CRÓNICAS SÚBITAS
Crónica alegre de un viaje triste
San Cristóbal de las Casas, Chis.- El escritor portugués José Saramago (75) entró detrás de su esposa a la habitación cuarenta y nueve del hotel Casa Vieja y lo primero que hizo, luego de quitarse el saco negro y de acomodarlo en el respaldo de una silla y luego de darle una propina al botones, fue levantar la colcha de la cama matrimonial.
—Ven, Pilar, mira esto —le dijo a su compañera y señaló con uno de sus dedos delgados la sábana blanca—. ¿Qué será?
Pilar hizo un mohín de disgusto que distorsionó su faz de morocha española. En la novela El lamento de Portnoy el personaje de Phillip Roth está a punto de vomitar cuando descubre en la tina del baño una profusión incalculable de morusas. Cada quien sus fobias.
José Saramago (16 de noviembre de 1922) es escorpión y Pilar, su esposa desde hace diez años, piscis. El escorpión defenderá la justicia, la libertad y la democracia. En cada acto de su vida actuará preocupado por hacer justicia. Como es tímido e introvertido se refugia en una apariencia frívola y esnob. La piscis gusta de escribir sus experiencias y le encanta crear enigmas sobre su persona.
El grupo de visitantes llegó a San Cristóbal (Sancris) como a las nueve de la noche del sábado 14 de marzo [de 1977], se les esperaba una hora antes en un foro que organizó la diócesis. Pero el vuelo DF-Tuxtla Gutiérrez se atrasó una hora. José Saramago había dejado Guadalajara en la mañana, donde permaneció varios días dando pláticas literarias y entrevistas de prensa. Sobre él pendía un supuesto amago gubernamental de mantenerse dentro de la ley, como parte de la campaña xenofóbica emprendida por las mentes estrechas del sistema y de sus adeptos. En consecuencia, su editorial pretendía que la visita pasara inadvertida, cuando menos para Época. Entre febrero y marzo, el gobierno expulsó a diez extranjeros.
La noticia de su visita se divulgó en la capital chiapaneca de Tuxtla Gutiérrez y los periodistas se apostaron en el aeropuerto de Terán durante unas ocho horas. A las seis quince de la tarde el avión de Aerocaribe hizo un intento fallido de aterrizaje. José Saramago vestía un traje negro y una camisa de franjas verdes y blancas. En persona se ve más delgado de como aparece en las fotos. Debe medir poco más de un metro ochenta y camina un tanto encorvado. Su compañera Pilar es de tez blanca y cabello negro, delgada y alta, no ha cumplido los cuarenta.
Con la pareja llegaron Sealtiel y Edna Alatriste. Sealtiel, editor de Saramago, tiene ya una robusta coleta y Edna se ha recortado el cabello al máximo. El corresponsal de Época, Marco González, llevó la batuta en la entrevista. Saramago aclaró que nunca hubo ninguna amenaza de expulsión. En la prensa leyó que se le recomendaba mantenerse en los límites de la ley.
—Bueno, es que todo mundo tiene que mantenerse dentro de los límites de la ley —comentó.
Haría contactos para conocer lo que pasaba en Chiapas y darse una idea más clara de la situación.
Admitió que le gustaría hablar con el subcomandante Marcos, pero nunca creyó que pudiera darse el encuentro. A Época le diría en corto:
—Esa idea de que uno viene aquí a ver a Marcos, como quien va a Roma a ver al Papa, lo entiendo como una frivolidad. Si usted me pregunta en el plan humano si me gustaría encontrarlo pues claro que sí. Pero no he venido para después andar por el mundo pregonando que he estado con Marcos. Más importante que eso ha sido estar en las comunidades.
Marco González se entusiasmó con la rueda de prensa, y dijo que había que escribir que el encuentro entre Saramago y Samuel Ruiz iba a ser el de dos candidatos a sendos premios Nobel, uno de literatura y el otro de la paz. Marco platicó a lo largo de la espera que él y un fotógrafo fueron los primeros en llegar a San Cristóbal el día que la tomaron los zapatistas, hace más de cuatro años, y los primeros en salir. Sugirió a los dueños de La República que editaran una extra, de la cual, por primera vez en la historia moderna del periodismo chiapaneco, vendieron treinta y siete mil ejemplares. Como era fin de año y los voceadores andaban en los brindis, las pilas de periódicos se vendieron en el parque central. Los ricos mandaron a sus choferes a comprarlo a las instalaciones del periódico. Marco González renunció a ese diario porque nunca le pagaron un sobresueldo que le ofrecieron al término de los días difíciles del conflicto. Ahora es reportero de Cuarto poder. En sus recuerdos mencionó que conoció a tres subcomandantes Marcos. El primero era más alto que él, el segundo de su tamaño y el tercero de más baja estatura.
De sopetón, le pregunté a Sealtiel en qué hotel iban a estar. Murmuró algo entre dientes, pero no dijo nada. Mucho menos el programa de la visita porque “no quería perjudicar” a Saramago. No tuve tiempo de decirle que mi crónica aparecería cuando Saramago estuviera en Lanzarote, España, recordando su viaje a Sancris, que es a donde viajó en concreto. Sealtiel intentó varias veces suspender la entrevista de nueve preguntas a Saramago con los periodistas locales. Algunos viajeros se preguntaban entre sí quién era aquel personaje. Sealtiel salió de la sala de espera del equipaje hacia el estacionamiento a cielo abierto. Edna tampoco quiso decir en qué hotel estarían. Ignoran que nunca falta un pajarito que informe lo que ellos no quieren informar.
Los fotorreporteros siguieron a la comitiva hasta una camioneta roja de turismo. De pronto, en la semioscuridad, apareció Carlos Monsiváis. Nos vimos. Lo saludé. Me preguntó qué sabía del aterrizaje. Le dije que apenas íbamos a investigarlo. Monsiváis está como rejuvenecido. Las fotos no le favorecen. Le pregunté en qué hotel pararían. Dijo que lo iba a investigar. Le creí. Pero un fotógrafo que iba con ellos lo interceptó y le dijo algo al oído. Monsiváis subió a la camioneta y ya no bajó. Antes de que partieran, los reporteros pidieron que se les tomara una foto junto a José Saramago. Podría ganar el Nobel este año.
—Si llega, está bien —ha dicho—. Si no llega, igual.
Después de un viaje vertiginoso en taxi de hora y media, llegué a un San Cristóbal con el frío de marzo bastante soportable. Tomé otro vehículo para ir al hotel Mansión del Valle. Dudé en recorrer los hoteles esa misma noche del sábado o dejar la tarea para el domingo. No había tenido tiempo de tomar conciencia de si estaba cansado o no lo estaba. Los pajaritos estarían durmiendo ya. Por teléfono, varios días atrás, Laura Lara, publirrelacionista de Alfaguara, dijo que la editorial se deslindaba del viaje. La visita iba a estar a cargo de La Jornada y en concreto de Hermann Bellinghausen. Estuve a punto de pedirle que no me insultara la inteligencia pero como el que se enoja pierde sólo le di las gracias. De todos modos.
Por eso, la mañana del sábado, cuando saludé a la actriz Ofelia Medina a su llegada al aeropuerto de Tuxtla y ella me preguntó de dónde era yo y le contesté que de Época, supe que había hecho bien en no enojarme porque una chaparrita que acompañaba a Ofelia y que hubiera podido ser su secretaria no resistió las ganas de decirme que ella era Laura Lara. Me consideré un afortunado por haber mantenido la ecuanimidad. Está muy joven, pensé. No sabe cómo tratar a reporteros de información general. Pero la consideración duró un tris, porque Laura dijo: “Qué más quisiera yo que hacerle publicidad a mis autores. Ojalá lo entienda usted.” Sentí que el insulto a mi inteligencia había sido esta vez directo, y casi le pregunto cuánto le había costado, digamos, Saramago. Pero no pude porque ella estaba ya a varios metros de distancia. Después ella rechazaría la invitación de los reporteros a conocer una cantina tuxtleca y, cuando volvimos a encontrarnos, dijo que había comido en el Camino Real. Le pregunté sobre el hotel donde se hospedarían en Sancris y de plano dijo que si yo los hallaba sería por mí mismo y no porque ella lo hubiera revelado. Se volvió a alejar, se trepó al alféizar de una ventana del aeropuerto y se puso a leer Todos los nombres de José Saramago.
En San Cristóbal, como a las nueve de la noche, en aquel segundo taxi, después de un breve recorrido, vi estacionada la camioneta roja. Estuve a punto de gritarle al taxista que se detuviera. Nunca en mi vida reporteril había tenido tanta suerte. Le pregunté si estaba seguro de que ese era el hotel. En el vestíbulo Sealtiel, Laura Lara y el fotógrafo maquinaban alguna travesura, y díjeme que me dije: Sí, estoy dispuesto a dormir en el parque central como Knut Hamsun cuando escribió sus novelas Pan y Hambre, pero ya sé en qué hotel están. Entonces vi a Hermann Bellinghausen. Nos saludamos y preguntó si venía en el grupo. Vi al fotógrafo que me veía y yo lo vi a él en espera de que le dijera a Hermann, también en susurros, que yo…, pero me adelanté y le dije que, yo, de lejos. Que ellos (los señalé con un ademán vago), no dejaban ni acercarme. El foto sonrió, satisfecho.
Le pregunté a Hermann si él había organizado el viaje, a lo que contestó asombrado que desde luego que no. Él, lo que deseaba, era tener también la información para su periódico. Sealtiel se le acercó y le dijo:
—Vente, vamos a la cena. Estás invitado, y con la mirada lo jaló de un brazo.
Sealtiel me vio por fin y murmuró:
—Mañana.
Y yo le dije:
—Mañana, Sealtiel.
Pero yo estaba atento a Pilar Saramago, que le decía en susurros a Cuca la administradora que revisaran las sábanas del 49 porque tenían unas manchas raras.
Cuando por fin entré al mío, el 21, revisé la cama. Un pelo negro estaba incrustado en un poro de la sábana. Me sentí personaje de Phillip Roth, así que tomé un pañuelo desechable para arrancar el pelo. Aun así pensé que había sido un buen día para mí. Pero ¿lo fue para Saramago? ¿Para Sealtiel? ¿Para Laura? Quizá para Laura no. Pobrecita, me dije. Quizá estaba haciéndose cruces sobre quién me había dado el nombre del hotel. Sealtiel siempre sospechará que ella me lo dijo. Si algún día les cuento que fue pura suerte, no lo van a creer. Sobre todo porque reparé en que el taxista me había dejado en el Casa Vieja, no en el Mansión del Valle, sólo cuando estaba ya en mi cuarto. Sin duda me protegió el santo de los reporteros.
La mañana siguiente, domingo, un pajarito me dijo que el grupo no fue directo a la cena sino que asistió a un foro organizado por los sacerdotes dominicos de San Cristóbal, abierto al público y donde estaban casi todos los reporteros. Ahí Saramago dijo que no hubiera llegado tan pronto a Chiapas de no haber ocurrido la matanza de Acteal. Lo que ocurrió ahí, agregó, ha conmocionado, si no a todo el mundo, sí a toda la gente con sensibilidad, inteligencia y corazón.
“Si no nos movemos adonde está el dolor, la indignación y la protesta, entonces no estamos vivos, estamos muertos —comentó el autor de Ensayo de la ceguera—. Un escritor no puede hacer mucho, pero usa algo maravilloso que es la palabra y si la palabra sirve entonces diré que mi palabra es vuestra.”
Don Samuel Ruiz, presidente de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai), opinó que el gobierno federal y el EZLN han querido “jalar de su lado” a los mediadores. Cualquier situación crítica en las negociaciones de paz, agregó, es interpretada como “falta de neutralidad”. Pero los miembros de la Conai “no somos neutrales ante las injusticias y tampoco ante los crímenes que se cometen y tenemos que levantar la voz”.
A las ocho y media del domingo, el grupo estaba desayunándose en el restaur...