4. LA RELACIÓN EMOCIONALIZADA O «LÍRICA» Y LA ORGANIZACIÓN MELANCÓLICO-MANÍACA
Llorar dentro de un pozo, en la misma raíz desconsolada del agua,
del sollozo, del corazón quisiera: donde nadie me viera la voz
ni la mirada ni restos de mis lágrimas me viera.
Hernández, M. (1937). Elegía primera, a Federico García Lorca, poeta.
En Antología, Buenos Aires, Losada, pp. 91-95.
4.1. Introducción, presentación y cuadro clínico, según las clasificaciones psiquiátricas
La relación emocionalizada o lírica es una forma de relación que, como las demás, intenta preservar el apego y las posibilidades de supervivencia mental y orgánica en el mundo externo y en el mundo relacional, a menudo caótico y peligroso, de la humanidad primitiva y de la infancia temprana. Su esencia son las capacidades de trasmitir directamente la emoción y, con ellas, influir de manera directa en los demás, atraer sus cuidados. Mediante la adquisición de estas capacidades «líricas» (Liberman, 1976) los seres humanos pueden influir de mente a mente, de identificación proyectiva a identificación introyectiva, mediante gestos, posturas, reacciones viscerales, reacciones bioquímicas, cutáneas, conjuntivales y de otros órganos; mediante la activación de neuronas específicas o «neuronas espejo» (Hinshelwood, 1999; Manzano et al., 2016; Rholes y Simpson, 2004; Rizzolati y Sinagaglia, 2006; Iacoboni, 2008; Panksepp y Biven, 2012). Por tanto, es una de las bases para la mentalización y para lo que ha dado en llamarse «cerebro altruista» (Pfaff, 2017) o «comunicación solidaria».
La persona que domina este modelo o pauta relacional es un fino transmisor de emociones. Sin embargo, a diferencia de la relación dramatizada, o de la relación intrusiva, aquí el sujeto, ya desde niño, intenta conseguir o mantener el apego o el placer mediante la transmisión directa de sus sentimientos, no deformada o alterada por conductas, imposiciones internas o representaciones. De forma inconsciente o «automática» se trata de que el otro, por lo que siente, colabore en su cuidado, proporcione apego, consuelo o sedación de manera voluntaria, no forzada, a partir de movimientos emocionales propios. De ahí que digamos que, cuando adquirimos esas capacidades relacionales, de transmitir emociones en la relación (por eso hablamos de la «relación emocionalizada») nos convertimos en especialistas en sentimientos, especialistas en transmitir afectos. No necesitamos dramatizarlos o introducirlos mediante más presiones o sistemas, actuados o dramatizados, sino mediante estos delicados procesos interpersonales (inconscientes) mediados por la identificación proyectiva y las neuronas espejo (Gammil y Hayward, 1980; MacKinnon y Michels, 1992; Millon y Davis, 1996; Fonagy et al., 2002; Horowitz, 2004; Tizón, 1997, 2007b, 2013 a y b).
Como puede suponerse, se trata de otra forma de relación básica para la supervivencia del individuo y de la especie: mediante la transmisión directa de nuestros afectos de pena-desvalimiento, de ira, de culpa, logramos automáticamente que los otros los perciban, los sientan internamente y reaccionen de forma adecuada para la preservación del individuo, del grupo o de los objetivos del transmisor en ese momento. En particular, los «sistemas emocionales» de la pena y el apego van orientados a evitar el abandono, el desconsuelo, la soledad: la separación del objeto de apego… Son los sistemas básicos en la sociabilidad humana, pues manifiestan directamente la necesidad del apoyo social, que intentan mantener (Panksepp y Biven, 2012). A otro nivel, en el caso de pérdidas y duelos, nos ayuda a elaborar, valorar, las situaciones de pérdida: discriminar sus consecuencias, planificar los nuevos comienzos, etc.
Como especie nidícola que somos, su objetivo es mantener a los humanos primitivos cerca de sus allegados y de su hábitat, es decir, incrementar su seguridad, ya sea evitando que los otros se alejen, ya modificando las relaciones para que eso no ocurra (en función de las experiencias vividas en separaciones y pérdidas anteriores). Pero en este modelo relacional, las conductas son menos relevantes, son secundarias con respecto a otra vía de comunicación interhumana mucho más compleja y superior. Basta con la transmisión directa de emociones y sentimientos, a través de múltiples cambios corporales que los acompañan, para conseguir esos objetivos etológico-antropológicos y personales (a diferencia de la relación dramatizada, de la relación atemorizada o de la relación racionalizadora). Ahora bien, no podemos llamarla «relación emocional» porque, sea cual sea el modelo relacional, este es siempre un complejo de conductas y representaciones mentales afectivo-cognitivas. Por eso preferimos el neologismo de la relación emocionalizada.
Desde el punto de vista etológico, la forma más segura de poner en marcha el apego es precisamente transmitir la pena, la tr...