CFT 04 - La persona y obra de Jesucristo
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CFT 04 - La persona y obra de Jesucristo

Curso de formación teológica evangélica (04)

Francisco Lacueva

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Curso de formación teológica evangélica (04)

Francisco Lacueva

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Una introducción a la Cristología basada en el estudio profundo de la Persona y Obra de nuestro Salvador y Señor, el verdadero fundamento de la Iglesia como realidad histórica divina y humana.La obra se estructura en tres partes: la Persona Jesucristo, los estados por los que pasó como Hijo de Dios hecho hombre y la redención llevada a cabo por Él en la cruz del Calvario.

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Información

Año
2012
ISBN
9788482677484
Tercera parte
Los Oficios de Jesucristo
LECCIÓN 31.ª
EL OFICIO PROFÉTICO DE JESUCRISTO
1.Introducción.
En el A.T. se ungía a los profetas, a los reyes y a los sacerdotes. El Ungido por excelencia (griego, «Christós»; hebreo, «Massiah») lo fue como profeta, sacerdote y rey, aunque la profecía de Is. 61:1ss., cumplida en su primera parte (vers. l-2a) en la Primera Venida del Señor (Lc. 4:18, 19), enfatiza de un modo peculiar el aspecto profético.
Fue, sobre todo, a partir de Calvino1 cuando el triplex munus, o triple oficio de Cristo, adquirió en Teología el relieve preciso. Como hace notar Berkhof,2 esta distinción es de gran importancia, en especial para contrastar el papel del Postrer Adán con el Primer Adán inocente. En efecto, el primer hombre fue investido, a imagen de Dios, con conocimiento (profeta), santidad (sacerdote) y dominio (rey). El pecado comportó ignorancia, iniquidad y miseria esclavizante. De ahí que fuese necesario un Mediador profeta, sacerdote y rey, porque, como dice Denovan,3 «Cristo debía ser profeta, para salvarnos de la ignorancia del pecado; sacerdote, para salvarnos de la culpabilidad del pecado; y rey, para salvarnos del dominio del pecado».
Efectivamente, para ser salvos es preciso recibir al Verbo hecho hombre (Jn. 1:12). De ahí que Pablo, en Col. 2:6, nos diga con una densidad de pensamiento impresionante: «Por tanto, de la manera que recibisteis a Cristo Jesús el Señor, andad en él.» Recibirle como a Cristo (el Profeta) significa que estamos dispuestos a escucharle (Mt. 17:5; Lc. 9:35), pues es preciso creer en él y guardar sus palabras, bajo pena de eterna condenación (Jn. 8:24; 12:44-48). Recibirle como a Jesús (Dios que salva mediante el sacrificio del Gran Sumo Sacerdote) significa que sea aplicado a cada uno de nosotros el fruto de su sacrificio en el Calvario. Finalmente, recibirle como al Señor (Dueño Soberano) significa que estamos dispuestos a obedecerle y a seguirle, pues ésta es la norma fundamental del «discípulo», es decir, del que convive con su Maestro y le sigue a todas partes.
2.¿En qué consiste el oficio profético?
El Antiguo Testamento usa tres vocablos distintos para designar a un profeta: nabí, del verbo naba’, que resalta la idea de proferir; y ro’eh, del verbo raah (ver), o jotseh, con los que se resalta la idea de visión recibida de Dios y de predicción de lo oculto o futuro.
El N.T. emplea el vocablo profetes (de pro = delante, y femí = hablar), que significa, simplemente, el que profiere, con el matiz bíblico de proferir oráculos de parte de Dios. No es preciso que se pueda predecir el futuro para ser profeta. Por eso, la Iglesia ejercita el oficio profético simplemente proclamando las proezas del que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Ped. 2:9).
El proceso que siguió el profetismo en el pueblo de Israel puede ser trazado de la manera siguiente, según L. S. Chafer:
«Al principio se le llamó el hombre de Dios; más tarde fue conocido por el vidente, y finalmente fue identificado como el profeta. La línea de este progreso puede trazarse con facilidad, ya que el hombre de Dios, a partir del principio invariable de que los limpios de corazón verán a Dios, es capaz de ver y, por eso, llegó a ser conocido como el vidente, y los que tienen vista espiritual están a un paso de poder expresar lo visto, tanto en forma de predicción como de proclamación.»4
Una frase que aparece constantemente en boca de los profetas es: «Así dice Jehová». Con ello se manifiesta que el profeta es, ante todo, un transmisor de los oráculos divinos, como un telegrafista que debe pasar un mensaje con exactitud. Es preciso, pues, que sea solícito y obediente en recibir antes de comunicar; él habla a los hombres de parte de Dios; en esto ejerce la función inversa a la del sacerdote, pues éste intercede ante Dios de parte y en representación de los hombres (Heb. 5:1ss.). El oficio profético siempre ha comportado bravura y paciencia para proclamar la palabra, insistir a tiempo y a destiempo, redargüir (persuadir al equivocado), reprender (corregir al desviado) y exhortar (estimular al débil, al desanimado, al perezoso), según lo que dice Pablo en 2 Tim. 4:2. Por eso las profecías contienen, casi a partes iguales, amenazas y promesas.
3.Cristo, el Profeta por excelencia.
El ministerio profético de Cristo se remonta, en cierto modo, al principio del mundo. De la misma manera que el Espíritu de Dios se manifiesta desde el principio como el agente ejecutivo de la creación (Gén. 1:2), así también el Verbo expresaba la voluntad efectiva del Padre: «Y dijo Dios...» (Gén. 1:3). En Prov. 8 encontramos a la Sabiduría personificada: «¿No clama la sabiduría...? ... Jehová me poseía en el principio... Ahora, pues, hijos, oídme» (Prov. 8:1, 22, 32). Éste era, por lo demás, el oficio del «Ángel «mensajero) de Jehová». En este contexto se encuadran textos como Jn. 1:1, 3, 9, 18; 3:34; 7:16; 13:15; Col. 1:16; Heb. 1:1-3; 12:25-26; 1 Ped. 1:11; 2:22, e incluso Lc. 11:49 y Flp. 2:5.
Como Verbo Encarnado, Cristo cumple la gran profecía de Deut. 18:15: «Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis.» Que esta profecía fue cumplida en Jesús, nos lo asegura la Palabra de Dios en Hech. 3:22; 7:37, y puede compararse con Mt. 17:5; Lc. 9:35.
Jesucristo mismo habló de sí como de un profeta (Lc. 13:33), que trae un mensaje de parte del Padre (Jn. 8:26-28; 12:49-50; 14:10, 24; 15:15; 17:8, 20) y hace su proclamación con una autoridad sin igual (Mt. 5:22, 28, 32, 39, 44 y, especialmente, 7:29). Así lo reconocían las gentes (Mt. 21:11, 46; Lc. 7:16; 24:19; Jn. 3:2; 4:19; 6:14; 7:40; 9:17). Y, más que ningún otro profeta, confirmó sus mensajes con «señales» fehacientes de su Mesianidad, como eran los milagros, de los que hablaremos en la lecc. 34.ª. Implícitamente se declaró a sí mismo como profeta en Lc. 13:57.
Cristo es también el Profeta por excelencia como vidente que avizora y predice el futuro. Todo el cap. 24 de Mateo es una profecía detallada del futuro de Jerusalén y del final de los tiempos. Lucas 19:41-44 resume la profecía sobre el asedio y destrucción de Jerusalén. Igualmente profetizó su muerte y resurrección (Mt. 16:21; 17:22-25 y paral.; 20:17-19 y paral.; Mc. 8:31 - 9:13; Lc. 9:22-27), su Segunda Venida en gloria (Mt. 16:27; 25:31; 26:64) y la futura obra del Espíritu Santo en la Iglesia (Jn. 14:15-30; 15:21-27 y todo el cap. 16). Notables son también sus profecías de la traición de Judas (Mt. 26:20-25 y paral.) y de las negaciones de Pedro (Mt. 26:30-35 y paral.), así como la muerte de éste (Jn. 21:18, 19).
4.Cristo culmina la revelación escrita.
Siendo Cristo el Verbo o Palabra personal, exhaustiva, del Padre, la revelación especial de Dios a la humanidad había de ser en él «la última palabra». Esto es lo que nos da a entender Heb. 1:1-2: «Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo.» Nótense los contrastes entre la pluralidad, parcialidad y multiformidad de los mensajes comunicados por Dios a través de los demás profetas, y la totalidad, unicidad y ultimidad de la revelación hecha en Jesucristo. De ahí que el último libro de la Biblia denota esta ultimidad en las palabras con que se abre: «Revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto» (Apoc. 1:1). Y la Biblia se cierra con palabras del mismo Jesús, antes de la bendición final de Juan: «El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve» (Apoc. 22:20).
El hecho de que Cristo sea la revelación final de Dios a la humanidad, es algo digno de ser enfatizado con la mayor insistencia, puesto que ello significa que toda otra voz que venga, o se pretenda venir, de Dios, ha de ajustarse a la Palabra ya revelada en la Biblia. Por eso, al anunciar la futura venida del Paráclito, del Espíritu Santo, dijo Jesús: «él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn. 14:26); «él dará testimonio acerca de mí» (Jn. 15:26); «él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere..., tomará de lo mío, y os lo hará saber» (Jn. 16:13-14). La única garantía de verdad infalible se encuentra en esa Palabra, porque «los santos hombres de Dios hablaron siendo llevados (es decir, movidos interiormente a hablar y escribir) por el Espíritu Santo» (2 Ped. 1:21). Y, de la misma manera, el mismo Espíritu que inspiró la Biblia nos enseña y da el verdadero sentido de ella (1 Jn. 2:20, 27). ¡Nótese bien! El Espíritu Santo no puede enseñar nada diferente u opuesto a la Palabra, porque es el Espíritu de Cristo, el Aliento del Verbo, el Maestro de la Palabra, que la calienta y le da vida. La Palabra sin Espíritu es un cadáver, letra muerta y mortal (2 Cor. 3:6). El Espíritu sin la Palabra sería un fuego voraz, pero desordenado: sin base, sin razón, sin orden. Ambos se unen como el cuerpo y el alma.
Todos los movimientos «entusiastas» que se han desarrollado a lo largo de la Historia de la Iglesia (1 Cor. 14:40) han fallado por este punto. Mantengamos claro este concepto bíblico, que nos ahorrará equivocaciones y desvíos: Los espíritus se prueban —se disciernen— acudiendo al mensaje claro del Evangelio (1 Jn. 4:1ss.). «¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido» (Is. 8:20).
CUESTIONARIO:
1. ¿A quiénes se ungía en el Antiguo Testamento? — 2. ¿Por qué era necesario que Cristo ejerciese este triple oficio? — 3. Sentido que comporta Col. 2:6 en los tres apelativos dados a nuestro Salvador. — 4. ¿Cuáles son las funciones del verdadero profeta? — 5. Diferencia primordial entre la función profética y la función sacerdotal. — 6. Ministerio profético del Verbo antes de encarnarse. — 7. Carácter peculiar del oficio profético de Jesucristo. — 8. Principales predicciones de Cristo. — 9. Análisis de Heb. 1:1, 2. — 10. ¿Qué implica esta ultimidad en orden a admitir o no posteriores «revelaciones» del Espíritu Santo?
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1. Institutio, libro II, cap. XV.
2. Systematic Theology, p. 357.
3. Citado por A. Strong, Systematic Theology, p. 710.
4. Teología Sistemática, I, p. 828.
LECCIÓN 32.ª
JESÚS, INTÉRPRETE DEL PADRE
1.El “Verbo”.
Resumiendo lo que hemos dicho en otro lugar,5 diremos que Verbo = Palabra viva, es el nombre que se da al Hijo de Dios en Jn. 1:1, 14; Apoc. 19:13 y, quizás, 1 Jn. 1:1, 2. El vocablo griego «Logos» que Juan emplea, nos da idea de una palabra que se piensa (se concibe mentalmente, de ahí que el Verbo sea el Hijo), se elige o escoge y se pronuncia (a veces, sólo interiormente; otras veces, también exteriormente). En ese Verbo, que es Jesucristo en cuanto Dios, el Padre ve, planea y expresa todo lo que es, todo lo que sabe y todo lo que piensa hacer, puesto que este Verbo, el Hijo, es «la irradiación misma de la gloria del Padre, y la imagen o marca impresa —y expresiva— de su realidad sustantiva» (Heb. 1:3). Para Juan, la personificación de la Sabiduría Divina en Prov. 8 no podía menos de tener una resonancia ampliada al hablar del Verbo por medio del cual Dios hizo todas las cosas. Por eso se llama «verbo», en gramática, al término que expresa el estado y la acción o pasión de los seres.
2.El exegeta del Padre.
Por ser Jesucristo el Verbo único de Dios (2 Cor. 1:19-20), es la Palabra exhaustiva del Padre, el único que puede expresar con toda exactitud lo que Dios es, sabe, quiere y hace. Hecho hombre (Jn. 1:14), Cristo, en quien habita corporalmente, tangiblemente, la plenitud de la Deidad (Col. 2:6), se constituye en portador vivo y pleno de la gracia y de la verdad (Jn. 1:14, 17), y traduciendo al lenguaje humano, en su persona y en su enseñanza, la divinidad, se constituye en el Gran Exegeta del Padre, como dice el original de Jn. 1:18: «A Dios nadie ha visto jamás; el unigénito Dios —o Hijoque está al seno del Padre, él hizo la exégesis.» «Exégesis» es un vocablo griego que comporta la idea de ir sacando a la luz lo que estaba escondido en las profundidades.
Para esta labor exegética el Hijo ve lo que hace el Padre, pues el Padre le muestra todo lo que hace (Jn. 5:19, 20). Esto confiere al oficio prof...

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