Falos y falacias
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Falos y falacias

Adriana Royo

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Falos y falacias

Adriana Royo

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Existe un abismo entre cómo creemos que deberíamos vivir la sexualidad, cómo la mostramos a los demás y cómo la vivimos en realidad. Fingimos orgasmos, follamos por fardar, soñamos con los tríos que vemos en el porno, nos acomplejan nuestras pollas y nuestras tetas... Y sin embargo nunca hemoshecho tanto alarde de nuestra libertad y de nuestro placer. ¡Somos tan modernos!En esta sociedad narcisista, regida por el imperativo de la apariencia, el engaño es la moneda de cambio de los vínculos afectivos y, por supuesto, sexuales.Aterrados por la intimidad, el compromiso, el rechazo y la soledad, vendemos de nosotros mismos una imagen vacía y vanidosa, y cuando nos juntamos conotro para saciar nuestra ansiedad, voilà: nos hemos convertido en dos imágenes follando. La gran vanidad contemporánea.Con un aire fresco y desacomplejado, Adriana Royo, sexóloga y terapeuta, destapa todas las falsedades que construimos alrededor del sexo y de lasrelaciones afectivas. Confía que más allá del narcisismo, las máscaras y la superficialidad, un sexo sincero, íntimo y bien explorado puede ayudarnos areconciliarnos con nosotros mismos y con los demás.

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Información

Editorial
Arpa
Año
2018
ISBN
9788416601943
Categoría
Scienze sociali
Categoría
Sociologia




Pornografía


Un conocido que se dedicaba al cine para adultos me invitó a comer con algunos de sus compañeros de trabajo. De entre todos, me fijé particularmente en unos que gesticulaban vanidosos como si tuvieran unos focos y una cámara delante para maravillarnos con su talentoso erotismo. Se llamaban con sus motes y sobrenombres artísticos con cierto aire presuntuoso. ¿Por qué algunos actores usaban motes para referirse a sus principales atributos sexuales fuera del plató? ¿Es que vivían a diario a través de su personaje? Me parecía curioso que su nombre pornográfico estuviera en el punto justo entre lo ordinario y lo presuntuoso. Humorístico, pero sin ser chistoso. ¿Un actor porno que se llamara Sinco Jones? Lo dudo. En fin, yo me encontraba sentada en medio de Mike Cockster y Linda Croft, que no paraban de hacer muecas y ademanes que denotaban libertad, como si esperaran que te rindieras ante su imponente presencia por el mero hecho de mostrarse más abiertos ante el sexo. No todos eran así, evidentemente, pero estos en concreto necesitaban demostrar que la pornografía suponía una nueva forma de empoderamiento personal. Para mí, solo el hecho de tener que demostrarlo enmascaraba una gran inseguridad infantil. En realidad, me parece que lo realmente pornográfico es ocultar nuestras verdaderas vulnerabilidades.
El diccionario de la Real Academia Española define pornografía como «el carácter obsceno de las obras literarias o artísticas». Es decir, todo lo que ofenda al pudor, y con pudor se refieren a la honestidad, la modestia y el recato. Pero, ¿bajo qué pretexto se ha decidido esto? Pudor, ¿según quién? Para mi pudor personal, no hay nada más pornográfico que un cura reprimido. Pero en fin, así está la cosa.

37, el porcentaje de material pornográfico que hay en internet. 25.000.000, el número de páginas porno que existen. 800.000, el número de usuarios de pornografía españoles. 81.000.000, el número de visitas diarias que recibe PornHub. 3.000, los euros por segundo que genera el porno. 13, el puesto en el que está España entre los países que más pornografía consumen —de todo el mundo. Domingo, el día que más porno se consume. 7, los minutos que de media dura una visita. La palabra más buscada en Google es «porno», y la segunda más buscada es «ponro». Y por si quedaba alguna duda: nadie la visita para disfrutar de las películas. El porno es una vía de escape de la realidad, y sí, son siete minutos de libertad. Libertad para los neuróticos —o sea, todos—, para los liberales y, sobre todo, para los conservadores reprimidos.
Los jóvenes de hoy en día crecen con la pornografía muy presente. De hecho, ¡se educan con ella! Mi madre creció en la ausencia y yo en el sobrestímulo, ¡y solo en cuarenta años de diferencia! ¿Cómo ha afectado eso a mi generación? ¿Ha cambiado la forma de mantener relaciones sexuales?
Hay más de dos mil categorías en el porno. Dos mil clasificaciones y dos mil gustos para dos mil tipos de paja. ATM (ass to mouth, culo a boca), POV (point of view, punto de vista), SF (self fellatio, autofelación), DP (double penetration, doble penetración), BD (balls deep, penetración profunda), HJ/BJ (handjob/blowjob, paja/mamada), MMF/FFM (male-male-female/female-female-male, macho-macho-hembra/hembra-hembra-macho), BBW (big beautiful woman, mujer guapa y grande), SBBW (super big beautiful woman, mujer guapa y supergrande), TV (travesti), TS (transexual), TG (transgénero), FTM/MTF (female to male/male to female, transgénero hembra a macho/macho a hembra), BBC (big black cock, polla negra y grande), NSFW (not safe for work, no apropiado para el trabajo), JDPs (jóvenes delgados con pollones), etc.
Fui a dar una charla sobre sexualidad a una clase de secundaria en un centro heterogéneo y con mucha diversidad de estatus económicos y sociales. Al final de la charla, atendía de forma individual a los que quisieran preguntarme cuestiones íntimas. Un adolescente de unos catorce años me preguntó por qué cuando se masturbaba solo le gustaban los bukakes y por qué ninguna chica quería hacerlo con él y alguno de sus amigos. El chico era virgen, pero ya esperaba poder experimentar la categoría pornográfica que más le excitaba. No tenía ni idea de cómo eran los genitales femeninos, pero ya quería correrse en grupo y en la cara de alguna chica arrodillada a sus pies. Por otro lado, una chica de la misma edad me preguntó si estaba mal haberse desvirgado analmente. Me explicó que así se aseguraba de no quedarse embarazada y esperaba a hacerlo con alguien que considerara especial. No solamente ella se había desvirgado analmente, sino que decía que también lo habían hecho la gran mayoría de sus amigas. Al crecer en una sociedad que sigue sin educar sexualmente, los jóvenes se ven empujados a construirse una imagen de lo que representa la sexualidad a través de la pornografía, creyendo que el sexo que ven en pantalla es el que quieren y deberían tener.
Puede parecer que la pornografía no tiene nada de malo si no nos excedemos, aunque debo decir que el mínimo consumo esporádico ya implica colaborar con toda la mafia que rodea la pornografía: colaborar al abuso de mujeres y a una economía podrida y promueve la coacción y amenaza de los nuevos proxenetas aka productores, la violencia y la hipocresía. En cualquier caso, una cosa es utilizar el porno esporádicamente y la otra es consumirlo de forma habitual. Si algo se convierte en una rutina, se crea un hábito, y cuando se crea un hábito, te conviertes en su prisionero. Algunos investigadores dicen que es poco probable que algún día pueda corroborarse que la pornografía está causando cambios en el comportamiento, pero no hace falta ser científico para ver que uno se habitúa a un estímulo y luego lo necesita para sentir esa satisfacción. Ver pornografía constituye un acto placentero: activa el sistema de recompensa del cerebro y hace segregar dopamina, el neurotransmisor asociado al deseo anticipatorio, la motivación y el placer. Claro, los humanos recreando constantemente esa sensación como necios. Funciona como una especie de alcoholismo visual, ya que, como el alcohol, engancha. Ya no te conformas con una copa, necesitas dos, luego necesitarás tres, cuatro y cinco para sentir el mismo efecto que al principio. No tendrás suficiente con una mujer desnuda en tu cama, sino que necesitarás tres chicas excitadísimas vestidas de enfermeras rogándote que las penetres mientras una te practica BDSM (bondage y disciplina, dominancia y sumisión).
Nos convertimos en buscadores compulsivos de novedades. Ya no basta con categorías tipo teens, blowjobs, interracial, amateur, MILF y lesbianas. Ahora hay fetichismo clown, masturbación de globos, porno peluche, eyaculación sobre figurillas, chicas aplastando frutas con los pies, chicas que se masturban con pulpos o reciben felaciones de truchas. Chicas orientales que lamen pomos de puertas o que se meten lavativas. El porno se ha reinventado a sí mismo y está fuera de control. Muchos chicos jóvenes acuden a consulta porque les cuesta eyacular sin pornografía. Otros, en cambio, pierden su libido cuando deciden dejarlo después de muchos años de consumo porque no les excita el otro, sino un ideal representado en una pantalla. Todos queremos saber lo que el resto de la gente hace de verdad en sus casas cuando folla, porque en realidad nadie lo sabe. Parece que el porno asume ese papel y nos creemos que ese sexo es el que deberíamos tener.


La encarnación del ideal pornográfico

La sexualidad engloba un conjunto de aprendizajes adquiridos a través de la observación de nuestro entorno, de cómo se relacionan nuestros padres, de la cultura social, de las películas que vemos, de la educación que recibimos, de la televisión que consumimos, de las imágenes que nos venden o de la publicidad. ¿Qué nos queda que sea meramente nuestro? Según Chomsky, la industria de la publicidad decidió crear consumidores para controlar a las personas de manera más fácil, como bien demuestra el ejemplo de Bernays. De esta forma, el consumidor toma decisiones como fruto de un deseo implantado más que de un deseo real. Hoy en día también practicamos sexo desde una manipulación externa, ¡y nos creemos dueños de nuestra sexualidad! —dueños de la caricatura, por supuesto.
Consumir porno refuerza la parodia de lo cómico que ya resulta el sexo en la actualidad. Esa es la frivolidad de la apariencia que impera hoy: la obscenidad hecha voluptuosidad, y el porno es sencillamente su sincero reflejo. Atrás quedó el enigma, el secreto de lo erótico. El misterio pasó de moda. Queremos la inmediatez de las sensaciones placenteras con el ansia de la gula, consumimos el sexo con voracidad, pero sin apetito, y al final queremos deglutir también a nuestros amantes. Así nos educa la pornografía, en lo superfluo del ser humano, como si la realidad nos pareciera vulgar y prefiriéramos mil veces representar una ficción supuestamente más glamurosa. Expresaremos nuestra sexualidad a través de un engaño, a través de lo que creemos que debemos, más que a través de lo que verdaderamente sentimos. ¿Qué expres...

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