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Un secreto en el sótano
Cris bajó en puntas de pie los escalones hacia el sótano de su abuela. Miró hacia atrás varias veces para asegurarse de que no lo seguían... y de que nadie estuviera espiando por la ranura de la puerta para ver dónde estaba yendo.
Al llegar abajo, Cris revisó el área debajo de la escalera. Estaba muy oscuro allí, era cierto; pero ese sería el primer lugar que revisarían. Tenía que encontrar un lugar muy bueno para esconderse; un lugar donde nadie nunca lo pudiera encontrar. Me alegro de que solo una de las luces funcione, pensó. Las sombras largas ayudarán a esconderme.
Al mirar a su alrededor el resto del sótano, Cris sacudió la cabeza. Hay tantas cosas aquí. Había una cama de madera y varios colchones apoyados contra una de las paredes más alejadas. Pensó en acurrucarse detrás de los colchones. Hay demasiadas telas de araña, decidió estremeciéndose; y eso implica arañas.
Cris miró la hora en su reloj. ¡Se le estaba acabando el tiempo! Caminó entre viejas partes de bicicleta, silletas y equipos para hacer ejercicios. Un viejo televisor yacía en uno de los rincones más alejados y oscuros del sótano. Quizá me podría esconder detrás de eso, pensó Cris. Al dar el siguiente paso, una tela de araña se le pegó al rostro.
–¡Iuuuu! –dijo Cris, sacándola de tu rostro–. ¡Uf!
La pegajosa tela de araña se le enredó en la mano.
–¡Qué asqueroso! –susurró.
De repente, ¡la puerta del sótano comenzó a abrirse despacito! Cris se deslizó en silencio detrás del televisor y sostuvo el aliento. Escuchó pasos que bajaban la escalera. Entonces se detuvieron.
–¿Cris...? ¿Dónde estás, Cris?
–Shhhh, Yami –susurró María–. Queremos que Cris piense que nos engañó. Entonces quizá revele su escondite.
–Está bien...
Cris escuchó el susurro de Yami y sonrió para sus adentros. María y Yami jamás pensarían en buscarlo tan atrás en el sótano. Las sombras eran un poco atemorizantes, pero valía la pena si María y Yami se daban por vencidas en buscarlo. Entonces él ganaría el juego de las escondidas.
Algo le hizo cosquillas en el brazo a Cris. Lo que hubiera sido comenzó a moverse. Se movió muy rápido, y luego se detuvo. Cris sintió que le subía un escalofrío por la espalda hasta el cabello, que se comenzó a erizar.
–¡Ahhh! –gritó mientras saltaba de su escondite–. ¡Odio las arañas!
Yami gritó y abrazó a María con ambos brazos.
Cris saltaba en círculos, sacudiendo los brazos con fuerza para sacársela de encima. Parecía estar haciendo algún tipo de danza india de guerra.
María le dio unas palmaditas a Yami en la cabeza. Entonces se cruzó de brazos.
–Cris, ¡tú sabes que no debes asustar a Yami! –lo criticó.
Cuando Cris finalmente dejó de dar vueltas, le frunció el ceño a María.
–No estaba tratando de asustarte a ti ni a Yami. Pensé que tenía una araña en el brazo. Estaba tratando de sacármela.
Se arrodilló frente a Yami.
–Siento mucho si te asusté, Yami –se disculpó.
–Está bien, Cris. Me alegra que fueras tú.
Yami le dio un gran abrazo a Cris. De repente, se le agrandaron un montón los ojos.
–¿Qué es eso, Cris? –preguntó, señalando a algo que se veía como una gran caja de metal cubierta parcialmente con una manta.
La manta había estado cubriendo toda la caja hasta que Cris la manoteó con su danza por la araña.
Cris se dio vuelta.
–No lo sé, Yami. Miremos.
María quitó la manta de sobre la caja de metal.
–Realmente es muy grande –dijo ella–. ¿Para qué sirve?
Cris se arrodilló. Trató de moverla un poquito, pero no pudo.
–¡Guau! ¡También es pesada!
María la descubrió por completo.
–Mira, hay un dial en la parte de atrás, Cris.
Cris lo revisó.
–Ese es el frente, María –dijo.
Sonriendo, miró primero a María y luego a Yami.
–Esta es una antigua, antigua caja fuerte. Me pregunto de quién será.
–Probablemente del abuelo o de la abuela –dijo María.
–Vayamos a preguntar –sugirió Cris mientras se dirigía a la escalera.
María corrió y se paró frente a él.
–Espera un segundo, hermano. Ven aquí, Yami –llamó.
Yami se acercó y se paró al lado de su hermana. Estaba muy atenta, tomada de la mano de María.
–No puedes subir la escalera hasta que digas que nosotras ganamos el juego –le dijo María a Cris–. ¿Cierto, Yami?
–Cierto –estuvo de acuerdo Yami.
–Está bien; ustedes dos ganaron el juego esta vez –aceptó Cris–. Ahora, ¡vayamos arriba y preguntemos por la caja fuerte!
Cris, María y Yami entraron corriendo a la cocina, donde la abuela estaba colocando la cena sobre la mesa.
–Qué bien –dijo la abuela–. Ahora no tendré que ir a llamarlos para que vengan a comer. Ya están aquí.
Cris miró la sopa de verduras, las galletas y los sándwiches. Todo se veía apetitoso, pero de repente ya no tenía hambre. Comenzó a preguntar sobre la caja fuerte.
–Abuela...
–¿Podrías buscar unos vasos de la alacena, Cris? –interrumpió la abuela–. Yami, necesitamos sacar la leche del refrigerador, por favor.
Yami fue a buscar la leche dando saltitos, y Cris se estiró para tomar los vasos. Casi saca cinco, pero luego se acordó de que el abuelo no estaría porque estaba visitando a un amigo enfermo en el hospital.
–¡Esto es genial! –dijo María mientras se sentaba a la mesa–. Me encanta que nos podamos quedar aquí cuando mamá y papá salen en una cita.
Yami se acomodó en su silla.
–A mí también.
Cris puso los vasos y le sirvió leche a Yami. Luego se la pasó a María, y ella se sirvió su propio vaso. Cris intentó otra vez preguntar sobre la caja fuerte.
–Abuela...
–Inclinemos la cabeza para pedir una bendición por la comida –dijo la abuela.
La abuela oró. Cuando todos abrieron los ojos, María comenzó a hablar.
–Abuela, ¿para qué se usa esa antigua caja fuerte que está en el sótano?
La abuela pareció confundida por un momento.
–¿Qué antigua...? –comenzó a preguntar.
Pero entonces le brillaron los ojos cuando lo recordó.
–Casi me había olvidado de que eso estaba allí abajo. Deben estar hablando de la antigua caja fuerte de mi padre, su bisabuelo.
–¿Era de él? –preguntó Cris–. Debe ser muy antigua.
La abuela asintió.
–Cuando su bisabuelo falleció, la trajimos aquí y la guardamos en el sótano. Se necesitó la fuerza de varios hombres para bajarla por esa escalera. No tengo idea de cómo la sacaremos de allí alguna vez.
–¿Guardas cosas de valor allí adentro? –preguntó María.
La abuela sonrió.
–No, querida, el abuelo y yo no guardamos nada en esa antigua caja fuerte. No conocemos la combinación, y costaría mucho dinero hacer que un cerrajero la abriera. Tu bisabuelo no dejó nada de valor allí adentro, de cualquier manera.
–¿Cómo lo sabes? –preguntó Cris.
Miró mientras la abuela le daba un mordisco al pan.
–Bueno, Cris, lo cierto es que no estoy segura de que no haya nada allí. Pero antes de que tu bisabuelo falleciera, él guardaba sus documentos y posesiones importantes en una caja fuerte en el banco.
Cris apenas tocó su sopa. Estaba demasiado entusiasmado. Su mente ya estaba adelantándose, imaginando qué podría estar escondido en esa antigua caja fuerte.
–Quizás el bisabuelo haya escrito la combinación en algún lugar –dijo–. En algún lugar donde podamos encontrarla.