Hiperculturalidad
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Han, Byung-Chul

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Hiperculturalidad

Han, Byung-Chul

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La globalización, acelerada por las nuevas tecnologías, acerca los espacios culturales entre sí y genera un cúmulo de prácticas sociales y formas de expresión. Esto tiene un efecto aglutinante en el campo cultural: los contenidos culturales heterogéneos se superponen y se atraviesan. Así, las culturas se liberan de todas las costuras, limitaciones o hendiduras y se abren paso hacia una hipercultura. En esta obra, Byung-Chul Han utiliza el concepto teórico de hiperculturalidad para distinguirlo de los conceptos normativos y mal empleados en el debate actual, como multiculturalidad y transculturalidad.

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Información

Año
2018
ISBN
9788425440625

UMBRAL
El ojo de la cerradura en el umbral

PETER HANDKE
El mundo de Heidegger sigue siendo, en gran parte, dialectal. La hipercultura sería para él el fin de la cultura por antonomasia.1 Heidegger lamenta una y otra vez la pérdida de la patria. Él le atribuye también a los medios la responsabilidad por su desaparición y, en definitiva, también por la desaparición del mundo. Estos transforman a los hombres en turistas:
¿Y los que permanecieron [en su tierra natal]? En muchos aspectos están aún más desarraigados que los exiliados. Cada día, a todas horas están hechizados por la radio y la televisión. Semana tras semana las películas los arrebatan a ámbitos insólitos para el común sentir, pero que con frecuencia son bien ordinarios y simulan un mundo que no es mundo alguno.2
Los medios aparentan, simulan solo un mundo «que no es mundo alguno». ¿Qué hace al mundo ser como es? ¿Dónde debería encontrarse al mundo si no es en la representación? ¿Existe un ámbito del ser que sea más originario, más mundano que ese «común sentir»? Heidegger tiene en mente un estar-en-el-mundo que se revelaría frente al mundo de las representaciones y de las imágenes. Con el término «facticidad» Heidegger también caracteriza un en-el-ser que se encuentra de este lado de la representación. Las imágenes mediales, al parecer, no expresan de modo adecuado este estar-en-el-mundo originario. Según Heidegger, el peligro de los medios residiría en que ellos también, en ese aspecto, desfactifizan al mundo, es decir, eliminan la mundanidad del mundo, el estar-en-el-mundo de este lado de las imágenes y de la información. En la famosa conferencia, con el significativo título ¿Por qué permanecer en la provincia?, que debería ser leída en todas sus formas como un escrito contra la globalización, se encuentra una interesante referencia al mundo heideg- geriano. El mundo solo es «cuando el propio Dasein se encuentra en su trabajo».3 Para los espectadores de una película o para los turistas, que no trabajan sino que solamente contemplan, el mundo no es. El mundo es allí en
lo pesado de las montañas y la dureza de su espíritu destructivo, el crecer mesurado de los abetos, el simple esplendor luminoso de la pradera floreciente, el crujir del torrente de la montaña en la larga noche de otoño, la simplicidad austera de las superficies totalmente cubiertas de nieve
allí donde «todo esto» «se arrastra» y «se superpone». El mundo de Heidegger es el lugar, que ofrece una cercanía dialectal, campesina e incluso material. Pobre de mundo sería esa hipercultura en la que ante todo los signos y las imágenes desespacializados se arrastrarían y acumularían unos al lado de los otros. La hipercultura desfactifiza, desmaterializa, desespacializa al mundo y elimina su aura. La simultaneidad hipercultural de lo diferente también le quita al mundo esa «simplicidad austera» y el vacío de esas «superficies totalmente cubiertas de nieve» cesa ante el hiperespacio de signos, formas e imágenes.
También aquellas «cosas» que Heidegger invoca una y otra vez como portadoras de mundo ofrecen algunas referencias sobre el mundo heideggeriano. En La cosa, Heidegger divide las cosas en cuatro grupos: 1) «la jarra y el banco, el sendero y el arado»; 2) «el árbol y la laguna, el arroyo y la montaña»;3) «la corza y el reno, el caballo y el toro»; 4) «el espejo y la abrazadera, el libro y el cuadro, la corona y la cruz».4 La esencia de la cosa consiste, según Heidegger, en reflejar al mundo. Por este motivo, vale la pena poner con precisión bajo la lupa su colección de cosas. A través de esto, uno experimenta qué mundo habita o querría habitar Heidegger. Ya la disposición de las cosas sugiere, apoyada a través de numerosas aliteraciones, un orden riguroso y abarcable. La apariencia de simplicidad es también creada a través del número de sílabas. La mayoría de las cosas nombradas tienen, significativamente, solo una sílaba, son simples incluso con respecto a su nombre.5 Esto da la impresión de que la rigurosa simplicidad del mundo heideggeriano es ante todo de naturaleza lingüística.
El primer grupo de cosas, que consta de elementos construidos por el hombre, refleja el intacto mundo campesino. Sin embargo, tiene poco que ver con el mundo real de los campesinos. Antes bien, es un mundo alternativo, que Heidegger concibe frente al mundo dominado por la técnica moderna para proyectarlo a continuación en el mundo de los campesinos. Este se asemeja mucho a aquel mundo alternativo romántico, al que también se dirigen los turistas criticados por Heidegger. En cierto sentido, Heidegger mismo es un turista, un turista-peregrino. Tanto él como el turista romántico peregrinan hacia un allí imaginario.
El segundo y el tercer grupo de cosas representan cosas animadas e inanimadas de la naturaleza, para lo cual se lleva a cabo una selección rigurosa. Solo son animales de la zona y benignos. Ni los insectos ni los parásitos (literalmente: los animales no apropiados como víctimas) son nombrados.6 Y los animales tienen que poder ajustarse a la aliteración y a la asonancia, es decir, al orden lingüístico. Como todas las otras cosas, ellos no exceden las dos sílabas, como si los nombres largos destruyeran el orden riguroso y simple del mundo. Solo gracias a su asonancia tiene acogida, en el mundo de los animales monosilábicos, únicamente un animal de dos sílabas: «corza».7 En su colección de cosas, Heidegger no admitiría a las mariposas de Benjamin que tienen nombres multicolores de muchas sílabas como los «antíopes», las «vanesas atalantas», los «pavos reales» o las «auroras».8 Tampoco es casualidad que Heidegger evite las palabras compuestas, ya que serían muy complejas para el orden simple del mundo e hifanizarían al mundo, es decir, destruirían su «simplicidad austera».
El cuarto grupo reúne cosas culturales. Pero, a diferencia del primer grupo, que también abarca cosas hechas por el hombre, estas tienen no solo un valor útil sino también un valor simbólico intenso. «Corona» y «cruz» remiten a una jerarquía o a un orden religioso. Lo que no debe pasarse por alto es el «libro». El mundo de Heidegger es, en definitiva, un mundo del «libro», es decir, un mundo con un orden cerrado, estable y repetible. Heidegger tiene poca sensibilidad para la diversidad o la variedad.El «libro» heideggeriano representa ese «nomos»9 que pone todo en su lugar, que mantiene todo «en buen orden» y a cada cosa «dispuesta» «y en su sitio».10 La «imagen» también sugiere la claridad o visión de conjunto del orden del mundo. Esta se diferencia principalmente de aquellas imágenes mediales que simulan el mundo. Heidegger tiene en mente un mundo mítico y en forma de imagen, que según Flusser se vería del siguiente modo:
El tiempo coloca cada cosa en el lugar que le es debido. Si una cosa se aparta del suyo, entonces el tiempo la vuelve a ubicar donde corresponde: él dirige. Por ello el mundo está lleno de sentido: lleno de dioses. Este dirigir el mundo a través del tiempo es justo (dike), ya que este pone todo en orden (cosmos) una y otra vez.11
El mundo hipertextual, hipercultural, sería, según la clasificación de Flusser, un «universo-punto» en el que ya no habría ningún orden general, es decir, un «universo-mosaico» que posiblemente constaría de cristales o ventanas coloridas. ¿Por qué comienza Heidegger el último grupo de cosas con el «espejo» y la «abrazadera»? El sentido de esta elección se encuentra probablemente en un nivel más abstracto. Estos objetos introducen una interioridad, abren el espacio interior del «alma» o de la «casa». El espejo no es una apertura, es en realidad una contrafigura de la ventana, del window. Refleja lo propio. En esto consiste su interioridad. También la circularidad, la unidad de la abrazadera, surte el mismo efecto. Esta es la figura ...

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