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Historia mínima de la mitología
Descripción del libro
Mitos y mitologías: una puerta de entrada a la cultura clásica
¿Cuántos significados poseen los términos mito y mitología?
¿Puede existir una sociedad sin mitos?
¿Creían los griegos en sus dioses?
¿Por qué se tragó Zeus a su primera esposa?
¿Qué doce dioses forman la gran familia olímpica?
¿A qué se debe la buena relación de Dioniso con los humanos?
¿Qué relación existe entre la Eva bíblica y la Pandora mitológica?
¿Cómo pervivió la mitología pagana bajo la censura del cristianismo?
¿Qué motivó que el mito volviera a "tomarse en serio" en el siglo XX?
¿Cómo aparece el mito en el psicoanálisis?
¿Son mitos Superman, Carmen o Don Juan?
¿Qué autora escribió una reinterpretación feminista de un mito sin dioses?
Preguntas frecuentes
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Información
GRECIA
II
LA TRADICIÓN MÍTICA EN GRECIA
Nuestra mitología clásica procede de la antigua Grecia, y la hemos heredado, desligada ya de la religión, a través de una compleja tradición literaria de muchos siglos. Nos ha llegado a través de los textos conservados de la antigua literatura griega y de la latina (en gran medida traducción de la helénica), y luego de sus ecos y reflejos en las diversas tradiciones literarias europeas. A partir de esos textos antiguos, los llamados “clásicos”, comienza la literatura occidental, que se inicia con los relatos épicos de dos grandes poetas, Homero y Hesíodo. Con sus poemas comienza nuestro conocimiento de la mitología helénica.
Aunque, evidentemente, los mitos han surgido en una época muy anterior, y se transmitieron así en forma oral, a nosotros solo nos han llegado en los versos escritos y en el género literario de la épica, a partir de las obras de estos dos grandes poetas, que vivieron a finales del siglo VIII a. de C. Recordemos que fue algo antes, en esa época, cuando se introdujo en Grecia la escritura alfabética, derivada de la fenicia, y ese gran invento permitió que ambos aedos, Homero y Hesíodo, compusieran sus admirables poemas fijando por escrito los mitos de una tradición oral poética de siglos. Lo reconocía ya con una frase memorable el historiador Heródoto, en un famoso pasaje de su Historia:
Ellos [Hesíodo y Homero] son los que crearon poéticamente una teogonía para los griegos, dando a los dioses sus epítetos habituales, distribuyendo sus honores y sus competencias y perfilando sus figuras.
El aserto del historiador jonio testimonia bien cómo los griegos de su época, a mediados del siglo V a. de C., eran conscientes del papel asumido en la transmisión de la mitología por esos dos indiscutidos patriarcas de la poesía griega. (Heródoto los situaba unos cuatrocientos años antes de su tiempo). Podemos tomar nota. Según él, Homero y Hesíodo habían fijado en sus poemas los trazos característicos de los grandes dioses, precisando sus figuras y sus atributos. Aunque, ciertamente, unas líneas antes el historiador ya advertía que algunos nombres de dioses (onómata) procedían de una tradición más antigua –algunos tal vez incluso de la época pregriega, del tiempo de los primitivos pobladores de la península, los pelasgos–, precisa bien que Homero y Hesíodo fueron quienes ordenaron el conglomerado mítico, al dejar fijados los usuales epítetos (eponymíai), los honores y prerrogativas (timaí) y las habilidades y las competencias (téchnai) de cada divinidad, así como también las figuras características (eídea) de cada dios. Los aedos eran poetas cantores, que rememoraban en sus poemas otros poemas anteriores que se sabían de corrido, compuestos mediante una técnica oral tradicional que permitía conservar en la memoria cientos y cientos de versos y relatos heroicos. Con esa técnica memorística crearon grandes poemas épicos, que evocaban el mundo ordenado de los dioses y proclamaban sus nombres y dominios, dando noticia perdurable y bien fijada de las historias de dioses y héroes del panteón helénico tradicional.
El carácter panhelénico de la poesía épica antigua tuvo una importancia decisiva en la difusión de esa mitología común a todos los griegos, que se impuso rotundamente más allá de las tradiciones locales de las diversas ciudades y los santuarios griegos, que seguramente conservaban mitos y ritos particulares. Los aedos fundaron así una doctrina general acerca de los dioses –que Heródoto llama theogonía– con prestigio canónico. Los textos de Hesíodo y Homero comprendían, para los antiguos, no solo la Teogonía y Trabajos y días, la Ilíada y la Odisea, sino también los llamados Himnos homéricos, que muchos griegos asociaban con los grandes poemas. Es curioso notar que Heródoto nombra primero a Hesíodo y luego a Homero, probablemente no por estricta cronología, sino por la exposición más didáctica del primero al evocar el mundo de los dioses y los héroes.
En efecto, el estilo de uno y otro resulta distinto. A Hesíodo lo caracteriza ese empeño de ordenar en un conjunto y con una estructura genealógica muy bien definida el repertorio de seres divinos desde los orígenes y dentro del universo politeísta. Desde el caos anterior a la existencia de los dioses primigenios hasta el mundo definitivamente ordenado bajo el dominio de Zeus, va desplegando el relato en su Teogonía (un título muy claro, que significa El origen de los dioses). También los llamados Himnos homéricos (colección de unos treinta himnos y proemios de muy variada extensión y de diversas épocas que enlazan con el culto de los varios dioses) tienen su peculiar perspectiva didáctica, al celebrar y cantar los aspectos y gestas singulares de tal o cual figura divina.
Homero, en cambio, ha situado a los dioses en el trasfondo o la trastienda de las gestas heroicas, realizadas por magníficos mortales en una época mitológica algo posterior, el tiempo de los héroes, una generación ya alejada de los orígenes del mundo. Según el esquema del mito de las edades que cuenta Hesíodo, entre la Edad del Bronce y la más triste del Hierro. En efecto, adaptando un mito que conocemos en relatos de otras culturas del antiguo Oriente, Hesíodo describe las edades que se han sucedido en el mundo: la del Oro, la de la Plata, la del Bronce y la del Hierro, en un proceso de notoria decadencia. Pero entre las dos últimas, la del Bronce y la del Hierro, la peor de todas, en la que el poeta lamenta vivir, ha colocado una más, la de los Héroes, que no tiene rótulo metálico, sino que sirve para albergar a los gloriosos guerreros de la generación de la guerra de Troya. Ese aporte original, de invención helénica, sobre el esquema heredado, es sin duda un buen hallazgo de Hesíodo.
El empeño didáctico y el estilo austero de Hesíodo, en contraste con la narración dramatizada de Homero y de algunas escenas en los Himnos, no es una garantía de su mayor antigüedad, sino ante todo una característica de su visión del poeta como sabio “maestro de verdad”. Y en ese sentido se explica que algunos estudiosos lo presenten como un precursor de los filósofos posteriores, por su perspectiva ordenada del universo mítico y su representación del proceso genealógico que avanza desde el caos al cosmos. Ni Hesíodo ni Homero, aedos que están al final de la tradición de poesía oral y que son para nosotros los primeros poetas de la épica escrita, pretenden innovar en sus relatos, sino transmitir la memoria de esa tradición mitológica, fijada en sus textos. Hesíodo ha dejado bien dibujado el cuadro general y la relación estructural entre los poderes divinos; Homero nos ofrece escenas y diálogos de los dioses y de los héroes. No podemos acercarnos más allá de los textos escritos a los orígenes de los mitos griegos. Hubo, sin duda, otros escritores de mitos, pero se nos perdieron hace mucho. Para nosotros, como bien escribió Heródoto, fueron esos dos primeros poetas los que precisaron para futura memoria los nombres, las figuras y los dominios de los dioses.
Uno y otro acuden a invocar a las musas, hijas de la Memoria (Mnemósyne) y de Zeus, como garantía de la veracidad de sus relatos, al comenzar sus poemas. Gracias a las musas los poetas gozaban de información del más allá, del tiempo primigenio y de los espacios celestes y las querellas y las aventuras eróticas de dioses y diosas. Pero no alegaban una revelación directa e inmutable de la divinidad; las musas tan solo apuntan, pero son los poetas los que configuran los relatos, sin una revelación al dictado. Esos poemas míticos, que tantos griegos aprendían de memoria, no son, por tanto, textos sagrados ni dogmáticos (como los de las religiones de libro), y podían ser criticados. Los dos poetas, inspirados por las musas, de gran crédito como “maestros de verdad”, recibirán, en efecto, duras críticas de pensadores posteriores (como los presocráticos Heráclito y Jenófanes), que ofrecen ideas propias y distintas sobre el mundo divino.
En los grandes épicos los dioses del panteón olímpico aparecen con figuras semejantes a las humanas, es decir, pergeñados con el antropomorfismo que caracteriza claramente la mitología helénica. Ya en ellos queda clara la estructura familiar de los olímpicos, surgidos dentro del mundo, según el proceso que relata Hesíodo y que es, a la vez, una cosmogonía y una teogonía. Los héroes que aparecen luego, en un tiempo posterior, son hijos singulares de los dioses olímpicos.
Es difícil calibrar la originalidad de esa concepción de los dioses del politeísmo griego. En cierta medida ese panteón refleja una concepción común del mundo divino heredada de los indoeuropeos, es decir, de una mitología anterior a la escritura y a la entrada de los griegos en la península helénica, que fue más o menos a comienzos del segundo milenio antes de nuestra era. No menos cierto resulta que, al asentarse en Grecia esas gentes invasoras –los aqueos según los nombra la epopeya–, mezclarían sus antiguos dioses con las divinidades autóctonas, en un proceso sincrético que es más fácil suponer que precisar.
Cuando algunos estudiosos modernos con enfoques comparatistas contrastan las figuras del panteón griego con las de otros indoeuropeos, sean romanos, celtas, germanos o hindúes, no dejan de advertir que hay notables ecos y paralelos entre los dioses griegos y los de los germanos, los celtas, los latinos y los de la antigua India. Cierto que tan solo Zeus, el gran dios celeste, “padre de hombres y dioses”, tiene un nombre con claros paralelos en otras lenguas (latín Iupiter, que viene de Dyeu-pater, y este del indio Dyaus), pero incluso entre dioses de nombres diversos y en el diseño de la familia patriarcal divina pueden verse notables semejanzas que responden al origen común de las mitologías de origen indoeuropeo. Por otra parte, también podemos advertir que entre los olímpicos griegos hay dioses muy singulares, como Dioniso o Apolo o Hermes, que parecen proceder de otros ámbitos, y ya sea en las figuras de los dioses o en los temas míticos podemos advertir una indiscutible influencia oriental de antiguas culturas del Mediterráneo, con las que los griegos tuvieron muy varios contactos. No vamos a detenernos ahora en la indagación de la arqueología y el origen de los dioses griegos. Queremos tan solo subrayar que son los poetas del siglo VIII a. de C. nuestros informadores fundamentales, y gracias a la escritura que asegura para siempre su transmisión conocemos esa tradición mítica de la Grecia clásica, que retoma y deja atrás una larga prehistoria mítica ignorada, fundada en narraciones orales.
Por otra parte, además de los dioses están los héroes, cuyas gestas míticas tienen una enorme variedad y riqueza en el repertorio griego. Sus mitos comparten en general un tono narrativo que nos lleva a pensar en su elaboración y desarrollo épico en una época histórica determinada. Fue seguramente en la llamada Época Oscura, es decir, los siglos que siguen a la ruina de la civilización micénica y la llamada invasión de los dorios, entre el siglo XII y el VIII a. de C., cuando las figuras de la última generación de héroes épicos, los de la guerra de Troya y la de Tebas, con figuras como las del micénico Agamenón o el viajero Odiseo, fueron cobrando su perfil mítico y se poetizaron sus gestas de resonancia casi histórica, en un tiempo que echaba de menos un pasado más espléndido. El repertorio de los héroes griegos es muy variado y rico en figuras de enorme calado dramático, lo que nos sugiere una vez más que la mitología es fruto de un proceso largo, que incluye los relatos sagrados arcaicos y la mitificación de ciertos sucesos históricos, como la destrucción de la ciudad de Troya y de la antigua Tebas.
LOS MITOS EN LA LITERATURA GRIEGA
Pero, como es bien sabido, no solo fueron los aedos de la épica, sino también los autores de los otros géneros literarios clásicos, como la lírica coral y la tragedia, los que manipularon y recrearon con renovada viveza la materia memorable de los mitos. Con las citadas epopeyas comienza la literatura griega, y Homero y Hesíodo fueron los indiscutibles maestros; pero también los poetas líricos (más tarde, en los siglos siguientes, del VII al V a. de C.) y los dramaturgos de la Atenas democrática relatan y reinterpretan los mitos con nuevos tonos y nuevas intenciones ante nuevos públicos. Podemos decir que toda la gran poesía clásica se construye sobre la base narrativa de esa memoria mitológica, que se presenta en diversos formatos.
Frente a la narración larga y abierta de los relatos épicos, la lírica no cuenta extensamente los mitos, sino que los evoca en brillantes alusiones que quedan insertas en el contexto del poema, como chispazos, como ventanas o imágenes de un universo mítico que sus oyentes o lectores reconocen. La lírica canta el presente, pero ese presente reviste una puntual y fugaz luminosidad mediante las referencias a los mitos. Las tragedias de la época clásica vuelven a tratar, año tras año, del destino de los héroes y sus peripecias. Pero mientras que la epopeya –y también casi siempre la lírica– rememoraba sobre todo los momentos de gloria, la tragedia ofrece en la escena los sufrimientos y desastres del destino heroico. (Agamenón vuelve triunfador a Micenas para morir en un baño de sangre; Jerjes aparece derrotado y abrumado por el dolor; Edipo reconoce sus crímenes, etcétera). El núcleo trágico no es ya la gloria heroica, sino el dolor y la catástrofe. De la trama mítica el dramaturgo no escenifica el kleos, sino el pathos terrible de los héroes, magníficos ejemplos de la azarosa condición humana.
La tradición de la poesía lírica y la dramática da por supuesto que su público conoce ya las historias de esos héroes y de los dioses olímpicos que, de cuando en cuando, los acompañan y se enfrentan a ellos. Desde luego, todos los griegos conocían los relatos míticos desde niños. La mitología formaba parte de la educación popular y los mitos se transmitían de generación en generación; los contaban los mayores a los niños, y se rememoraban en ritos y fiestas. Pero son los poetas los que mejor relatan los mitos, los que los embellecen y aguzan, y quienes invitan a reflexionar sobre ellos, al representarlos en el teatro bajo una nueva luz. Porque, recordémoslo, allá, en la escena trágica, en el marco de la fiesta dionisíaca, son los propios actores los que incorporan a los antiguos héroes y dramatizan su historia, en diálogo y frente al coro, que representa el sentir del público ciudadano.
Advirtamos qué distinto de nuestro teatro moderno era el repertorio trágico de Atenas: lo que se escenificaba –en los días de fiesta dionisíaca, dos veces al año– eran mitos ya conocidos del público. Se repetían los mismos temas: los edipos, las electras, etc. Siempre el drama trataba de héroes antiguos, reyes y reinas, de sus angustias y de los enigmáticos designios de los dioses, y no del presente ni de los conflictos cívicos. Y, sin embargo, esa evocación de los destinos ya sabidos de los protagonistas míticos conmovía profundamente a los espectadores, y provocaba en ellos esa “purificación” sentimental (la catarsis del espanto y la compasión) que Aristóteles menciona como un efecto saludable de las representaciones trágicas.
La tragedia, en efecto, supone una relectura de mitos sobre un escenario cívico, invitando con los ejemplos de sus peripecias grandiosas a una reflexión colectiva sobre la grandeza y la fragilidad de la condición humana. Los personajes del mito cobran nueva vida en escena y ahí se reinterpretan a sí mismos. Y no olvidemos que ese espectáculo estaba dirigido a toda la ciudad, y se consideraba muy importante para la educación de los ciudadanos en aquella democracia; algo irrepetible en otros momentos de nuestra cultura. Pero, como ya Nietzsche subrayó en su libro sobre El origen de la tragedia, latía en la concepción dramática encajada en la fiesta teatral del Dioniso, el extraño dios de la máscara y del entusiasmo, una sabiduría trágica singular, construida genialmente sobre la arcaica y familiar materia mitológica.
Más allá de esa continuada utilización de los mitos en la poesía y el drama, la tradición literaria nos ofrece, ya en época tardía, es decir, hacia el siglo II de nuestra era, un buen resumen erudito y ordenado de la mitología clásica con una perspectiva didáctica y sin pretensiones poéticas, en la Biblioteca mitológica de Apolodoro, texto de clara utilidad y lectura fácil. En él advertimos cómo el fondo religioso de los mitos se ha difuminado y la mitología se ha convertido ya en literatura, una tradición narrativa para gente culta.
Los escritores romanos, poetas y dramaturgos, heredaron toda esa tradición mitológica griega y se sirvieron de ella para nuevas epopeyas, dramas y poemas varios. El mundo romano se nos aparece, en la distancia, mucho más rico en ritos propios que en mitos propios. De una manera admirable los poetas latinos tradujeron a los griegos y adoptaron decididamente a sus dioses y héroes, dándoles a veces otros nuevos nombres. Baste recordar cómo la Eneida de Virgilio, la gran epopeya nacional romana, no fue una épica popular autóctona, sino un remedo culto y de singular fuerza poética forjado en torno a la figura y la gesta de un héroe escapado de Troya. En ese magnífico poema, Virgilio combinaba motivos y ecos de la Ilíada y la Odisea con singular acierto; pero el diseño de las figuras de los héroes y dioses se revela claramente como un reflejo de mitos griegos. Y no hay que pasar por alto que debemos a otro de los grandes poetas clásicos romanos, Ovidio (43 a. de C.-17 d. C.), el más amplio y espléndido repertorio de la mitología antigua. En su extenso poema Metamorfosis nos ha dejado un variopinto repertorio mitológico, poetizado en miles de brillantes hexámetros, un texto asombroso por su riqueza de episodios y figuras, que se convirtió luego en el libro más influyente para la difusión y el conocimiento de la mitología en la Edad Media y el Renacimiento.
Pero no solamente en la literatura se evocaban los relatos míticos; también lo hacían los artistas en las representaciones plásticas, es decir, en algunas esculturas y, sobre todo, en escenas de vasijas de la cerámica griega y suritálica en la época clásica. (Tenemos que lamentar la perdida de la pintura griega en otros soportes, una pintura que fue en su mejor época muy prestigiosa y que ofrecía cuadros de temática mítica). Los ceramistas, artesanos más humildes, pero de extra...
Índice
- Cubierta
- Portadilla
- Créditos
- Índice
- Prólogo
- Primera parte. Mitología y mitologías
- Segunda parte. Grecia
- Tercera parte. Mitología y literatura
- Cuarta parte. Mitología y cultura
- Nota bibliográfica
- Notas al píe