1
Todo es la
Mente Única
Nuestra Naturaleza Divina original
La omnipresencia de la Mente Única impregna el universo al completo. Todo cambio y transformación continua es la auto-evolución y auto-transformación de esta Mente Universal. Es la auto-realización de la inexpresable última base divina. Por ello, toda la multiplicidad sin fin del mundo externo de los fenómenos es la manifestación de esta Mente holística, puesto que todo lo abarca, y el universo es su revelación.
La naturaleza dinámica del universo se extiende desde el átomo más pequeño a las vastas dimensiones de las galaxias. Todo está en movimiento, todo, en última instancia, sucede solo en la Mente. La Mente es el fundamento de todo, “fuera de ella, a través de ella y en ella están todas las cosas”, y más allá de la Mente no existe nada en absoluto.
El momento en que dirigimos nuestra atención espiritual lejos de las cosas externas, y nos volcamos hacia el interior en la claridad de la meditación, percibimos que esta Mente es nuestro verdadero Sí Mismo Divino. En la oscuridad del corazón, en nuestro recodo más interno, brilla como una luz radiante que ilumina todo el universo como una llama eterna. Este, nuestro Verdadero Ser, es la realidad que subyace en la base de todas nuestras experiencias. No viene ni va, es omnipresente, silencioso y puro, estando más allá del espacio y el tiempo. En tanto que fuente original y pura de todo Ser es no-nato e indestructible.
Sin embargo, nuestra naturaleza original divina está en constante asalto por una multitud de pasiones y pensamientos. El flujo perpetuo de la inteligencia y su producción incesante de ideas, junto con nuestros hábitos de pensamiento profundamente arraigados, proyectan una sombra oscura sobre nuestro Verdadero Sí Mismo.
Fascinados por este espectáculo en la superficie de nuestra conciencia, no somos capaces de liberarnos de ella. Y así nos encontramos en un estado de oscuridad y confusión mental, atrapados en nuestras propias proyecciones.
Cegados por esta percepción errónea, no somos capaces de percibir la realidad de nuestro Verdadero Sí Mismo, y por lo tanto nos alejamos perdidos en el Samsara, el ciclo del nacimiento y la muerte. Atrapados de esta manera en el sueño de un mundo aparente de multiplicidad, nos hemos perdido a nosotros mismos y ya no sabemos quiénes somos. Sin embargo, ya que este sueño errante es solo una “visión”, no podemos hablar de un hecho real en el sentido de un evento real. Creemos que en verdad nos movemos en un mundo tridimensional, un mundo multitudinario de espacio y tiempo que existe separado de nosotros, pero en verdad todo lo que sucede tiene lugar solo en la mente. En el Shraddhotpada Shastra, un texto budista del siglo II, está escrito:
Todas las cosas en el mundo son irreales y engañosas; no son más que proyecciones de la mente. Al igual que los reflejos que aparecen en un espejo, en realidad, ninguna cosa tiene sustancia real; no son ciertas sino ilusorias y “Solo-Mente”.
Las enseñanzas Solo-Mente del Zen
Lo que normalmente consideramos como la realidad de nuestro mundo externo no tiene en verdad más sustancia que una visión soñada. En palabras del Maestro Zen chino Han-shan del siglo 17:
Las cosas de este mundo son como accesorios y decorados de una obra teatral soñada. Cuando se despierta, el escenario se desvanece. Los actores y el público por igual se desvanecen. Lo que vive en un sueño también debe morir con el sueño; pero detrás del sueño está el Verdadero Sí Mismo que no cesa con el sueño.
En consecuencia, todo lo que percibimos en el mundo, incluso la solidez aparente de la sustancia, no es otra cosa que la idea ilusoria de la mente.
Nuestros pensamientos y acciones anteriores tienen ciertas tendencias kármicas generadas en nosotros que son la causa de que nuestro espíritu proyecte este mundo, que nosotros experimentamos presentemente. Lo que percibimos como el mundo exterior, sólido y concreto, no es, en realidad, más que una suma de eventos y objetos de la percepción, mutuamente dependientes e interdependientes. Todo se basa en una interacción mútua.
Es decir: la existencia independiente no existe. El mundo que vemos no existe realmente, no es nada más que una ilusión, una que surgió de la manifestación de nuestros propios impulsos mentales.
Sin embargo, si creemos que podemos inferir la presencia real de un mundo externo a través de nuestra percepción sensorial, estamos equivocados.
La única prueba que podemos obtener es la capacidad de nuestros sentidos para funcionar. Sin embargo, ya que nuestro cuerpo, y por lo tanto nuestros sentidos, también son solo nociones de la mente, la supuesta percepción solo demuestra que nuestra conciencia experimenta impresiones creadas por los sentidos.
Ya que solo percibimos el mundo a través de nuestros sentidos y la conciencia, debemos conceder que el único mundo del que podemos hablar es el mundo de nuestra experiencia subjetiva. Y, en definitiva, esto significa que el mundo no es más que “nuestra imaginación”.
Un excelente ejemplo de la enseñanza de la Solo-Mente es la siguiente historia china del siglo 8:
La bandera templo sobre la gran puerta del monasterio Zen del Sexto Patriarca Hui-neng se agita en el viento. Dos monjes están de pie, discutiendo bajo la bandera. Uno de ellos dice: “Mira cómo se mueve la bandera”. El otro dice, “No, es el viento que se mueve”. Y así discute cada uno su posición sin poder llegar a un acuerdo.
De repente, el Sexto Patriarca aparece de pie directamente detrás de los dos pendencieros que discutían en voz alta, y dice: “Ni el viento ni la bandera se mueven. Solo la mente se mueve, nada más”.
2
La inmensidad sin
límites de la Mente
El alcance de la Mente
Todo es la Mente Única, junto a la cual nada existe. Es interminable y todo lo penetra. En su falta de límites absolutos llena todo el universo con su resplandor.
Al despertar del sueño de un mundo externo de fenómenos, reconocemos que esta Mente Única es nuestro verdadero Sí Mismo Divino y que no hay seres diferenciados.
En nuestra ilusión causada por la ignorancia mental de este hecho, sin embargo, hemos creado un yo artificial con la creencia asociada de ser una entidad separada de todos los demás individuos. Este falso sentido de sí mismo oscurece nuestra visión de la realidad de nuestro Verdadero Ser y es la causa fundamental de nuestra ignorancia.
No sabemos que, por nuestra existencia en la Mente Única, somos una realidad no-nata e inmortal. Nos hemos olvidado de nuestra naturaleza original y verdadera, y vivimos nuestras vidas en la identificación con el cuerpo, los sentidos y el entendimiento. Por lo que nos hemos hecho esclavos de la Ley del Karma, del nacimiento y la muerte.
En última instancia, el llamado Sí Mismo individual no es otra cosa que un “aspecto parcial microcósmico” de esta Mente Única que todo lo abarca, exagerado por el pensamiento dualista y, por tanto, limitando. La extensión ilimitada de la Mente Única se ha reducido de este modo a la pequeña esfera de la conciencia individual.
Es como si nos viéramos el cielo a través de una paja y tomáramos esa limitada visión por todo el cielo. Así es cómo nos aferramos a nuestra menguada perspectiva dualista, como si fuera la verdad absoluta.
Nos aferramos a nuestras nociones condicionadas y nos movemos solo dentro de los límites de nuestros límites autoimpuestos, de manera que consideramos imposible todo lo que se encuentra más allá de nuestro minúsculo poder de imaginación.
En una antigua parábola india, la situación de una persona atrapada en su perspectiva limitada se compara con la de una rana en un pozo.
Una rana había estado viviendo durante mucho tiempo en un antiguo pozo en el borde del mar. Había nacido en ella y crecido en ella.
Un día, un pez, que había saltado del mar, cayó en el pozo. Cuando la rana se recuperó de la conmoción inicial, preguntó con cautela al recién llegado: “¿Qué clase de extraña criatura es usted y de qué parte de la tierra?” El pez contestó: “Soy un pez y vengo del mar”. -“¿Del mar”? le preguntó la rana, aún más sorprendida. “Entonces dime, cómo de grande es el mar?” -“Muy grande”, respondió el pez. La rana estiró las piernas y le presguntó: “¿El mar es así de grande?”. -“¡Es mucho más grande!”, dijo el pez. A continuación, la rana dio un gran salto desde un lado del pozo al otro: “¿Es tan grande como este salto?”.
“Amiga”, respondió el pez, “el mar es tan grande que no se puede comparar con tu pozo”. -“¡Ja!”, exclamó la rana, “ahora te has delatado, mentiroso, porque nada puede ser más grande que mi pozo”.
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