo, a Podemos en España, sin olvidar La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon.
En consecuencia, siguiendo a John B. Judis podemos hablar de una «explosión populista», lo cual hace más difícil todavía encontrar un denominador común a esas múltiples variantes nacionales, de una extremidad del espectro político a la otra. Es lo que subraya este ensayista: «Así como no hay una ideología que defina el populismo, tampoco hay un grupo social que constituya el pueblo».2 Y recurrir a la historia no resuelve nada: las declinaciones actuales no son la simple recuperación del populismo agrario de finales del siglo XIX en los Estados Unidos o de su versión contemporánea en Rusia como tampoco figuras que se impusieron en la escena política en América Latina a partir de los años treinta... En pocas palabras, ¿cómo definir un objeto que se resiste a la definición? ¿A tal punto las significaciones del término varían según las circunstancias históricas, los contextos nacionales y los usos políticos? Para decirlo a la manera del filósofo Ludwig Wittgenstein, hay que renunciar a encontrar una sustancia común detrás del sustantivo: «como en el lenguaje común y corriente —y es todavía más cierto en el lenguaje político ordinario—, la gente y los partidos a los que se llama populistas tienen entre ellos aires de familia, pero no hay ningún conjunto de rasgos cuya exclusividad todos compartirían».3
Así, en el momento de definir el término, todos o casi todos los trabajos sobre el tema comienzan por una confesión de perplejidad, de confusión inclusive; lo que con frecuencia no les impide acabar constituyendo el populismo como un concepto. En cambio, en este ensayo preferimos partir de un juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos y de su decisión de 1964 sobre... la pornografía. A falta de poder definirla «de manera inteligible», Potter Stewart se contenta con adoptar un principio operatorio: «la reconozco cuando la veo» («I know it when I see it»). Para identificar el populismo sin definirlo, pues, podríamos citar, con el politólogo Jan-Werner Müller, dos frases que dicen más que largos discursos.4 En Turquía, el presidente Erdoğan responde a manifestaciones hostiles a través de una interpelación: «Nosotros somos el pueblo, ¿quiénes sois vosotros?». Ese «nosotros» totalizador es inseparablemente excluyente, como también lo muestra esta fórmula de campaña de Donald Trump: «¡La única cosa importante es la unificación del pueblo, porque los otros no cuentan!». La versión original es todavía más elocuente al repetir la misma palabra: «The only important thing is the unification of the people, because the other people don’t mean anything!». Lo que dibuja de forma indirecta ese pueblo es el antielitismo. En Francia, la revista Marianne resume así la doble sorpresa del referéndum británico y de la elección en los Estados Unidos: es «la debacle de las élites». Para luego iluminar como sigue a sus lectores (sin temor a contradecirse): «Por qué están ciegas; cómo nos mienten».5
1 Roger Cohen, «Orlando and Trump’s America», New York Times (13 de junio de 2016), https://www.nytimes.com/2016/06/14/opinion/orlando-omar-mateen-pulse-florida-donald-trumps-america.html [última consulta: 22 de junio de 2018].
2 John B. Judis, «Introducción», en La explosión populista. Cómo la Gran Recesión transformó la política en Estados Unidos y Europa, trad. de María Dolores Ábalos, Barcelona, Deusto, 2018.
3 John B. Judis, «Introducción», en La explosión populista. Cómo la Gran Recesión transformó la política en Estados Unidos y Europa, op. cit.
4 Jan-Werner Müller, What is Populism?, Pennsylvania, Pennsylvania University Press, 2016.
5 Joseph Macé-Scaron, «La débâcle des élites», Marianne (11 de noviembre de 2016), https://www.marianne.net/debattons/editos/la-debacle-des-elites [última consulta: 22 de junio de 2018].
2. El momento populista
Si podemos contentarnos con simples puntos de referencia es porque, finalmente, el problema de la definición resulta más político que teórico. En realidad, hay que ver la palabra «populismo» como un arma más que como un concepto. Es lo que mostraba Annie Collovald en 2004 en un libro sobre el supuesto «populismo del FN [Frente Nacional]». Las comillas son importantes: en contra de las interpretaciones mediático-políticas que se apoyaban en la autoridad de expertos para agitar la amenaza del «primer partido obrero de Francia», después del triunfo de Jean-Marie Le Pen en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en 2002, esta politóloga, en efecto, se dedicaba a desmontar un falso concepto para descalificar, al mismo tiempo que el populismo, a las clases populares acusadas de xenofobia: «los eru...
Índice
- Cubierta
- Portada
- Créditos
- Índice
- PRÓLOGO. Democracia precaria: la izquierda y el pueblo
- 1. EL POPULISMO INDEFINIDO
- 2. EL MOMENTO POPULISTA
- 3. EL DESPOBLADOR
- 4. EL GOLPE DE ESTADO DEMOCRÁTICO
- 5. DEL PUEBLO A LAS CLASES POPULARES
- 6. UN POPULISMO NEOLIBERAL
- 7. EL GRAN RESENTIMIENTO
- 8. CONSTRUIR UNA IZQUIERDA
- Epílogo. Una alternativa estratégica