CAPÍTULO 1
«MAL DE AMORES»
Se conoce más el amor por la infelicidad que procura que por la felicidad misteriosa
que aporta a la vida de los hombres.
Con estas palabras Émilie du Chatelet, noble dama francesa del siglo XVIII, aficionada a las matemáticas, las ciencias y la filosofía, anticipaba un modo resueltamente moderno de observar, para entenderlo, un fenómeno como el tantas veces descrito mecanismo del amor.
El amor, más quizá que cualquier otra experiencia, suscita necesidades, fantasías, pensamientos, convicciones, creencias que son el producto de las características individuales de cada uno, pero a la vez también de modelos influidos por la cultura. En esta mezcla que reúne ingredientes que a menudo las personas ni siquiera perciben, pueden crearse situaciones de profundo desequilibrio y sufrimiento, que por lo general se resuelven espontáneamente, pero que a veces pueden convertirse en equivalentes de cuadros patológicos. En este libro abordaremos los efectos eminentemente patológicos que derivan del sufrimiento por amor.
Lo que hemos llamado «mal de amores» parece ser un problema inevitable en la vida de mucha gente, ¡por no decir que es el Problema por excelencia! Todo el mundo, más pronto o más tarde, parece haber experimentado el «placer de sufrir» por amor. Por amor no correspondido o correspondido y luego… acabado; real o imaginado; por la inmensa concupiscencia, la forma de «locura» más común en la Edad Media (Arnau de Vilanova, 1532), por lo que los médicos renacentistas definieron como «melancolía erótica» (J. Ferrand, 1610), por celos, por traición, por «dulce eutanasia». Hay quienes superan brillantemente el dolor, cualesquiera que sean sus ingredientes, algunos lo superan sin más, otros arrastran las heridas durante mucho tiempo y otros incluso viven el amor y, en especial el enamoramiento –«ese cambio de la conducta emocional», según lo definió Freud–, como algo de lo que hay que guardarse; otros, por último, van tras él con dolor en busca de un presunto estado de gracia. Y todo esto está magistralmente descrito en la literatura, en la pintura, en la poesía, en la música, en todas las formas de expresión artística desde que el hombre ha sido capaz de transmitir la historia, esto es, de escribir y representar. El Amor parece ser un tema intemporal, un sentimiento misterioso aunque conocido por todos, desde que el hombre y la mujer hicieron su aparición sobre la Tierra, como afirma el Antiguo Testamento. Por lo visto, todos nosotros hemos tenido esta experiencia, la del enamoramiento justamente, tal vez nadie se ha librado de ella. Y todos nosotros sabemos cuánta ambivalencia conlleva. Las sensaciones y las emociones se perciben de forma tremendamente ambigua, podríamos decir casi bipolar, y se expresan siempre en su más alto grado, sin medias tintas, en superlativo, o éxtasis o agonía: muy bien/muy mal, feliz/desdichado, maravilloso/horrible... hasta definir con tonos marcados incluso las relaciones ya desvaídas destacando en cualquier caso el máximo del... no color.
No vamos a ocuparnos aquí de lo que es el «Amor»: ya lo han hecho antes muchos y desde muchos puntos de vista: ético, moral, histórico, religioso, artístico e incluso biológico. Más bien nos ocuparemos de los «amores», relaciones más o menos atormentadas vividas por hombres y mujeres; de cómo las personas construyen su propia visión disfuncional de un estado de inevitable disfuncionalidad: el enamoramiento y las relaciones amorosas. Como psicoterapeutas utilizamos una especie de anteojo, que nos muestra una imagen delimitada que hay que enfocar: la del sufrimiento que nos traen nuestros pacientes. A veces se trata de una dificultad, a veces de un problema y, cada vez más, in crescendo, de una patología. A menudo se trata de un problema que se vive como invalidante, o bien de naturaleza tal que condiciona el fluir de la cotidianidad hasta llegar a restringirla severamente y, en los casos más graves, a bloquearla.
Ellos, los pacientes, no consiguen deshacer un nudo que se ha transformado en un dogal, ni tampoco aflojarlo para liberarse de él, tal vez con la esperanza de poder anudarlo de nuevo mejor.
Ellos, en otras ocasiones, pese a intentarlo desesperadamente, no consiguen apretar un nudo que no sujeta con suficiente seguridad y corre el peligro de precipitarlo todo y a todos a un vacío que se percibe sin fin.
Otras veces, por último, los pacientes acuden al terapeuta con una actitud suplicante: piden que les enseñen a construir un nudo del que estar orgullosos y con el que sentirse satisfechos. Pero ¿cómo?
No conocemos el Amor: demasiados ingredientes, demasiado subjetivo, demasiado condicionado por veloces pasajes culturales, por características personales, edad y contextos vitales, por las modas... Porque ciertamente el Amor no está libre de modas: así, en una compleja y variada «fauna» erótica, desde el punto de vista histórico el «amor romántico» aparece después de la galantería del siglo XVIII, que seguía a la «estimación» del siglo XVII, al «amor platónico» del XV, al «amor cortés» del XIII y al «gentil» del XIV. Como psicoterapeutas, intervenimos en el problema Amor del mismo modo que intervenimos en los otros problemas o patologías que limitan o bloquean la vida del individuo. Intervenimos en el Amor cuando éste se ha convertido en un problema por su presencia o su ausencia, por ilusión o por desilusión, o cuando el Amor ha derivado en una patología.
Hablamos de relaciones que ya no funcionan o que se han acabado; pero no están en absoluto exentas las que todavía han de empezar, las que aparentemente funcionan o incluso las que son tan sólo producto de la fantasía.
Creemos que los ingredientes que, en distinta cantidad y variedad, contribuyen al padecimiento del «Mal de amores» son: el deseo, la sensación de impotencia, la frustración, la desilusión, la rabia y el dolor. En relación con el padecimiento en sus distintas versiones, hemos destacado un concepto emergente y transversal, que está en la base de todos los trastornos, en todas las variantes sintomáticas: el constructo teórico de cómo debería ser la relación, esto es, la percepción personal de la vivencia amorosa, que varía según las necesidades individuales. Es decir, todos nuestros pacientes parecen ser portadores inconscientes de un autoengaño, que nunca como en estos casos se concreta a partir de las necesidades y de las sensaciones, pero que se alimenta de creencias individual y culturalmente determinadas, que acaban por influir mucho en la subjetividad de la experiencia amorosa.
La propensión a considerar espontáneos el sentimiento amoroso y los comportamientos vinculados a él hace que prestemos poca atención a las distinciones y seamos proclives a considerar obvios y naturales comportamientos y sentimientos que no son ni naturales ni obvios, sino más bien producto de la educación y de los condicionamientos culturales, históricos y sociales, exceptuando no obstante la importancia del motor biológico.
La relación amorosa tiene un carácter universal, su impulso básico, según los psicólogos evolucionistas, siempre es el mismo: la reproducción, esto es, la transmisión de la vida.
En efecto, en todas partes el nacimiento biológico es el mismo y esto constituye el mínimo común denominador, que permite la comparación entre sociedades distintas.
Pero si bien el proceso biológico es el mismo, la forma en que las personas se encuentran, constituyen una pareja matrimonial (o de hecho) primero y paternal después, varía. Las funciones sociales y culturales asignadas a la esposa y al marido, a la madre y al padre cambian considerablemente no sólo entre una cultura y otra, sino incluso entre distintas zonas de un mismo país. Hasta hace cien o cincuenta años, por ejemplo, la forma de gestionar las relaciones amorosas en el norte y en el sur de Italia era completamente distinto del actual, mucho más homologado a un modelo único. Basta recordar dos títulos de novelas famosas, absolutamente representativos: Una donna de Sibilla Aleramo y Un delitto d’onore de Giovanni Arpino. Si bien en nuestra sociedad los matrimonios son monógamos (cada individuo tiene una única pareja), en otras son polígamos-poligínicos (varias mujeres para un mismo marido) o poliándricos (varios maridos para una misma mujer), y en otras incluso los matrimonios son uniones de hecho. Los marid...