El color de la justicia
  1. 319 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Descripción del libro

Este libro desafía la idea de que con el inicio de la era Obama se haya proclamado el final del racismo y estemos en una nueva etapa de daltonismo social. La autora argumenta de forma persuasiva que la enorme disparidad racial en el castigo penal en Estados Unidos no es meramente el resultado de una acción neutral por parte del Estado. Para ella, el aumento del encarcelamiento masivo abre un nuevo frente en la lucha histórica por la justicia racial. No hemos terminado la casta racial en América; simplemente la hemos rediseñado. Apuntando una potente denuncia sobre la Guerra contra la Droga que está diezmando las comunidades de color, el sistema de justicia criminal estadounidense funciona como un sistema contemporáneo de control permanente. El libro de Michelle Alexander arroja nuevas perspectivas sobre la profunda injusticia que se está produciendo hoy en EE.UU., planteando una pregunta básica: ¿Cómo ha sido el tratamiento a la comunidad negra a lo largo de toda su historia? Primero fue la Esclavitud, luego Jim Crow, la segregación, el terror del Ku Klux Klan, etc. Hoy es la brutalidad y el asesinato por parte de la policía, la criminalización al por mayor y el encarcelamiento en masa. Una vez más, la discriminación ha sido legalizada e institucionalizada.

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Información

Año
2020
ISBN de la versión impresa
9788494287923
ISBN del libro electrónico
9788412209631
Edición
1
Categoría
Literatura

03
El color de la justicia
Imagina que eres Emma Faye Stewart, una mujer afroamericana de treinta años, madre soltera de dos niños que fue detenida como parte de una redada antidroga en Hearne, Texas.[231] Todas las personas detenidas, salvo una, eran afroamericanas. Eres inocente. Tras una semana en prisión, no tienes quién cuide a tus dos hijitos y estás impaciente por volver a casa. El abogado de oficio sugiere que te declares culpable de un delito de distribución de drogas, diciendo que el fiscal ha ofrecido libertad condicional. Te niegas, proclamando firmemente tu inocencia. Finalmente, después de casi un mes en la cárcel, decides declararte culpable para volver a casas con tus hijos, no queriendo arriesgarte a llegar a juicio y a años de prisión. Se te condena a diez años de libertad condicional y a pagar mil dólares de multa, además de las costas legales y de libertad condicional. Además, ya se te ha etiquetado como delincuente de drogas. Ya no tienes derecho a cupones de alimentos, se te puede discriminar a la hora de buscar trabajo, no puedes votar durante al menos doce años y estás a punto de que te echen de tu vivienda pública. En cuanto te quedes sin casa, te quitarán a tus hijos, que serán dados en acogida.
Al final, un juez declara nulos los cargos contra todos los acusados que no se declararon culpables. Durante el juicio, el juez se da cuenta de que toda la operación se basó en el testimonio de un único informante que mintió a la fiscalía. Tú, sin embargo, sigues siendo un delincuente convicto, sin hogar, y desesperada por recuperar la custodia de tus hijos.
Y ahora ponte en el lugar de Clifford Runoalds, otra víctima afroamericana de la redada antidroga de Hearne.[232] Habías vuelto a casa en Bryan, Texas, para asistir al funeral de tu hija de dieciocho meses. Antes de que empiece el funeral, aparece la policía y te pone las esposas. Suplicas a los agentes que te dejen ver a tu hija una última vez antes de que la entierren. Se niegan. La fiscalía te dice que tienes que testificar contra uno de los acusados en una reciente redada. Niegas haber visto cualquier transacción de droga, no sabes de qué están hablando. Por negarte a cooperar, se te acusa de delitos graves. Después de pasar un mes en la cárcel, se retiran los cargos contra ti. Técnicamente eres libre, pero como resultado de tu detención y periodo de internamiento, pierdes el trabajo, tu apartamento, los muebles y el coche. Y, por supuesto, pierdes la oportunidad de decir adios a tu bebé muerta.
Esto es la Guerra contra la Droga. Las historias brutales que acabo de contar no son incidentes aislados, ni la identidad racial de Emma Faye Stewart y Clifford Runoalds es un accidente o una casualidad. En cada estado de la nación, los afroamericanos, en particular los de los barrios más pobres, se ven sometidos a prácticas y tácticas que se considerarían un escándalo y producirían indignación pública si se cometieran en barrios blancos de clase media. En la Guerra contra la Droga, el enemigo se define de manera racial. Los métodos de aplicación de la ley descritos en el capítulo 2 se han utilizado casi exclusivamente en comunidades pobres de color, lo que produce como resultado cifras asombrosamente altas de afroamericanos y latinos que llenan las cárceles y prisiones cada año. Nos cuentan los guerreros de la droga que el enemigo en esta guerra es una cosa, las drogas, no un grupo de gente, pero los hechos demuestran lo contrario.
En 2000, Human Rights Watch informó de que, en siete estados, los afroamericanos representan entre el 80 y el 90% de todos los delincuentes enviados a prisión por drogas.[233] En al menos quince estados, los negros ingresan en prisión por delitos de drogas en una proporción entre veinte y cincuenta y siete veces superior a la de los hombres blancos.[234] De hecho, a nivel nacional, la tasa de encarcelamiento para delincuentes afroamericanos deja pálida a la de los blancos. Cuando la Guerra contra la Droga alcanzó su máxima potencia a mediados de los ochenta, las admisiones de afroamericanos se dispararon, hasta casi cuatriplicarse en tres años, y luego se mantuvo un aumento sostenido hasta que en 2000 alcanzó un nivel «más de veintiséis veces superior» al de 1983.[235] El número de admisiones por drogas de latinos en 2000 era veintidós veces superior al de 1983.[236] Los blancos que han ingresado en prisión por delitos de drogas también han aumentados sus índices, el número de ingresos de blancos en 2000 era ocho veces superior al de 1983, pero sus números relativos son pequeños comparados con los de negros y latinos.[237] Aunque la mayoría de traficantes y usuarios de drogas ilegales en el país son blancos, tres cuartas partes de todos los reclusos por delitos de drogas son negros o latinos.[238] En los últimos años, los índices de ingresos de negros por delitos de drogas se han reducido de algún modo, han declinado aproximadamente en un 25% desde su punto más alto de mediados de los noventa, pero en todo el país los afroamericanos siguen siendo encarcelados en una proporción totalmente desmesurada.[239]
Por supuesto, hay una explicación oficial para todo esto: los índices de delincuencia. Es una explicación que resulta muy sugerente, antes de conocer los hechos, pues es coherente con las narrativas raciales dominantes sobre el delito por la delincuencia que se remontan a la esclavitud, además de reforzarlas. La verdad, sin embargo, es que los índices y los modelos de delito de drogas no explican las descaradas disparidades raciales existentes en nuestro sistema de justicia penal. Personas de todas las razas consumen y venden drogas ilegales en una proporción llamativamente similar.[240] Si se producen diferencias significativas en las encuestas de que se dispone, a menudo sugieren que los blancos, en especial los jóvenes, tienden a traficar más con drogas ilegales que las personas de color.[241] Por ejemplo, un estudio publicado en 2000 por el Instituto Nacional sobre Consumo de Drogas informaba de que los estudiantes blancos consumen cocaína en una proporción siete veces superior a la de los estudiantes negros, crac ocho veces más que los estudiantes negros y heroína en una proporción siete veces superior.[242] Esa misma encuesta revelaba que un porcentaje casi idéntico de los alumnos de último año de instituto blancos y negros consume marihuana. La Encuesta Nacional de Hogares sobre Consumo de Drogas informó en 2000 de que los adolescentes blancos de entre doce y diecisiete tenían una probabilidad tres veces mayor de haber vendido drogas ilegales que los negros.[243] Así, el mismo año en que Human Rights Watch informaba de que los afroamericanos estaban siendo encarcelados en una proporción inusitada, los datos del gobierno mostraban que los negros no tenían mayor probabilidad de ser culpables de delitos de drogas que los blancos y que los jóvenes blancos eran de hecho los que tenían «mayor probabilidad» entre todos los grupos raciales y étnicos de ser culpables de posesión y venta de drogas ilegales. Cualquier idea de que el consumo de drogas está más extendido entre los negros o es más peligroso se ve desmentida por los datos: los jóvenes blancos realizan aproximadamente tres veces más visitas a urgencias por temas de drogas que los afroamericanos.[244]
La idea de que los blancos constituyen la amplia mayoría de consumidores y traficantes de droga, y que es más probable que cometan delitos relacionados que otros grupos raciales, puede parecer poco plausible a algunas personas, dada la serie d...

Índice

  1. Portada
  2. El color de la justicia
  3. Prefacio
  4. Prólogo
  5. Agradecimientos
  6. Introducción
  7. 01. El regreso de las castas
  8. 02. El encierro
  9. 03. El color de la justicia
  10. 04. La mano cruel
  11. 05. El nuevo sistema Jim Crow
  12. 06. Esta vez el fuego
  13. Índice
  14. Sobre este libro
  15. Sobre Michelle Alexander
  16. Créditos