Palabras de vida del gran Maestro
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Palabras de vida del gran Maestro

Elena G de White, ACES

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Palabras de vida del gran Maestro

Elena G de White, ACES

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La Escritura dice: "De todo esto habló Jesús con la gente por parábolas… para que se cumpliera lo dicho por el profeta: Abriré mi boca y en parábolas hablaré de cosas escondidas desde la fundación del mundo". Las cosas naturales fueron el medio de transmisión para lo espiritual; las cosas de la naturaleza y la experiencia de vida de sus oyentes fueron conectadas con las verdades de la Palabra escrita. Por tanto, al guiar del reino natural al espiritual, las parábolas de Cristo son eslabones en la cadena de la verdad que unen al hombre con Dios, la Tierra con el Cielo.

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Información

Año
2020
ISBN
9789877981636

1

La enseñanza más eficaz

En la enseñanza de Cristo mediante parábolas se observa el mismo principio que lo impulsó en su misión al mundo. Con el fin de que pudiéramos llegar a familiarizarnos con su divino carácter y su vida, Cristo tomó nuestra naturaleza y habitó entre nosotros. La Divinidad se reveló en la humanidad; la gloria invisible en la forma humana visible. [De este modo] los hombres pueden aprender de lo desconocido a través de lo conocido y las cosas celestiales les son reveladas por medio de las terrenales; Dios se manifestó en la semejanza de los hombres. Así ocurría en las enseñanzas de Cristo: lo desconocido era ilustrado por medio de lo conocido; las verdades divinas por medio de las cosas terrenas con las cuales la gente se hallaba más familiarizada.
La Escritura dice: “De todo esto habló Jesús con la gente por parábolas... para que se cumpliera lo dicho por el profeta: ‘Abriré mi boca y en parábolas hablaré de cosas escondidas desde la fundación del mundo’ ”.1 Las cosas naturales fueron el medio de transmisión para lo espiritual; las cosas de la naturaleza y la experiencia de vida de sus oyentes fueron conectadas con las verdades de la Palabra escrita. [Por tanto,] al guiar del reino natural al espiritual, las parábolas de Cristo son eslabones en la cadena de la verdad que unen al hombre con Dios, la Tierra con el Cielo.
En su enseñanza a partir de la naturaleza, Cristo hablaba de las cosas que sus propias manos habían creado, las cuales tenían cualidades y poderes que él mismo les había impartido. En su perfección original, todas las cosas creadas eran una expresión del pensamiento de Dios. Para Adán y Eva en su hogar edénico, la naturaleza estaba llena del conocimiento de Dios, repleta de instrucción divina. La sabiduría hablaba a los ojos y era recibida en el corazón; ellos se comunicaban con Dios en sus obras creadas. [Pero] tan pronto como la santa pareja transgredió la ley del Altísimo, la luminosidad del rostro de Dios se apartó de la faz de la naturaleza. Actualmente la Tierra está estropeada y contaminada por el pecado. Sin embargo, aun en su estado de marchitez, conserva mucho de lo que es hermoso. Las lecciones objetivas de Dios no se han borrado; correctamente entendida, la naturaleza habla de su Creador.
Estas lecciones se habían perdido de vista en los días de Cristo. Los hombres casi habían dejado de discernir a Dios en sus obras. La pecaminosidad de la humanidad había echado una mortaja sobre la radiante faz de la creación; y en vez de manifestar a Dios, sus obras llegaron a ser una barrera que lo ocultaba. Los hombres adoraron y sirvieron “a las criaturas antes que al Creador”. Así los paganos “se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón se llenó de oscuridad”.2 De este modo, en Israel, las enseñanzas de los hombres habían sido colocadas en lugar de las de Dios. No solo las cosas de la naturaleza, sino el ritual de los sacrificios y las mismas Escrituras –todos dados para revelar a Dios– fueron tan pervertidos que llegaron a ser los medios de ocultarlo.
Cristo trató de remover aquello que oscurecía la verdad. Vino a descorrer el velo que el pecado había echado sobre la faz de la naturaleza, haciendo visible la gloria espiritual, ya que todas las cosas habían sido creadas para reflejar esa gloria. Sus palabras presentaban las enseñanzas de la naturaleza así como las de la Biblia bajo un nuevo aspecto y las convertían en una nueva revelación.
Jesús arrancó hermosos lirios y los colocó en las manos de niños y jóvenes; y mientras ellos miraban el rostro juvenil del Salvador, coloreado con la luz del sol del rostro de su Padre, les dio la lección: “Observen cómo crecen [con la simplicidad de la belleza natural] los lirios del campo: no trabajan ni hilan, y aun así ni el mismo Salomón, con toda su gloria, se vistió como uno de ellos”. Y luego añadió la dulce seguridad y la importante lección: “Si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se echa en el horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe?”3
En el Sermón del Monte estas palabras fueron habladas a otros, además de a los niños y a los jóvenes. Fueron dirigidas a la multitud, en la cual había hombres y mujeres llenos de congojas y perplejidades, doloridos por desilusiones y tristezas. Jesús continuó: “Por tanto, no se preocupen ni se pregunten ‘¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?’ Porque la gente anda tras todo esto, pero su Padre celestial sabe que ustedes tienen necesidad de todas estas cosas”. Entonces, extendiendo sus manos hacia la multitud que lo rodeaba, dijo: “Busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas”.4
Así interpretó Cristo el mensaje que él mismo había puesto en los lirios y la hierba del campo. Él desea que lo leamos en cada lirio y en cada brizna de hierba. Sus palabras están llenas de garantía, y tienden a confirmar la confianza en Dios.
Tan amplia era la visión que Cristo tenía de la verdad, tan vasta su enseñanza, que cada aspecto de la naturaleza era empleado para ilustrar verdades. Y puesto que todas las escenas sobre las cuales la vista reposa diariamente están conectadas con alguna verdad espiritual, la naturaleza está vestida con las parábolas del Maestro.
En la primera parte de su ministerio Cristo había hablado a la gente con palabras tan claras, que todos sus oyentes podrían haber captado las verdades que los haría sabios para la salvación. Pero en muchos corazones la verdad no había echado raíces y había sido arrancada rápidamente. Él dijo: “Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden... Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, con dificultad oyen con los oídos, y han cerrado sus ojos”.5
Jesús deseaba despertar la investigación. Trataba de despabilar a los irreflexivos e imprimir la verdad en el corazón. La enseñanza en parábolas era popular, y suscitaba el respeto y la atención no solo de los judíos sino de la gente de otras naciones. No podía haber empleado un método de instrucción más eficaz. Si sus oyentes hubiesen deseado un conocimiento de las cosas divinas, podrían haber entendido sus palabras, porque él siempre estaba dispuesto a explicarlas a los investigadores sinceros.
Además, Cristo tenía verdades para presentar que la gente no estaba preparada para aceptar ni aun entender. También por esta razón les enseñó en parábolas. Por conectar sus enseñanzas con las escenas de la vida, la experiencia o la naturaleza se aseguraba su atención e impresionaba sus corazones. Más tarde, cuando ellos miraban los objetos que ilustraban sus lecciones, recordaban las palabras del Maestro divino. Para las mentes abiertas al Espíritu Santo, el significado de la enseñanza del Salvador se desplegaba más y más. Los misterios se aclaraban, y aquello que había sido difícil de entender se tornaba evidente.
Jesús buscaba una avenida hacia cada corazón. Por usar una variedad de ilustraciones no solo presentaba la verdad en sus diferentes fases, sino que apelaba a distintos oyentes. Suscitaba su atención mediante figuras sacadas de las cosas que los rodeaban en su vida diaria. Nadie que escuchara al Salvador podía sentirse descuidado u olvidado. El más humilde, el más pecador, oía en sus enseñanzas una voz que le hablaba con simpatía y ternura.
Y él tenía otra razón para enseñar en parábolas. Entre las multitudes reunidas a su alrededor había sacerdotes y rabinos, escribas y ancianos, herodianos y príncipes, amantes del mundo, fanáticos y ambiciosos, y todos ellos deseaban, más que cualquier cosa, encontrar alguna acusación contra él. Los espías seguían sus pasos día tras día para captar alguna palabra de sus labios que pudiera causar la condena y acallar para siempre al Ser que parecía arrastrar al mundo tras sí. El Salvador entendía el carácter de esos hombres, y presentaba la verdad de tal manera que ellos no pudieran hallar nada en virtud de lo cual presentar su caso ante el Sanedrín. En parábolas reprochaba la hipocresía y las obras malvadas de quienes ocupaban altos cargos, y revestía de lenguaje figurado verdades tan cortantes que, si las hubiera presentado en forma de denuncia directa, ellos no habrían escuchado sus palabras y rápidamente hubieran puesto fin a su ministerio. Pero, mientras eludía a los espías, hacía la verdad tan diáfana que el error quedaba visiblemente expuesto y los sinceros de corazón se beneficiaban gracias a sus lecciones. La sabiduría divina y la gracia infinita eran aclaradas por medio de los objetos de la creación de Dios. Los hombres eran enseñados por Dios a través de la naturaleza y las experiencias de vida. “Lo invisible de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, y pueden comprenderse por medio de las cosas hechas”.6
En la enseñanza por parábolas del Salvador existe una indicación de lo que constituye la verdadera “educación superior”. Cristo podría haber abierto ante los hombres las más profundas verdades de la ciencia. Podría haber descubierto misterios cuyo desvelamiento habría requerido muchos siglos de fatiga y estudio. Podría haber hecho insinuaciones en los ramos científicos que habrían proporcionado alimento para el pensamiento y estímulo para la inventiva hasta el fin de los tiempos. Pero no lo hizo. No dijo nada para satisfacer la curiosidad o para gratificar las ambiciones de los hombres abriéndoles las puertas a las grandezas mundanas. En toda su enseñanza, Cristo puso la mente del hombre en contacto con la Mente infinita. No indujo a sus oyentes a estudiar las teorías de los hombres acerca de Dios, su Palabra o sus obras. Les enseñó a contemplarlo tal como se manifestaba en sus obras, en su Palabra y por medio de sus providencias.
Cristo no se refería a teorías abstractas, sino a aquello que es esencial para el desarrollo del carácter, aquello que amplía la capacidad del hombre para conocer a Dios e incrementa su eficiencia para hacer lo bueno. Habló a los hombres de aquellas verdades que tienen que ver con la conducta de la vida y que perduran por la eternidad.
Fue Cristo el que dirigió la educación de Israel. Con respecto a los mandamientos y ordenanzas del Señor, él dijo: “Las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés en tu casa, y cuando vayas por el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes. Las atarás en tu mano como una señal, y las pondrás entre tus ojos como frontales, y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas”.7 En su propia enseñanza Jesús mostró cómo debía cumplirse este mandamiento, cómo pueden presentarse las leyes y principios del reino de Dios para revelar su belleza y preciosura. Cuando el Señor estaba preparando a los hijos de Israel para que fueran sus representantes especiales, les dio hogares situados entre las colinas y los valles. En su vida en el hogar y en su servicio religioso se ponían constantemente en contacto con la naturaleza y con la Palabra de Dios. Así también Cristo enseñó a sus discípulos junto al lago, sobre la ladera de la montaña, en los campos y arboledas, donde pudieran mirar las cosas de la naturaleza con las cuales ilustraba sus enseñanzas. Y mientras aprendían de Cristo, usaban sus conocimientos al cooperar con él en su obra.
De este modo, a través de la creación debemos conocer al Creador. El libro de la naturaleza es un gran libro de texto, que debemos usar conjuntamente con las Escrituras para enseñar a los demás acerca del carácter divino y para guiar a las ovejas perdidas de vuelta al aprisco de Dios. Mientras se estudian las obras de Dios, el Espíritu Santo despide ráfagas de convicción a la mente. No se trata de la convicción que producen los razonamientos lógicos; y a menos que la mente llegue a estar demasiado oscurecida para conocer a Dios, la vista demasiado anublada para verlo y el oído demasiado embotado para oír su voz, se comprende un significado más profundo, y las sublimes y espirituales verdades de la Palabra escrita quedan impresas en el corazón.
En estas directas lecciones de la naturaleza hay una sencillez y una pureza que las hace del más elevado valor. Todos necesitan las enseñanzas derivadas de esta fuente. Por sí misma, la belleza de la naturaleza lleva al alma lejos del pecado y las atracciones mundanales y la guía hacia la pureza, la paz y Dios. Demasiado a menudo la mente de los estudiantes está ocupada con teorías y especulaciones humanas, falsamente llamadas ciencia y filosofía. Necesitan ser puestos en íntimo contacto con la naturaleza. [Para] aprender que la creación y el cristianismo tienen un solo Dios. [Para] ser enseñados a ver la armonía de lo natural con lo espiritual. [Para que] todo lo que vean sus ojos y toquen sus manos pueda convertirse en una lección para la edificación del carácter. Así se fortalecerán las facultades mentales, se desarrollará el carácter y se ennoblecerá la vida toda.
El propósito de Cristo en enseñar por parábolas corría parejas con el propósito del sábado. Dios dio a los hombres el recordativo de su poder creador, con el fin de que pudieran discernirlo en las obras de sus manos. El sábado nos invita a contemplar la gloria del Creador en sus obras creadas. Y a causa de que Jesús quería que hiciéramos eso, relacionó sus preciosas lecciones con la hermosura de las cosas naturales. En el santo día de descanso, más especialmente que en todos los demás días, debemos estudiar los mensajes que Dios ha escrito para nosotros en la naturaleza. Debemos estudiar las parábolas del Salvador allí donde las pronunciara, en los prados y arboledas, bajo el cielo abierto, entre la hierba y las flores. Cuando nos acercamos íntimamente al corazón de la naturaleza, Cristo hace que su presencia sea real para nosotros, y habla a nuestro corazón de su paz y amor.
Y Cristo ha vinculado su enseñanza no solo con el día de descanso, sino con la semana de trabajo. Tiene sabiduría para quien maniobra el arado y siembra la semilla. En la arada y la siembra, el cultivo y la cosecha, nos enseña a ver una ilustración de su obra de gracia en el corazón. Así, en cada ramo de trabajo útil y en toda relación de vida, él desea que encontremos una lección de verdad divina. Entonces nuestro trabajo diario ya no absorberá nuestra atención ni nos inducirá a olvidar a Dios; nos recordará continuamente de nuestro Creador y Redentor. El pensamiento de Dios correrá como un hilo de oro a través de todas nuestras ocupaciones y labores domésticas. Para nosotros la gloria de su rostro reposará nuevamente sobre la faz de la naturaleza. Estaremos aprendiendo de continuo nuevas lecciones de verdad celestial y creciendo a la imagen de su pureza. Así seremos “enseñados por Jehová”; y en el lugar donde nos toque desempeñarnos, permaneceremos en Dios.8

1 Mateo 13:34, 35.
2 Romanos 1:25, 21.
3 Mateo 6:28-30.
4 Mateo 6:31-33.
5 Mateo 13:13-15.
6 Romanos 1:20.
7 Deuteronomio 6:7-9.
8 Isaías 54:13, RVR 95; ver 1 Corintios 7:24.

2

La siembra de la verdad

Cristo ilustra las cosas del reino de los cielos, y la obra del gran Labrador por su pueblo, por medio de la parábola del sembrador. A semejanza del que siembra en el campo, él vino a esparcir los granos celestiales de la verdad. ...

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