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Vivir abiertos de corazón
Mindfulness y compasión para liberarnos de la desvalorización personal
- 230 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
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Vivir abiertos de corazón
Mindfulness y compasión para liberarnos de la desvalorización personal
Descripción del libro
En Vivir abiertos de corazón descubriremos cómo el mindfulness y la compasión dirigida a uno mismo pueden liberarnos delos pensamientos y creencias que generan sentimientos de inadecuación. Aprenderemos a abrir nuestro corazón a la benevolencia interior y del mundo que nos rodea.Basado en la psicoterapia occidental y en los principios psicológicos budistas, este libro es una guía práctica para superar las creencias dolorosas y limitadoras que tenemos de nosotros mismos. Nos enseña a cultivar un tipo de consciencia que permite la aceptación de quienes somos.La práctica de la atención plena y la compasión pueden liberarnos de pensamientos improductivos y nos ayudarán a vivir con más libertad y menos miedo, con el corazón totalmente abierto.
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Información
Editorial
Editorial KairósAño
2013ISBN de la versión impresa
9788499883106ISBN del libro electrónico
97884998834721. La ficción del “yo”
No profundizamos mucho en los hechos cuando estamos mirándonos a nosotros mismos.MARK TWAIN
Sentirse sin valor es sufrir. Es como sentirse imperfecto y tener que ocultar su imperfección a los demás para no ser rechazado. Pero ocultarse, aparentar y apartarse de los demás suele producir que se sienta alienado y, después, que interprete estos sentimientos como prueba de que es imperfecto. Este es un círculo vicioso de dudas y juicios sobre sí mismo que le separa de los demás y le impide sentirse total y completo. Aunque pueda estar estancado en este autoconcepto, es mucho más arbitrario y flexible de lo que pueda llegar a pensar.
La autora y consultora de organizaciones Margaret Wheatley describe bien esta dinámica: «Nos damos cuenta de lo que nos damos cuenta a causa de lo que somos. Nos creamos a nosotros mismos por aquello de lo que queremos darnos cuenta. Una vez que ese trabajo de propia autoría ha empezado, habitamos el mundo que hemos creado. Nos cerramos con un candado. No pasa por el tamiz de nuestra consciencia nada salvo aquello que confirma lo que ya pensamos sobre quiénes somos […] Cuando conseguimos salir de nuestros habituales procesos autorreferentes y podemos mirarnos desde arriba con consciencia de nosotros mismos, tenemos una oportunidad de cambiar. Rompemos el candado. Nos damos cuenta de algo nuevo» (1999,1). Esta es una poderosa comprensión interior, no solo de cómo el concepto del “yo” se perpetúa a través de los hábitos de la mente y de la percepción, sino también de cómo puede liberarse y descubrir una experiencia mucho más amplia de quién es. Tal vez ninguno de nosotros descubra quiénes somos en realidad hasta que nos liberemos de los conceptos de quiénes somos y no somos. Por ello, empezamos este libro explorando cómo se crea y se mantiene la ficción del “yo”.
El sentido del “yo” se forma en la temprana infancia y gradualmente se cristaliza en autoconceptos y creencias, que crean una identidad personal que puede definirlo y restringirlo el resto de su vida. El “yo” es condicionado principalmente en las primeras relaciones interpersonales, y después tendemos a ver solo aquellas cosas que confirman quiénes creemos que somos, y filtramos todo al revés. Esto es lo que significa encerrarse con un candado: cerrar sus posibilidades y sellar su identidad y su destino dentro de cualquier “yo”–construido que haya sido creado cuando era niño. Este “yo” se convierte en una prisión de creencias que colorean y distorsionan su experiencia de quién es usted.
La cita de Margaret Wheatley proporciona una visión penetrante de cómo podemos liberarnos de esta prisión de espejos deformantes con reflejos distorsionados que toman equivocadamente por la realidad. Si puede vivirse a sí mismo desde la consciencia del aquí y ahora, en lugar de vivirse a través de las percepciones estrechas del “yo” creado mucho antes de este momento, puede encontrar otra forma de ser y estar en el mundo. ¿Cómo desarrolla esta consciencia del aquí y ahora? La atención plena es la clave, y, a medida que vaya trazando su camino a través de este libro, le ofreceremos muchas prácticas que le ayudarán a desarrollar esta perspectiva.
Como es importante entender de dónde parte, en este capítulo, exploraremos cómo se construye una identidad de ser insuficiente y cómo se perpetúa, tanto desde la perspectiva psicológica occidental como desde el punto de vista de la psicología budista. A medida que aprenda a poner consciencia de atención plena e indagación a estas construcciones autolimitadoras, podrá descubrir posibilidades de más libertad y paz. Es como un conocido cómic zen, que muestra a un prisionero angustiado que se aferra a los barrotes de su celda, mientras que en un pequeño rincón oscuro de la misma celda puede verse una pequeña puerta visiblemente abierta. Mientras no deje de aferrarse a las rejas de la prisión de su “yo” y empiece a explorar sus lugares oscuros y no iluminados, no podrá encontrar la puerta de la libertad.
La propia autoría
Las historias que repite construyen su historia personal y su identidad. Estas incluyen su lugar y fecha de nacimiento, cómo era su familia, las cosas que le sucedían, lo que hacía, lo que hacían los demás, su primer amor y su primera traición. Y todo esto se va perpetuando a medida que lo va repitiendo. Cuando realmente considera sus propias historias, tal vez descubre que son repetitivas, e incluso arbitrarias, dependiendo de su estado anímico. Lo más probable es que los detalles ni siquiera coincidan con los detalles de las historias de sus padres o hermanos más cercanos. Una buena pregunta sería entonces, «¿quién sería usted sin su historia?». Verse a sí mismo sin su historia es un recurso excelente para dejar de tomarse las cosas de modo personal, lo cual puede ser muy útil para trabajar la vergüenza y la sensación de inadecuación.
La propia autoría empieza en la infancia temprana con las respuestas que damos a quienes nos cuidan. Si somos criados en un entorno de seguridad en el que nos sentimos aceptados y reconocidos, tendemos a tener más compasión por nosotros mismos y ser menos autocríticos (Neff y McGehhe, 2008). Pero si las personas que nos cuidan son más críticas o agresivas, o si nos sentimos inseguros con ellas por cualquier razón, tendemos a convertirnos en personas más autocríticas e inseguras a medida que crecemos (Gilbert y Proctor, 2006). Nos vemos a nosotros mismos en los espejos de los ojos y conductas de los demás, y nuestras historias reflejan lo que ahí vemos.
Quien cree ser empezó en sus relaciones tempranas con sus cuidadores y fue en estos intercambios en los que decidió que era una persona válida o no, que era competente o incompetente. Su historia se ha desarrollado dentro de este tema original desde entonces. Por ejemplo, si se siente incompetente, tal vez busque la sensación de competencia a partir de los demás o de las cosas, o de lo que hace, de su apariencia, de sus aptitudes o de sus realizaciones. Esto nunca funciona. El sentimiento de incompetencia no proviene de ninguna de estas cosas, proviene de dónde se halla usted. Por eso, muchos de nosotros nos sentimos imperfectos y sin valor, hagamos lo que hagamos. Estamos continuamente haciendo cosas. Conseguimos cosas maravillosas. Podemos incluso tener éxito en probar nuestra idoneidad a los demás, pero casi nunca nos la probamos a nosotros mismos. Poco tiempo después de cada clamorosa ovación, vuelve la sensación de incompetencia, que nos sigue inexorablemente como una sombra.
El sentimiento de incompetencia también nos sigue en nuestras relaciones amorosas, porque en ellas tendemos a interpretar nuestro papel con las actuaciones más intensas. Seguramente la persona que nos ama nos dará aquello que hemos añorado durante tanto tiempo. Y seguramente el amor de esta persona será suficiente y a través de él finalmente nos sentiremos plenos. Esto tampoco funciona casi nunca, aun cuando nuestras parejas hagan todo lo posible para asegurarnos que somos como todos o incluso más. De hecho, las distorsiones de nuestra propia autoría con frecuencia se manifiestan más espectacularmente en estas relaciones que en ninguna otra, debido a la distorsión perceptual extraordinaria conocida como proyección (atribuir los propios pensamientos y juicios a los demás).
La proyección es una especie de trance que constituye la base de todas nuestras relaciones, pero es particularmente importante en nuestras relaciones amorosas, en las que tendemos a proyectar en nuestras parejas los pensamientos y emociones desagradables que no han sido trabajados. Con independencia de lo que nuestras parejas digan o hagan, normalmente creemos que están expresando algo diferente. Esto puede volvernos locos hasta que empezamos a averiguar que no estamos viendo las cosas tal como son. Estamos viendo las cosas de la forma en que nosotros somos. Pero puede llevar mucho tiempo el conseguir esta comprensión interior, si es que alguna vez se consigue. La mayoría asumimos totalmente la ficción de quiénes somos, y es raro que nos demos cuenta de que nosotros mismos somos los autores de las historias en las que vivimos.
La proyección es un gran dilema en nuestra vida; colorea todas nuestras relaciones. Constituye una intrincada ficción que cristaliza lo que pensamos que somos y lo que pensamos que los demás son, ahondando aún más la brecha entre uno y los demás. En la medida en que vivimos dentro de esta narrativa, continuamos creyendo que estamos separados y aislados de todo el mundo.
Por qué nunca es suficiente
La psicología occidental ha estudiado con profundidad cómo se forma un sentido del “yo” incompleto y distanciado en la primera infancia, y cómo las deficiencias del apego y de la vinculación con los cuidadores pueden crear a lo largo de la vida un ansia de seguridad y una profunda desconfianza en los demás. La psicología budista ha estudiado con profundidad cuestiones similares, poniendo el enfoque en cómo creamos el sufrimiento al identificarnos con un “yo” fabricado artificialmente, junto con todos sus deseos, aversiones y confusión. Esta psicología ofrece pasos para ayudarnos a desidentificarnos de esta sensación del “yo” restrictiva y separada. Ambas orientaciones proporcionan comprensión y herramientas que podemos utilizar para liberarnos del sufrimiento originado en una sensación distorsionada del “yo” basado en una narrativa incorrecta.
Cuando vivimos dentro del trauma de una infancia no resuelta y de la herida producida, es muy difícil obtener vislumbres de la claridad y ausencia de “yo” de la realidad del aquí y ahora. Continuamos siendo arrojados de nuevo a nuestro “yo” basado en una narrativa y en asuntos no resueltos, por mucho que intentemos desesperadamente dejarlo atrás. Es como tener un cable elástico atado a su trasero que le impide avanzar hasta haber terminado con lo que evidentemente necesita terminar. Es un enorme trabajo para cualquiera de nosotros despertar del trance en el que nosotros mismos nos hemos sumergido mediante la repetición de nuestras historias; historias que oscurecen las verdades y el sentimiento que todavía no podemos soportar.
El “yo” inadecuado y deficiente forjado dentro de las interacciones dolorosas en las relaciones tempranas continuará invadiéndonos hasta que tomemos la determinación de realizar el trabajo de curación del niño interior. La atención plena puede ayudarnos a abrirnos y acercarnos a nuestra propia angustia y dolor sin juicio, evitación ni artificios. Pero incluso aumentando nuestra atención plena, este trabajo es muy difícil de hacer en solitario, sobre todo cuando se trabaja con traumas no resueltos de la infancia. El “yo” forjado en la infancia tiene tantas defensas y autoengaños que trabajar solo no suele ser suficiente para acceder a los sentimientos que necesitamos sentir, o regularlos suficientemente bien para liberarnos de sus influencias tóxicas. Como la sensación de un “yo” incompleto se forma dentro de las relaciones interpersonales, a menudo necesitamos trabajar dentro de las relaciones interpersonales a fin de comprender y sanar la identidad que hemos formado en ese campo. Tenemos que derramar nuestras lágrimas y manifestar nuestra ira, y necesitamos encontrar una vía para recuperar todos estos sentimientos sin vernos abrumados por ellos. Esto implica habitualmente una investigación personal profunda con un terapeuta o un maestro especializado, en el que confiemos y que pueda ayudarnos a integrar y a regular por nosotros mismos todos los sentimientos de los que nos hemos aislado.
Podemos utilizar la sabiduría y los instrumentos de la psicología occidental para sanar las heridas de la infancia y recuperarnos de los patrones mentales y emocionales destructivos. Y podemos utilizar la sabiduría y los recursos de la psicología budista para encontrar un sentido más amplio de quiénes somos que no esté dirigido por la autocrítica y los deseos insatisfechos. Estas dos orientaciones se solapan armoniosamente para guiarnos en el camino hacia la libertad.
Muchas personas que han practicado la meditación durante largo tiempo han hecho, sin embargo, todo lo posible para evitar el arduo trabajo de recuperar y vivir los sentimientos enajenados. Sería agradable trascender simplemente el “yo” herido y, al mismo tiempo, vivir con un estado superior de consciencia que no esté perturbado con otros elementos caóticos, como sentimientos y sentimientos desagradables. Pero a pesar de que lo intentemos, estos elementos continúan surgiendo y minando nuestro mayor estado alcanzado de paz interior. Nuestros pensamientos y sentimientos desagradables no desaparecen simplemente porque no nos gusten. Tenemos que sanar el “yo” que fue creado en la infancia antes de poder disfrutar de la libertad de no estar recluidos dentro de las narrativas personales.
El “yo” basado en una narrativa versus el “yo” basado en la inmediatez
La psicología budista afirma que hemos nacido con un hambre de placer, así como con un hambre de existir y, sin embargo, otra hambre de no existencia, y que estas diferentes formas de hambre constituyen la causa del sufrimiento humano. En la psicología occidental, Freud estableció estos mismos impulsos humanos y reconoció su poder para causar sufrimiento. Llamó al hambre de placer “el principio de placer”, al hambre de existir, “el instinto de vida” o “Eros”, y al hambre de no existencia, “el instinto de muerte” o “Tanatos”.
No tenemos que profundizar demasiado para ver cómo estas “hambres” crean el sufrimiento en nuestras vidas. Nuestras primeras experiencias de hambre es el hambre o deseo de vivir, que emerge de inmediato como un ansia de sustento físico. Inmediatamente después del nacimiento, lloramos a pleno pulmón para atraer la atención de nuestra madre. Anhelamos reunirnos con su cuerpo de nuevo, y cuando ella responde, empezamos a buscar su pecho y a succionarlo. La suavidad y calidez de su piel y la nutrición de su leche son agradables.
También podemos sentir nuestros primeros deseos de no existencia muy temprano en la vida. Si nuestros cuidadores no responden bien a nuestros primeros deseos de ayuda, podemos con el tiempo dejar de expresar esta necesidad y volvernos apáticos y retraernos. Esto puede adoptar la forma de una represión del impulso en los bebés. Todos nosotros experimentamos esto al menos en alguna ocasión, las ocasiones en las que simplemente queremos encerrarnos, escapar, evitar, y no sentir lo que está sucediendo. Este deseo profundo de no existencia hace que surjan adicciones de todo tipo y también el impulso de aislarnos y cerrarnos, aislándonos de todo el mundo, incluso de nosotros mismos.
El hambre de las necesidades no satisfechas puede constituir el tema central de la historia que se repite a sí mismo, creando una narrativa de un “yo” herido. Como ya se ha descrito anteriormente, el “yo” basado en la narrativa perdura a lo largo del tiempo y continúa creándose a sí mismo una y otra vez a través de las historias que repite. Creemos erróneamente que este “yo” es de algún modo una entidad permanente que perdura a lo largo de los cambios constantes de la vida. El psicólogo William James caracterizó al “yo” basado en la narrativa como una construcción de narrativas que se tejen juntas a partir de los hilos de la experiencia a lo largo del tiempo en un concepto de cohesión al que nosotros nos referimos como “mí” para dar sentido al “yo” que está actuando en este momento (James, 1890). El “yo” basado en la inmediatez, por el contrario, es una criatura del aquí y el ahora. Está basado en la experiencia de quién es usted en cada momento. Este sentido del “yo” existe solo en el momento actual y, por ello, está fuera de la edad y el tiempo. Es la orientación primaria a partir de la cual se experimenta la atención total y, de este modo, no se caracteriza con conceptos como género, raza, religión e historia personal. Como tal, el “yo” basado en la inmediatez no es simplemente una cosa, sino más bien un centro activo de consciencia a partir de la cual puede reconocer la experiencia momento a momento. Desde esta perspectiva, la famosa frase de Descartes se convierte en: «experimento lo que está sucediendo, luego existo».
La investigación neurológica que utiliza la imagen por resonancia magnética funcional (IRMf) ha mostrado que estas dos formas de consciencia de sí −la basada en la narrativa y la basada en la inmediatez− se hallan localizadas en dos zonas diferentes del cerebro (Farb y otros autores, 2007). Utilizando las imágenes neuronales, que pueden detectar en que “yo” están funcionando las personas, ese estudio comparó a meditadores principiantes con personas que habían participado en un programa de ocho semanas de meditación de atención plena. Cuando los participantes cambiaron su enfoque narrati...
Índice
- Cubierta
- Portada
- Créditos
- Dedicatoria
- Sumario
- Prólogo
- Agradecimientos
- Introducción
- 1. La ficción del “yo”
- 2. Elegir cómo mirar las cosas
- 3. Crear una práctica de atención plena
- 4. Mirar detrás de la cortina del “yo”
- 5. Abrirse a la autocompasión
- 6. Abrirse a la benevolencia
- 7. Volverse real
- 8. Despertar a la sabiduría y a la compasión
- Notas
- Fuentes
- Referencias bibliográficas
- Sobre los autores
- Contracubierta