Abrir la mano del pensamiento
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Abrir la mano del pensamiento

Fundamentos de la práctica del budismo Zen

  1. 248 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro

Este libro describe la práctica del zazén con una claridad y sencillez inusuales. Los numerosos ejemplos de la vida cotidiana a los que recurre el maestro Uchiyama demuestran que el Zen, lejos de tratarse de un camino ultramundano, consiste en descubrir con honestidad quiénes somos y desarrollar todo nuestro potencial en las actividades cotidianas. Las claves están en lo que el autor describe como el regreso a una experiencia anterior a las elaboraciones mentales –que nos impiden vivir la vida en toda su dimensión– y la confianza en nuestro ser íntimo, más allá de las complicaciones y las competencias. Además de explicaciones sobre la postura y las bases de la meditación, esta obra incluye el famoso discurso de despedida como abad del templo de Antaiji, en el que Uchiyama sintetiza su experiencia y sus enseñanzas. Con toques de humor, filosófico por momentos y siempre ameno, Abrir la mano del pensamiento es, ante todo, un gran libro para el practicante budista, especialmente útil para quienes aún no han encontrado un maestro Zen.

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Información

Año
2017
ISBN de la versión impresa
9788472457317
ISBN del libro electrónico
9788472457812
Edición
1

1. PRÁCTICA Y CAQUIS

CÓMO UN CAQUI SE VUELVE DULCE

El caqui es una fruta muy extraña. Si se come antes de que esté maduro su sabor es horrible. Hace que la boca se frunza debido a su astringencia. De hecho no se puede comer verde; si uno lo intenta acabará por escupirlo y tirarlo todo. La práctica budista es igual: si no se deja madurar bien, no podrá nutrir nuestras vidas… Por eso tengo la esperanza de que las personas empiecen a practicar y continúen su práctica hasta que lleguen a estar realmente maduras.
El caqui tiene otra característica realmente interesante; para entenderla, hay que conocer algo acerca del caqui oriental. Existen dos tipos de árbol de caqui, el dulce –amagaki, en japonés y el astringente, el que hace fruncir la boca llamado shibugaki. Cuando se plantan semillas de un árbol de caqui dulce, todos los árboles que nazcan darán caquis astringentes. Si yo dijera que al plantar semillas de un caqui dulce los retoños resultantes darían todos caquis dulces, sería fácil de entender, pero parece que no es así como funciona. Sin excepción, todos los retoños de semillas de caqui dulce serán amargos. Si queremos hacer crecer un árbol de caqui dulce, ¿qué hay que hacer? En primer lugar hay que cortar una rama de un árbol de caqui dulce e injertarla al tronco de un árbol de frutos astringentes. Con el tiempo la rama dará frutos dulces.
Siempre me he preguntado de dónde salió el primer caqui dulce. Si los retoños de las semillas de un caqui dulce siempre dan frutos agrios, ¿de dónde salió ese primer fruto dulce? Un día tuve la oportunidad de preguntarle a un botánico especializado en árboles frutales y me contó lo siguiente: en primer lugar, el caqui oriental es una planta nativa del Japón y se remonta a cientos de años. Se necesitan muchos años para llegar a obtener un árbol de caquis dulces. Aún el fruto de un árbol de más de cuarenta o cincuenta años es de sabor amargo. Significa que estamos hablando de un árbol que tiene por lo menos cien años de edad. Sólo después de ese tiempo, las primeras ramas dulces de un árbol agrio empiezan a madurar. Es entonces cuando son cortadas e injertadas a un joven árbol astringente. Lo que ha tomado más de cien años en crecer en un árbol, es cortado y trasladado a otro para que continúe allí.
En cierto sentido, el budismo y nuestras vidas son lo mismo. Si se deja a la humanidad tal cual, tendrá siempre una característica agria sin importar el país o la región del mundo donde se mire. Así es como ha sucedido. Sin embargo, hace algunos miles de años en la cultura india de aquellos días nació un caqui dulce: el budismo, o mejor, nació el Buddha Śākyamuni. Igual que la rama de un caqui astringente que tras muchísimos años al final da un fruto dulce. Después de un tiempo, una rama fue cortada de ese árbol de la India e injertada en el tronco y raíces de la China de aquellos días. De ahí, una rama portando frutos dulces fue traída al Japón y plantada en un país bárbaro. Recientemente, ramas de aquellos árboles asiáticos han sido injertadas en árboles nativos del suelo americano.
Otra característica de los árboles viejos es que tienden a marchitarse con facilidad. En gran parte, es poco lo que queda de budismo en el Asia actual, con excepción del Sudeste asiático y algunos lugares del centro asiático, como el Tibet. Japón es uno de los pocos lugares donde todavía se puede encontrar, aunque marchito y seco como está. Ahora el caqui dulce ha sido alimentado en América y necesita ser atendido y cultivado para que pueda florecer y madurar aquí. No sucederá sin el debido cuidado y atención.
Lo que he dicho se aplica también a la vida de cada uno de ustedes. Quisiera que tantos como puedan de ustedes se convirtieran en ramas cargadas de los frutos dulces de una vida compasiva, y encuentren un auténtico modo de vida en las propias raíces amargas, que al fin y al cabo son la propia vida, la familia, los compañeros de trabajo y la sociedad.
En mi vida he tenido una única preocupación: descubrir y revelar una auténtica forma de vida para la humanidad. Por eso me hice monje. A través de los años, nunca he considerado siquiera por un momento volverme famoso de acuerdo con los parámetros usuales de la fama. Lo único que me interesa es ser ejemplo de una verdadera forma de vida que sea posible para cualquier persona, en cualquier lugar del mundo.

EL SIGNIFICADO DE LA PRÁCTICA BUDISTA

El punto inicial para la práctica budista es el modo que una persona escoge de vivir su vida. Espero que no se me malin-terprete cuando utilizo las palabras “práctica budista” o “budismo”. No estoy hablando de una determinada organización religiosa. Lo que me interesa es el modo en que una persona cualquiera, desnuda de ropajes religiosos o filosóficos, puede vivir su vida fructíferamente.
Es probable que la mayoría de los casi cuatro mil millones de habitantes del mundo actual viva en función de una felicidad material. Pensando en su propia vida, casi todas las personas concentran su energía en la búsqueda de bienestar material, salud o prosperidad. Otros por su parte buscan un absoluto como autoridad de la vida y dependen de un Dios o de un ser incondicional que valide la propia forma de vivir. Ejemplos clásicos de esto pueden ser el cristianismo o el islam. Un tercer estilo de vida es el de aquellos que buscan algún tipo de Verdad filosófica permanente. Pero lo que encontramos casi siempre es algo que tiene muy poca o ninguna relación con nosotros como individuos.
Ahora bien, en términos de estas tres formas de vida, ¿dónde encaja el budismo? De hecho no se acomoda a ninguna de ellas. Para explicar el porqué, quiero retroceder por un instante y hablar de mi juventud. Cuando estaba en la escuela secundaria, nunca consideré siquiera la búsqueda de la felicidad de manera material. Esto siempre me pareció fútil. En lo que se refiere al segundo modelo, someterme a una autoridad suprema tampoco me interesó. Nunca pude llegar a creer en un gran ser y plantearme seguirle. Sólo me quedaba el tercer tipo, la búsqueda de la Verdad. Cuando estudié filosofía occidental en la escuela secundaria y en la universidad, buscando la gran verdad, lo que más me sorprendió fue la manera como se planteaba la búsqueda. La tradición de perseguir una verdad filosófica desde la tradición de los griegos hasta los filósofos alemanes, requería de un tipo de pasión extraordinaria. Pero la pasión misma estaba desconectada de la vida diaria, la cual carecía de valor en relación con la verdad. Parecía que era suficiente con descubrir una verdad abstracta, pero la realidad de la vida diaria, que continuaba existiendo separada y en contraste con la verdad filosófica, continuaba planteándome un problema. Así que, a pesar de haber aprendido mucho de esto, nunca pude volcar mi vida por completo a la búsqueda filosófica de la verdad.
La búsqueda de la verdad era, con certeza, el tema o telón de fondo para el tipo de vida que yo deseaba vivir, pero no la verdad en el sentido de un absoluto separado de la realidad. En otras palabras, cuando se habla de alguna verdad ideal, o de cómo deberían ser las cosas en un estado ideal, no puede evitarse el notar una contradicción entre eso y la realidad de lo que somos. Mi punto de partida fue desplazarme hasta el límite de esta contradicción y, desde ahí, descubrir una verdad innegablemente real.
En el Nuevo Testamento, Pablo habla de la lucha entre lo que debería ser y el anhelo o voz de nuestro propio cuerpo3. Ésta es un área en la que siempre sentí una conexión con el cristianismo. Aunque nunca pude llegar a creer en un Dios en el sentido cristiano, sentí una fuerte identificación con las palabras de Pablo, en lo que concierne a la lucha entre el cuerpo y el espíritu.
Por aquella época yo no tenía en realidad una comprensión lo bastante profunda como para llegar a una clara definición de la verdad en un sentido filosófico. Yo no sabía qué era exactamente, pero de cualquier manera estaba convencido de que era por la verdad o en la verdad como quería vivir mi vida. Poco a poco fue creciendo en mí la sensación de que la verdad que buscaba estaba próxima a las enseñanzas de las que hablaba el budismo, y empecé entonces a mirar más profundamente la Vía del Buddha. Finalmente me hice monje. Solo después de cuarenta años de práctica budista siento que finalmente puedo empezar a dar una definición más clara de la verdad.

LOS CUATRO SELLOS

Para empezar hay que diferenciar dos tipos de realidad en nuestra vida de seres humanos. Una es la realidad del azar o accidental. La otra es la realidad que tiene una naturaleza absoluta o innegable. Por ejemplo, quizás me estoy irviendo una taza de té. No tendría que estarlo sirviendo yo mismo, pero de todos modos lo estoy haciendo, es una realidad accidental. No hay una razón absoluta por la que debiera estar aquí sentado tomando té. Tan sólo sucede de esta manera. Viendo las cosas así, los sucesos de nuestra vida son en su mayoría realidades accidentales. Las cosas bien podrían estarse desarrollando de forma diferente.
No quiere decir que no haya realidades absolutas. De hecho, hay realidades innegables. Un ejemplo es que todos los seres vivos mueren. ¡No hay excepciones! No importa cuánto se oponga uno o resista, todo muere. Son realidades de las que no podemos escapar. De manera que, a diferencia de las realidades accidentales que pueden ser cambiadas o rediseñadas mediante el deseo, hay realidades innegables que ocurren no importa cuánta resistencia opongamos a ellas.
Cualquier verdad real o absoluta debe consistir en vivir nuestra vida de acuerdo con ciertas realidades ineludibles, que suceden sin importar cuánto nos opongamos a ellas. El budismo, en tanto que enseñanza religiosa, está fundado precisamente en este tipo de verdad. Durante el período en que florecía el comercio entre la India, Grecia y Roma, alrededor de la época de Cristo, cuando el budismo Mahāyāna estaba en plena expansión, las expresiones y explicaciones referentes a la actitud del Buddha Śākyamuni se volvieron muy refinadas. De ahí surgió un budismo sin igual. Esta particularidad está representada en los cuatro sellos o principios, shihōin (a veces sólo se mencionan tres sellos y se conocen como sanbōin). Estos cuatro sellos resumen más o menos el budismo4.
El primer sello es que todos los fenómenos son impermanentes, shogyō mujō. El segundo es que todo es sufrimiento, sangai kaiku. El tercero es shohō muga, algunas veces explicado brevemente como que todas las cosas y eventos (todos los dharmas) carecen de ego. Quizás seria mas claro decir que las cosas por si mismas no tienen existencia substancial propia e independiente. El cuarto sello es que nirvana es tranquilidad o quietud, nehan jakujō. En el budismo Mahāyāna la expresión shohō jissō –todas las cosas son en sí mismas realidad última, o todas las cosas son como son también es aplicada a este punto, significando que todo fenómeno es verdad en sí mismo. Estos cuatro sucintos principios resumen el budismo.
Shogyō mujō, impermanencia, significa que todo ser vivo muere. En otras palabras, todo lo que tiene vida pierde la vida. Más aún, nadie, menos aún la cosa misma que vive, sabe con exactitud cuándo terminará su vida. La vida tiene un límite y siempre está en estado de incertidumbre. Ésta es la primera realidad innegable.
Antes mencioné que muchas personas piensan que lo más importante en la vida es perseguir felicidad material o riqueza. Pero al comparar tal parámetro de vida con la realidad de la muerte, todo se derrumba. Cuando una persona que piensa que es feliz gracias a su condición material debe encarar la muerte, lo más probable es que caiga en las profundidades de la amargura y la desesperación. Si felicidad significa tener mucho dinero y buena salud, entonces, por esta misma definición, usted tocará fondo cuando llegue el momento de morir. Cuando se está frente a la muerte, ¿de qué sirve tener buena salud y dinero? Es por ello por lo que todas las búsquedas materialistas no pueden terminar más que en abatimiento cuando se enfrentan a la incuestionable realidad de la muerte.
Con exactitud, ¿qué es lo que debemos aprender de esta primera realidad innegable? Debemos dilucidar lo que la vida y la muerte son en realidad. Debemos saber con claridad lo que significa estar vivo y lo que significa morir. En el budismo de la Tierra Pura existe la expresión goshō o negau, es decir esperanza en la otra vida. La creencia es que la vida se abre después de la muerte. Pero ésta no es una buena comprensión de la frase. A lo que goshō o “después de la vida” se refiere, es a la vida que surge en el momento en que se esclarece el asunto de la muerte. Significa saber con claridad qué es la muerte y por ende vivir de verdad la propia vida. Es lo más importante que podemos aprender de la primera realidad innegable.
Permanecer ignorantes sobre la vida y la muerte puede llevamos a morir en medio de la desesperación y la amargura, lo cual conecta con la segunda realidad innegable, sangai kaiku, todas las existencias están atadas al sufrimiento. El sufrimiento no es algo que venga y me ataque de vez en cuando. La totalidad de mi vida, tal como es, es sufrimiento. Sin embargo, yo voy por ahí peleando con la gente, amándola o ignorándola sin ser capaz de ver en realidad ese sufrimiento. De hecho sufrir, en el sentido más profundo, es todo eso. En otras palabras, mientras el asunto de la muerte permanezca sin esclarecer, todo en el mundo sufre. Éste es el concepto detrás de la idea: todos los seres sensibles sufren. No es algo de lo que se hable con frecuencia, ya que la mayoría de las personas no tiene ni la menor idea sobre este asunto.5
Mencioné antes que existen dos tipos de realidad, la una accidental y la otra innegable. Visto así, yo tan sólo soy una realidad accidental. Después de todo, no hay nada que determine que tenía que haber nacido en el Japón del siglo XX. Podría de igual manera haber nacido en el antiguo Egipto o en Papúa y Nueva Guinea, o de hecho no haber ni siquiera nacido. En otras palabras, haber nacido en una época o en un determinado lugar es tan sólo una posibilidad, un accidente, como el hecho de estar aquí y ahora es un accidente.
Podríamos decir entonces, que las cosas que veo en mi mundo y el mundo mismo materializándose mientras lo creo, son también accidentes6. Por ejemplo, puede que yo mire por la ventana y vea que el tiempo se ha despejado y piense que el día está hermoso. Pero sucede así tan sólo por el lugar en el que me encuentro. Con toda seguridad, en otra parte debe estar lloviendo ahora mismo. De modo que en un sentido amplio, no es correcto decir que “hoy” es un día claro. Después de todo, habrá gente a la que le está lloviendo o nevando, y en cualquier otro punto habrá gente trabajando bajo el ardiente sol del desierto. Por ello, no hay razón alguna para creer que tan sólo lo que percibo con mis ojos es la realidad absoluta o innegable realidad.
No se puede decir que nuestra forma de ver los objetos sea absoluta. Si usted y yo estamos sentados juntos, aunque usted crea que estamos viendo la misma taza que está enfrente, no es cierto. Usted la ve desde su ángulo y perspectiva y yo desde el mío. No hay fundamento para decir que un hecho o una idea en la que creemos sean absolutos.
Tenga en cuenta todos los satélites meteorológicos que giran alrededor del planeta. Desde su posición, el mundo entero se ve como un mapa y las ciudades como Nueva York y Tokio como una especie de moho que crece en la superficie. Parece como si la gente hubiera estado viviendo en una especie de moho que crece en un trozo de queso viejo. De acuerdo con lo anterior no tengo bases para decir que el mundo que veo lo es todo. Inclusive los satélites meteorológicos me lo pueden confirmar. Si veo una fotografía tomada desde la Luna, la Tierra parece ser una pequeña bola con una especie de pelusa blanca flotándole alrededor. En resumen, todo lo que veo es un accidente.
Debido a que mi nacimiento en el Japón del siglo XX es sólo un accidente, como lo es estar aquí sentado mirando por la ventana en el cuarto de esta casa en particular mientras escribo estas palabras, de eso se deriva que no soy más que un accidente. Soy relativo, no absoluto. Y si mi conclusión es que soy accidental, entonces mis pensamientos también lo son.
Si tanto mi mente como yo somos accidentales, quizás lo único que puede ser llamado inevitable o absoluto es Dios. Que Dios deba ser absoluto es el principio de todas las religiones, para las cuales sólo Dios puede ser real y verdadero. Puesto que nosotros no somos más que objetos creados, somos relativos. El origen de este tipo de religiones está en la negación de uno mismo en favor de otro: Dios.
La tercera forma de aproximarse a la vida, a la que ya me he referido, dice que todo lo que se basa en una perspectiva individual es relativo o contingente, y sólo se puede confiar en una verdad abstracta o logos. Este tipo de verdad está derivada puramente de la razón humana, en griego...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Créditos
  4. Sumario
  5. Prólogos
  6. Prólogo a la edición en español
  7. La historia de este libro y de su autor: por Jisho Warner
  8. Maestro y discípulo: por Shohaku Okumura
  9. Sobre la naturaleza del ser: por Daitsu Tom Wright
  10. El tema de mi vida: por Kōshō Uchiyama
  11. Capítulo 1. Práctica y caquis
  12. Capítulo 2. El significado de zazén
  13. Capítulo 3. La realidad de zazén
  14. Capítulo 4. El mundo de la práctica intensiva
  15. Capítulo 5. Zazén y el verdadero ser
  16. Capítulo 6. El mundo del ser se desenvuelve
  17. Capítulo 7. Vivir plenamente despierto
  18. Capítulo 8. El buscador de la vía
  19. Notas
  20. Glosario
  21. Acerca del autor y de los traductores
  22. Agradecimientos