
- 136 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Psicología de las masas (edición renovada)
Descripción del libro
Gustave Le Bon (1841-1931) es uno de los fundadores de la psicología social. Introdujo un tema importante como es el de la psicología del comportamiento colectivo. Las explicaciones,empero, de Le Bon acerca de los mecanismos subyacentes a la psicología de las masas no han recibido posteriormente confirmación empírica. Su idea básica y esencial, esto es, que el individuo sufre siempre una transformación radical al estar inmerso en cualquier situación multitudinaria ha sido contundentemente invalidada por las teorías posteriores.
Si esto es así, ¿cómo justificar una nueva edición en castellano de la psicología de las masas? La respuesta más sencilla vendría a través de la justa denominación de LE BoN como un autor "clásico" en la historia de la psicología social. Por otra parte, algunas de sus tesis parciales han sido puestas de manifiesto, de forma harto inquietante, durante los últimos años; y entre ellas, y como simple muestra, estas dos: el potencial autoritario latente en determinadas grandes colectividades y los procesos involucrados en los fenómenos de anonimato.
Si esto es así, ¿cómo justificar una nueva edición en castellano de la psicología de las masas? La respuesta más sencilla vendría a través de la justa denominación de LE BoN como un autor "clásico" en la historia de la psicología social. Por otra parte, algunas de sus tesis parciales han sido puestas de manifiesto, de forma harto inquietante, durante los últimos años; y entre ellas, y como simple muestra, estas dos: el potencial autoritario latente en determinadas grandes colectividades y los procesos involucrados en los fenómenos de anonimato.
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Información
Segunda parte
Opiniones y creencias de las masas
CAPÍTULO PRIMERO
Factores lejanos de las creencias y opiniones de las masas
Acabamos de estudiar la constitución mental de las masas. Conocemos sus maneras de sentir, de pensar, de razonar. Examinemos ahora cómo nacen y se establecen sus opiniones y sus creencias.
Los factores que determinan dichas opiniones y creencias son de dos órdenes: factores lejanos y factores inmediatos.
Los factores lejanos hacen que las masas sean capaces de adoptar determinadas convicciones y las imposibilitan para dejarse convencer por otras. Preparan el terreno en el que se ve cómo germinan de pronto ideas nuevas, cuya fuerza y cuyos resultados asombran, pero que no tienen de espontáneo sino la apariencia. La explosión y la puesta en acción de determinadas ideas se dan a veces en las masas con fulminante rapidez. Pero esto no constituye más que un efecto superficial, tras el cual hay que buscar, casi siempre, una prolongada evolución previa.
Los factores inmediatos son aquellos que, superpuestos a dicha prolongada evolución, sin la cual no podrían actuar, provocan la persuasión activa en las masas, es decir: hacen adoptar forma a la idea y la desencadenan, con todas sus consecuencias. Bajo el impulso de estos factores inmediatos surgen las resoluciones que sublevan bruscamente a las colectividades; debido a ellos estalla un motín o se decide una huelga; por su causa, mayorías enormes elevan a un hombre al poder o derriban un gobierno.
En todos los grandes acontecimientos históricos se comprueba la acción sucesiva de dichos dos órdenes de factores. La Revolución Francesa, por no destacar sino uno de los más llamativos ejemplos, contó entre sus factores lejanos con las críticas de los escritores, con los abusos del antiguo régimen. El alma de las masas, así preparada, fue sublevada a continuación fácilmente por factores inmediatos tales como los discursos de los oradores y las resistencias de la corte frente a reformas insignificantes.
Entre los factores lejanos, los hay de índole general, que se encuentran en el fondo de todas las creencias y opiniones de las masas. Se trata de la raza, las tradiciones, el tiempo, las instituciones, la educación. Vamos a estudiar los respectivos papeles que desempeñan.
1. La raza
Este factor, la raza, ha de situarse en primer plano, ya que por sí solo es mucho más importante que todos los demás. Ha sido estudiado suficientemente en una obra anterior a la presente como para que consideremos útil insistir sobre él. En dicha obra hemos mostrado lo que es una raza histórica y cómo, una vez constituidas sus características, todos los elementos de su civilización —sus instituciones, sus artes, sus creencias— se convierten en la expresión exterior de su alma. El poder de la raza es tal que ningún elemento podría pasar de un pueblo a otro sin experimentar las más profundas transformaciones 1.
El medio ambiente, las circunstancias, los acontecimientos representan las sugestiones sociales del momento. Pueden ejercer una acción importante, pero siempre momentánea, si es contraria a las sugestiones de la raza, es decir: de toda una serie de antepasados.
En diversos capítulos de esta obra tendremos también ocasión de insistir sobre la influencia de la raza y asimismo podremos ver que dicha influencia es tan grande que domina sobre las características especiales del alma de las masas. Por ello, las multitudes de los diversos países presentan diferencias muy acentuadas en sus creencias y su conducta y no pueden ser influidas del mismo modo.
2. Las tradiciones
Las tradiciones representan las ideas, necesidades y sentimientos del pasado. Son la síntesis de la raza y gravitan, con todo su peso, sobre nosotros.
Las ciencias biológicas han sido transformadas desde que la embriología ha mostrado la inmensa influencia del pasado en la evolución de los seres; y las ciencias históricas lo serán también, paralelamente, cuando esta noción se difunda con más amplitud. Ahora aún no lo está bastante, y muchos hombres de Estado han permanecido fieles a las ideas de los teóricos del pasado siglo, imaginando que una sociedad puede romper con su pasado y ser reconstruida de arriba a abajo adoptando como guías las luces de la razón.
Un pueblo es un organismo creado por el pasado. Al igual que todo organismo, no puede modificarse sino mediante lentas acumulaciones hereditarias.
Los auténticos conductores de los pueblos son sus tradiciones y, como he repetido en numerosas ocasiones, no cambian fácilmente sino las formas externas. Sin tradiciones, es decir, sin alma nacional no es posible civilización alguna.
Las dos grandes ocupaciones del hombre, desde que existe, han sido las de crearse una red de tradiciones y destruirla luego cuando están ya exhaustos sus efectos bienhechores. Sin tradiciones estables no hay civilización; sin la lenta eliminación de dichas tradiciones no hay progreso. La dificultad consiste en hallar un equilibrio justo entre la estabilidad y la variabilidad. Tal dificultad es inmensa. Cuando un pueblo deja que sus costumbres se fijen demasiado sólidamente durante generaciones, no puede ya evolucionar y se convierte, como China, en incapaz de perfeccionamientos. Incluso las revoluciones violentas resultan impotentes, ya que sucede entonces que se sueldan de nuevo los rotos eslabones de la cadena y el pasado vuelve a imperar sin cambios, o bien los fragmentos dispersos engendran la anarquía y una rápida decadencia.
Así, la tarea fundamental de un pueblo debe consistir en guardar las instituciones del pasado e irlas modificando poco a poco. Difícil tarea. Los romanos en los tiempos antiguos y los ingleses en los modernos son casi los únicos que lo han conseguido.
Son precisamente las masas las que más tenazmente conservan las ideas tradicionales y las que con mayor obstinación se oponen a su cambio y, sobre todo, las categorías de masas que constituyen las castas. Ya he insistido sobre este espíritu conservador mostrando que muchas de las rebeliones no desembocan sino en cambios de denominaciones, de palabras. A finales del pasado siglo, ante las iglesias destruidas, los sacerdotes expulsados o guillotinados, la universal persecución del culto católico, se podía creer que las viejas ideas religiosas habían perdido todo poder; y, sin embargo, unos años más tarde, las reclamaciones universales dieron lugar al restablecimiento del culto abolido 2. Ningún ejemplo muestra mejor el poder de las tradiciones sobre el alma de las masas. No son los templos los que albergan a los ídolos más temibles, ni los palacios a los tiranos más despóticos. Se les destruye fácilmente. Los amos invisibles que reinan sobre nuestras almas escapan a todo esfuerzo y no ceden sino a la lenta usura de los siglos.
3. El tiempo
Tanto en los problemas sociales como en los biológicos, uno de los más enérgicos factores es el tiempo. Representa el auténtico creador y el gran destructor. Es él quien ha edificado las montañas con granos de arena y el que ha elevado hasta la dignidad humana a la oscura célula de las épocas geológicas. Para transformar un fenómeno cualquiera basta con hacer intervenir a los siglos. Se ha afirmado, con razón, que una hormiga que pudiese contar con el tiempo necesario para ello, lograría nivelar el Mont Blanc. Un ser que poseyese el poder mágico de variar el tiempo a su placer tendría la potencia que los creyentes atribuyen a sus dioses.
Pero no vamos a ocuparnos aquí más que de la influencia que ejerce el tiempo sobre la génesis de las opiniones de las masas. Desde este punto de vista, su acción es aún inmensa. Mantiene bajo su dependencia a las grandes fuerzas, tales como la raza, que no pueden formarse sin él. Hace evolucionar y morir a todas las creencias. Gracias a él adquieren su poderío y también gracias a él lo pierden.
El tiempo prepara las opiniones y las creencias de las masas, es decir: el terreno en el que germinarán. De ello se deduce que ciertas ideas, que son realizables en una época, no lo son en otra. El tiempo acumula el inmenso residuo de creencias y pensamientos sobre el que nacen las ideas de una época. No germinan al azar y a la aventura. Sus raíces se hunden en un largo pasado. Cuando florecen, el tiempo había preparado su eclosión y siempre hay que remontarse hacia el pasado para concebir su génesis. Son hijas del pasado y madres del porvenir, esclavas, siempre, del tiempo.
Este último es, pues, nuestro auténtico dueño, y basta con dejarle actuar para ver cómo se van transformando todas las cosas. Hoy día nos inquietan mucho las amenazadoras aspiraciones de las masas, las destrucciones y convulsiones que presagian. El tiempo, por sí solo, se encargará de restablecer el equilibrio. «Ningún régimen —escribe muy justificadamente LAVISSE— se fundó en un día. Las organizaciones políticas y sociales son obras que requieren siglos; el feudalismo existió informe y caótico durante siglos antes de encontrar sus reglas; la monarquía absoluta, antes de hallar medios regulares de gobierno, vivió también durante siglos, y durante dichos períodos de espera hubo grandes alteraciones».
4. Las instituciones políticas y sociales
La idea de que las instituciones pueden poner remedio a los defectos de las sociedades, de que el progreso de los pueblos resulta del perfeccionamiento de las constituciones y de los gobiernos y de que los cambios sociales se operan a golpes de decretos, se halla aún muy extendida. La Revolución Francesa la tuvo como punto de partida y las teorías sociales actuales se apoyan en ella.
Las experiencias más continuadas no han logrado conmocionar tan temible quimera. En vano han intentado demostrar filósofos e historiadores lo absurda que es. Sin embargo, no les ha resultado difícil demostrar que las instituciones son hijas de las ideas, de los sentimientos y de las costumbres, y que no se renuevan las ideas, los sentimientos y las costumbres rehaciendo los códigos. Un pueblo no elige a su gusto instituciones, como no elige el color de sus ojos o de sus cabellos. Las instituciones y los gobiernos representan el producto de la raza. Lejos de ser los creadores de una época, son las creaciones de la misma. Los pueblos no son gobernados con arreglo a sus caprichos del momento, sino tal como lo exige su carácter. A veces son precisos siglos para formar un régimen político y siglos también para cambiarlo. Las instituciones no poseen ninguna virtud intrínseca; en sí no son buenas ni malas. Pueden ser buenas en un determinado momento y para un determinado pueblo, mientras que resultan detestables para otro.
Un pueblo no puede, por tanto, cambiar realmente sus instituciones. Será capaz, desde luego, al precio de revoluciones violentas, de modificar el nombre de dichas instituciones, pero el fondo no se modifica. Los nombres son vanas etiquetas que el historiador, preocupado por el valor real de las cosas, no ha de tener en cuenta. Así, por ejemplo, el país más democrático del mundo es Inglaterra 3, sometido, sin embargo, a un régimen monárquico, mientras que las repúblicas hispanoamericanas, regidas por constituciones republicanas, sufren los más pesados despotismos. Es el carácter de los pueblos y no los gobiernos lo que determina sus destinos. He intentado establecer esta verdad en un volumen precedente basándome en categóricos ejemplos.
Perder el tiempo fabricando constituciones es, pues, una tarea pueril, un inútil ejercicio de retórica. La necesidad y el tiempo se encargan de elaborarlas, cuando se deja actuar a estos dos factores. MACAULAY, el gran historiador, muestra en un pasaje que los políticos de todos los países latinos deberían aprender de memoria cómo los anglosajones han abordado el problema constitucional. Tras haber explicado los beneficios de leyes que, desde el punto de vista de la razón pura, un caos de absurdos y de contradicciones, compara las docenas de constituciones muertas en las convulsiones de los pueblos latinos de Europa y América con la de Inglaterra, y pone de manifiesto que esta última no ha cambiado sino muy lentamente, por partes, bajo la influencia de necesidades inmediatas, pero jamás por razonamientos especulativos. «No inquietarse nada por la simetría e inquietarse mucho por la utilidad; no suprimir jamás una anomalía tan sólo por tratarse de una anomalía; no innovar jamás a no ser que se haga sentir algún malesta...
Índice
- Cubierta
- Portadilla
- Propósito de la colección
- Créditos
- Prefacio del autor
- Dedicatoria
- Índice de contenido
- Prólogo a la edición española
- Introducción
- PRIMERA PARTE - El alma de las masas
- SEGUNDA PARTE - Opiniones y creencias de las masas
- TERCERA PARTE - Clasificación y descripción de las diversas categorías de masas
- Bibliografía de la edición española
- Otras obras de Ediciones Morata de interés
- Información del autor