La literatura emocional
en el aula
El aprendizaje de las habilidades emocionales, al igual que las de tipo cognitivo, requiere de una continuidad a través de toda la vida escolar de un individuo. Desde su primer ingreso al colegio a los dos, tres o cuatro años se inicia este trabajo que requiere la repetición y el uso de una diversidad de métodos de aprendizaje para activar las diversas facetas de la inteligencia humana.
La repetición y la práctica son vitales para la formación de conductas que a lo largo del tiempo se transforman en hábitos y después en actitudes permanentes. De ello se deduce la importancia que tiene el hecho de que los educadores de hoy puedan enlazar en su práctica docente cotidiana, actividades que desarrollen las habilidades de la inteligencia emocional, sin necesidad de usar tiempos especiales para esto. Así cada profesor sabrá hacer uso de las actividades y herramientas que les proporcionamos en este libro y adaptarlas a cada uno de sus alumnos, a cada uno de los grupos de escolares o a cada situación que se le presente.
Para activar la inteligencia emocional, y como resultado de ello elevar las habilidades sociales de los niños y jóvenes, la escuela se tiene que abocar a esta tarea educativa, que toma en cuenta el nuevo paradigma de educar para pensar emocionalmente y sentir inteligentemente.
Por ello, la primera responsabilidad recae en los adultos que nos dedicamos a educar niños. Cuando hay una verdadera colaboración entre la escuela y el hogar para la formación de los niños, los resultados son palpables.
Dice Goleman que cuando las experiencias emocionales se repiten una y otra vez, el cerebro las transforma en reacciones naturales, en hábitos que permiten al individuo responder en los momentos difíciles de la vida y en situaciones de peligro, frustración o dolor.
Por todo lo dicho antes, el maestro inteligente emocionalmente está alerta para aprovechar cualquier situación de la vida escolar —dentro y fuera del aula— así como cualquier libro, clase, asignatura o actividad lúdica para enriquecer el vocabulario emocional de los alumnos, para crear un ambiente que propicie la expresión de sentimientos, para aprender a reconocer los disparadores de las emociones y para enseñar a los niños a reconocer los sentimientos de los demás.
ALGUNOS EJERCICIOS Y ACTIVIDADES
SUGERIDOS PARA EL AULA
EL PODER DE LA PALABRA
Para trabajar con los niños las habilidades de la inteligencia emocional, el maestro debe crear un clima propicio dentro del aula, es decir, que haya orden y sobre todo respeto hacia lo que cada quien expresa. Esto es fundamental, puesto que vamos a profundizar en lo más íntimo de una persona: sus sentimientos y emociones.
Para ello, le proponemos un juego o ejercicio para entrenar a los alumnos en esa habilidad social, tan escasa e importante, que es: aprender a escuchar y a respetar la opinión de los demás.
Este ejercicio se puede plantear como un juego con reglas que deben ser acatadas por todos aquellos que formen parte del grupo. Quien viole alguna regla queda fuera del juego en esa sesión, o durante el tiempo de exclusión que el maestro fije. De ninguna manera el maestro excluirá definitivamente a algún alumno o le pedirá que abandone el salón de clases cuando no participe en el juego grupal. El alumno que sea excluido porque no cumplió con alguna regla permanecerá en el mismo lugar, pero sin participar con los demás.
El objetivo del ejercicio es convertirlo en una conducta permanente, tanto del maestro como de los alumnos, y tiene que ver con emociones y sentimientos. Se llama “El poder de la palabra” porque durante el juego debe adoptarse una actitud de respeto hacia quien esté hablando. De esta manera, los niños valorarán cada vez más los comentarios y las experiencias de sus compañeros.
Método de trabajo:
1. El maestro elegirá un muñeco de peluche, tela o lo hará él mismo con un paño relleno de semillas o paja. También puede elaborarlo con la ayuda de los niños de su grupo. Elegir un león, por ejemplo, ayuda a que todos comprendan que quien tiene la palabra no puede ser interrumpido por otro porque en ese momento actúa como autoridad, y para la mayoría de los niños el símbolo de la autoridad en la selva es el león.
2. El maestro escribe en una cartulina, con letras grandes que todos puedan leer, las reglas del juego “El poder de la palabra”:
a) Sólo puede hablar quien tenga el poder de la palabra.
b) No puede ser interrumpido.
c) Se trata de escuchar al que habla.
Es conveniente que las reglas del juego permanezcan expuestas en un lugar visible de modo que sea posible consultarlas en cualquier momento o situación, y recordar a los alumnos que están adquiriendo la habilidad de saber escuchar y respetar la opinión de los demás.
3. El maestro explica a los niños que se trata de un juego que, como todos los juegos, tiene reglas que deben ser cumplidas por los participantes. El que no las cumpla quedará fuera del juego por esa ocasión. Quien tenga en sus manos el león (o cualquier muñeco elegido) es la autoridad. Él hablará y los demás escucharán con atención, respetándolo como si fuera un rey. El único que puede hablar es quien tiene el poder de la palabra.
4. El maestro inicia el juego lanzando el león a las manos del alumno, al que le hace preguntas sencillas como:
¿Cuántos hermanos tienes? ¿Qué materia o asignatura te gusta más o te gusta menos? ¿En qué calle o en qué colonia vives? El niño responde con el león en las manos y lo lanza de nuevo al maestro. Y así, sucesivamente.
5. Este juego se repite en varias ocasiones, hasta que el maestro valora que el grupo muestra un mayor respeto por el alumno que tiene la palabra y hasta que sea menor el número de veces que algún alumno tiene que abandonar el juego por no respetar las reglas.
6. Cuando el maestro vaya a trabajar en forma de taller las habilidades de la inteligencia emocional, echará mano de este juego para crear un ambiente propicio y simplemente recordará a su grupo que ya ha aprendido a respetar la palabra de los demás y que cuando se habla de emociones y sentimientos se debe ser más respetuoso que nunca, porque en ese momento las personas expresan o comunican a los demás lo más importante e íntimo de sí mismas.
LOS CUENTOS CLÁSICOS
Los cuentos de hadas, así como las historias bíblicas y los mitos, han sido tradicionalmente la literatura que se ha utilizado para educar en todo el mundo tanto a niños como a adultos. Por esa razón, los docentes de los primeros años de primaria solemos narrar o leer a los niños los cuentos clásicos que también llamamos cuentos de hadas. Estas historias son muy antiguas y han llegado a nosotros gracias a la tradición oral, ese mecanismo social mediante el cual los mitos y las narraciones pasaban de una generación a otra por medio del relato hablado.
Después de muchos siglos de existencia de esa práctica algunos escritores comenzaron a recopilar esas historias y las reunieron en libros con ilustraciones que después se tradujeron a todas las lenguas occidentales. La mayoría de estos relatos se ubica en el Oriente o en países europeos con climas distintos a los nuestros y con palacios, castillos, guerras, reyes, princesas y emperadores.
Provenientes del Medio Oriente, en el siglo IX llegaron a Europa las leyendas de Las mil y una noches, narradas por el personaje de Scherezada al sultán que la mataría cuando a ella se le terminaran las historias. A partir de estas leyendas se han hecho parte de nuestra cultura personajes como Aladino o Alí Babá y los cuarenta ladrones.
En el siglo XVIII el autor francés Perrault puso por escrito los cuentos que se narraban en forma oral a los niños europeos, y gracias a sus Cuentos de mamá Gansa todos conocemos a Pulgarcito, la Cenicienta, Caperucita Roja o el Gato con Botas. En el siglo XIX los hermanos Grimm hicieron otro esfuerzo de recopilación de los cuentos de hadas en sus Cuentos para la infancia y el hogar y con ellos llegaron Blanca Nieves y Barba Azul.
En ese mismo siglo Andersen escribió los cuentos tradicionales del norte europeo, como La Sirenita y El Patito Feo. Y los ingleses Lewis Carroll, Oscar Wilde y Barrie nos regalaron personajes tan entrañables como Alicia, el Príncipe Feliz, el Gigante Egoísta y Peter Pan, el niño que no quería crecer.
Los niños de todos los tiempos gustan de estas historias fantásticas porque, según los estudiosos, más allá de la situación histórica o geográfica, los cuentos de hadas o clásicos hablan a los niños de las emociones y los sentimientos comunes a todas las personas. Y como ocurre con cualquiera de las artes, estos cuentos deleitan e instruyen al mismo tiempo.
El doctor Bruno Bettelheim, quien contaba con muchos años de experiencia como educador, terapeuta y gran exponente de la psiquiatría infantil moderna, dice en su conocido libro Psicoanálisis de los cuentos de hada...