Capítulo 1. Cenizas Capitales
Su sombra se reflejaba en la ventana mientras se sentían los bullicios que provenían del exterior. Recostado sobre una columna saboreaba un vino tinto muy costoso, mientras observaba el enorme cartel luminoso que parpadea escupiendo imágenes de mil colores. La Avenida 9 de julio exhibía toda su espectacularidad. Pero él, sólo prestaba atención al destello de luces que llegaban desde la ventana, con el pensamiento en blanco.
Se había vestido para la ocasión, una fina camisa de color lila y un saco negro. Antes de salir, acomodó la corbata y se miró al espejo para arreglarse el poco pelo que le quedaba. En ese instante notó que su corta barba, relucía toda platinada. Tomó el ramo de rosas que se encontraba sobre la cama y lo miró fijamente. Cientos de imágenes aparecieron en ese instante. Cada cumpleaños, cada aniversario, cada día de la mujer y ...hasta la imagen de ese último ramo que le entregó la noche anterior a la firma del divorcio. Habían pasado varios años, ya no tenía las mismas agallas y no estaba en condiciones de pasar por un proceso semejante. El guerrero estaba ante su último acto, dispuesto a entregar las armas. La batalla se había extendido más de lo que podía ser soportado, llevándose puesto hasta la sensibilidad de los pequeños actos. Todo estaba preparado para ser reparado...
El proceso de sanación ya estaba cumplido, aunque ninguno de los dos olvidaría esa noche cuando los acontecimientos se presentaron intempestivamente y los enfrentó a tomar decisiones que cambiarían el rumbo de sus vidas. Un quiebre en el transitar de sus existencias que los convirtió en aliados incondicionales de un entramado delicado, lleno de intrigas y siempre al borde de lo imprevisto. Dos inconscientes que lograron, sin darse cuenta, poner en jaque a la propia lógica del capital, mostrando sus contradicciones y debilidades. Cenizas que dejaba ese mundo lleno de imágenes prometedoras de futuro.
Allí, en ese intersticio se movieron, en un espacio recreado laboriosamente y medido hasta en sus más pequeños detalles. Armaron un escenario artificiosamente, al que le plantaron los actores para mover las fichas del juego. El tablero fue impuesto por circunstancias no previstas. De un lado, millonarios inescrupulosos que se sirven del Estado en su propio beneficio. Del otro, un cerebral y frágil personaje que arrojado a su propia historia toma la decisión de no ser el resto de una operación de destitución, con pocas y débiles armas, acompañado por su instintiva mujer y compañera de mil fracasos. Los personajes secundarios: un sabio trotamundos inspirador y fiel para cualquier batalla, vendedor de ilusiones e imprescindible para convencer al mismo demonio. El resto, un coro de sujetos movidos por sus propias motivaciones, utopías y egoísmos. Las cartas echadas, el juego abierto...
Capítulo 2. El desencanto
Cuando Emilio leyó el aviso sobre la creación de una bolsa de trabajo en el consulado de Brasil pensó en una nueva oportunidad. Hacía más de un año que no tenía empleo y sobrevivía gracias al trabajo de su mujer, con un sueldo más que magro y la ayuda de los parientes más cercanos que intentaban acompañarlo en este período difícil.
En ese momento, preparó las fotocopias del currículum vitae una vez más, sí, una vez más de todas las veces que especuló que se presentaba una nueva oportunidad. Una especie de ritual que comenzaba con cierta esperanza y que culminaba con una nueva desazón.
Era muy joven, tenía veintisiete años, una cierta preparación y muchas ambiciones, pero también guardaba una preocupación constante y a veces hasta obsesiva, de cumplir con los mandatos familiares y sociales que lo marcaron durante toda su vida y a los que no les encontraba una puerta de salida. Había escuchado hasta el hartazgo, durante su corta existencia, que el trabajo dignifica al hombre, lo realiza como persona, produce un cierto reconocimiento social e implica reconocerse en un mundo que, hasta ese momento, le había sido esquivo.
El contexto no lo ayudaba, el índice gubernamental que medía el desempleo representaba el 18%, más un número similar de subempleo, porcentajes inéditos de ciudadanos sin pasword social, en una Argentina, que ya había logrado un camino sostenido hacia la recuperación de sus instituciones democráticas. Avances y retrocesos de un país que nunca terminaba de consolidar sus progresos y que, como corolario, llevó a la presidencia a un mandatario, que si bien, en campaña electoral había prometido la necesaria reparación económica, produjo una gran crisis estructural sobre el empleo que resonaría, poco tiempo después, en los demás indicadores sociales.
Se abría paso la década de los 90 y la Argentina parecía emerger con una nueva cara. Una diferente a las conocidas popularmente, producto de un nuevo paradigma internacional que se imponía también, en nuestras latitudes.
La globalización, el desarrollo tecnológico, el culto por la estética, el marketing y el consumismo obsceno, como imperativo, indicaban un cambio de era.
Este pensamiento nuevo, impuesto en forma global, se diseminaba en forma brutal, arrastrando a los sujetos hacia un relato imposible de resistir. Exitosa conquista de la subjetividad, que expandía el glamour de la imagen como utopía.
Surgía así, una nueva etapa histórica, definida globalmente por algunos profetas de turno, como el fin de la historia, considerada un punto final de la ideología humana que iba a estar representada por un progreso lineal y estable, ausente de contradicciones. Nos encontrábamos sí, ante un nuevo escenario internacional, la caída del muro más emblemático permitía las más elocuentes teorías ¿El fin de la historia venía a traernos la paz y la libertad en forma definitiva? O...como otros podrían observar, ¿ese fin llegaba marcado por un profundo gemido y en el que estábamos asistiendo sólo a sus primeros indicios?
La gran explosión tecnológica mundial produjo una nueva lógica, la inmaterialidad se volvió cierta y la manipulación y la saturación de datos e imágenes se convirtieron en símbolos excluyentes de esta nueva era. La virtualidad, palabra hasta ese momento casi desconocida, se cargaría de sentido exhibiendo, de aquí en adelante, y a partir de ahora para siempre, una realidad inexpugnable donde ya no había contextos que transformar, ni fundar. Desvanecimiento rápido, realidad inmaterial, historia sin linealidad.
En ese momento, la Argentina intentaba acomodarse a estos nuevos imperativos epocales y las mayorías, también compraron la promesa del modelo. Un espejismo que los haría vivir durante algún tiempo en una especie de ensueño cargado de posibilidad.
No importaba, esta gran realización de los 90, mezcla de magia y embriaguez, le permitió al presidente de turno, renovar su mandato para continuar con un camino que marcaría un no retorno y desde allí, una nueva configuración social prorrumpiría. La especie humana siempre se ha sostenido gracias a las salidas alternas que las mayorías han encontrado a cada momento crítico de la historia, tratando de escapar a reglas pre definidas. Pero, los 90 nos dejaron así, sin certezas. El fin de la historia parecía una verdad difícil de contradecir, con más interrogantes que respuestas y las pocas iniciativas nacían ya oxidadas ante una realidad que se recreaba en forma continua, sin tiempo para pensarlas.
En ese contexto, Emilio había comenzado la búsqueda del empleo asegurador del bienestar de su familia hacía tiempo, pero no había tenido suerte. Los avisos de los diarios eran escasos, algunos confusos y otros hasta irreales. Las colas que se desplegaban en las puertas de las empresas reconocidas eran interminables y en las desconocidas, se llegó a encontrar con encargados de edificio que recogían currículum de los posibles postulantes en la puerta, despachando a la mayor cantidad de personas en el menor tiempo posible. Increíble fue cuando se topó con direcciones inexistentes a las que llegaba y se encontraba con terrenos baldíos. En su desesperación, llegó a pensar que aquellos avisos en los diarios eran una creación del gobierno de turno para esconder la verdadera realidad del desempleo. No era una idea disparatada, la justificación y manipulación del índice oficial por medio de los funcionarios de turno, se adjudicaba a la falta de capacitación de la gente, no por su escasez, sino producto ...