RECONCILIACIÓN
Son pocas las regiones en las que los animales están medianamente a salvo del ser humano. La Antártida, por ejemplo, o las profundidades del Pacífico. En cualquier otro lado son perseguidos y el factor determinante en la coexistencia de los animales silvestres y el ser humano es el miedo. Aun así, el sueño de una convivencia pacífica y libre de miedo entre humanos y animales está presente desde siempre en el mito. En muchas de las leyendas de santos que reunió en su antología Joseph Bernhart, incluso los depredadores como los leones, los lobos y los osos pierden su salvajismo y viven en paz con los seres humanos y los demás animales al menos por un tiempo y en compañía de hombres piadosos. No debemos reírnos de estas leyendas: se alimentan de recuerdos y vivencias. Cuando los seres humanos todavía eran pocos y tenían armas inofensivas, los animales les tenían poco o ningún miedo en absoluto.
Theodor W. Adorno fue uno de los primeros en hablar de una reconciliación con la naturaleza. ¿A qué se refiere con ello? Para él, reconciliación no significa una confraternización universal ni un mezclarse unos con otros: las contradicciones siguen estando en pie. En su Dialéctica negativa sostiene que
Una situación reconciliada no se anexionaría lo ajeno con imperialismo filosófico, sino que hallaría su felicidad en la cercanía otorgada a lo lejano y distinto, más allá tanto de lo heterogéneo como de lo propio.
La reconciliación es, pues, un sereno dejar-ser que permite la proximidad.
No hay en Adorno una auténtica definición del término, pero podría valer la pena distinguir, al menos, a la reconciliación del llevarse bien. Uno solo puede reconciliarse cuando ya hubo antes un estado de enemistad, que es lo que se supera por medio de la reconciliación. La reconciliación se da como una convicción interior, se mueve en el plano de los sentimientos; presupone el surgimiento de la confianza en reemplazo del odio y el miedo. El llevarse bien, en cambio, no presupone ninguna enemistad previa: uno puede llevarse bien incluso con alguien que acaba de conocer. En este sentido se trata de algo exterior que no implica la superación de ningún sentimiento negativo. «Uno se reconcilia con alguien», explicaba Samuel Stosch en el año 1770, «cuando uno depone el odio o la enemistad que sentía hacia él y los reemplaza por sentimientos amables. Uno se lleva bien con él cuando ya no lo trata exteriormente como un enemigo sino que lo trata con amabilidad». La forma aumentada de la reconciliación [Versöhnung], mediante la cual se supera hasta el último rencor silenciado, es la concordia [Aussöhnung].
¿Hay perspectivas de una reconciliación con la naturaleza? ¿Será posible generar unas condiciones, a nivel global, en las que se ponga fin a la agresión (provista de las armas que le aporta la técnica) del humano contra la naturaleza, contra los animales e incluso las plantas?
Apenas si hay esperanza de que esto vaya a ocurrir: la reconciliación con la naturaleza es un objetivo utópico.
Muchos organismos sobreviven solo como reliquias en zoológicos o quizás como muestras genéticas en bancos biológicos. Puede que aún existan de manera aislada en poblaciones residuales, pero en términos funcionales están extintos. La densa red tridimensional y resplandeciente de la vida no será pronto más que un paño fino y en muchas partes completamente desgastado. Cabe esperar que en alrededor de cien años se conserve solo la mitad de las especies conocidas: las poblaciones de numerosas especies de vertebrados ya se redujeron, desde los años setenta, a la mitad. Adonde nos dirijamos, en cualquier continente al que vayamos, vamos a encontrarnos por todos lados con las mismas especies: los valientes, aquellos generalistas que se las arreglan bien en hábitats caracterizados por una sostenida utilización por parte del ser humano.
En un ensayo redactado en 1940, el filósofo y primatólogo japonés Imanishi Kinji comparó la comunidad de los seres vivos en la Tierra con un ostentoso vapor de lujo. Durante el avance de la evolución, el barco se habría ido formando, por sí mismo, con partes de la Tierra, aún inhabitada.
Una parte de la Tierra se convirtió en material para el barco y pasó a formar el barco mismo; la parte restante se transformó en los pasajeros que viajan en él. Así, pues, ni el barco precedió a los pasajeros ni los pasajeros al barco.
Hoy hay que modificar esta imagen, puesto que hace ya tiempo que los seres humanos tienen el control del timón y deciden quién puede seguir viajando; y, además, ya tuvo que abandonar el barco una cantidad (que sigue creciendo) de pasajeros no humanos. Sus sitios en primera, segunda y tercera clase son ocupados por los favoritos de los humanos: los animales de granja o, precisamente, las especies sinantrópicas (los animales que se habituaron al humano). La pregunta por la posible navegabilidad a largo plazo de este barco con la tripulación dramáticamente modificada permanece abierta.
Con semejante perspectiva, hablar de reconciliación o de paz podría parecer hasta cínico. Más bien podría sostenerse la opinión según la cual la aniquilación global de la vida no humana es un proceso poderoso que no se puede detener, de modo que habría que renunciar a todo intento de frenarlo, por absurdo. Si pensamos al mismo tiempo en el constante aumento poblacional, las crecientes necesidades, la globalización económica, los medios de destrucción que se tornan cada vez más eficientes y el cambio climático, rápidamente percibimos que las medidas tomadas hasta el momento no producirán ningún cambio de rumbo fundamental y mucho menos podrán llevar a una reconciliación general con la naturaleza no humana. Dichas medidas no solo son demasiado débiles: también llegan demasiado tarde. ¿De qué sirve proteger un 10 % de la superficie terrestre? Para producir un cambio de dirección debería pensarse, mínimo, en la mitad. Pero ¿qué perspectivas hay de que esto realmente vaya a ocurrir?
De todos modos, decirnos a nosotros mismos que hay que dejar, pues, que las cosas sigan su curso sería un error. Si no hacemos nada, la desaparición de especies será mucho peor todavía y tendrá consecuencias mucho más graves, incluso, que las que ya pueden preverse hoy. Es posible y resulta urgente dar pasos para la reconciliación al menos de manera local y puntual. De esta manera puede ser favorecido un cambio. Es cierto que considerando la situación en general resulta poco la salvación de una especie en particular de su extinción, pero para esta especie sí hace la diferencia. E igualmente para nosotros.
Si dejamos de pensar en la reconciliación como un objetivo global para cuya consecución no hay apenas esperanza y en cambio nos contentamos también con éxitos a nivel local, entonces esta reconciliación podrá ser un importante complemento para las ideas sobre políticas ambientales que se discuten en la actualidad. Pues, como la ecología se ha desarrollado de manera predominantemente positivista, las ideas sobre políticas naturales y las agendas de política ambiental aparecen más que nada, hasta la fecha, como objetivos de administración planteados desde un afuera: los bosques, por ejemplo, deben ser administrados de manera sustentable; los recursos y la energía deben ser utilizados de manera eficiente; los circuitos deben ser cerrados; el aire que respiramos debe ser puro; el agua, limpia; etc. Todo eso es importante, pero también precisamos objetivos emocionales que presupongan una apropiación interior de la naturaleza, como la reconciliación. No basta con intentar manejar la gran fábrica de la naturaleza de modo tal que pueda seguir funcionando también en el futuro, aunque sea simplificada. La perspectiva de una ecología de sujetos conduce a la visión según la cual los seres humanos son parte de una comunidad mayor.
Un paso hacia la ...