Lo Colectivo
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Lo Colectivo

Psicopatología institucional de la vida cotidiana

  1. 338 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Lo Colectivo

Psicopatología institucional de la vida cotidiana

Descripción del libro

El texto que sigue es una referencia para nuestra práctica institucional en la que muchas veces andamos a tientas. Al mismo tiempo, no se le puede pedir a esta obra que trabaje por nosotros. Tampoco se trata de armar nuevas estructuras, sino de crear, ahí donde nos encontramos, funciones de sostén para nuestras existencias sin apelar a estatutos más próximos al fetiche o a la idealización. La elaboración de herramientas propias será la construcción de quien desee comprometerse consigo mismo y el entorno, impidiendo la invasión de la entropía, en una relación de cuidado consigo mismo como modo de aportar al espacio público, y llegar así a preguntarse cómo hacer entre los varios que se reúnen día a día para que la existencia de cada uno sea tenida en cuenta y potencie así lo colectivo. (Juan Zavala)

El problema de lo Colectivo… Usé esta palabra a lo largo de veinticinco años, reservándome un momento más adecuado para intentar articularla, para hacer una teorización sobre ella. Ya en aquella época decía que utilizaba esta palabra en un sentido diferente de su acepción habitual. Me parecía indispensable definirlo mejor, a fin de coordinar lo que se hace en una dimensión psicoterapéutica.

Nuestra meta es que una organización de conjunto pueda tener en cuenta un vector de singularidad. Cada usuario debe ser contemplado en su personalidad, de la manera más singular. De lo cual surge una suerte de paradoja: poner en práctica sistemas colectivos y, al mismo tiempo, preservar la dimensión de singularidad de cada uno. Es en esta suerte de "bifurcación" donde se plantea esta noción de Colectivo. (Jean Oury)

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Información

Año
2017
ISBN de la versión impresa
9788494705052
ISBN del libro electrónico
9788494705069
Edición
1
Categoría
Medicina

—1985—

16 de enero de 1985

Jean Ayme: es sorprendente, que sean tantos los que afrontaron la escarcha y a pesar de todo. A mí me resulta difícil engancharme en lo que Oury va a decir hoy, ya que no estuve…
Jean Oury: Justamente.
Jean Ayme: … en la reunión de diciembre.
Jean Oury: Puedes inventar.
Jean Ayme: Generalmente busco la conexión partiendo de las notas tomadas en la sesión anterior, pero ahora no tengo nada anotado, me resulta difícil de…
Jean Oury: Continúa de todos modos.
Jean Ayme: Son de noviembre mis últimos registros…
Jean Oury: ¡Ah, no importa!
Jean Ayme: En noviembre, la reunión terminaba más o menos así: La subyacencia puesta en cuestión. Partiste del ejemplo de una banda de tipos que trabajan juntos y que tienen «convicción», agregando que con esto no alcanza. Ahí aparecía la estrategia analítica: repartir las responsabilidades, el club, los grupos didácticos, los legajos, los puntos de intervención crónica. Es necesario que algo pase, no para reflexionar y comprender, sino para otra cosa. ¿Es necesario que cada participante esté en análisis? Por ahora lo dejamos ahí.
¿Qué es necesario, en un grupo de personas que tienen convicción, para que pueda funcionar al nivel de la subyacencia? De ahí, hablaste de la posibilidad de una discusión sobre la transferencia, el fantasma y la posible toma a cargo analítica de ciertas formas de psicosis. Lo que concierne al a. Terminaste hablando de la función presidencial.
Jean Oury: Hablé del a. Esta tarde pensaba que, en estos ámbitos, somos un montón de personas y esto plantea problemas. Intenté, la última vez en diciembre, hacer una especie de clivaje: están los «va-de-suyo» y los otros —minoría—, los «no-va-nada-de-suyo». Si está aquí simplemente sin plantearse problemas, quedamos en la categoría de los «va-de-suyo», se asiste a lo que se podría llamar: el movimiento natural de las cosas, la pendiente natural de las cosas. Esto debe poder definirse. Si no se interviene, si no hay toma de posición, si dejamos hacer, tal pendiente natural de las cosas conduce a lo que se podría llamar arquitectónica de la necrópolis. Todos somos agentes de la necrópolis. Puede parecer grandilocuente. Pero al fin de cuentas, hay muchos muertos vivos, cadáveres ambulantes. Si se permanece en la categoría de los «va-de-suyo», hacemos la fila en las avenidas de una necrópolis, hasta el retiro, si es que hay retiro. Habría que reflexionar sobre esto. De una manera más metapsicológica o metasociológica, deberíamos plantearnos esta cuestión: ¿en qué concierne la «pulsión de muerte» en estos ámbitos? ¿Cómo lidiar con ella? ¿Qué se necesita para evitar ese deslizamiento natural de las cosas? ¿Cuáles son las relaciones entre «pulsión de muerte» y vida cotidiana?
Para poder existir se recomienda ir contra la corriente. Remontar la corriente no es fácil. Depende de la masa de inercia y de la fuerza de la corriente. Hay personas que van contra la corriente, completamente solas, pero se ahogan rápidamente.
Además, son expulsados. En este sentido, para intentar combatir dichos deslizamientos hacia la necrópolis es necesario aplicar un postulado, un principio de base de la psicoterapia institucional: crear un ámbito donde haya diferenciación, con un medio heterogéneo. Pero con esto no basta. Para que pueda funcionar tal sistema infinitamente complejo, es necesario intentar hacer bajar la entropía. Entonces, en una primera aproximación, es necesario aumentar las chances de diferenciación. Por ejemplo, una de las dolencias más graves y más frecuentes de estos ámbitos institucionales es el despedazamiento en pequeños feudos: la administración, los médicos, los enfermeros, una multiplicidad de servicios. Podrían decirnos: se lucha contra la entropía, ¡se crea una multiplicidad de cosas! Sólo que, si miramos de cerca, esas cosas se homogeneizan: se pasa de una a la otra, pero siempre es el mismo estilo que se destila tanto en una como en otra. Dicho de otra manera: ¿es posible crear una multiplicidad, no de pequeños reinos o de pequeños feudos, sino de zonas o de pequeños sistemas diferentes unos de otros? ¿Es posible establecer una suerte de tabla general de «distintividad»? Reconocemos aquí, como lo recordé en septiembre, reflexiones de hace ya veinticinco años a propósito de la utilización microsociológica o etnológica de la fonología: recortar, en un sistema global, unidades pertinentes, un poco como los fonemas en una lengua. Y esas unidades pertinentes, articularlas, y saber lo que pasa cuando se pasa de una a otra. En su tesis, nuestro amigo Poncin hizo un análisis estructural del ámbito hospitalario; propuso el término «situème». Hay situaciones que se pueden crear, preservar para que no se uniformicen. Pero en aquella época se dijo que esto no era suficiente para poder comprender lo que pasa. No se trata simplemente de hacer un recorte en «situemas», es decir, en unidades pertinentes, lo que ya es un trabajo enorme, casi un trabajo de subversión frente a las estructuras habituales de un hospital psiquiátrico. En lugar de hacer un recorte siguiendo los principios administrativos estatales: la administración, la lavandería, la farmacia, el consultorio médico, el patio, el jardín, etc. En vez de que sea un recorte que aparece como yendo de sí, es necesario ir contra la corriente de ese recorte con el fin de repensar lo verdaderamente significante. En 1959-60 usé el término «lingistique». ¡Surgió de una reflexión sobre la lavandería! La lavandería, en aquella época, estaba en relación concreta con el servicio de insulina (había insulina) y con una parte de la farmacia. Había un mismo ambiente en una parte de la lavandería, una parte de la sala de insulinoterapia y una parte de la farmacia. Recortábamos entonces alguna cosa que pasaba en tres territorios administrativos. Pero teníamos en cuenta que ese recorte no era un recorte de cosas en sí, de una vez y para siempre, sino que había variaciones posibles de acuerdo a cada sujeto. O sea, es necesario hacer intervenir una dimensión fantasmática, si no transferencial, frente al grupo. Ustedes saben bien que hay esquizofrénicos que ignoran completamente —está incluso muy por debajo del desconocimiento— ciertos lugares de un establecimiento; que, al cabo de diez años, veinte años, permanecen en la misma ignorancia de lo que hay detrás de la casa. Por ejemplo, en La Borde hay varios edificios y está lo que llamamos gallinero: caballos, gallinas, cerdos, etc. Algunas personas ignoran completamente esta topografía; escucharon hablar vagamente de «algo» por ahí. Nos divertimos, hace unos diez años, con algunos alumnos de arquitectura de la escuela de Bellas Artes que le pidieron a los esquizofrénicos que dibujaran un plano del establecimiento, del jardín, etc. Fue sorprendente. Algunos sólo habían investido el espacio al pie de un árbol, el resto no existía en absoluto. También reparamos en los itinerarios —un poco como Deligny con las «líneas del errar»— que eran específicos de cada uno. Se ve que hay algo de inesperado para el profano, como se suele decir; hay un desconocimiento total de las cosas. Dicho de otra manera, para algunas personas las «unidades distintivas» no son totalmente las mismas que para el médico, la administración, etc. Pero, asimismo, hay algo en común a otro nivel, en otra plataforma de estructura, algo común a unos y a otros. Y esto exige una reflexión permanente: intentar ver cuál es el estilo, cuál es el «color» de un lugar frente a otro. Ya hablamos hace tres o cuatro años a propósito de este recorte en unidades significantes. Para que pueda funcionar, es necesario que, si vamos a la cocina, no sea lo mismo que si vamos a la biblioteca, o al cineclub, o al bar. Esto parece evidente para los «va-de-suyo». Pero si estamos del lado de los «no-va-nada-de-suyo», se percibe frecuentemente que es parecido, que es el mismo estilo. Ese estilo que se impregna, que destila, que se infiltra; un estilo de monotonía, se podría decir estatal, de infiltración de una homogeneización. Por más que se contraten recepcionistas no cambiaría nada, ellas tomarían rápidamente el «estilo». Esto plantea, entonces, cuestiones así, un poco brutas, pero ¡en fin!, a partir de las cuales se podría intentar desarrollar algunas cosas. A priori —habría que demostrarlo— se puede decir que es necesario que haya una distintividad. Hay personas que pueden decir: «Pero no, no tienen que haber sorpresas cuando se pasa de un lugar a otro, justamente no hay que alterar a la gente. Tiene que ser el mismo estilo —aterciopelado o estremecedor, pero, en fin, que sea el mismo estilo— para no asustarla, para no desorientarla». ¡Hay ahí una parte cierta! Porque no se trata de hacer, en un mismo establecimiento, un lugar donde se grite y otro donde haya un silencio absoluto; no está en ese nivel. Dicho de otra manera: ¿cuál es la naturaleza misma del estilo en cuestión? Es importante, por ejemplo, que haya una suerte de coeficiente de acogida que sea más o menos el mismo de un lugar a otro, pero tampoco es a ese nivel que pasa.
Es en esta perspectiva que recurrí, para la acogida, para la «diferenciabilidad», a la dimensión de lo pático. En este sentido, hablé hace un momento de «colores» diferentes. Pático, no patético. Dicho de otra manera, lo pático en la cocina no es el mismo pático que en la biblioteca o que en otro lugar, en el bar, por ejemplo.
La última vez, hablé de cosas que pudieron haber sorprendido a algunas personas, visto que era un discurso aparentemente alusivo, relacionado con ciertos hechos que sucedieron en La Borde. Evoqué la noción de «rumor» (explicitada por Michel Serres) con su exacerbación en la forma de calumnia y el uso que podía hacer del «rumor» una determinada categoría de personal, justamente los «va-de-suyo». Los «va-de-suyo» pueden usar el rumor para luchar contra la puesta en práctica de una heterogeneidad. Lo que quiero decir con esto es que hay una resistencia al cambio y una resistencia a la puesta en práctica de una función de diferenciabilidad. Es una resistencia que, en mi opinión, es más o menos del mismo orden que la resistencia a la cura en el sentido de Freud: lo que le permite elaborar que hay un más allá del principio del placer. Las pesadillas, las neurosis traumáticas, las neurosis llamadas de guerra, parecían no obedecer a los principios de la metapsicología elaborada hasta entonces. O sea, alguna cosa se manifestaba por esta resistencia: la dificultad para un sujeto de renunciar al equilibrio patológico. Una suerte de beneficio, una suerte de goce que hace que él haga de todo para impedir que pueda arreglarse, que pueda cambiar. La resistencia al cambio es un efecto lejano de la pulsión de muerte, me parece. Hay un pequeño artículo muy elegante al respecto, aparecido en el último número de Psychiatries —revista de los psiquiatras particulares—, de un alumno de Schotte, Jean Florence: «La difficulté de guérir». Recuerda de una manera rápida y bien agenciada lo que está en cuestión. Me parece que podríamos servirnos de esta base de reflexión. Incluso en el plano colectivo, hay algo que produce que haya una parte de las personas que no quieran que esto cambie. Es habitual. Y entonces somos los «jodidos», como todos los «no-va-nada-de-suyo», quienes decimos: «¡Es necesario que esto cambie!» La cuestión está planteada. No puedo agregar más. Sería interesante estudiar estos tipos de agenciamientos de resistencia al cambio. Rápidamente caemos en ellos. La repetición, la compulsión, el imperativo de repetición —Wiederholungszwang— son cosas que tienen relación con la «pulsión de muerte», con un aumento de inercia, un aumento de entropía. Habría que aclarar esto de otra manera, tal vez…
Interviniente (A): Cuando hablas así, me hace pensar en aquella historia del clinamen de Lucrecio. En el clinamen, todo va siempre en el mismo sentido, la lluvia de átomos, al menos en el origen. Y lo que hace que aparezca vida es, justamente, que en la lluvia de átomos se produce un ángulo, los átomos carambolean y alguna cosa va a poder crearse. Y esto —¿de dónde viene?, no lo sé— es un poco el mismo tipo de movimiento que describiste: los «va-de-suyo» son la lluvia de átomos vertical, caen siguiendo la ley de gravedad. Y luego, justamente cuando se quiere intentar crear algo ligeramente nuevo, que sería del orden de un espacio… etc., es necesario finalmente tomarse por Dios en ese momento, y luego crear un mundo, porque verdaderamente se tiene la impresión de que se necesita un esfuerzo gigantesco para… Pero, en fin, es una asociación pura y simple.
Jean Oury: Ahora puedo dar un ejemplo paralelo, si se puede decir así. Todos los meses, desde hace un año y medio, formo un pequeño grupo en Blois, con trabajadores sociales que trabajan en los juzgados en temas de incesto. Hace un año y medio discutimos intensamente. Aprendo muchas cosas, porque ellos lidian con casos extraordinariamente complejos y que tienen soluciones siempre rengas. Casos de incesto hay muchos —son pocos los que llegan a los tribunales de justicia—. Lo que aparece en las vivencias mismas de los trabajadores sociales, los agentes, cuando trabajan con una familia incestuosa, es que son obligados a tener en cuenta no simplemente la estructura familiar tal como se presenta, sino a varias generaciones de familia. Pero para llegar a hacerlo, es indispensable que haya una devolución en una reunión grupal. Si no, quedan «paralizados», con malestar, molestia, sin saber dónde están parados, como si hubiera una pérdida de todos los puntos de referencia. El viernes pasado, en una reunión de este tipo, había algo descrito muy minuciosamente por una agente. Ella decía que hay un riesgo permanente de ser «enquistado» —ese es su término—. Agregó incluso que el juez de instrucción, sin darse cuenta, había sido «enquistado» por la familia y que no tenía ningún poder ya. Hay que saber quién interviene, porque es complicado: está la justicia, está la prensa, está el pueblo o la ciudad. Frecuentemente, esas familias incestuosas, vistas desde afuera, parecen familias modelo. Todo va bien, no se escucha hablar de ellas, el padre es un empleado modelo muy bien visto por los patrones, no crea problemas, es puntual. Verdaderamente no hay nada que reprocharle. Entonces, los agentes involucrados… ¡Con qué derecho van a entrometerse e incomodar el orden de esta familia! La dificultad viene del hecho de que todos los lugares están mezclados. Basta con mirar simplemente la traducción de las relaciones elementales de parentesco, sobre todo si hay progenie como resultado de esto: el niño —producto del incesto— es al mismo tiempo, por ejemplo, hijo de su madre y de su hermana, y a la vez el hijo de su padre y de su abuelo. Y los hermanos de su madre, que son sus propios hermanos, son, al mismo tiempo, sus tíos. Pueden complicarlo aún más… ¿Y la mater familias, quién es, a fin de cuentas, la fuente de todo esto, quién es? ¿Es la madre? ¿La abuela? ¿Es la mujer del padre? Se ve claramente que los lugares significantes están mezclados, y esto juega un gran papel. Sobre todo, porque ¡hay muchas complicidades al interior! En particular —estudiábamos esto el viernes pasado—, ¿cuál es el estatuto casi metapsicológico de lo que se llama frecuentemente «denunciante»? A menudo, es la hermana menor, pero ella misma «aprovechó», si se puede decir así, las ventajas del padre. Dicho de otra manera: la confusión de lugares provoca una especie de homogeneización. Por otro lado, es un mundo absolutamente cerrado, inexpugnable. Y lo que ocupa un papel importante es que, lo que se diga, no va a tener peso. Por ejemplo, la denunciante va a desconocer completamente, ocho horas después, lo que dijo. Y el padre incestuoso es verdaderamente el modelo de los «va-de-suyo»: «¿Por qué tienen que venir a joderme? —le dice al asistente social o a la policía—; ¿por qué me encierran? Al fin de cuentas, yo educo a mis niños y creo que su iniciación sexual me corresponde en tanto que padre; es mejor que sea yo y no cualquier rufián que mi hija encuentre en la calle». El argumento, se podría decir «pedagógico» ahí es completamente coherente. A lo que, sin embargo, se podría responder: pero justamente, por el hecho de que queda en el interior de un todo homogeneizado, con una entropía máxima, es como si no hubiera iniciación.
Lo que aparece en esta situación es que nada se inscribe, no hay «palabra plena»; esta complicidad aparente no llega siquiera a ser una complicidad, sino una especie de sistema que se mantiene. Quería recordar, fundamentalmente, que esta dimensión incestuosa está ligada a la confusión de lugares, a la homogeneización, a la no inscripción, a la no iniciativa y, a fin de cuentas, al estancamiento. Lo que dijeron muchos agentes es que frecuentemente tuvieron la impresión de una especie de necrópolis. Dicho de otra manera, es una suerte de sistema que no evoluciona, el tiempo se detiene. En un plano clínico, queda claro que el padre que, por ejemplo, debe cumplir cinco años de prisión, cuando sale piensa encontrar la situación familiar exactamente como la dejó, como si nada hubiera pasado; el tiempo mismo es borrado. Esa suerte de borradura del tiempo forma parte de esta homogeneización de las cosas. Si proyectamos este modelo —que habría que desarrollar— en un establecimiento, me parece que se puede constatar que hay una dimensión incestuosa mucho más frecuente que lo que se cree. Dimensión incestuosa mantenida por las estructuras, sostenida por una arquitectónica arcaica tradicional. Por ejemplo, en un sistema rígido, jerárquico, sabemos que en algunos niveles de esta jerarquía —en el nivel, por ejemplo, de los enfermeros o de los estudiantes de enfermería, o del personal de servicio, o de los enfermos— es muy difícil poder decir algo, poder expresarse. Se apoyan en discursos banales; hay una imposibilidad de tener iniciativas. Un enfermero que quiere hacer algo está obligado a pasar por todo un sistema jerárquico y, al fin de cuentas, al cabo de algunos años termina renunciando a hacer algo; para no tener problemas va a querer pasarse a la tropa de los «va-de-suyo». Se puede decir que hay ahí una suerte de mantenimiento, de presión que hace que no haya posibilidad de inscribir alguna cosa personal, singular. Este es uno de los aspectos visibles de una «estructura incestuosa». Pero esclarezcamos esto por otra vía, por otra ventana. En sistemas complejos donde hay un montón de personas, se toman decisiones. Decisiones que son tomadas por X, por el «Se»; es cierto que el «Se» se concretiza en algún lado, no sabemos bien dónde, pero esto no impide que haya decisiones que son tomadas y que tienen efectos. En 1958, en un congreso acerca de la «formación del personal» en Barcelona, recordé diferentes experiencias en las que se veían claramente los efectos que podrían tener en el plano del colectivo, lo que llamé sistemas de forclusión (Verwerfung). A ciertas personas, les decimos de hacer algo, cambiar de servicio por ejemplo, modificar no simplemente su empleo del tiempo sino su manera de estar; o se toman grandes decisiones sin que ellas tengan ninguna posibilidad de articular su punto de vista. Intenté articular los efectos «dereísticos» que esto podía tener; era, al fin de cuentas, una de las raíces posibles de lo que se ve desarrollar en ambientes donde hay montones de personas: una suerte de «paranoia» colectiva; lo cual es muy común. La paranoia colectiva se marca frecuentemente por un lenguaje particular: son ELLOS quienes nos hicieron esto, ELLOS lo hic...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Prólogo a la edición en castellano
  6. Michel Balat - Preámbulo a la nueva edición
  7. Pierre Delon - Prefacio
  8. Jean Oury - Prólogo
  9. —1984—
  10. —1985—
  11. Sobre el autor
  12. Notas