Capítulo 1
Introducción: La victoria de Babilonia
El libro de Daniel comienza con un enfrentamiento militar: Babilonia contra Jerusalén: “En el año tercero del reinado de Joacim rey de Judá, vino Nabucodonosor rey de Babilonia a Jerusalén, y la sitió” (Dan. 1:1).
Más allá de la trifulca local que involucra a los dos reinos históricos, el autor señala aun otro conflicto: un conflicto universal. La asociación clásica “Babilonia-Jerusalén” ya sugiere esta lectura del texto, y recibe confirmación posterior con la evocación de Sinar (vers. 2), nombre mítico de Babilonia relacionado con el episodio bíblico de Babel (Gén. 11:2). Desde los tiempos más antiguos, Babilonia ha simbolizado, en la Biblia, las fuerzas del mal que se oponen a Dios y procuran poseer prerrogativas y privilegios divinos.
La narrativa de Génesis 11:1 al 9 relata de qué manera, en los días posteriores al Diluvio, la humanidad decidió construir una torre que la conduciría a las puertas del cielo. El texto después cuenta, no sin humor, el aplastante descenso de Dios para desbaratar su proyecto, al confundir su lenguaje. En un juego de palabras, la Escritura explica el nombre de Babel en relación con la raíz bll, que significa “confundir” (vers. 9). Por consiguiente, Babel, la palabra hebrea para Babilonia, es el símbolo bíblico del mundo inferior que usurpa el poder que pertenece exclusivamente al de arriba.
Posteriormente, los profetas una vez más utilizarán este tema cuando la amenaza babilónica se vuelva más precisa: “Pronunciarás este proverbio contra el rey de Babilonia [...]. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” (Isa. 14:4, 13, 14; comparar con Jer. 50:17-40; Eze. 31).
Detrás de la confrontación entre Babilonia y Jerusalén, los profetas ven un conflicto de otra dimensión. Debemos leer el libro de Daniel con esta perspectiva en mente entonces.
I. La deportación (Dan. 1:2)
El libro, ante todo, denuncia el Exilio como un movimiento de usurpación por parte de Babilonia. El pueblo de Dios y los utensilios sagrados del Templo ahora se convierten en propiedad de Nabucodonosor: “Y el Señor entregó en sus manos [Nabucodonosor] a Joacim rey de Judá, y parte de los utensilios de la casa de Dios; y los trajo a la tierra de Sinar, a la casa de su dios, y colocó los utensilios en la casa del tesoro de su dios” (vers. 2). Una comprensión más plena de estas palabras requiere una rápida visión general de su contexto histórico.
Estamos en 605 a.C. Los caldeos han sitiado Jerusalén, la capital de Judá, y deportaron a sus habitantes. Un siglo antes (722 a.C.), los asirios habían invadido Israel, el reino del norte (2 Rey. 17:3-23). El reino de Judá, por ende, representa la última porción sobreviviente del antiguo reino davídico.
Después de la muerte de Salomón, el reino de David se había dividido en dos. Las diez tribus del norte se transformaron en el reino de Israel, y las dos tribus del sur formaron el reino de Judá. Luego del sisma, a pesar de los conflictos fratricidas, la historia externa de los dos reinos presentaba casi las mismas características. Situado entre los dos superpoderes de Egipto en el sur y Asiria en el norte, Israel, al igual que Judá, a menudo se veía tentado a aliarse con el poder del sur a fin de resistir al del norte. Ambos reinos experimentarán la misma suerte cuando la infortunada alianza precipite su caída.
En Israel, el rey Oseas trató de lograr lazos diplomáticos, militares y otros con Egipto, con la esperanza de quitarse de encima el yugo asirio. La respuesta asiria fue inmediata. Ocupó el territorio de Israel, y arrestó y encarceló a Oseas (vers. 4, 5). Samaria, la capital, resistió durante tres años, y luego sucumbió en 722 a.C. El rey de Asiria, Sargón II, empleó la práctica de deportación ya inaugurada por Tiglat-pileser III (745-727 a.C.). Sargón forzó a los israelitas a trasladarse hacia las regiones orientales de Asiria y los reemplazó por pobladores asirios de origen babilónico y de la región de Kutha, los futuros samaritanos. La mayor parte del pueblo hebreo desapareció en el proceso. Diez tribus de doce se asimilaron con la población asiria. El reino de Judá, con sus dos tribus, sobrevive por algún tiempo, pero a la larga experimenta las mismas consecuencias, y las tribus judías son forzadas al exilio. Sin embargo, ahora los babilonios han reemplazado a los asirios. Asiria hace mucho que ha desaparecido; su capital, Nínive, fue destruida en 612 a.C. Además, la alianza judeo-egipcia no era tan espontánea como la israelita-egipcia. De hecho, los egipcios la impusieron en el curso de una campaña militar durante la cual reemplazaron al rey judío, Joacaz, entonces aliado con Babilonia, por su hermano, Joacim, de una naturaleza más dócil (2 Rey. 23:31-24:7; 2 Crón. 36:1-4). Babilonia, no satisfecha con los acontecimientos, consideraba el territorio judío como propio. Tres años después, el envejecido rey de Babilonia, Nabopolasar, envió a su hijo Nabucodonosor contra los ejércitos egipcios. El encuentro tuvo lugar en Carquemis en el año 605 a.C. Después de derrotar a los ejércitos egipcios, Nabucodonosor arrasa contra la tierra de Israel y subyuga a Joacim, pero la noticia de la muerte de su padre precipita su regreso. Se apresura a regresar, llevándose consigo a jóvenes cautivos de la elite de Judá, incluyendo a Daniel y sus compañeros. Nabucodonosor, al saber que debe salvaguardar rápidamente su trono contra los usurpadores, se toma una atajo a través del desierto con algunas fuerzas de confianza. Los prisioneros y el resto del ejército continúan hacia el norte por la ruta normal, que es más hospitalaria. Encadenados y desarraigados, los judíos han perdido todo. El pasado, la esperanza, las identidades, las valores, todo está comprometido. En el exilio, es fácil olvidarse de la tierra natal. De hecho, la estrategia detrás de la deportación es exiliar a los habitantes a fin de subyugarlos mejor. Las minorías, perdidas entre la población autóctona, se preocupan tanto ante la necesidad de ajustarse que no tienen oportunidad de rebelarse. Y, quién sabe, incluso podrían adaptarse y llegar a ser como los demás que los rodean.
La terrible experiencia, no obstante, implica una esfera más amplia que el desasosiego personal de una minoría exiliada: el fin de Judá significa la desaparición de los últimos hijos de Jacob. Es un destino que incumbe al pueblo elegido; de allí su connotación espiritual y cósmica. La extirpación del último testigo de Dios hace peligrar la supervivencia del mundo. Babilonia ha reemplazado a Jerusalén, y no se pueden ignorar las repercusiones religiosas de esta usurpación. Es significativo que el texto destaque tres veces la apropiación de los utensilios del Templo de Dios por parte de Nabucodonosor, para ser usados en su propio templo: “Y los trajo [...] a la casa de su dios, y colocó los utensilios en la casa del tesoro de su dios” (Dan. 1:2).
Nabucodonosor ha reemplazado al Dios de Judá. Lo que es aún peor, el acontecimiento en sí mismo es un juicio de Dios: “El Señor entregó en sus manos” (vers. 2). Como resultado, presenciamos el cumplimiento de las profecías pronunciadas por los antiguos profetas de Israel como una advertencia y como un llamado al arrepentimiento (Isa. 39:5-7; Jer. 20:5).
II. Enajenación cultural (Dan. 1:3-7)
Con la llegada de los judíos a Babilonia, los funcionarios del Rey inmediatamente se encargaron de ellos. Después de una revisión cuidadosa por parte del jefe de los eunucos, los administradores babilonios seleccionaron detenidamente a jóvenes de sangre real (vers. 3), en perfectas condiciones físicas y de intelecto superior, a fin de entrenarlos para el servicio del Rey. Esos elegidos incluyen al príncipe Daniel, probablemente un descendiente directo de Sedequías, el último rey de Judá. El hecho de que el jefe de los eunucos, Aspenaz, esté a cargo de la operación de revisión insinúa la dolorosa tragedia de los nuevos cautivos. Bien puede ser que Daniel y sus compañeros hayan pasado por la castración y se hayan convertido en eunucos al servicio de la corte real, una práctica común en el antiguo Cercano Oriente, como se evidencia en las esculturas asirias de la vida de la corte. Así, los esclavos eunucos de clase alta con frecuencia eran hombres exiliados de origen extranjero. Cuando los príncipes de Judá experimentaron el humillante procedimiento, quizá hayan recordado la profecía de Isaías (Isa. 39:7), que predecía que los hijos de Ezequías llegarían a ser eunucos en la corte babilónica.
Los jóvenes inmediatamente entraron en las mejores escuelas caldeas. Esto implicaba mucho más que meramente una iniciación técnica en la literatura y la escritura babilónicas. Requería un mínimo de tres idiomas para funcionar como escriba: el sumerio, la lengua sagrada tradicional escrita en signos cuneiformes; el babilonio (o acadio), el dialecto nacional de origen semítico, también en cuneiforme; y, finalmente, el arameo, el idioma internacional del comercio y la diplomacia, con una escritura muy similar a las letras que encontramos en la Biblias hebreas modernas. Las técnicas mágicas de los caldeos también eran un parte importante del currículum. Ya la palabra “caldeo” refleja esta función. Derivada de la raíz babilónica kaldu (o kashdu), alude al “arte de construir mapas astronómicos”, una especialidad de los caldeos. Los babilonios eran expertos en astronomía. Los documentos antiguos relatan observaciones e incluso predicciones de eclipses con sorprendente precisión (como uno en 747 a.C.). Pero esta ciencia tenía otro objetivo además de la mera determinación del movimiento astronómico. En última instancia, lo que procuraba era poder predecir el futuro. El astrónomo caldeo era, sobre todo, un astrólogo. La tradición del horóscopo actual se remonta a los tiempos babilónicos. La creencia babilónica era, con bastante similitud a la de muchos contemporáneos, que el movimiento astral determinaba el destino humano. El currículum de los aprendices de escribas, por ende, básicamente tenía una naturaleza religiosa y estaba designado para convertir a los hebreos en verdaderos sacerdotes caldeos, expertos en la ciencia de la adivinación.
El objetivo de la transformación cultural no se limitaba al dominio intelectual sino que afectaba los aspectos más íntimos de la vida diaria, incluyendo la dieta. Por lo tanto, el Rey “determina” el menú. El verbo utilizado aquí en la forma wayeman (determinó), no tiene en la Biblia otro sujeto salvo Dios mismo y, además de este caso, aparece solo en un contexto de creación (Jonás 1:17; 4:6-8). El uso inesperado de ese verbo en relación con Nabucodonosor sugiere que el Rey, al “determinar” el menú, toma el lugar del Creador. Una observación más cuidadosa de las comidas revela las intenciones del Rey. En efecto, la asociación “carne-vino” caracteriza, tanto en la Biblia como en las culturas del Cercano Oriente, la comida ritual ingerida en el contexto de un servicio de adoración. Participar de una comida así implicaba sumisión al culto babilónico y reconocimiento de Nabucodonosor como dios. La religión babilónica consideraba al rey como dios en la tierra. El ritual diario del consumo de carne y vino, por consiguiente, no solo proveía alimento sino también apuntaba más específicamente a hacer que los implicados fuesen leales al rey. La expresión hebrea de Daniel 1:5, traducida literalmente como “ellos estarán de pie ante el rey”, hace alusión a esta función. Es una expresión técnica para los que están consagrados al servicio religioso. En 2 Crónicas 29:11 describe la función del levita. La educación caldea no solo procuraba adoctrinar a los hebreos sino también los amenazaba en sus hábitos más personales, a fin de convertirlos al culto de Nabucodonosor. Y, para simbolizar esta transferencia de autoridad, les dieron nombres nuevos a los cautivos:
- A Daniel, en hebreo “Dios es mi juez”, lo transformaron en Beltsasar, que significa “que Bel [otro nombre para Marduk, la principal divinidad babilónica] preserve su vida”.
- Ananías, que significa “gracia de Dios”, se convirtió en Sadrac, “orden de Acu” (El dios sumerio de la luna).
- A Misael, “quién es como Dios”, los oficiales lo cambiaron a Mesac, “quién es como Acu”.
- Azarías, cuyo nombre significaba “YHWH ha ayudado”, adquirió el nombre de Abed-nego, “siervo de Nego” (una forma de “Nabu”, dios de la sabiduría).
III. La resistencia (Dan. 1:8-16)
Los cuatro cautivos, especialmente Daniel, rápidamente reaccionaron al nuevo programa. Ya las interpretaciones de los nombres babilónicos en el libro de Daniel hacen alusión a esto. Cuando se comparan con los nombres catalogados en los documentos seculares, se puede observar que en el texto bíblico el elemento divino ha sido deformado en forma sistemática.
En lugar de Belsasar, Daniel es llamado Beltsasar (con una “t”), para que el nombre del dios Bel se convierta en Belt.
En vez de Sada Acu, Ananías es llamado Sadrac. El nombre del dios Acu aquí también está reducido a la letra hebrea “c”.
Y, en lugar de Ardi-Nabu, Azarías adquiere el nomre de Abed-nego. Abed es la traducción hebrea del término babilónico ardi, “siervo”. En cuanto al nombre del dios Nabu, ha sido deformado como Nego (la beth ha sido reemplazada por la rimmel, la siguiente letra del alfabeto hebreo).
De este modo, los nombres de los dioses babilónicos perdieron su identidad. Por medio de este truco lingüístico, el autor del libro de Daniel, al igual que los poseedores de los nombres, expresa resistencia a lo que estaba sucediendo.
Pero, su determinación supera las palabras y se extiende curiosamente a la dieta. El texto utiliza la misma palabra hebrea, sam, para referirse a la resolución de Daniel (“resolvió”, vers. 8) y a la asignación de los nuevos nombres (“dio”, vers. 7) por parte del jefe de los eunucos. A través de estos ecos, el autor intenta mostrar que Daniel estaba respondiendo directamente al intento del Rey de forzarlo a entrar en la cultura babilónica. Para preservar su identidad, el exiliado escoge comer y beber en forma diferente. Pide verduras y agua.
Más allá de la cuestión de la “elección saludable”, la preocupación es esencialmente religiosa, algo ya insinuado en el texto por el deseo de Daniel de “no contaminarse” (ver vers. 8): lenguaje religioso hallado en el contexto levítico de los alimentos prohibidos (Lev. 11). Daniel comparte la misma preocupación, como cualquier otro judío en el exilio: comida kosher. Sin embargo, hay algo más aquí. La frase que utiliza Daniel para designar el menú que desea tener es una cita literal del texto de la Creación. Las mismas palabras hebreas aparecen con las mismas asociaciones: “vegetales”, “dados”, “para comer” (ver Gén. 1:29). Al reformular la misma expresión, Daniel está afirmando que su Dios es el Creador y no el Rey. Por lo tanto, su motivación es la misma que la involucrada en las leyes levíticas del kosher: su fe en el Creador. De hecho, las leyes alimentarias de las carnes limpias y las inmundas también aparecen en el libro de Levítico, de modo que le recuerdan al lector el acontecimiento de la Creación de Génesis 1. Dado que Daniel no puede controlar sus fuentes de alimento, entonces sabiamente elige ser vegetariano, la forma más segura de mantenerse kosher y también el testimonio más explícito de su fe en el Dios de la Creación. Al hacer eso, Daniel habla un idioma más universal designado para alcanzar a los gentiles que lo observaran en la mesa: su Dios es el Dios de la Creación y, por lo tanto, también es su Dios.
Pero, más allá de su preocupación por testificar y de su deseo de permanecer fiel, la conducta de Daniel contiene una lección importante en cuanto a la conexión entre la fe y la existencia, tan frecuentemente ignorada. Su religión no se limita a las creencias espirituales o a las abstracciones, sino también implica el nivel concreto de la existencia. Daniel nos enseña que la fe incumbe tanto al alma como a la vida del cuerpo. El hecho de que la religión se preocupe por la alimentación puede desconcertar a las formas de pensar influenciadas por el dualismo platónico. No obstante, sigue siendo una inquietud bíblica. La primera prueba que enfrentaron los seres humanos involucraba un aspecto alimentario. Adán y Eva determinaron su destino y consecuentemente el de la humanidad sobre la base de una elección muy sencilla en relación con la alimentac...