7 Regulación moral y psicopatología
1. La perspectiva estructural
El modelo del desarrollo moral se genera a partir de la idea de que las patologías psicológicas son patologías de la libertad (Villegas, 1995, 1997, 2000, 2004). La idea de libertad no es puramente abstracta o filosófica, sino que tiene una dimensión psicológica, entendida como capacidad de escoger, decidir y actuar de forma autónoma, que se desarrolla (aspecto evolutivo) y se articula (aspecto estructural) en relación a las interacciones con el mundo. En consecuencia el modelo del desarrollo moral se puede entender desde una doble perspectiva: la evolutiva, a la que nos hemos venido refiriendo durante la primera parte del libro, y la estructural, que será objeto de esta segunda.
Las estructuras de regulación no solamente evolucionan en el sentido de que maduran, al igual que lo hace el cerebro, sino que se construyen a partir de estructuras primitivas, es decir, nacen como neoestructuras que no están inscritas en el genoma humano, sino que se desarrollan en interacción con el mundo social a través de sucesivos pasajes, de acuerdo con la perspectiva genético-estructural propuesta por Piaget para explicar el desarrollo del pensamiento, según hemos tenido ocasión de ver en los capítulos anteriores. Una vez formadas, tales estructuras no desaparecen ni se diluyen en sucesivas transformaciones a las que dan paso, sino que adquieren una entidad propia con sus propias reglas de funcionamiento, capaces de subsistir junto a otras e interactuar con ellas, al igual que el pensamiento mágico puede coexistir al lado del pensamiento concreto o el abstracto. El resultado de este proceso evolutivo es comparable a los anillos de un árbol que a medida que va creciendo va dejando como marcas que lo constituyen y forman parte de él, o como las muñecas de madera rusas, una dentro de la otra, que son y forman parte de un solo conjunto, la matrioshka.
El establecimiento de una distinción entre la dimensión evolutiva y la estructural tiene una doble finalidad comprensiva y propedéutica a la vez, lo que justifica que hagamos de ellas un tratamiento diferenciado en las dos secciones de este libro. A medida que avanza el desarrollo de las diversas subestructuras que componen todo el sistema de regulación moral, sin embargo, las dos dimensiones van interactuando de forma cada vez más intensa, de modo que no siempre resulta fácil continuar manteniendo la consideración de ambas dimensiones de modo diferenciado. Así, por ejemplo, la obsesión puede fácilmente establecerse sobre el fondo de un trastorno obsesivo de la personalidad, al igual que determinadas patologías pueden surgir en el contexto de una fase evolutiva específica como los trastornos alimentarios en el momento de la socionomía complaciente, propio de la adolescencia.
De este modo, la doble distinción entre la dimensión evolutiva y estructural se justifica en base al surgimiento de la problemática psicológica como resultado de un déficit o dificultad evolutiva (trastornos de la personalidad), en el primer caso, o bien como efecto de un conflicto entre diversas subestructuras de regulación (trastornos ansioso depresivos), en el segundo.
Por ejemplo, la crisis de ansiedad sufrida por Arjuna en el campo de batalla es consecuencia de un dilema estructural entre diversas subestructuras implicadas como la anomía (deseo de recuperar el reino, ambición de poder, reivindicación de derechos propios) y la socionomía (sentimientos altruistas de protección de los vínculos familiares y de amistad). A este conflicto se viene a añadir la heteronomía representada por Krishna que le recuerda sus deberes y honor como guerrero. No sabemos si Arjuna resolvió definitivamente sus temores socionómicos después de la intervención de Krishna. Si aceptáramos la hipótesis de que su intervención tuvo un efecto solo momentáneo durante la batalla y que no dio luego lugar a una legitimación de las muertes causadas durante la refriega, podríamos suponer que Arjuna vivió el resto de su vida atormentado por los remordimientos de su acción. Si, por el contrario, la intervención divina produjo un cambio estructural en su sistema de regulación tal vez se sintió legitimado en su acción belicosa y orgulloso de su victoria para el resto de su vida.
2. Naturaleza de las tensiones estructurales en el sistema
Tal como pone de manifiesto la historia de Arjuna, las tensiones estructurales en el sistema de regulación moral provienen de situaciones en las que se produce un dilema entre dos tendencias opuestas, generalmente las egocéntricas frente a las alocéntricas. Una historia de Nasrudín, el antihéroe de los cuentos sufíes escritos por Idries Shah (2004), expresa de un modo sencillo y jocoso la naturaleza de tales conflictos. Durante la conquista tártara de Asia Occidental, Nasrudín fue movilizado y alistado en el ejército, al servicio de Tamerlán. A la vuelta de una batalla donde el ejército del emperador fue derrotado al enfrentarse a los habitantes de una ciudad fronteriza, que defendía con gran valor y dignidad su derecho a la independencia, éste le increpó por haberse retirado lleno de golpes y heridas:
–¿Cómo has podido dejar que te golpearan? Tenías espada y mosquete.
–Con las armas en una mano –respondió Nasrudín– y mi conciencia en la otra, no me quedaban manos libres con qué luchar.
Conflicto vincular
Así es como se siente, sin libertad y sin recursos, la paciente del siguiente caso que, como Arjuna, experimenta la tensión de un dilema entre sus necesidades o deseos de promocionarse cambiando de país al casarse con un extranjero y sus obligaciones o afectos para con su hija.
Aurora hace cuatro años que reside en España. Llegó al país tras casarse con un español al que conoció por Internet desde Uruguay, donde vivía con su familia y una hija de dos años que había tenido de soltera, afectada por el síndrome de Moebius, que repercute en un grave déficit de la expresividad facial. En la actualidad la hija tiene 6 años y Aurora lleva cuatro sin verla, puesto que cuando se vino a nuestro país la dejó con los abuelos, pensando que podría traérsela pronto consigo. Sin embargo, esto no ha sido así a causa de complejos problemas legales. La repetida y vana expectativa de que estos problemas legales iban a encontrar solución inmediata ha hecho que la madre haya ido difiriendo el reencuentro con la hija, hasta llegar a constituirse un auténtico dilema, que la paciente vive como un conflicto de fidelidades entre el vínculo con la hija y con el marido. Este conflicto ha llegado a provocar en los últimos meses un estado de notable ansiedad con ataques de pánico y agorafobia. En este momento solo desea regresar a Uruguay porque siente que está perdiendo a su hija y que si esto sucede será ella la culpable por haberla dejado con sus abuelos para seguir al marido. Éste está dispuesto a trasladarse con ella a Uruguay, pero ella necesita hacer este reencuentro con la niña en un espacio más íntimo y prefiere que él no la acompañe, de modo que se le plantea un auténtico dilema que ha derivado en el conflicto actual. De este modo, una situación que parecía prometer un inicio y final felices se ha ido complicando gradualmente hasta derivar en sentimientos de culpabilidad, frustración, fracaso e incertidumbre, llegando a desencadenar una sintomatología ansiosa que se hace insostenible y una previsible crisis de pareja.
El postulado inicial del que partimos en esta segunda parte del libro es que las patologías surgidas de la dimensión estructural responden a conflictos o fracasos en la regulación de los diversos subsistemas y presentan originariamente un carácter circunstancial, aunque pueden derivar en respuestas ansiosas o depresivas de carácter más o menos crónico. Que los trastornos ansiosos o depresivos tengan en su origen un carácter circunstancial significa que, como en el caso anterior, existe un antes y un después del acontecimiento o situación contextual desencadenante. A veces la eclosión del conflicto es instantánea, de modo que puede llegar a establecerse con precisión la fecha de inicio; otras sigue a un largo periodo de incubación, debiéndose remitir a una época más o menos larga de la historia vital. Una pareja, por ejemplo, cuenta que su crisis empezó a partir del embarazo del primer hijo; un agorafóbico, que sus ataques de ansiedad se iniciaron a partir de su compromiso para el matrimonio; una hipocondríaca, a la que se le despertaron dudas terribles a propósito de la salud de su hija y más tarde de la propia, cuenta que fue a par-tir de un desmayo como efecto de una insolación sufrida por la niña después de un día de playa. Todos ellos son casos donde existe una nítida percepción de un corte temporal, de un antes y un después, que marca la experiencia de modo que con frecuencia los pacientes plantean como objetivo de su terapia que las cosas vuelvan a ser como antes del acontecimiento al que se atribuye el origen de sus males. Otras situaciones, sin embargo, se presentan de forma mucho más difusa en el tiempo, como resultado más bien de una situación vital que se ha ido deteriorando progresivamente, como en el caso de Aurora, de modo casi imperceptible: problemas iniciales en una pareja que en lugar de superarse van sufriendo un deterioro progresivo, consumo social de sustancias que va derivando imperceptiblemente en hábito y dependencia, crisis existenciales que remiten a una sensación de fracaso o insatisfacción de toda una vida, como la decepción que acompaña a la desafección de la pareja o de los hijos para una persona que ha dedicado toda su vida a ellos.
Crimen y castigo
En el caso que vamos a considerar a continuación la crisis que ha degenerado en disociación depresiva se produce a raíz de acontecimientos que implican una ruptura existencial en un momento preciso de la historia personal, pero que encuentra un fundamento en el pasado donde arraigar su significado.
Karina paciente de 38 años, madre de dos hijos de siete y un año y medio respectivamente, es derivada a tratamiento psiquiátrico y psicológico después de un «parto con feto muerto de ocho meses con síndrome de Down», según informe médico, por presentar «clínica ansioso-depresiva reactiva», aunque en realidad el bebé ha nacido vivo y ha sido dado en adopción. De este hecho, más allá de los profesionales implicados, solo están al corriente el marido y la madre de ella. Para todos los demás familiares y conocidos prevalece la versión oficial de la muerte, dando origen a un gran secreto que no puede ser compartido ni «normalizado» socialmente.
Tuvo conocimiento de la malformación del feto la paciente a los seis meses de embarazo. «No podía dar crédito a lo que estaba oyendo, no podía estar viviendo esto, no podía ser real, me volvía loca, no quería sentir, no podía soportar». La razón de esta reacción tan dramática hay que buscarla en sus antecedentes: su hermano mayor murió a los 34 de una enfermedad congénita, distrofia muscular, que impidió que la familia llevara una vida normal, siempre supeditados a su condición que le impedía una movilidad autónoma. Cuando Karina quedó embarazada de este niño tenía ya un hijo de cinco años y no podía soportar la idea de repetir la historia familiar condicionada a los impedimentos que el nacimiento de un hijo con el síndrome de Down podía suponer para su otro hijo.
Aunque inicialmente pensó en abortar, circunstancias externas impidieron que esta decisión se pudiera llevar a cabo, por lo que se optó por la fórmula de la adopción inmediata. Un cúmulo de despropósitos impidió que las cosas sucedieran en el momento del parto del modo cómo se habían planeado: ella quería tener el niño por cesárea y bajo anestesia total, a fin de no llegar a ver ni oír al bebé en el momento del nacimiento, pero se presentó el parto natural de forma que se precipitó todo el proceso y se tuvo que llevar a cabo en un hospital distinto del previsto. No llegó a ver al niño, pero lo oyó llorar y detectó su olor. A partir de aquel entonces no puede borrar de su memoria la imagen de este bebé que ahora ya debe tener unos tres años, que está con otros padres y que un día creyó ver en una piscina donde ella se estaba bañando. Frente a esta imagen persecutoria Karina ha desarrollado una actitud defensiva de tipo disociativo, que gradualmente ha ido agravándose con la respuesta depresiva cuyo trasfondo se alimenta de culpa y vergüenza. No soporta verse en el espejo: «me veo hundida, sin corazón, sin sentimientos, como si no t...