La vaca que lloraba
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La vaca que lloraba

Y otros cuentos budistas acerca de la felicidad

  1. 288 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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La vaca que lloraba

Y otros cuentos budistas acerca de la felicidad

Descripción del libro

Cuentos modernos sobre la felicidad, la compasión y el amor que nos iluminarán y entretendrán.Durante sus viajes y su labor como monje budista en los últimos 30 años, Ajahn Brahm ha reunido una gran cantidad de historias conmovedoras, divertidas y profundas. Si bien la filosofía tradicional budista se encuentra en el corazón de esta escogida selección, estos relatos están escritos al modo de parábolas alegres, hábilmente diseñadas para que nos embarquemos en una exploración más profunda de temas como el mindfulness, el sufrimiento, el perdón, la esperanza, la sabiduría o el amor incondicional.Narradas con ocurrencia y buen humor, muestran destellos de compasión en las vidas de la gente común y la sabiduría intemporal de la enseñanza del Buda.

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Información

Año
2017
ISBN de la versión impresa
9788499884660
ISBN del libro electrónico
9788499886091
Edición
1
Categoría
Religión

Problemas graves y soluciones compasivas

La ley del karma

La mayoría de los occidentales entiende mal la ley del karma. La confunden con una forma de fatalismo, por la que uno está condenado a sufrir por algún delito desconocido en una vida pasada y olvidada. Esto no es así, como esta historia pondrá de manifiesto.
Dos mujeres estaban preparando un bizcocho.
La primera mujer contaba con unos ingredientes lamentables. Primero tuvo que quitar de la vieja harina blanca las partes que estaban con un moho verde. La mantequilla enriquecida con colesterol estaba casi rancia. Tuvo que sacar del azúcar blanco unos terrones parduscos (pues alguien había metido en él una cuchara mojada con café), y la única fruta que tenía eran unas pasas sultanas ya viejas, tan duras como uranio reducido. Y su cocina tenía un aspecto «de antes de la guerra», aunque cuál fuera esa guerra era asunto a debatir.
La segunda mujer tenía unos ingredientes de primera calidad. La harina de trigo integral cultivada orgánicamente estaba garantizada como libre de transgénicos. Tenía margarina sin colesterol, azúcar sin refinar y frutas suculentas cultivadas en su propio huerto. Y su cocina «vanguardista» estaba equipada con todos los artilugios modernos.
¿Qué mujer cocinó un bizcocho más delicioso?
Con frecuencia, no es la persona con mejores ingredientes quien hace el mejor bizcocho; para hacer un bizcocho se necesita algo más que los ingredientes. A veces la persona con unos ingredientes horribles pone tanto esfuerzo, cuidado y amor en la cocción que su bizcocho resulta ser el más delicioso de todos. Lo que cuenta es lo que hacemos con los ingredientes.
Tengo algunos amigos que han tenido que trabajar en la vida con unos ingredientes terribles: han nacido en la pobreza, posiblemente fueron maltratados de niños, no fueron brillantes en la escuela, tal vez estaban incapacitados o no pudieron hacer deporte. Pero combinaron tan bien las pocas cualidades que tenían que consiguieron hacer un pastel impresionante. Los admiro mucho. ¿Conoces a alguna de esas personas?
Tengo otros amigos que han dispuesto de unos ingredientes magníficos con los que trabajar en esta vida. Sus familias eran ricas y cariñosas, fueron brillantes en la escuela, tenían talento para el deporte, eran guapos y populares, y, sin embargo, desperdiciaron su vida cuando eran jóvenes con las drogas o el alcohol. ¿Conoces a alguno así?
La mitad del karma son los ingredientes con los que tenemos que trabajar. La otra mitad, la parte más crucial, es lo que hacemos con ellos en la vida.

Beber un té cuando ya no hay salida

Siempre hay algo que podemos hacer con los ingredientes que tenemos, aunque sea solo sentarse y disfrutar de nuestra última taza de té. La siguiente historia me la contó un compañero, profesor, que había servido en el ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial.
Estaba de patrulla en la jungla de Birmania; era joven, estaba lejos de casa y muy asustado. El explorador de su patrulla volvió para transmitir al capitán unas noticias terribles. Su pequeña patrulla había tropezado con un número enorme de soldados japoneses. Les excedían en número y estaban completamente rodeados. El joven soldado británico se preparó para morir.
Esperaba que su capitán ordenara a los hombres luchar para intentar salir de allí: era lo único que podían hacer. Tal vez algunos lo consiguieran. Y si no, bueno, al menos se llevarían con ellos a la muerte a algunos enemigos; eso es lo que se supone que deben hacer los soldados.
Pero el soldado no era el capitán. Este ordenó a sus hombres que se quedaran en su sitio, se sentaran y tomaran una taza de té. Después de todo, ¡era el ejército británico!
El joven soldado pensó que su oficial al mando se había vuelto loco. ¿Cómo puede alguien pensar en una taza de té cuando está rodeado por el enemigo, sin ninguna salida y a punto de morir? En el ejército, y especialmente en la guerra, las órdenes tenían que ser obedecidas. Así que todos tomaron la que pensaban iba a ser su última taza de té. Antes de que hubieran acabado de beber el té, volvió el explorador y cuchicheó algo al capitán. Este pidió a los hombres que escucharan con atención.
–El enemigo se ha retirado –dijo–. Ahora hay una salida. Preparad vuestros equipos y, sin hacer ruido ¡vámonos de aquí!
Todos ellos salieron sanos y salvos, por eso mi compañero pudo contarme la historia muchos años después. Me dijo que debía su vida a la sabiduría de aquel capitán, no solo en la guerra en Birmania, sino muchas otras veces desde entonces. En varias ocasiones en su vida, se había sentido como si estuviera rodeado por el enemigo, totalmente superado en número, sin ninguna salida y a punto de morir. Por «el enemigo» había que entender alguna enfermedad grave, una tragedia terrible o dificultades importantes, ante las cuales no parecía haber ninguna solución. Sin la experiencia de Birmania, habría tratado de luchar con el problema hasta el final, y sin duda no habría hecho sino empeorarlo considerablemente. Pero en cambio, cuando la muerte o un problema espantoso le rodeaba por todos lados, sencillamente se sentaba y se hacía una taza de té.
El mundo está siempre cambiando; la vida es un flujo. Él se bebía el té, conservaba sus fuerzas y esperaba el momento, que siempre llegaba, en que pudiera hacer algo eficaz, como, por ejemplo, escapar.
Y para aquellos a los que no les guste el té, les propongo esta sentencia: «Cuando no hay nada que hacer, mejor no hacer nada».
Puede parecer obvio, pero también puede salvarte la vida.

Ir con el flujo

Un monje sabio, al que conozco desde hace muchos años, estaba de viaje con un viejo amigo por unas tierras despobladas de las antípodas. A última hora de una tarde calurosa, llegaron a una playa espléndida y solitaria. Aunque va contra la regla de los monjes nadar solo por diversión, el agua azul les invitaba a ello y él necesitaba refrescarse tras la larga caminata, así que se desnudó y se fue a nadar.
Cuando todavía era un joven laico, había sido un gran nadador. Pero ahora, como monje ya veterano, habían pasado muchos años desde que se había lanzado a nadar por última vez. Después de tan solo un par de minutos de chapotear en la espuma, se vio atrapado por una corriente turbulenta que empezó a arrastrarle mar adentro. Más tarde le dirían que aquella era una playa muy peligrosa debido a las endiabladas corrientes.
Al principio, el monje trató de nadar contra la corriente. Aunque pronto se dio cuenta de que la fuerza de las aguas era demasiado impetuosa para él. Su preparación vino entonces en su ayuda. Se relajó, se dejó ir y no opuso resistencia al agua.
Fue un acto de gran valor relajarse en esa situación, mientras veía que la orilla se alejaba más y más. Estaba muchos cientos de metros lejos de tierra firme cuando la corriente disminuyó. Solo entonces empezó a nadar alejándose de la corriente turbulenta y pudo volver hacia la orilla.
Me contó que el trayecto de regreso a tierra consumió hasta el último gramo de sus reservas de energía. Llegó a la playa completamente extenuado. Estaba seguro de que, si hubiera intentado luchar con la corriente, habría acabado agotado. Habría sido arrastrado igualmente a mar abierto, pero tan mermado de energías que no habría podido regresar. Si no hubiera soltado y no se hubiera dejado llevar por el flujo, estaba seguro de que se habría ahogado.
Esas anécdotas demuestran que el refrán «Cuando no hay nada que hacer, mejor no hacer nada» no es ninguna teoría extravagante. Más bien es una expresión de sabiduría que puede salvar la vida. Siempre que la corriente sea más fuerte que tú, es el momento de dejarte llevar por el flujo. Cuando puedas ser eficaz, es el momento de poner en acción todo tu esfuerzo.

Atrapado entre un tigre y una serpiente

Hay una vieja historia budista que expone casi de la misma manera que la historia anterior cómo se debe responder en las crisis de vida o muerte.
Un hombre estaba siendo perseguido por un tigre en la jungla. Los tigres se comen a las personas y pueden correr mucho más deprisa que ellas. Y, además, el tigre estaba hambriento; así que aquel individuo tenía un problema.
Cuando el tigre estaba casi sobre él, el hombre vio un pozo al lado del camino. Desesperado, salto a su interior. Aún no había llegado al suelo cuando se dio cuenta del gran error que había cometido. El pozo estaba seco y, en su fondo, pudo ver los anillos de una enorme serpiente negra.
Instintivamente, extendió el brazo a un lado del pozo, donde su mano encontró la raíz de un árbol. La raíz interrumpió su caída. Cuando estuvo de nuevo en condiciones de pensar, miró hacia abajo y vio que la serpiente levantaba la cabeza hasta donde se encontraba y trataba de morderle los pies; pero sus pies estaban ligeramente más altos. Miró hacia arriba y vio al tigre inclinado al borde del pozo tratando de darle un zarpazo desde arriba; pero la mano con la que se agarraba a la raíz estaba un poquito más abajo. Mientras consideraba su comprometida situación, vio dos ratones, uno blanco y otro negro, que salían de un pequeño agujero y empezaban a morder la raíz.
Cuando el tigre estaba intentando dar un zarpazo al hombre, sus cuartos traseros rozaron contra un arbolillo provocándole una sacudida. Una rama del árbol, que sobresalía por encima del pozo, tenía un panal de abejas, y la miel empezó a gotear en el pozo. El hombre sacó la lengua y saboreó la miel.
«¡Mmmm! ¡Qué buena está!», se dijo a sí mismo sonriendo.

Esta historia, tal como se cuenta tradicionalmente, acaba aquí. Esa es la razón de que sea tan fiel a la vida. La vida, como esos culebrones interminables de la televisión, no tiene un final claro. La vida está siempre en proceso de finalización.
Además, a menudo, en nuestra vida, es como si estuviéramos atrapados entre un tigre hambriento y una gran serpiente negra, entre la muerte y algo peor, con el día y la noche (los dos ratones) royendo nuestro precario nexo de unión con la vida. Incluso en esas situaciones graves, hay siempre algo de miel goteando desde algún lugar. Si fuéramos sabios, sacaríamos la lengua para disfrutar de esa miel. ¿Por qué no? Cuando no hay nada que hacer, mejor no hacer nada, y disfrutar la miel de la vida.
Como decía, la historia termina tradicionalmente ahí. Sin embargo, precisando un poco más, yo suelo contar al público el verdadero final. Porque esto es lo que sucedió después.
El hombre estaba disfrutando de la miel, los ratones estaban mordisqueando la raíz que cada vez era más delgada, la gran serpiente negra se acercaba cada vez más a los pies del pobre individuo, y el tigre bajaba tanto su garra que casi le alcanzaba la mano. Pero entonces el tigre se inclinó demasiado. Cayó al pozo, pero no chocó contra el hombre, sino que lo hizo sobre la serpiente, a la que aplastó causándole la muerte, y muriendo él mismo en la caída.
Bien, ¡eso pudo suceder! Y, habitualmente, suceden cosas inesperadas. Así es la vida. Por eso, no debemos desperdiciar las oportunidades de saborear la miel, incluso en las situaciones más desesperadas. El futuro es incierto. Nunca podemos estar seguros de lo que vendrá después.

Consejo para la vida

En la historia anterior, con el tigre y la serpiente muertos, era el momento para que el hombre hiciera algo. Dejó de saborear la miel y, con esfuerzo, trepó fuera del pozo y salió de la jungla sano y salvo. La vida no siempre es no hacer nada y no solo es saborear la miel.
Un joven de Sídney me contó que en una ocasión se había encontrado con mi maestro, Ajahn Chah, en Tailandia, y había recibido el mejor consejo de su vida.
Muchos jóvenes occidentales interesados en el budismo habían oído hablar de Ajahn Chah a principios de los años ochenta. Este joven decidió realizar el largo viaje a Tailandia, con el único objetivo de conocer al gran monje y hacerle algunas preguntas.
Es un viaje largo. Una vez llegado a Bangkok, a ocho horas de Sídney, cogió el tren nocturno, diez horas, a Ubon. Allí contrató un taxi para que le llevara al monasterio de Ajahn Chah en Wat Nong Pah Pong. Cansado pero emocionado, llegó finalmente a la cabaña del maestro, que era un hombre famoso.
Estaba sentado junto a su cabaña, como de costumbre, rodeado de una gran multitud de monjes y generales, campesinos pobres y ricos comerciantes, mujeres del pueblo vestidas c...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. Epígrafe
  6. Sumario
  7. Prólogo a la nueva edición
  8. Introducción
  9. Perfección y culpa
  10. Amor y compromiso
  11. Miedo y dolor
  12. La ira y el perdón
  13. Crear felicidad
  14. Problemas graves y soluciones compasivas
  15. Sabiduría y silencio interior
  16. La mente y la realidad
  17. Los valores y la vida espiritual
  18. Libertad y humildad
  19. Sufrir y soltar
  20. Agradecimientos
  21. Glosario
  22. Notas
  23. Notas de los traductores
  24. Contracubierta