Hacia una nueva autoridad
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Hacia una nueva autoridad

El secreto de los padres firmes

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Hacia una nueva autoridad

El secreto de los padres firmes

Descripción del libro

Hacia una nueva autoridad es un manual imprescindible para el éxito en las relaciones entre padres e hijos. Cuando los problemas amenazan con sobrepasar a la familia, es útil tener una guía con la que orientarse. ¿Qué necesitan los padres cuando reina el caos y los niños se comportan como pequeños tiranos? Esta obra plantea un enfoque tan sencillo como novedoso para estas situaciones: se tiene que combinar la autoridad paternal firme con el esmero en la protección y el cuidado de los hijos.

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Información

Año
2019
ISBN de la versión impresa
9788425441769
ISBN del libro electrónico
9788425441776
Categoría
Psicología

1. El anclaje como principio fundamental de una educación exitosa
Visitamos la casa de Andrea y Stefan una tarde de domingo bastante tranquila. Los cuatro hijos —Jakob, Manuel, Emilia y Valentina— están en casa. Stefan, que es médico, ha salido a atender una emergencia. Andrea, asistente médico profesional, nos recibe y nos invita a entrar a la casa. No se nota la presencia de los niños. Todos están ocupados en algo, desde Jakob, que tiene ocho años, hasta Valentina, la benjamina, de dos años. Jakob está leyendo un libro, su hermano Manuel está haciendo manualidades. Emilia, de cuatro años, experimenta con la pintura, y Valentina está jugando con sus peluches. La pequeña examina con interés a los visitantes, se acerca constantemente a su madre, pero luego vuelve a concentrarse en sus anima-les de peluche. Entonces a Manuel le sale algo mal. Como se siente frustrado, empieza a molestar a Jakob, que está leyendo, e intenta quitarle el libro. Andrea se mete entre ellos, aparta a Manuel y le dice: «Eso no está bien. Si no te sale algo, puedes pedirme ayuda, y cuando termine, vendré a ayudarte». Parece que Manuel va a llorar, pero sigue con las manualidades. Poco después, Jakob y Manuel le preguntan a su madre si pueden ver una película. Andrea les contesta con un tono tranquilo: «Podéis ver la película durante una hora y no más». Mientras tanto, Emilia ha terminado su obra de arte y nos la muestra orgullosa. En medio de todo esto, a Andrea le queda tiempo para servirnos un café y una tarta mientras mantenemos una agradable conversación. Lo que resulta sorprendente es que Andrea nos presta atención y al mismo tiempo está totalmente pendiente de sus hijos. Su serenidad y autoridad inundan cada rincón de la casa. «Estoy convencida de que se puede», contesta sonriendo y segura de sí misma cuando le preguntamos cómo puede gestionarlo todo y mantener la calma todo el tiempo. «A veces es duro», admite; «se me acaban las fuerzas. Pero en esos momentos cuento con la ayuda de Stefan o de los abuelos, tanto de mis padres como de los de Stefan». Cuando pasa algo, Andrea no habla mucho; espera y observa. Por lo general, esto es suficiente. Todo vuelve a su cauce por sí solo. Se nota que los niños se sienten a gusto en su casa.
Claudia también tiene cuatro hijos: Matteo, de catorce, Benedikt, de once, Leon de cinco y Leonora, de dos. Su espaciosa casa es un caos absoluto. En el centro del salón está encendida la televisión, una Samsung de gran tamaño. Matteo está tumbado en el sofá con su iPad. Benedikt fastidia a la pequeña Leonora o apremia a su madre con sus interminables deseos. Leon corre desenfrenado por la casa. A los niños les han realizado un examen psicológico y ninguno de ellos es hiperactivo ni tiene deficiencia alguna. Claudia está sentada en la mesa de la cocina e intenta poner orden. Cada vez eleva más la voz: «¡Benedikt, no hagas eso! Deja tranquila a la niña, por favor. Matteo, haz el favor de dormir un poco. Leon, tranquilízate de una vez, ¡esto no puede ser! ¡Leon, a tu habitación! ¡Benedikt, deja de pegar a la niña!». Así ocurre durante horas y horas cuando los cuatro niños están en casa. Robert, el padre, no está. Prefiere ocuparse fuera del hogar. Claudia está al borde de la desesperación: «Estoy desbordada, no podré soportar esto mucho tiempo más». Amenaza a los niños, casi a gritos, con que habrá consecuencias. Dice que les va a prohibir ver la televisión o usar el móvil o el ordenador, pero luego no lo hace. A veces toma medidas draconianas. Encierra a los niños hasta que se calman. Pero nunca les pega. «No consigo hacerlo de otra manera», dice Claudia suspirando, «y Robert no me ayuda. Sería genial que pudiera hacerse cargo de algo. Me da miedo quedarme sola en casa con los cuatro niños. No sé cómo actuar y solo me queda esperar que no hagan demasiadas travesuras».
La educación de los niños es una aventura, un riesgo, no solo si se tienen cuatro hijos, sino también si se tienen uno o dos. A veces todo marcha sobre ruedas; algunos padres no necesitan intervenir mucho para que la convivencia funcione sin grandes problemas. En otras familias, en cambio, reina el caos y los niños se comportan como pequeños tiranos con sus padres. ¿De qué depende que funcione la educación, que los padres sean firmes y tengan autoridad? ¿Qué condiciones y qué procesos hacen que los padres se sientan cada vez más débiles y desorientados? En definitiva, la pregunta que ocupa a tantos padres y educadores es: ¿Cuál es el secreto de una educación exitosa?
El secreto de una educación exitosa
Sabemos bastante bien qué es lo que no queremos: una educación autoritaria como la que solían practicar nuestras abuelas y abuelos. Ocuparse de las necesidades de los niños era algo que tenía más bien poca importancia. La instancia que tenía la autoridad exigía que se cumplieran las normas y no hacerlo se castigaba severamente. Los padres eran inaccesibles y decidían lo que estaba bien y lo que estaba mal. El sentimiento que imperaba en la educación autoritaria era, y sigue siendo, el miedo. Miedo a hacer algo mal, a fracasar, a no ser querido. La educación autoritaria se basaba en romper las relaciones y negar el amor como medios de control. A esto había que añadir, a menudo, el uso de la violencia, que hoy en día, por suerte, está castigada.
No se puede afirmar que la educación autoritaria no diera resultados, pero lo cierto es que, en muchos casos, los resultados eran más bien poco deseables. Dependiendo de cuál fuera su temperamento, un niño o un adolescente podía convertirse en una persona apocada, con una actitud pasiva, o en una persona rebelde que reaccionaba de manera violenta y luchando abiertamente por el poder.
Hacia finales de la década de los 70 del pasado siglo, entre otras cosas a causa de las horribles experiencias durante los años del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial, la educación autoritaria ya no se consideraba útil. Los conceptos del laissez-faire o de la educación cooperativa que siguieron a esta confiaban en el encuentro, la sinceridad, la libertad, el aliento y la confianza. Tan solo había que dejar que el niño hiciera lo que quisiera y él mismo desarrollaría su potencial. Estaba mal visto que los padres pusieran reglas o, en todo caso, todo tenía que discutirse hasta llegar a un acuerdo.
Los resultados de la educación cooperativa antiautoritaria son decepcionantes. Los estudios muestran que este tipo de educación no consigue el desarrollo y el florecimiento pretendidos. Como este modelo educativo nunca obligaba a los niños a conformarse, muchos de ellos muestran poca tolerancia a la frustración y una tendencia a sobrepasar los límites. Cuando se los educa según el modelo antiautoritario, en el que cada uno depende de sí mismo, los niños, que por naturaleza son «débiles», se hunden pronto y acaban sintiéndose asustados, deprimidos y faltos de autoestima en un mundo cada día más complejo. Los niños de temperamento más fuerte a los que se les permite hacer y dejar de hacer todo lo que quieran a menudo llegan a convertirse en auténticos tiranos para los que nada es sagrado y que hacen prevalecer sus propios intereses sin parar mientes en las pérdidas. Sin embargo, tampoco suelen tener una buena autoestima, pues nunca aprendieron a enfrentar las dificultades.
Hoy en día observamos con frecuencia las consecuencias de este tipo de educación. Los padres reniegan y se lamentan porque los acuerdos de cooperación a los que llegaron no se respetan y lo único que pueden hacer es esperar a que, a pesar de ello, todo vaya bien. A menudo caen en la pasividad o la resignación. Todo les da igual. Y cuando quieren demostrar su autoridad, e imponerse, se espantan ante su propia dureza.
¿Qué hacer, pues? ¿Qué camino elegir? Un modelo que, en gran medida, contribuye indiscutiblemente al éxito de la educación y al buen desarrollo de los niños es el modelo del apego seguro, que consiste sencillamente en transmitir a los hijos que siempre estamos ahí para ellos y, de este modo, fomentar su confianza básica. El psicoanalista y psiquiatra infantil John Bowlby y los psicólogos estadounidenses Mary Ainsworth, Richard Ryan y Edward Deci consideran que un apego seguro es requisito previo para el desarrollo de la autonomía y la confianza, que son lo que permite a los niños superar los desafíos de la vida. Para desarrollarse bien, los niños necesitan un refugio, necesitan tener en sus padres un puerto seguro en el que refugiarse. Este puerto debe ofrecer abrigo a los barcos y al mismo tiempo permitirles partir y vivir sus experiencias.
Los principios de un puerto así son: «siempre estaré ahí para ti». Siempre podrás regresar a mí para cargar energías, descansar o buscar consuelo. El puerto simboliza los brazos abiertos de los padres y su presencia incondicional, aunque el grado de atención varíe a lo largo de la vida. Cuando un niño o una niña empiezan a gatear, se golpean contra algo y empiezan a llorar, encuentran consuelo en los brazos de su madre o de su padre. Más adelante, cuando van a la guardería y se encuentran agotados al final de un largo día, sus padres son para ellos un refugio en el que sosegarse y descansar. Cuando los jóvenes salen a navegar a mar abierto pueden estar seguros de que a su vuelta podrán regresar a su puerto natal. Esta es una certeza que llevan dentro de sí como una brújula, una cer- teza que los guía y les muestra siempre el camino hacia tierra firme, incluso cuando ya han alcanzado la edad adulta. Este pedazo de hogar sobrevive a todas las crisis y ofrece seguridad y refugio. Cuando brilla el sol y el mar está en calma, los capitanes animan a sus marineros a salir al mundo y a vivir nuevas experiencias. Como un faro, los padres señalan que siempre estarán ahí y que siempre tendrán un lugar para los que regresan.
Pero, continuando con el símil del puerto, hay algo más que resulta necesario y urgente. Porque, ¿quién o qué impedirá que el barco se golpee en el puerto contra los muros del muelle cuando la mar esté agitada? ¿Quién lo mantendrá en el puerto o lo traerá de vuelta cuando se levante un vendaval o una tormenta? ¿Quién lo protegerá de todo tipo de tentaciones, peligros y derivas? ¿Quién estabilizará el barco cuando, sin nadie que lo guíe, corra el peligro de caer en adicciones o caprichos, en la de- sorientación, la agresividad o la depresión? ¿Quién pondrá límites claros cuando entre demasiada agua en la nave? Además de servir como un puerto seguro, la educación exitosa y segura de sí misma se distingue por cumplir con una función de anclaje, que proporciona reglas y estructuras y mantiene el buen rumbo del barco en caso de peligro inminente.
Por lo tanto, el principio fundamental de una educación sólida y exitosa, recordemos a Andrea, consiste en ser un ancla firme para los niños y los jóvenes. El ancla representa la función de protección y vigilancia de los padres. No cabe duda de que cumplir con esta función de anclaje exige mucho a los padres. Para eso, ellos también deben estar bien anclados y convencidos de su eficacia personal. Necesitan confiar y creer en que sus hijos los necesitan y los aman y necesitan desarrollar la capacidad de exigirles.
Entonces, ¿hay padres que tienen esta capacidad de servir de ancla y otros que no? Un buen anclaje se basa en cuatro principios fundamentales, los cuales pueden aprenderse y practicarse: el primero es la estructura; el segundo, la presencia y la atención vigilante; el tercero, el apoyo; y el cuarto, el autocontrol y la desescalada.
Primera forma de anclaje: la estructura
En estos tiempos modernos y liberales casi está mal visto hablar de estructura, orden y reglas, pues se dice que estas impiden el buen desarrollo del niño. Muchos padres evitan establecer reglas claras porque temen poner en peligro la relación, el amor mutuo y la amistad con sus hijos. Sin embargo, todas nuestras experiencias de trabajo con niños en Alemania, Austria, Suiza e Israel, así como estudios realizados en todo el mundo, muestran que una educación en la que reina el caos en lugar del orden origina graves problemas. Los niños necesitan límites. Cuando se satisfacen todas sus necesidades según ellos mismos deciden, se sienten terriblemente desbordados. Todavía no saben lo que está bien y lo que está mal. Además, el caos crea padres indefensos, que lo aceptan todo de manera totalmente desestructurada. La falta de orden aumenta los temores infantiles y promueve y alimenta la violencia, la desorientación y la desesperanza. La existencia de estructuras fiables es la base de una educación exitosa a través del anclaje. El miedo de los niños disminuye cuando crecen con un conjunto de ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Introducción
  6. 1. El anclaje como principio fundamental de una educación exitosa
  7. 2. La presencia o el arte de estar ahí
  8. 3. La atención vigilante o el arte de prevenir peligros
  9. 4. La desescalada o el arte del autocontrol
  10. 5. Educar juntos o el arte de apoyarse
  11. 6. La resistencia o el arte de desarrollar alternativas al castigo
  12. 7. Todo irá bien o el arte de la reparación
  13. 8. El secreto de los padres firmes: educar con éxito no es cuestión de magia
  14. A modo de conclusión: la educación exitosa y el «no» de los padres
  15. Agradecimientos
  16. Para saber más
  17. Información adicional