Franz Kafka: Obras completas
eBook - ePub

Franz Kafka: Obras completas

nueva edición integral

Franz Kafka

Compartir libro
  1. Spanish
  2. ePUB (apto para móviles)
  3. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Franz Kafka: Obras completas

nueva edición integral

Franz Kafka

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Franz Kafka (Praga, 1883-1924) fue un escritor bohemio que escribió en alemán. Su obra, una de las más influyentes de la literatura universal, es una de las pioneras en la fusión de elementos realistas con fantásticos, y tiene como principales temas los conflictos paternofiliales, la ansiedad, el existencialismo, la brutalidad física y psicológica, la culpa, la filosofía del absurdo, la burocracia y las transformaciones espirituales.ÍNDICE:~LIBROS PUBLICADOS~Contemplación-Niños en la carretera-Desenmascaramiento de un embaucador-El paseo repentino-Resoluciones-La excursión a la montaña-Desgracia de soltero-El comerciante-Contemplación distraída-Camino a casa-Transeúntes-El pasajero-Vestidos-La negativa-Reflexiones para jinetes-La ventana a la calle-El deseo de ser piel roja-Los árboles-DesdichaLa condenaLa metamorfosisLa colonia penitenciariaUn médico rural-El nuevo abogado-Un médico rural-En la galería-El viejo manuscrito-Ante la ley-Chacales y árabes-Una visita a una mina-La aldea mas cercana-Un mensaje imperial-Preocupaciones de un jefe de familia-Once hijos-Un fratricidio-Un sueño-Informe para una academiaUn artista del hambre-Un artista del trapecio-Una mujercita-Un artista del hambre-Josefina la cantora~NOVELAS~AméricaEl procesoEl castillo~OTROS ESCRITOS~Los aeroplanos de bresciaMucho ruidoEl jinete del cuboDiscurso sobre la lengua yiddischSobre el arte de escribirPreparativos para una boda en el campoDescripción de una luchaEl maestro de puebloBlumfeld, un solterónEl puenteEl cazador GracchusFragmento para el cazador GracchusLa Muralla China y otros relatos-De la construcción-El Rechazo-La Cuestión de Las Leyes-El Reclutamiento-Un fragmentoUn golpe a la puerta del cortijoEl vecinoEl híbridoFragmentos para el informe para una academiaUna confusión cotidianaLa verdad sobre Sancho PanzaEl silencio de las sirenasPrometeoAforismosDe la muerte aparenteCarta al padreDe nochePoseidónComunidadEl escudo de la ciudadEl timonelLa pruebaBuitresUna pequeña fábulaEl trompoLa partidaInvestigaciones de un perroDe las alegorías¡Olvídalo!El matrimonioRegreso al hogarLa construcción[El]

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es Franz Kafka: Obras completas un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a Franz Kafka: Obras completas de Franz Kafka en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Literatura general. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2020
ISBN
9789176377321
Edición
1
Categoría
Literatura

El castillo

7

Capítulo 1

Cuando K llegó era noche cerrada. El pueblo estaba cubierto por una espesa capa de nieve. Del castillo no se podía ver nada, la niebla y la oscuridad lo rodeaban, ni siquiera el más débil rayo de luz delataba su presencia. K permaneció largo tiempo en el puente de madera que conducía desde la carretera principal al pueblo elevando su mirada hacia un vacío aparente.
Se dedicó a buscar un alojamiento; en la posada aún estaban despiertos, el hostelero no tenía ninguna habitación para alquilar, pero permitió, sorprendido y confuso por el tardío huésped, que K durmiese en la sala sobre un jergón de paja. K se mostró conforme. Algunos campesinos aún estaban sentados delante de sus cervezas pero él no quería conversar con nadie, así que él mismo cogió el jergón del desván y lo situó cerca de la estufa. Hacía calor, los campesinos permanecían en silencio, aún los examinó un rato con los ojos cansados antes de dormirse.
Pero poco después le despertaron. Un hombre joven, vestido como si fuese de la ciudad, con un rostro de actor, ojos estrechos y cejas espesas permanecía a su lado junto al posadero. Los campesinos todavía seguían allí, algunos habían dado la vuelta a sus sillas para ver y escuchar mejor. El joven se disculpó muy amablemente por haber despertado a K, se presentó como el hijo del alcaide del castillo y después dijo:
—Este pueblo es propiedad del castillo, quien vive aquí o pernocta, vive en cierta manera en el castillo. Nadie puede hacerlo sin autorización del conde. Usted, sin embargo, o no posee esa autorización o al menos no la ha mostrado.
K, que se había incorporado algo, se alisó el pelo, miró desde abajo a la gente que le rodeaba y dijo:
—¿En qué pueblo me he perdido? ¿Acaso hay aquí un castillo?
—Así es —dijo lentamente el joven, mientras aquí y allá se sacudía alguna cabeza sobre K—, el castillo del Conde Westwest.
—¿Y hay que tener una autorización para pernoctar? —preguntó K como si quisiese convencerse de que no había soñado las informaciones aportadas con anterioridad.
—Hay que tener la autorización —fue la respuesta, y K captó un tono de burla cuando el joven preguntó al hostelero y a los huéspedes con el brazo extendido:
—¿O acaso no hay que tener una autorización?
—Entonces tendré que recoger la autorización —dijo K bostezando y se quitó la manta con la intención de levantarse.
—Sí, ¿y quién se la va a dar? —preguntó el joven.
—El señor conde —dijo K—, no me queda otro remedio.
—¿Solicitar ahora, a medianoche, una autorización del conde? —exclamó el joven, retrocediendo un paso.
—¿No es posible? —preguntó K con indiferencia—, entonces ¿por qué me ha despertado?
Pero el joven entró en cólera.
—¡Maneras de vagabundo! —exclamó—. ¡Exijo respeto para la autoridad condal! Precisamente le he despertado para comunicarle que debe abandonar en seguida el condado.
—Basta de comedias —dijo K con un tono llamativamente bajo, volvió a echarse y se cubrió con la manta—. Joven, ha llegado demasiado lejos y mañana volveré a ocuparme de su conducta. El posadero y estos señores serán testigos, en el caso de que necesite testigos. Por ahora conténtese con saber que soy el agrimensor solicitado por el conde. Mis ayudantes vendrán mañana en coche con los aparatos. No quise perderme un paseo por la nieve, pero por desgracia me he desviado algunas veces del camino y por eso he llegado tan tarde. Que era muy tarde para presentarme en el castillo es algo que ya sabía yo mismo ates de su lección. Por esta razón me he conformado con este albergue nocturno que usted, dicho con indulgencia, ha tenido la descortesía de perturbar. Con esto he concluido mis explicaciones. Buenas noches, señores.
Y K se volvió hacia la estufa.
—¿Agrimensor? —oyó aún que preguntaban dubitativamente a sus espaldas, luego se hizo el silencio. Pero el joven se recobró de la sorpresa y le dijo al posadero en un tono lo suficientemente apagado para interpretarse como una actitud de respeto hacia el sueño de K, pero lo suficientemente elevado como para que le fuese comprensible:
—Me informaré por teléfono.
¡Cómo! ¿Hasta un teléfono había en esa posada de pueblo? Estaban perfectamente establecidos. Ese detalle sorprendió a K, aunque en verdad lo había esperado. Resultó que el teléfono estaba situado casi encima de su cabeza, su somnolencia lo había pasado por alto. Pero si el joven quería telefonear no podría impedir, ni con toda su buena voluntad, perturbar el sueño de K. Se trataba de si K debía dejarle llamar, y decidió permitirlo. Pero entonces ya no tenía sentido simular que estaba dormido, así que volvió a ponerse boca arriba. Vio a los campesinos arrimarse tímidamente y hablar entre ellos: la llegada de un agrimensor no era algo baladí. La puerta de la cocina se había abierto, ocupando todo el umbral se encontraba la poderosa figura de la posadera; el posadero se acercó a ella de puntillas para informarla de lo sucedido. Y entonces comenzó la conversación telefónica. El alcaide dormía, pero un subalcaide, uno de los subordinados, un tal Fritz, estaba allí. El joven, que se presentó como Schwarzer, explicó que había encontrado a K, un hombre en la treintena, bastante andrajoso, durmiendo tranquilamente en un jergón de paja con una minúscula mochila como almohada y con un bastón nudoso al alcance de la mano. Era evidente qué le había resultado sospechoso, y como el posadero había descuidado ostensiblemente su deber, la obligación de Schwarzer consistía en llegar al fondo del asunto. El hecho de despertarle, el interrogatorio, la amenaza derivada del deber de expulsarlo del condado, habían sido tomados con indignación por parte de K, por lo demás, según había resultado al final, con razón, pues afirmaba ser un agrimensor solicitado por el conde. Naturalmente que suponía al menos un deber formal comprobar esa afirmación, y Schwarzer le pedía por ese motivo al señor Fritz que averiguase en la secretaría central si realmente se esperaba a un agrimensor de ese tipo y que telefonease la respuesta en seguida.
Entonces volvió el silencio. Fritz averiguaba por su cuenta y allí se esperaba la respuesta. K permaneció como hasta entonces, ni siquiera se dio la vuelta, no pareció mostrar curiosidad alguna, se limitaba a mirar ante sí. El relato de Schwarzer, en su mezcla de maldad y cautela, le dio una idea de la formación diplomática de la que disponía en el castillo gente inferior como Schwarzer. Y tampoco carecían de diligencia, la secretaría general tenía servicio nocturno. Por añadidura, daba visiblemente una rápida respuesta, ya sonaba la llamada de Fritz. Ese informe pareció muy corto, pues Schwarzer, furioso, colgó en seguida el auricular.
—¡Ya lo había dicho! —gritó—. Ninguna huella de un agrimensor, un vulgar vagabundo mentiroso, tal vez algo peor.
Por un momento K pensó que todos, Schwarzer, los campesinos, el posadero y la posadera, se iban a arrojar sobre él; para al menos evitar la primera acometida se acurrucó debajo de la manta, desde allí volvió a sacar lentamente la cabeza y oyó cómo sonaba el teléfono, pareciéndole que lo hacía con una fuerza inusitada. Pese a que era muy improbable que volviese á referirse a K, todos se quedaron estáticos y Schwarzer regresó al aparato. Allí escuchó una larga aclaración y luego dijo en voz baja:
—¿Así que un error? Esto me resulta muy desagradable. ¿El mismo jefe de oficina ha telefoneado? Extraño, muy extraño. ¿Cómo se lo voy a explicar ahora al señor agrimensor?
K escuchó. Así que el castillo le había nombrado agrimensor. Eso era por una parte desfavorable, pues mostraba que el castillo sabía todo lo necesario acerca de él, que había equilibrado las fuerzas y que emprendía la lucha sonriendo. Por otra parte también era favorable, pues eso demostraba, según su opinión, que se le menospreciaba y que gozaría de más libertad de la que había pensado desde un principio. Y si creían que se le podría mantener en un estado de continuo terror mediante ese reconocimiento de su condición de agrimensor, que, ciertamente, les otorgaba cierta superioridad moral, se equivocaban, sólo le causaba un ligero escalofrío, nada más.
K hizo una señal negativa a Schwarzer cuando intentó acercarse a él con actitud sumisa; se negó a trasladarse al dormitorio del posadero, sobre lo que se le insistió, se limitó a aceptar del hostelero una bebida para favorecer el sueño, de la hostelera una jofaina con jabón y una toalla y ni siquiera tuvo que solicitar que se vaciase la sala, pues todos se apresuraron a salir escondiendo el rostro para que no se les pudiese reconocer al día siguiente; apagaron la lámpara y finalmente tuvo tranquilidad. Durmió profundamente, sólo molestado una o dos veces por las ratas que se deslizaban por la habitación, hasta que llegó la mañana.
Después del desayuno, que, como toda la manutención, según indicaciones del posadero, corría a cargo del castillo, quería dirigirse inmediatamente al pueblo. Pero como el posadero, con quien sólo había hablado hasta ese momento lo necesario en recuerdo de su conducta del día anterior, no paraba de vagar a su alrededor con un semblante de muda súplica, sintió compasión de él y le invitó a sentarse un rato a su lado.
—Aún no conozco al conde —dijo K—, al parecer paga con generosidad el trabajo bien hecho, ¿es cierto? Cuando alguien como yo viaja tan lejos de su mujer e hijo, siempre quiere llevar algo a casa.
—A ese respecto el señor no debe preocuparse, nadie se queja aquí de salarios bajos.
—Bien —dijo K—, no soy una persona tímida y también le puedo dar mi opinión a un conde, pero siempre resulta mucho mejor resolver todos los problemas de forma pacífica.
El posadero se había sentado frente a K en el borde de la repisa de la ventana, no se atrevía a sentarse con más comodidad, y contempló a K todo el tiempo con unos grandes y temerosos ojos castaños. Al principio había hecho esfuerz...

Índice