Decir no, por amor
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Decir no, por amor

Padres que hablan claro: niños seguros de sí mismos

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Decir no, por amor

Padres que hablan claro: niños seguros de sí mismos

Descripción del libro

El presente texto nace del profundo respeto hacia una generación de padres que trata de desarrollar su rol paterno de dentro hacia fuera, partiendo de sus propios pensamientos, sentimientos y valores, porque ya no hay ningún consenso cultural y objetivamente fundado al que recurrir; una generación que al mismo tiempo ha de crear una relación paritaria de pareja que tenga en cuenta tanto las necesidades de cada uno como las exigencias de la vida en común.

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Información

Año
2012
ISBN de la versión impresa
9788425427497
ISBN del libro electrónico
9788425428845
Categoría
Pedagogía

1. El arte de decir no a los hijos

La mayoría de los padres quisiéramos siempre decir a los hijos. Deseamos darles todo lo que está en nuestras manos y estaríamos dispuestos a entregar nuestra vida por ellos. Es esto algo totalmente lógico, puesto que el es, por excelencia, el símbolo del amor. Es la palabra clave decisiva, con la cual nos decimos que todo es como debería ser. En principio no habría nada que objetar al hecho de decir siempre , si ese proviniera siempre del fondo del corazón y estuviera libre de expectativas o segundas intenciones estratégicas. Pero esto es una ilusión; porque quien dice siempre soporta mal un no como respuesta.
Si leemos la bibliografía pedagógica de siglos pasados y las experiencias de sus contemporáneos no nos queda duda alguna de que los padres han experimentado siempre dificultades con el no. En unas épocas, lo han dicho con demasiada frecuencia, en otras con muy poca. Los contemporáneos de mis padres acabaron adoptando por lo general esta estrategia: por seguridad decían casi siempre que no. Esas negaciones iban por norma acompañadas de expresiones severas y tonos imperiosos, que manifestaban incomodidad y desazón por parte suya, ya que habrían preferido sobradamente decir .
«¡Si digo no, es que no
«Uno no pregunta, sino que se espera a que le pregunten.»
Así era como se pretendía que aprendiéramos a obedecer.
Desde comienzos de los años noventa los padres adoptaron otra estrategia. Por seguridad decían siempre que sí, y solo la vacilación, un resignado encogerse de hombros o el tono reticente de la voz revelaban que se anhelaba poder decir no alguna que otra vez.
Entre estos dos métodos con los que se intentaba resolver el propio malestar no solo pasaron cincuenta largos años, sino que, además, eran métodos ideados por sociedades completamente distintas. La generación de mis padres creció en una sociedad pobre, en la que «se sabía» cómo criar a los hijos y cuándo debía decirse y cuándo no. A menudo los padres se veían obligados a decir que no a sus hijos porque les era imposible, en el aspecto material, satisfacer sus deseos. A los padres que podían permitirse más cosas se les reprochaba, bajo el influjo de una envidia subliminal, que mimaban a los hijos.
Hoy día vivimos en la sociedad del bienestar y de la abundancia, en la que la mayoría de los individuos se han procurado una identidad artificial, superpuesta a la auténtica. Se han convertido en consumidores, y con ellos sus hijos. Vuelven a casa con bolsas llenas a rebosar y un particular brillo en los ojos, y hablan con extremo candor de su exitoso power-shopping. (Del fulgor de su mirada son responsables también las endorfinas, hormonas estimulantes segregadas en las fases de satisfacción inmediata de las necesidades.)
Gran parte de las reglas, de las normas y de los valores de la sociedad pobre ha desaparecido y, si el bienestar general se mantiene, será la nueva generación la que tendrá que averiguar cómo sobrevivir de la mejor manera posible en la sociedad de la abundancia sin sufrir daños psicológicos.
A muchos padres les es indiferente, en el aspecto económico, que en un cálido día de primavera los hijos se coman uno, dos o cinco helados, o que el vestido de la comunión cueste mucho o poco; si conviene, comprarán el más caro, para que el hijo continúe gozando de una buena reputación entre sus coetáneos. Pero quizá lo hagan también para subrayar su propio estatus. No es una novedad que los hijos ejerzan, entre otras, la función de poner de relieve la prosperidad, la excelencia y la moral de los padres, así como la de disimular sus deficiencias.
El hecho de que hay padres que no tienen la necesidad de decir no a los hijos podría deberse a su situación económica acomodada, pero obviamente también hay otras causas. Algunos padres temen los conflictos o simplemente son comodones; otros se proponen transformar la familia en un miniparaíso para niños; otros, finalmente, carecen de todo control sobre sí mismos o han entendido mal el precepto de ser afables con los hijos.
Antes de encontrarnos con algunas de esas familias, quisiera dedicar unas palabras a explicar por qué en principio es fundamental saber decir no incluso a nuestros propios hijos.
En todo comportamiento adoptado en familia importa menos lo que hacemos que el cómo y el por qué lo hacemos. No hay motivo alguno para sostener que lo correcto es pronunciar un determinado número de noes al día. Pero tenemos muy buenos motivos para pensar que demasiados síes poco entusiastas, extorsionados, expresados de manera indirecta o dichos a la defensiva, menoscaban la relación que ha de haber entre padres e hijos.

El no como respuesta amorosa

Cuando en el transcurso de mis prácticas para ser terapeuta de familia oí por primera vez la frase «Un no es la más amorosa de todas las respuestas posibles», no la entendí. Solo gradualmente, tras numerosas entrevistas con las más diversas familias, capté el sentido profundo de esa afirmación. Si hoy miro hacia atrás en mi vida privada y profesional, me doy cuenta de que la mayor parte de las dificultades y de los conflictos en la familia nacen también porque sus miembros no son capaces de decir no, aunque deseen hacerlo. Porque no definen sus propios límites personales y no los expresan con suficiente claridad, porque la cultura de la familia no lo permite o porque uno o más miembros no hacen el suficiente esfuerzo.
Con esto no pretendo decir que deberíamos «rechazarnos» más unos a otros, sino simplemente que a menudo nos preocupamos demasiado poco de nuestros límites y de nuestras necesidades individuales y tendemos a atribuir la culpa de ello a los demás. El arte de decir no significa también asumir la propia responsabilidad, en interés de todos.
Naturalmente tenemos siempre buenos motivos para comportarnos de un modo determinado. No queremos zaherir a los demás y mucho menos hacerles daño. Tememos el altercado de un momento (aunque pro­voquemos así muchos más conflictos en el futuro). Qui­siéramos sentirnos queridos por los demás (pero actuamos de forma que no lo somos ni por ellos ni por no­sotros mismos). Cuanto más pretendemos ser apreciados por los otros más peligro corremos de que los demás nos desprecien y se aprovechen de nosotros. Cuanto más benévolos queremos ser, más antipáticos llegamos a ser. Cuanto más generosos y magnánimos nos mostramos, más mezquinos y malhumorados acabamos siendo.
Todos estos comportamientos tienen como base nuestra necesidad existencial de ser útiles para los que amamos. Y esa necesidad se hace más visible que nunca en las relaciones con nuestros hijos, a los que no solo queremos darles todo, sino que esperamos para ellos además una vida mejor que la nuestra. Nace seguramente de la combinación entre esta exigencia fundamental y la ambición que todos los padres muestran para sus hijos; nos resulta tan difícil hallar un sano equilibrio entre el y el no. El no es así la más difícil y, por lo mismo, también la más amorosa de las respuestas: requiere sobre todo tacto, compromiso, honestidad y coraje.

Cómo tratar a los bebés

Los niños muy pequeños no están, según todas las apariencias, a merced de este dilema. Mucho antes de que aprendan a hablar dicen no a sus propios padres y a otros. Cuando sienten la necesidad de no tener ya más contacto, vuelven la cabeza hacia el otro lado. Cuando están saciados, se duermen en el regazo de la madre. Vomitan...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Introducción
  6. 1. El arte de decir no a los hijos
  7. 2. ¿Cuándo un no es la respuesta correcta?
  8. 3. Aprender a decir no con la conciencia bien tranquila
  9. Información adicional