De la ciudad hidalga a la metrópoli globalizada
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De la ciudad hidalga a la metrópoli globalizada

Una historiografía urbana y regional de Bogotá

Jhon Williams Montoya G.

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De la ciudad hidalga a la metrópoli globalizada

Una historiografía urbana y regional de Bogotá

Jhon Williams Montoya G.

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La presente historiografía urbana de Bogotá se desarrolla en una secuencia que va desde 1538 hasta la primera década del 2000. La investigación examina el rol de la ciudad como punto primacial en una red nacional de ciudades que, además, conecta el país con América Latina y el mundo. El análisis de los procesos de cambio interno de la ciudad tiene un especial énfasis en el crecimiento urbano y en la cambiante morfología de la capital. Teórica y metodológicamente, el estudio se apoya en los planteamientos de la urbanización latinoamericana, la teoría de la dependencia y la teoría de sistema-mundo - conectada con la tradición en geografía urbana sobre el estudio de sistemas de ciudades-; asimismo, se auxilia en la economía política de la urbanización - desarrollada desde los años setenta en los estudios urbanos- e incorpora dos elementos tradicionales en el estudio de la ciudad: el análisis morfológico, así como las ideas de la planificación y el urbanismo. El ejercicio historiográfico se centra en el cambio en la morfología física y social de Bogotá, estrechamente vinculada a las mutaciones políticas, sociales y económicas de la nación, y su consecuente impacto en las economías regionales. De la misma manera, especialmente para el siglo XX, se añade la ideología del urbanismo como variable definitoria de los procesos de urbanización y su materialización en el crecimiento urbano, en la arquitectura y, en general, en la forma física y social de la ciudad.

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CAPÍTULO 1

LA EXPANSIÓN RECIENTE DE LA CIUDAD LATINOAMERICANA

La ciudad latinoamericana ha sido objeto de numerosas investigaciones en el dominio de la geografía urbana, principalmente debido a su rápido cambio demográfico y su crecimiento físico, pero también porque esos fenómenos significaron grandes problemas de planificación urbana y acrecentaron la polarización social. Las ciudades, entonces, crecieron más rápido que sus economías y pronto los gobiernos urbanos fueron sobrepasados, viéndose imposibilitados de ajustar la administración de las ciudades a la velocidad de expansión de las mismas, de tal manera que en estos momentos el balance muestra megalópolis con economías débiles, que no absorben la mayor parte de la población económicamente activa. Fruto de este desarrollo desequilibrado, en las ciudades latinoamericanas se mezclan los espacios conectados a la economía global y tecnológicamente modernos, con los espacios desaventajados y marginales donde, en muchas ocasiones, domina una economía informal de características casi feudales en las relaciones de producción.
Una segunda razón por la cual el estudio de la ciudad del Tercer Mundo, y en particular la ciudad latinoamericana, ha sido sujeto de gran interés, es la necesidad creciente de renovar la teoría urbana para que involucre las realidades de estas ciudades que, incluso, pueden ayudar a comprender los fenómenos que experimentan las ciudades del Primer Mundo. La tesis central es que la teoría urbana se construyó principalmente a partir de la experiencia sobre la ciudad industrial —ahora posindustrial— y que la participación de los fenómenos urbanos del Tercer Mundo ha estado, en general, al margen en la construcción de los discursos sobre la ciudad.
En suma, puede hacerse un balance donde se reconoce una acumulación importante de investigaciones, aunque muchas de ellas mantengan como eje la migración rural-urbano y las ideas de la sociología urbana desarrollada en los años setenta, a partir del análisis de las relaciones centro-periferia y la Teoría de la Dependencia.
El caso de Bogotá puede ser, en mi concepto, bastante representativo de la situación actual de la ciudad latinoamericana. Si bien no tiene el tamaño de Ciudad de México o San Pablo, Bogotá se ha transformado rápidamente durante los últimos decenios y ha experimentado el impacto de los cambios producidos en la economía regional y nacional.1
A partir de lo anterior es identificable, como situación problemática de investigación, la necesidad de ilustrar el proceso de cambio urbano de los últimos decenios. Se trata de una transformación urbana que puede ser visualizada a través del estudio del cambio morfológico, acudiendo a la idea de la forma urbana como una expresión de las dinámicas que forman ciudad (Carter 1995). Se consideran por el momento dos elementos principales: la caracterización de cómo ha cambiado la morfología de la ciudad y la explicación de dichos cambios a partir del análisis del actuar de los diferentes agentes urbanos —industriales, sector inmobiliario, capital financiero, movimientos sociales organizados alrededor de la autoconstrucción de los barrios populares, movimientos políticos y su participación en la creación de los barrios de invasión, etc.—.
Como antecedentes referidos particularmente a Bogotá, puede citarse el trabajo de IGAc-ORSTOM (1984). En él se elabora una evaluación detallada de las relaciones de la ciudad con los asentamientos periféricos de la Sabana de Bogotá y las condiciones de movilidad entre los núcleos urbanos; este trabajo contiene también un análisis ambiental de la región. Otra investigación de referencia corresponde a la publicación del CEDE y la Cámara de Comercio de Bogotá (Barco 1998); allí se incluye un análisis de la dinámica urbana hasta 1993, que explora los temas de multicentralidad, la suburbanización, los nuevos barrios, la metropolización y la planificación urbana —fue un documento esencial en la elaboración del Plan de Ordenamiento Territorial (POT—.
También se consideran importantes para esta propuesta los trabajos de Cuervo (1997, 2002), Dureau (2002), Dureau y Lulle (1999) y Montañez Gómez, Arcila Niño y Pacheco Giraldo (1994). Es conveniente anotar, además, el desarrollo del programa de investigación recomposiciones urbanas y dinámicas metropolitanas en Bogotá (Colombia), en el marco de un acuerdo de cooperación con el gobierno francés, ECOS-Nord. En el nivel de las interrelaciones regionales y su impacto en la urbanización, la referencia obligada es el trabajo de Goueset y su análisis del cambio en la primacía urbana de Bogotá (Goueset 1998; Goueset y Mesclier 2007).

Conceptos básicos en la lectura de la expansión urbana

Metrópolis y metropolización

Etimológicamente, metrópolis designa la ‘ciudad madre’ y ello implica una forma urbana de gran tamaño y unas funciones de comando y control (Derycke 1999). A partir de allí, el carácter de las metrópolis y el proceso que les da origen se explica a partir de las siguientes características:
  • La metrópoli corresponde a una forma urbana de tamaño significativo. Bassand (1997), siguiendo a Angotti, fija un umbral de un millón de habitantes, mientras que Troin y Troin (2000) lo fijan en dos millones, recalcando que no es precisamente la variable de mayor importancia. Bogotá es incluida por Troin y Troin en la lista de metrópolis.
  • La referencia a un tamaño importante implica un proceso rápido e intenso de expansión urbana, a través de la cual se formarían metrópolis mediante la integración progresiva de ciudades satélites, o la conformación de nuevos asentamientos. Estas áreas de expansión pueden llegar a ser vastas aunque discontinuas y Lacare (citado por Bassand 2001, 37) las define hasta de doscientos kilómetros, aun si no existe continuidad en la construcción. Esta situación se ve limitada, en todo caso, por la topografía que puede ser una barrera para la expansión de las redes de comunicación. Por lo anterior, se juzga pertinente añadir otra variable: el tiempo de desplazamiento hasta el centro de la ciudad principal.
  • La metrópolis, para ser tal, debe poseer una centra-lidad global. Esto significa que debe haber seguido un proceso de integración a la economía mundo y, por lo tanto, ha adquirido una posición de comando en la economía regional, nacional e internacional. Ello también implica que la metrópolis sea un polo difusor de innovaciones e información. Para Derycke (1999), la metrópoli funciona como un espacio de articulación de redes —empresariales, de transporte y de poder— del orden local, regional y global. Así, la mundialización, o globalización, se convierte en un catalizador en la formación de metrópolis; Bassand (1997) sostiene, por ejemplo, que la mundialización se apoya en una armazón global de metrópolis, una relación que también es establecida por Massey cuando reconoce a las ciudades como parte esencial del proyecto de globalización (2000).
A las consideraciones anteriores se añade el desarrollo de la teoría de la ciudad global, concebida desde los sesenta, pero que alcanzó una importante difusión con los trabajos de Friedmann (1986) y Sassen ([1989] 2001). La teoría de la ciudad global se sostiene en la idea de que el planeta es esencialmente urbano y es precisamente, en las ciudades, donde se desarrolla el componente más significativo de la economía mundo (Nijman 2000); de allí se desprende que la jerarquía urbana sea una condición dependiente del grado de capacidad de la ciudad por comandar actividades internacionales. Esto último es medible a partir de la participación que se tenga en compañías transnacionales de los sectores clave: servicios financieros, publicidad, servicios legales —en especial aquellos relacionados con la legislación comercial— y consultoría empresarial (Sassen 2001; Taylor 2000).
A pesar de estos llamados a considerar las metrópolis en función de sus conexiones globales, es necesario reivindicar que las metrópolis derivan gran parte de su vitalidad de las relaciones económicas con su periferia inmediata o hinterland. En ese sentido, el concepto de ciudad-región, mantiene su vigencia a pesar de haberse planteado inicialmente en función a la fase industrial del capitalismo. La ciudad-región se refiere a unas relaciones de dominación, donde el hinterland es controlado por la metrópoli a través de una red de subcentros que se organizan en una estructura jerárquica (Parr 2002). En esa dinámica el hinterland juega un papel importante en el equilibrio del desarrollo metropolitano porque, aparte de que suministra mano de obra, materias primas y hasta recursos de capital, también ofrece la posibilidad de redistribuir las funciones para dar cabida a nuevas actividades en la zona metropolitana. Bar-El y Parr (2003) muestran, por ejemplo, cómo la desconcentración de actividades ya saturadas en los centros metropolitanos, permiten el desarrollo de nuevas economías de aglomeración en los asentamientos periféricos. Estas economías se incorporan luego al área metropolitana y generan una dinámica de crecimiento y fortalecimiento del proceso de metropolización.
El proceso de metropolización implica, de otro lado, el desarrollo de algunos fenómenos particulares. El primero es la suburbanización, entendido como el desplazamiento de la población hacia las periferias de la ciudad y que Bassand (2001) asocia con la democratización del automóvil y la expansión en el uso del teléfono, pero también de los servicios de transporte público. Continuando con Bassand, a la suburbanización le sigue la periurbanización, referida al desplazamiento de “las categorías socioprofesionales medias y superiores en busca de casas individuales tratando escapar a la polución, la peligrosidad y el ruido de los centros urbanos” (2001, 34).
A los dos procesos mencionados se añade la contraurbanización, una idea muy común en Europa y Estados Unidos en los setenta y ochenta, que describe el fenómeno de tasas de crecimiento altas en los bordes de las áreas metropolitanas, frente a descensos significativos de las tasas de crecimiento en la ciudad central (Carter 1995). Sin embargo, esta caracterización comienza a ser revaluada, debido a que inicialmente la contraurbanización se mezclócon la idea de rururbanización, el retorno al campo de los urbanitas apoyados en las nuevas tecnologías de la comunicación que aparentemente hacían obsoletas las ciudades. El examen de estos procesos se debe a que la ocupación de áreas rurales tuvo un límite de distancia en función a la ciudad principal y se detuvo, comenzando luego un proceso de densificación por lo que la contraurbanización frecuentemente terminóen una extensión de las metrópolis, cuestionando la posibilidad del retorno a comunidades rurales con funciones urbanas.
Sin embargo, también hay procesos hacia el interior de las metrópolis. El más conocido es la gentrificación, un fenómeno muy marcado en América Latina desde finales de la década de los ochenta, jalonado por tres elementos: el deterioro físico y social de las áreas centrales de la ciudad, el retorno de una parte de las clases medias para las cuales el proyecto suburbano no fue realizable y la valorización del patrimonio arquitectónico de la ciudad en la medida en que el turismo urbano se convirtió en una fuente de ingresos. No se debe descartar, empero, que en el fenómeno también incidió una estrategia de promoción de la imagen de la ciudad, impulsada por los gobiernos y grupos de comerciantes e industriales, basada en la eventual necesidad de ‘recuperar el centro’.
Un último fenómeno a considerar es la segregación, definida como la separación espacial de grupos sociales en función a la raza, la condición social o la etnia. Es conveniente anotar, además, que la segregación es una acción, a pesar de que la palabra sea frecuentemente utilizada para designar los resultados de la discriminación (Brun 1994). Así, la segregación se refiere a unas prácticas de exclusión que generalmente son intencionales y donde se recurre a diversos mecanismos como el matrimonio, las relaciones interpersonales o la reglamentación del uso de la tierra, convirtiéndose en una herramienta para el control de ciertos espacios en la ciudad.
Opuesta a la segregación, se reconocería la integración social como el proceso de participación de espacios comunes entre grupos sociales disímiles. Portes, ltzigsohn y Dore Cabral (1996) agregan, citando a Kowaric, la idea de integración perversa para referirse a la proximidad física entre clases sociales pero separadas por barreras económicas y también físicas en la forma de muros, que convierten los barrios de alto costo en guetos. Un sujeto de estudio creciente principalmente en Brasil alrededor de los condominios o ‘cerrados’ (Dabrowski-Sangodeyi 2003; Fernández-Maldonado 2002). Un último concepto asociado a la segregación es la polarización social, definida como la tendencia al crecimiento de las diferencias y la exclusión, alimentando la violencia urbana y amenazando con el estallido de revueltas sociales.
De otra parte, en el análisis de la dinámica metropolitana es necesaria la consideración de las centralidades urbanas definidas como la cualidad económica y simbólica que posee un punto o lugar para atraer ciertos grupos en la ciudad. En ese sentido, la centralidad no es equivalente al centro, por cuanto este corresponde a un lugar único que disfruta de las cualidades de la centralidad (Beltrao Sposito 1999). Esas cualidades pueden ser políticas —centros de decisión—, económicas —funcionales—, comerciales —alrededor de unos polos de consumo— o sociales —prácticas espaciales— (Monnet 2000). También, es pertinente anotar que la centralidad se define a partir de las condiciones de accesibilidad; de allí que para su identificación se recurra a indicadores de frecuentación y de densidad de actividades (Beltrao Sposito 1999).

Morfología urbana y morfogénesis

El análisis del cambio metropolitano refleja, a su vez, el cambio en la forma urbana. Según Roncayolo (1996, 63) la forma urbana ha sido entendida como la expresión de un diseño general y el reflejo de la voluntad de los urbanistas; una situación que califica de equivocada al no reconocer la forma como un efecto combinado o, en términos de Vance (1990), una forma orgánica evolucionaria poseedora de una esencia específica per se. Esta reflexión conduce a una primera precisión conceptual: existe una distinción esencial entre estructura morfológica y morfología observada (Desmarais 1992), correspondiendo la primera con unas estructuras abstractas de organización y la segunda a sus realizaciones materiales. En ese primer sentido, la forma se encuentra en el origen de las relaciones sociales y de la organización espacial, siendo generada a partir de unas trayectorias de movilidad dependientes de una regulación, la cual es, a su vez, es esencialmente política (Desmarais 1998; Ritchot, Mercier y Mascolo 1994).
De lo anterior se derivan unas relaciones directas entre morfología y expansión urbana. El crecimiento urbano no corresponde, entonces, a una simple extensión de la ciudad, sino que se convierte en una expresión del conflicto por la ocupación del espacio a partir del balance o juego de fuerzas entre las posiciones endoreguladas y exoreguladas (Mercier 2009). Así, en el análisis del crecimiento urbano se reconocen unos focos fundacionales —endoregulados— desde donde se origina la expansión y a partir de los cuales se identifican unos gradientes urbanos y rurales (Desmarais y Rit-chot, 2000; Ritchot et al. 1994; Villeneuve y Coté 1994).
Volviendo al concepto de forma urbana, otras dos acepciones son identificables: la forma como la pura apariencia visual del fenómeno y la forma como una apariencia visual, pero como el producto físico del proceso genético del fenómeno; de allí que se preste especial atención a la evolución de la forma y, entonces, la cartografía histórica emerge como una herramienta importante (Sturani 2003).
De otro lado, el concepto de morfogénesis remite al origen de la forma, una preocupación que ha estado en el centro de la discusión urbana por mucho tiempo (Racine 1996) y que refiere a la cuestión básica sobre el origen de la ciudad: ¿de acumulación?, ¿religioso?, ¿político? Las formas materiales de la ciudad tienen, según Roncayolo (1996, 38), el poder de durar y permanecer por siglos en la ciudad y por ello son una evidencia de las fuerzas en juego para la construcción de lo urbano.
Dos ideas, entonces, se imponen: uno, que a través de la evolución de las formas urbanas se reconocen los procesos sociales que transforman la ciudad; y dos, que las formas urbanas actuales han sido creadas a partir de formas de organización primarias, es decir la morfología urbana tiende a responder a estructuras —formas— preexistentes. Dos ejemplos refuerzan esta interpretación: la demostración de Desmarais (1995) acerca de cómo la forma urbana actual de París se prefiguró trescientos años antes y el análisis de Moystad (1998) que evidencia las diferentes formas superpuestas en Beirut y exhibidas debido a los trabajos de reconstrucción de la posguerra civil de los años ochenta.
La geografía estructural reconoce dos conceptos básicos para la comprensión de la génesis de la forma urbana (Desmarais 1998). El p...

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