
- 648 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
El Fundador del Opus Dei. I. ¡Señor, que vea!
Descripción del libro
Junto con la ferviente devoción a la persona de san Josemaría Escrivá, sigue creciendo en los cinco continentes, el vivo deseo de conocer más a fondo su vida: paso a paso, punto por punto.
Desde su muerte, han visto la luz muchos libros y ensayos sobre su vida y su doctrina, pero se esperaba una biografía completa que considere el punto de vista del biografiado, al hilo de sus propios documentos. Ésa es la razón de ser de esta obra.
El biógrafo ha trabajado el libro con afán, lo ha construido escrupulosamente sobre "Apuntes íntimos", documentos, testimonios, cartas y notas de archivo, en el intento de exponer con fidelidad la historia de los sucesos. El resultado es una biografía de san Josemaría de gran porte histórico y generosa amplitud (la obra completa consta de tres volúmenes), para mejor gustar la intensidad de sus amores y el vigor de su espíritu.
Este primer volumen comprende desde su nacimiento en enero de 1902 hasta julio de 1936. (8ª Ed).
El segundo volumen abarca desde julio de 1936 hasta junio de 1946. (2ª Ed.)
El tercer y último volumen comprende desde el primer viaje del Fundador a Roma en 1946, hasta su muerte el 26 de junio de 1975. (2ª Ed.)
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Información
Editorial
Ediciones Rialp, S.A.Año
1997ISBN del libro electrónico
9788432140044CAPÍTULO VIII
Los primeros centros de la Obra
1. Una “prueba cruel”
Desde el punto en que comenzaron a reunirse en Martínez Campos, vio don Josemaría que el piso se les iba a quedar pequeño y que era preciso disponer de una academia, para el desarrollo de las actividades de San Rafael y de San Gabriel 1. Necesitaba gente y necesitaba dinero; se lanzó a buscarlos. En marzo de 1933 apalabraba a los primeros profesores de la futura academia. Cuando consiguió el segundo, escribía con desbordante optimismo:
Con éste y con Rocamora y con otros que, de seguro, me mandará el Señor, podremos comenzar la parte de la Obra encomendada a S. Gabriel y S. Pablo 2.
El primero de junio aparecieron por Madrid los dos miembros de la Obra que trabajaban en Andalucía: Isidoro Zorzano y José María G. Barredo. Su llegada significó el disponer de colaboradores para un nuevo esfuerzo: Se trató de la Academia. Hasta buscaron pisos. Se trabaja y, dentro de este verano, será un hecho, para comenzar en octubre. Al anotar esas palabras se le deslizó una consideración que, en el fondo, es indicio “despersonalizado” de que había estado derrochando sus energías y de que le acechaba el desgaste físico:
El trabajo rinde tu cuerpo y no puedes hacer oración. Estás siempre en la presencia de tu Padre. Como los niños chiquitines, si no puedes hablarle mucho, mírale de cuando en cuando... y él te sonreirá 3.
El empeño de empezar la academia le metía con tal intensidad en el trabajo que un rato dedicado a la lectura del periódico bastaba para provocarle remordimientos:
He pasado ratos de verdadera pena, de dolor intenso, al ver mi miseria por una parte, y por otra la necesidad y urgencia de la Obra. He tenido que interrumpir mis lecturas [...]. Me hacía vibrar de indignación conmigo mismo, pensar que he perdido y pierdo el tiempo... ¡el tiempo de mi Padre Dios! 4.
¿Perdía el tiempo?
Se hace tarde —escribe en sus Apuntes—. Son las doce menos veinte y aún quedan cosas por anotar. Por hoy, la última catalina: ayer tiré al velógrafo una cuartilla, pidiendo oración y expiación, a fin de obtener luces del Señor: para que yo saque tiempo y ordene con brevedad y acierto todo lo referente a la organización de la Obra, tal como Dios lo quiere 5.
El verse obligado a dar clases particulares era cosa que deseaba evitar, en lo posible. ¿Cómo recuperar esas horas? ¿Por qué no daba Dios tranquilidad e independencia económica a los suyos, de modo que él pudiera ocuparse exclusivamente de la Obra? Sin embargo, es un hecho cierto, y archicomprobado, que el Señor venía siempre en socorro del hogar de doña Dolores. Lo extraordinario de esas intervenciones es que se hacían, justamente, en el último momento y de tal manera que quedaba remediada la familia, renaciendo la tranquilidad de ánimo; pero sin sacarles nunca de los aprietos económicos. El tono pudoroso con que se trataba a la pobreza en casa de los Escrivá hacía poco menos que imposible adivinar las necesidades que padecían:
Dios, mi Padre y Señor, suele darme alegría en medio de la pobreza total en que vivimos. A los demás de casa, excepto algún pequeño rato, también les da esa alegría y esa paz 6.
El Fundador estaba acostumbrado a las intervenciones inesperadas de la Providencia, en caso de extremas dificultades económicas. Como cabeza de familia, junto con la misión recibida de Dios, tenía que ocuparse al mismo tiempo de mantener a los suyos 7.
* * *
No habían transcurrido siete meses desde su estancia en Segovia, cuando su espíritu de nuevo reclamaba soledad: — Cada día siento más la necesidad de retirarme durante una temporada, para llevar vida exclusivamente de contemplación: Dios y la Obra y mi alma 8. De modo que, una vez arregladas las cosas con los Redentoristas de la calle Manuel Silvela, fue al convento, para hacer un retiro por su cuenta. Era el 19 de junio de 1933. Todo discurría con tranquilidad, hasta que un día se armó en la calle un escándalo feroz. Un grupo de mozalbetes, estacionados junto a la verja de entrada y provistos de una lata de combustible, amenazaban con incendiar el convento. El ejercitante se asomó a la ventana al oír la gritería y volvió a recogerse en silencio, viendo que el hermano portero estaba alerta y armado de una tranca respetable 9.
En el fondo, esta anécdota, tan puntualmente descrita, no es más que una ligera digresión, que medio encubre lo ocurrido al sacerdote el día antes, el 22 de junio, jueves, vísperas del Sagrado Corazón, cuando escribe con sencilla entereza: sentí la prueba cruel que hace tiempo me anunciara el P. Postius 10.
(El padre Postius, religioso claretiano que tomó por confesor durante los meses en que el padre Sánchez anduvo escondido, le había anunciado una fuerte prueba. Sobre ello escribió una catalina: — El P. Postius, con quien vengo confesándome desde que se escondió el P. Sánchez, al ponerse en vigor el decreto de disolución de la Compañía, me dijo también que llegará tiempo en que la prueba consista en no sentir este sobrenatural impulso y amor por la Obra 11.
Esa dolorosa prueba sería producto de un no sentir la divinidad de su Obra 12. De esto hacía ya año y medio; y el sacerdote guardaba, posiblemente, leve recuerdo del aviso).
La tarde del jueves, víspera del Sagrado Corazón, meditaba don Josemaría sobre la muerte. Si le llegara en aquel instante, ¿cuáles eran sus disposiciones?, ¿qué podría arrebatarle? Se examinó y se halló desprendido de todo, o de casi todo: — Hoy no creo que estoy apegado a nada. Si acaso —se me ocurre— al cariño que tengo a los muchachos y a mis hermanos todos de la Obra. Y rogaba a Dios que, cuando viniese la muerte, para llevarle ante su presencia, no le encontrase atado a cosa alguna de la tierra 13.
Esa misma tarde le sobrevino la prueba suprema del desprendimiento. Era como si el Señor, por breves instantes, le arrebatase la luz clara del 2 de octubre de 1928, dejándole flotar entre los pensamientos adversos que asaltaron su mente. El Fundador narra así su congoja:
A solas, en una tribuna de esta iglesia del Perpetuo Socorro, trataba de hacer oración ante Jesús Sacramentado expuesto en la Custodia, cuando, por un instante y sin llegar a concretarse razón alguna —no las hay—, vino a mi consideración este pensamiento amarguísimo: “¿y si todo es mentira, ilusión tuya, y pierdes el tiempo..., y —lo que es peor— lo haces perder a tantos?” 14.
Un repentino vacío sobrenatural, una suprema angustia, le anegó de amargura el alma (Fue cosa de segundos —dice—, pero ¡cómo se padece! ) Entonces, con un arranque de desprendimiento, ofreció al Señor, de raíz, su voluntad. Le ofreció desprenderse de la Obra, caso de que fuera un estorbo:
— Si no es tuya, destrúyela; si es, confírmame.
Así, anonadando toda posible vacilación, arrancándose la promesa recibida sobre la inmortalidad de la Obra, entregaba en sacrificio, como Abrahán, la criatura que venía gestando desde el 2 de octubre de 1928. Entregaba también las esperanzas de los diez años anteriores, desde que en Logroño comenzó a suplicar: Domine, ut sit! Inmediatamente —añade don Josemaría— me sentí confirmado en la verdad de su Voluntad sobre su Obra 15.
* * *
Meditando durante el retiro hizo una lista de lo que denominaba sus pecados actuales: — Desorden. Gula. La vista. El sueño 16.
¿En qué consistía ese desorden? Según se lee en una nota redactada al final del retiro, titulada Acción inmediata, el remedio al desorden era abandonar toda actividad que no estuviera directamente encaminada al servicio de la Obra:
Debo dejar toda actuación —escribe—, aunque sea verdaderamente apostólica, que no vaya derechamente dirigida al cumplimiento de la Voluntad de Dios, que es la O. Propósito: He llegado a confesar semanalmente en siete sitios distintos. Dejaré esas confesiones, excepto los dos grupitos de muchachas universitarias 17.
No es difícil sacar la cuenta de los sitios donde confesaba regularmente, todas las semanas. A saber: asilo de Porta Caeli, Colegio del Arroyo, a los chicos de la Ventilla, en la Institución Teresiana de la calle Alameda, en la Academia Veritas de la calle de O’Donnell, a las niñas del Colegio de la Asunción y a los fieles de la iglesia de Santa Isabel. Todo ello sin mencionar los enfermos y moribundos de los hospitales 18...
Índice
- Abreviaturas
- PRESENTACIÓN
- CAPÍTULO I Época de Barbastro (1902-1915)
- CAPÍTULO II Época de Logroño (1915-1920)
- CAPÍTULO III Zaragoza (1920-1925)
- CAPÍTULO IV Un joven sacerdote (1925-1927)
- CAPÍTULO V La fundación del Opus Dei
- CAPÍTULO VI Apuntes íntimos
- CAPÍTULO VII La gestación de la Obra
- CAPÍTULO VIII Los primeros centros de la Obra
- Apéndices
- Índice de personas
- Colofón