Cambiar o morir
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Cambiar o morir

Capitalismo, crisis climática y el Green New Deal

Noam Chomsky, Robert Pollin, Carlos Alfieri, Teresita de Vedia, Ignacio Barbeito

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Capitalismo, crisis climática y el Green New Deal

Noam Chomsky, Robert Pollin, Carlos Alfieri, Teresita de Vedia, Ignacio Barbeito

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En este libro urgente y profundo, Noam Chomsky, uno de los grandes intelectuales de nuestra época y una poderosa voz moral a nivel mundial, junto al prestigioso economista Robert Pollin, estudioso de las causas del calentamiento global, analizan la economía política del cambio climático y su imbricación con el modelo neoliberal de producción y la globalización financiera.

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Información

CAPÍTULO 1

LA NATURALEZA DEL CAMBIO CLIMÁTICO

En las últimas décadas, el desafío del cambio climático ha surgido quizás como la crisis existencial más grave que haya enfrentado la humanidad y, al mismo tiempo, como el problema público más difícil para los gobiernos de todo el mundo. Noam, dado lo que sabemos hasta ahora de la ciencia del cambio climático, ¿cómo resumirías la crisis del cambio climático frente a otras crisis que ha afrontado la humanidad en el pasado? (1)

Noam Chomsky: No podemos ignorar el hecho de que los seres humanos se encuentran hoy ante problemas extraordinarios, que son radicalmente distintos de cualquier otro que se les haya presentado anteriormente en la historia de la humanidad. Deben preguntarse si la sociedad humana organizada puede sobrevivir en una forma reconocible. Y la respuesta no puede demorarse.

En efecto, las tareas que nos esperan son nuevas y urgentes. La historia tiene ricos antecedentes de guerras espantosas, torturas indescriptibles, masacres y todo tipo imaginable de abuso de derechos fundamentales. Pero la amenaza de destrucción de la vida humana organizada en cualquier forma reconocible o tolerable es completamente nueva. Solo puede sobrellevarse por un esfuerzo común del mundo entero, aunque desde luego la responsabilidad es proporcional a la capacidad, y los principios morales elementales exigen que caiga una responsabilidad especial sobre quienes, durante siglos, han sido los mayores responsables de la creación de la crisis, quienes amasaron riquezas al mismo tiempo que forjaron un destino nefasto para la humanidad.
Estos problemas surgieron de manera drástica el 6 de agosto de 1945. Si bien la bomba de Hiroshima en sí misma, a pesar de sus horrendas consecuencias, no representó una amenaza para la supervivencia de la humanidad, con ella se hizo evidente que el genio había salido de la lámpara y que los desarrollos tecnológicos pronto alcanzarían ese estadio, como lo hicieron en 1953 con la explosión de las armas termonucleares. Esto mismo llevó al Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago a colocar el Reloj del Apocalipsis a dos minutos de la medianoche, entendida como el fin del mundo, un escenario temible al que se volvería luego del primer año del mandato de Donald Trump para describir el año siguiente como “el nuevo anormal”. (2) Una acción prematura. En enero de 2020, en gran medida gracias al liderazgo de Trump, el reloj se acercó más que nunca a la medianoche: 100 segundos antes, pasando de minutos a segundos. No voy a hacer un recorrido del funesto registro, pero quien lo hiciera reconocería que es casi un milagro que hayamos sobrevivido hasta ahora. Y la carrera por la autodestrucción se está acelerando.

LA LOCURA AL GOBIERNO

Se han realizado intentos por evitar lo peor. Algunos han prosperado en cierta medida, en particular en el caso de los cuatro principales tratados de control de armas: el Tratado sobre Misiles Antibalísticos (ABM, por sus siglas en inglés), el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF), el Tratado de Cielos Abiertos y el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (conocido como New START). El gobierno de Bush II se retiró del ABM en 2002. La administración de Trump se retiró del INF en agosto de 2019, de manera casi sincrónica con el Día de Hiroshima. También indicó que no se mantendrán los tratados de Cielos Abiertos y New START. (3) Eso significa que se han derribado todas las barreras y que podemos lanzarnos hacia una guerra terminal.
El “razonamiento” general –si se puede usar esa palabra para esta demencia total– queda ilustrado a partir del retiro de Estados Unidos del tratado INF, seguido predeciblemente por el retiro de Rusia misma. Este importante acuerdo fue negociado por Reagan y Gorbachov en 1987, reduciendo en gran medida la amenaza de guerra en Europa, que pronto se haría global y, por lo tanto, terminal. Estados Unidos acusa a Rusia de violar el tratado, como con regularidad denuncian los medios. Sin embargo, los medios no dicen que Rusia también acusa a Estados Unidos de violar el tratado. Los científicos estadounidenses toman tan en serio esta acusación que el reconocido Boletín de Científicos Atómicos dedicó un importante artículo a exponer los argumentos. (4)
En un mundo cuerdo, ambas partes acudirían a la diplomacia y convocarían a un grupo de expertos para evaluar las denuncias y así llegar a un acuerdo, como lo hicieron Reagan y Gorbachov en 1987. En un mundo demencial, se abrogaría el tratado y ambas partes simplemente procederían a desarrollar nuevas armas más peligrosas y desestabilizadoras aún, como misiles hipersónicos, contra los cuales no existe actualmente defensa imaginable (si es que puede existir una defensa contra un gran sistema de armas, una expectativa dudosa).
Este es nuestro mundo.
Al igual que el tratado INF, el Tratado de Cielos Abiertos fue una iniciativa republicana. La idea fue propuesta por el presidente Dwight Eisenhower e implementada por George H. W. Bush (Bush I). Esto fue en la era pre-Gingrich del Partido Republicano, cuando todavía era una organización política sensata. Dos respetados analistas políticos del American Enterprise Institute, Thomas Mann y Norman Ornstein, describen el Partido Republicano desde la asunción de Newt Gingrich en los años 90 no como un partido político normal, sino como una “insurgencia radical” que ha abandonado ampliamente la política parlamentaria. (5) Bajo la dirección de Mitch McConnell, esto se hizo más evidente aún, pero él tiene un amplio respaldo en los círculos del partido.
La abrogación del tratado INF despertó poca reacción más allá de los círculos de control de armas. Pero no todos miran para otro lado. La industria militar apenas puede disimular su satisfacción con los nuevos contratos gigantescos obtenidos para desarrollar instrumentos para destruir todo. Y también los más previsores están urdiendo planes a largo plazo para ganar grandes contratos para diseñar potenciales (o improbables) medios de defensa contra las monstruosidades que ahora pueden crearse con total libertad.
El gobierno de Trump no perdió tiempo en hacer alardes de la abrogación del tratado. En pocas semanas, el Pentágono abruptamente anunció el exitoso lanzamiento de un misil de rango intermedio que violaba el tratado INF, una invitación virtual a que otros se unieran, con todas las obvias consecuencias. (6)
El exsecretario de Defensa William Perry, quien dedicó gran parte de su carrera a asuntos nucleares y no es dado a una retórica exagerada, declaró hace algún tiempo que estaba “aterrado” o, en realidad, doblemente aterrado tanto por el aumento de la amenaza de guerra como por la poca atención que recibe este tema. De hecho, deberíamos estar triplemente aterrados, si sumamos el hecho de que la carrera hacia la destrucción terminal está en manos de personas plenamente conscientes de las horrendas consecuencias de sus acciones. Lo mismo puede decirse de sus dedicados esfuerzos por destruir el medioambiente que sostiene la vida.
La extensión de la red es muy amplia. Comprende no solo a los responsables políticos, si bien la administración de Trump es de una atrocidad y un peligro particulares. También alcanza a los grandes bancos, que invierten dinero en la extracción de combustible fósil, y a los editores de los mejores periódicos, que publican artículos y artículos sobre las maravillosas nuevas tecnologías que han colocado a Estados Unidos en la vanguardia de la producción de aquellas sustancias que nos destruirán a menos que las frenemos por completo. Y hacen todo esto sin mencionar la terrible palabra “clima”.
Los científicos que buscan inteligencia extraterrestre han quedado sorprendidos con la paradoja de Fermi: “¿Dónde están estos?”. Los astrofísicos sugieren que existe vida inteligente en otro lugar. Tal vez tengan razón; tal vez exista realmente vida inteligente, solo que, cuando estos seres extraterrestres descubrieron a los extraños habitantes del planeta Tierra, tuvieron la sensatez de mantenerse alejados.
Quedémonos, sin embargo, con la segunda mayor amenaza a la supervivencia: la catástrofe ambiental.

PROBLEMAS INTERCONECTADOS

Si bien no se comprendía en su momento, los primeros años luego de la Segunda Guerra Mundial marcaron un punto de inflexión en una segunda amenaza a la supervivencia. Por lo general, los geólogos consideran la primera parte del período de posguerra como el inicio del Antropoceno, una nueva era geológica en la que la actividad humana tiene un impacto profundo y devastador sobre el medioambiente (el Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno confirmó este juicio sobre el tiempo más recientemente en mayo de 2019). (7) Hoy en día la evidencia de la gravedad y la inminencia de la amenaza son abrumadoras y hasta son bastante reconocidas por los negadores más extremos, como veremos más abajo.
¿Cómo se relacionan las dos crisis existenciales? El climatólogo australiano Andrew Glikson da una respuesta simple: “Los climatólogos ya no se encuentran solos para lidiar con la emergencia global, cuyas implicancias han alcanzado a las autoridades de Defensa. Sin embargo, el mundo sigue gastando cerca de 1,8 billones [millones de millones] de dólares cada año en fuerzas militares, un recurso que debe desviarse a la protección de la vida terrestre. Ante el presagio de conflictos mayores –el mar de China, Ucrania y Oriente Medio se están alzando–, ¿quién defenderá a la Tierra?” (8)
Precisamente, ¿quién?
Los climatólogos sin duda están prestando mucha atención a esto y emiten advertencias honestas y explícitas. El profesor de Física de Oxford, Raymond Pierrehumbert, uno de los principales autores del temible Informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), publicado en 2018 y sustituido desde entonces por advertencias más urgentes, abre su evaluación de las circunstancias y las opciones disponibles al escribir: “Pongamos las cartas sobre la mesa de una vez, sin rodeos. Con respecto a la crisis climática, sí, es tiempo de entrar en pánico. […] Estamos en serios problemas”. A continuación, expone los detalles cuidadosa y escrupulosamente, repasa las posibles soluciones técnicas y sus muy graves problemas, y concluye que “no hay plan B”. (9) Debemos pasar a cero emisiones de carbono netas, y debemos hacerlo rápido.
La profunda preocupación de los científicos climáticos puede encontrarse con facilidad si elegimos no esconder la cabeza en la arena. La CNN celebró el Día de Acción de Gracias de 2019 con un informe detallado (y preciso) sobre un importante estudio que acababa de publicarse en la revista Nature sobre los puntos de inflexión, es decir, aquellos momentos en que los efectos catastróficos del calentamiento global se volverán irreversibles. Los autores concluyen que el estudio de los puntos de inflexión y su interacción revela que “estamos en una emergencia climática y esto fortalece la ola de convocatorias a emprender una acción climática con urgencia. […] El riesgo y la urgencia de la situación son agudos. […] Están en peligro la estabilidad y la resiliencia de nuestro planeta. La acción internacional, no solo las palabras, debe reflejar esto”. (10)
Los autores van más allá con su advertencia de que “el CO2 atmosférico ya está a niveles que se vieron por última vez hace 4 millones de años, en el período del Plioceno. Se encamina con rapidez a alcanzar niveles vistos por última vez hace 50 millones de años, en el Eoceno, cuando las temperaturas eran hasta 14 ºC más elevadas que en los tiempos preindustriales”. Y lo que en esos momentos se desarrolló a lo largo de períodos muy extensos ahora ocurre de manera comprimida, por la acción humana, en unos pocos años. Explican con más detalle que los pronósticos existentes, aunque son bastante negros, no logran dar cuenta de los efectos de estos puntos de inflexión.
Finalmente concluyen que “el tiempo de intervención remanente para evitar la inflexión quizás se haya reducido ya a cero, mientras que el tiempo de reacción para alcanzar las cero emisiones netas es de 30 años, en el mejor de los casos. Por lo tanto, parece que hemos perdido el poder de evitar que la inflexión efectivamente ocurra. La gracia salvadora es que aún podría estar bajo nuestro control el ritmo al que se acumulará el daño a partir del punto de inflexión y, por lo tanto, el riesgo que este conlleva, en cierta medida”.
En cierta medida, y no hay tiempo que perder.
Mientras tanto, el mundo observa cómo nos precipitamos hacia una catástrofe de proporciones inimaginables. Nos acercamos de manera peligrosa a temperaturas globales de hace 120.000 años, cuando el nivel del mar era entre 6 y 9 metros más alto que el de hoy en día. (11) Una prospectiva verdaderamente inconcebible, incluso descontando el efecto de tormentas cada vez más frecuentes y violentas que destruirán los escombros que queden.
Una de las abominables situaciones que podría llenar el vacío entre 120.000 años atrás y el presente es el derretimiento de la vasta capa de hielo de la Antártida Occidental. Los glaciares se están deslizando hacia el mar cinco veces más rápido que en la década de 1990, al tiempo que en algunas regiones el hielo ha perdido más de 100 metros de espesor debido al calentamiento del océano. Una pérdida que se duplica cada diez años. La desaparición total de la capa de hielo de la Antártida Occidental haría que el nivel del mar se elevara alrededor de cinco metros, inundando ciudades costeras, y tendría efectos sumamente devastadores en otros lugares, como en la llanura de baja altitud de Bangladés. (12)
Esta es solo una de las tantas preocupaciones de quienes prestan atención a lo que está sucediendo ante nuestros ojos.
Las graves advertencias de los científicos del clima abundan. El climatólogo israelí Baruch Rinkevich captura el estado de ánimo general de manera sucinta: “Como se suele decir, después de nosotros, el diluvio. La gente no comprende totalmente de qué estamos hablando. […] No entiende que se espera que todo cambie: el aire que respiramos, los alimentos que comemos, el agua que bebemos, los paisajes que vemos, los océanos, las estaciones, la rutina diaria, la calidad de vida. Nuestros hijos tendrán que adaptarse o extinguirse. […] Esto no es para mí. Estoy contento de que yo ya no estaré aquí”. (13)
Rinkevich y sus colegas israelíes discuten los posibles “escenarios del horror” para Israel, pero pocos de ellos son optimistas. Uno observa que “definitivamente Israel no es Maldivas y no quedará sumergida en el corto plazo”. Buenas noticias. Sin embargo, en general, están todos de acuerdo en que la región se convertirá en casi inhóspita: “La gente tenderá a abandonar las ciudades en Irán, Irak y países en desarrollo, pero en nuestro país se podrá vivir”. Y si bien la temperatura del Mediterráneo puede acercarse a los 40 ºC, “la temperatura máxima permitida en un jacuzzi, los humanos no hervirán vivos en el mar como los erizos o la caracola de mar, aunque esto podría representar un peligro mortal durante la temporada alta de baño”.
Entonces hay esperanza para Israel bajo el panorama más optimista, aunque no para toda la región.

CEGUERA ANTE LA CATÁSTROFE

El profesor Alon Tal hace una observación fundamental: “Estamos agravando la condición del planeta. El Estado judío ha mirado de frente al desafío supremo de la humanidad y le ha dicho: ‘Qué importa’. ¿Qué les diremos a nuestros hijos? ¿Que queríamos una mejor calidad de vida? ¿Que tuvimos que quitar todos los gases naturales del mar porque era muy conveniente para nuestra economía? Esas explicaciones son patéticas. Estamos hablando del pr...

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