Matar al huésped
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Matar al huésped

Cómo la deuda y los parásitos financieros destruyen la economía global

  1. 664 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Matar al huésped

Cómo la deuda y los parásitos financieros destruyen la economía global

Descripción del libro

El sector financiero ha logrado representarse a sí mismo como parte de la economía productiva, pero durante siglos la banca fue considerada parasitaria, y la esencia del parasitismo no es solo agotar la nutrición del huésped, sino también embotar su cerebro para que no reconozca que el parásito está allí. Esta es la ilusión que gran parte de Europa y los Estados Unidos sufren hoy en día. El objetivo de Hudson es atravesar esta ilusión y reemplazar la economía basura con economía basada en la realidad, y sostiene que las crisis financieras continuarán a menos que modifiquemos radicalmente nuestras estructuras económicas y políticas, y recuperemos las mejores ideas de la economía clásica. Expone cómo las finanzas, los seguros y los bienes raíces han ganado el control de la economía global, a expensas del capitalismo industrial y de los Gobiernos. El Gran Bono de 2008 salvó a los bancos, pero no a la economía, y hundió a las economías en la deflación de la deuda y la austeridad, aumentando la riqueza y los ingresos del sector financiero mientras empobrecía a la clase media. Siniestro pero a la vez claro y profético, Michael Hudson propone soluciones viables a nuestros problemas económicos, en un momento en que los políticos se han mostrado incapaces de comprender la economía, y mucho menos de arreglarla.

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Información

Año
2020
ISBN de la versión impresa
9788494808647
ISBN del libro electrónico
9788412191349
Edición
1
Categoría
Literatura
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08
La bolsa como territorio
de depredadores
«Es raro, le dicen a uno, que un norteamericano invierta, como muchos ingleses todavía hacen, «por las rentas»; y no será fácil que haga una inversión, de no ser en la esperanza de una revalorización de capital […]; es, en este sentido, un especulador. Los especuladores pueden ser inofensivos cuando son como burbujas en un flujo empresarial constante. Pero la situación pasa a ser grave cuando, en un remolino de especulación, la empresa se convierte en la burbuja. Cuando el desarrollo del capital de un país se convierte en un subproducto de las actividades de un casino, es probable que se hayan hecho mal las cosas».
JOHN MAYNARD KEYNES, The General Theory of Employment,
Interest and Money [Teoría general del empleo
el interés y el dinero], 1936, cap. 12, §vi.
Wall Street pinta sus actividades con una luz lo más positiva posible, como para justificar la enormidad de unos salarios, los suyos, que se ganarían de forma productiva y no a expensas de la economía. Esta imagen sonriente, con smiley, también sirve para racionalizar sus beneficios fiscales y, más recientemente, sus rescates. Los modelos académicos evocan la visión de unos mercados de acciones y bonos que recaudan fondos principalmente para nuevas inversiones industriales, para destinarlos a la innovación y al empleo, al tiempo que hacen a los ahorradores más ricos.
Sin embargo, rara vez en la historia han jugado las finanzas un papel productivo, cuando se trata de apoyar la formación de capital en plantas y equipos industriales o en investigación y desarrollo. Desde la Antigüedad, los talleres y las fábricas, las granjas y otros activos de capital han sido tradicionalmente autofinanciados. Hasta principios de la Revolución Industrial los medios de producción se poseían plena e incondicionalmente, sin gravámenes.[101] La idea del crédito productivo para financiar nuevas inversiones en medios de producción continuó siendo un concepto ajeno durante buena parte del siglo XIX y, cuando por fin arraigó, la inversión se dirigió principalmente hacia los ferrocarriles y los canales, no hacia la industria. Se emplearon convenios de crédito para cerrar la brecha temporal entre la producción y la venta, entre la siembra y la cosecha, especialmente para el comercio a larga distancia. Pero no se emplearon para invertir en la industria manufacturera.
Esta estrategia sigue vigente en la actualidad. La mayoría de las empresas estadounidenses y europeas pagan por su inversión de capital tomándolo de sus ganancias actuales, no pidiendo prestado a los tenedores de bonos o a los bancos. El sistema financiero extiende crédito sobre todo para comprar propiedades ya existentes, que van desde inmuebles (que son el objeto de la mayoría de los préstamos bancarios en la actualidad) a compañías enteras. Este cambio en la propiedad suma a la deuda sin aumentar la producción, pues no implica más que dicha transferencia de la propiedad. Los accionistas preexistentes son «comprados» por los nuevos propietarios, que emiten bonos a un interés alto y solicitan préstamos de adquisición a los bancos. Además, cada vez con más frecuencia las corporaciones piden prestado para comprar sus propias acciones e incluso para pagar dividendos, haciendo ganancias por la vía de inflar los precios de los activos.
Apple es un ejemplo de ello. En 1980 la compañía de ordenadores salió a bolsa con una Oferta Pública de Venta (OPV) de 100 millones de dólares en acciones. Se trataba de la mayor OPV de Estados Unidos desde la de Ford Motor Company en 1956, un cuarto de siglo antes. La venta de acciones estableció un récord, al hacer 300 millonarios al instante dentro de sus propias filas, incluyendo a 40 empleados e inversores tempranos por sus tres años de trabajo para construir la empresa antes de su salida a bolsa.[102]
Fundada en 1977, Apple requería fondos para invertir en nuevas instalaciones de producción y para comprar empresas con patentes complementarias que necesitaba para expandirse. Sin embargo, Apple solo recibió una porción de los ingresos provenientes de esta emisión de acciones. Sus underwriters,[103] encabezados por Morgan Stanley y Hambrecht & Quist, hicieron una valoración inicial de tan solo 14 dólares por acción, pero las numerosas solicitudes de compra llevaron el precio hasta los 22 dólares al sonar la campana de apertura. Debido al exceso de solicitudes (en razón del bajo precio fijado por los underwriters), el precio de Apple aumentó en un 32 por ciento, hasta los 29 dólares por acción, quedando la valoración de la compañía en 1.800 millones de dólares al final de la jornada.
La expresión «salto del primer día» significa que las acciones de una empresa valen más que lo que el underwriter se compromete a aumentar. Esta subestimación del mercado permite a los primeros suscriptores —los llamados clientes preferentes, que por lo general son los inversores institucionales y algunos prominentes jugadores individuales— darse un festín. La oportunidad de comprar acciones de bajo precio que se dan la vuelta y se venden más caras durante las primeras horas frenéticas de actividad bursátil ayuda al underwriter a atraer a un grupo fiel de inversores. Cuanto más grande sea la ganancia inesperada (un golpe al estilo de «coge el dinero y corre») que el underwriter pueda ofrecer a estos clientes, más clientes se irán sumando para futuras ofertas. Esta base de inversores es permanente; la mayoría de las compañías que emiten nuevas acciones son solo éxitos de un día, por lo que los underwriters rebajan sus promesas a las empresas que salen a bolsa. El resultado es que los especuladores financieros hacen más dinero que las empresas que de hecho crean valor real.
Por lo tanto, los underwriters tienen un conflicto de intereses con las empresas cuyas acciones sacan a bolsa. Además de cobrar su comisión de underwriting (hasta un 7 por ciento para las nuevas empresas), cuanto más subestiman el valor de una empresa, tanto mayor será la ganancia que ellos y sus clientes preferentes se embolsen rápidamente, colocándoles sus acciones a un comprador más tardío al precio de mercado, un precio sin duda más razonable que queda fijado al finalizar la primera jornada o semana de negociación.[104] Una salida «exitosa» es aquella en la que el precio de las acciones puede duplicarse desde la apertura hasta el cierre de la sesión. Directivos de empresa, capitalistas de riesgo y otros titulares iniciales a largo plazo verán subir el valor de sus acciones, pero la propia empresa recibe solo el precio de venta de apertura. El underwriter y sus clientes pueden llegar a hacer tanto dinero con una venta así preparada como el que reciben la empresa y sus fundadores por todos los años de esfuerzo invertidos en la creación de la compañía.
Sin embargo, en este caso la venta de ordenadores era un negocio tan rentable que Apple entendió que la explotación a la que estaba siendo sometida por parte de sus underwriters era simplemente el precio a pagar por hacer negocios en Wall Street. Así es como funciona el mundo financiero. Apple terminó haciéndose inmensamente lucrativa, pero este éxito condujo a otro ejemplo más de cómo durante la última generación los intereses del sector financiero se han convertido en la antítesis de los de la industria.
La plaga de los accionistas activistas de Apple (anteriormente conocidos como corporate raiders [invasores corporativos])
Una vez que una compañía ha emitido acciones en el mercado, los gestores financieros y los «accionistas activistas» entran en el juego para convertirlo en el de la gallina de los huevos de oro. En lugar de reinvertir las ganancias en la empresa para expandir el negocio mediante una nueva inversión a largo plazo en investigación y desarrollo, se empuja a la compañía a pagar sus ingresos en forma de dividendos y a recomprar sus propias acciones para hacer subir su precio. El objetivo es permitir a los especuladores obtener ganancias con la venta. Con este propósito, los accionistas activistas han tratado incluso de forzar a Apple y a otras compañías ricas en liquidez a asumir una deuda que no necesitan para la inversión productiva, simplemente para recomprar acciones.
Lo que está sobre la mesa es un conflicto que hace un siglo se caracterizó como entre el capitalismo industrial y el capitalismo financiero. El entonces director ejecutivo [CEO] de Apple, John Sculley, decidió gastar 1.800 millones de dólares a finales de la década de 1980 y principios de la de 1990 para volver a comprar sus propias acciones a fin de sostener su precio. «Ese era un dinero que realmente podría haber utilizado, en un momento en que la compañía tropezaba. Luego necesitaría emitir bonos basura —y emitió 150 millones de dólares en acciones preferentes convertibles para Microsoft— solo para sobrevivir».[105]
Muchas otras empresas pasaron similares apuros, forzadas a comprar sus propias acciones a precios altos, solo para ver luego caer los precios. En efecto, sus beneficios fueron dilapidados y hubieron de renunciar a expandirse o a nuevas inversiones de capital, simplemente para que los accionistas obtuvieran unas ganancias temporales. Esta es la estrategia que «los accionistas activistas» aconsejan seguir hoy a Apple y a otras compañías: utilizar sus ingresos para recomprar sus acciones en vez de hacer nuevas inversiones tangibles, e incluso endeuda...

Índice

  1. Portada
  2. Matar al huésped
  3. Introducción: los doce temas de este libro
  4. I. De la Ilustración a las economías neorrentistas
  5. II. Wall Street como planificador central
  6. III. La austeridad como atraco privatizador
  7. IV. Hay una alternativa
  8. Índice
  9. Sobre este libro
  10. Sobre Michael Hudson
  11. Créditos