III. La prensa en el segundo gobierno, 1869-1875
García Moreno iniciaba su segundo periodo con un notorio déficit de legalidad y escasa legitimidad. Su nuevo gobierno emanaba de un cuartelazo que no logró disimular la parafernalia sobre la supuesta nueva invasión de Urbina. Más allá de que el pronunciamiento no fuera poco habitual, el haber destituido al segundo gobierno que lo sucedió era una mácula difícil de borrar. Más allá de sus esfuerzos fusionistas, al margen de las piruetas sobre los distintos liberalismos y la refundición de partidos que había sostenido su prensa poco antes, el universo de adhesiones se estrechó de manera radical, al punto que sólo sus partidarios ocuparon cargos en la burocracia estatal. Las identidades políticas habían adquirido cierta definición en las sucesivas campañas electorales, particularmente en la de 1868 y los buenos propósitos habían quedado atrás. Esa desagregación del consenso tenía larga data, según lo ha mostrado la prensa del periodo final del primer gobierno y el Interregno y ahora se acentuaba con el golpe de Estado. Los garcianos se habían replegado sobre sus propias fuerzas. Estaban dispuestos a hipotecar adhesiones plenas o críticas. Entendían que había llegado la hora de impulsar el proyecto social que habían ido madurando durante el ejercicio del poder y mientras fueron oposición. Dos cosas los obsesionaban en los momentos iniciales: establecer que, bajo sus gobiernos, el país estaba en calma, alejado de la anarquía y las revoluciones y que por lo tanto el campo estaba libre para implantar el progreso con orden; en segundo lugar, deseaban legalizar su actuación, es decir, inscribirla en un marco constitucional.
En el primer plano sufrieron un golpe a inicios de la segunda administración. Un importante general se levantó en armas en defensa de la institucionalidad. Lo hizo en el puerto, un área cada vez más difícil de gobernar para el garcianismo. No era la única. Cuenca, aunque en manos de gobernadores garcianos, se enfrentaba al proyecto con gran fuerza, por lo menos desde 1865. Conjurado el levantamiento, la represión siguió siendo intensa, aunque se moderaron los episodios sangrientos del primer periodo. En el segundo plano, el de la legalidad, los garcianos eran una elite política e intelectual bien informada sobre el movimiento del mundo, sobre la forma como avanzaban las ideas y las normas políticas que lo regían. Tenían claro que el constitucionalismo era una especie de sine qua non de su presente. El tema de la legalidad se había instalado en el debate político promovido principalmente por los cuencanos. Cambiar el marco constitucional fue, además, una condición que impuso García para retomar la presidencia. Con la Carta Magna que lograron en 1869 buscaron institucionalizar su programa al inscribirlo en el texto constitucional, y regir su imagen de nación católica moderna, por la que venían pugnando, con éxitos variables, desde tiempo atrás. Era necesario asentar también la república autoritaria y centralista que concebían como marco necesario para ese proyecto mayor.
Los garcianos se concebían a sí mismos como una vanguardia moderna, científica y usuaria entusiasta de los avances de la tecnología y la ciencia. Eran conscientes de que habían logrado importantes adelantos en la formación estatal. Creían que había llegado la hora de la nación. No sólo la sistematización administrativa, burocrática, fiscal y económica del Estado los empujaba a ello. También lo hacía una sombra que apareció en el horizonte. Todo un mundo se desmoronaba ante sus ojos. París y Roma, caían sus referentes; el papa se declaraba prisionero y se encerraba en El Vaticano. Los garcianos vivían una crisis paradigmática. El liberalismo, con su cauda secularizadora, se extendía en el viejo mundo Y, como otras elites, habían acuñado una reflexión sobre la potencialidad de América Latina para recibir el legado civilizatorio que migraba de la vieja y corrompida Europa buscando la frescura del continente. Para recibir ese legado había que construir un arca pura y diáfana que salvara la civilización cristiana. Había que preparar el alma nacional. Ecuador, entendían, tenía condiciones excepcionales para ser ese relicario de la fe protegido por el Sagrado Corazón de Jesús, donde la civilización católica se refugiaría de los aires huracanados de la historia. Eso pensaban, al tiempo que estrechaban la alianza con Pío.
Sabían también que era un arca terrenal, no celeste. Que debían mostrar interna y externamente que el catolicismo y la civilización eran consustanciales. Ahora podían hacerlo. Tenían en sus manos todas las herramientas para lograrlo. Una Constitución a modo, una oposición bastante aterrorizada que no insistiría en la tendencia insurreccional que la había caracterizado durante el primer periodo. Gozaban, también, de experiencia y cuadros formados en el manejo del Estado. El país ingresaba al mercado mundial; la banca se desarrollaba en el puerto. Había llegado la hora de dar un gran empuje a las obras públicas, sobe todo a las de infraestructura de comunicaciones que tenían capacidad de integración y que habían avanzado con lentitud en medio de las dificultades de la primera etapa. La Iglesia funcionaba ordenadamente, la reforma del clero se consolidaba en torno a un gobierno presidido por alguien que era la criatura predilecta del papa en América, el gobernante más fiel al pontífice en todo el mundo. El garcianismo había extendido la educación básica en el país con el apoyo de las congregaciones y órdenes enseñantes, pero ahora era necesario escalar otro nivel, abordar la formación superior y desarrollar la capacitación científica de la juventud. Nuevamente la infiel Europa vendría en su ayuda. Bismarck expatriaba jesuitas. El profesorado de la Universidad de Innsbruck llegaría a Ecuador y se encargarían de impulsar una nueva escuela: la Politécnica. Ecuador ya no debía seguir siendo el país de los abogados, los teólogos o los médicos.
No todo era idílico, sin embargo. El férreo control inicial tendía a desgastarse. Especialmente en las provincias donde se habían acumulado odios de largo aliento o en aquellas donde los capitales bancarios, las casas importadoras o exportadoras le marcaban un ritmo distinto a la vida social y política. Ecuador ya no era el mismo de diez años atrás. Poblaciones enteras se movían por los caminos, comunidades históricas se desagregaban. Nuevos centros poblaciones se formaban a la vera de las vías recién abiertas. El puerto sufría los efectos de la Gran Depresión europea y la banca emisora, requerida por la demanda estatal de capitales, entraba en crisis. Se aproximaba el fin del mandato constitucional. Y García ya no estaba dispuesto a abandonar el poder. Por ello decidió reelegirse en estas circunstancias difíciles. El camino a la reelección, que finalmente condujo al magnicidio, estuvo empedrado de estrategias por la conquista de la opinión pública.
Y nuevamente la prensa estuvo en el corazón de la batalla, aunque ahora con un intenso cambio marcado por la desaparición de la prensa electoral, por lo menos hasta avanzado el año de 1873, una vez esclarecida la voluntad de reelección de García Moreno. Ese elemento determinó la presencia de menos títulos, pero periódicos más robustos en las distintas regiones. Algunos demostraron esa fortaleza con cierta capacidad de supervivencia, otros no se sostuvieron por largos periodos, incluso algunos que fueron favorables al régimen, por razones que explicaremos. Incluso aquellos no adeptos o que pretendieron guardar algún grado de neutralidad y prudencia para manejarse en los momentos iniciales de gran represión, tampoco lograron sobrevivir por largas etapas, muchas veces condicionados por las bajas suscripciones o los insuficientes anuncios para sostener los tirajes. Con excepciones, claro está, como Los Andes que se mantuvo, moderadamente enfrentado con el garcianismo. Cuando la historiografía relativa a la prensa señala la baja presencia de títulos toma como unidad de medida este periodo pues los años iniciales de 1869-1870 implicaron una gran disminución, donde casi sólo se escuchaba la voz del periódico oficial, La Estrella de Mayo en Quito y de La Patria en el puerto. El terror cundía, las fuerzas opositoras trataban de protegerse y reagruparse.
Esos reagrupamientos comenzaron a dar sus frutos hacia 1871 y 1872 cuando una prensa opositora, que se manejaba en los límites de lo que creían posible de ser tolerado, comenzó a expresarse en Guayaquil y en Cuenca. Se quejó entonces del empobrecimiento cultural y periodístico que significaba “la expulsión de la política” de las páginas de la prensa periódica y deploró el tener que escuchar la seca voz monocorde del discurso oficial. Otra, algo más audaz y valiente, generalmente protegiéndose por la vía de inserciones, trató de avanzar una crítica más sustanciosa. Sobre ella cayó la represión que ya no se ejercitaba por los jurados populares, sino que se sustanciaba en la justicia penal. También debió enfrentar la persecución de los gobernadores garcianos, ahora sólo designados por el ejecutivo de ternas propuestas. En otros casos fue acallada por recambios en el redactor responsable que permitiera un giro en su línea editorial a favor del garcianismo. Más arrojada la porteña que la cuencana, de todas maneras, no sobrevivió.
Debió acercarse el periodo electoral, a fines de 1873, para que, en la ya muy poderosa Guayaquil, surgiera una prensa que confrontara abiertamente el proyecto de reelección de García Moreno. Desaparecida La Nueva Era las voces periodísticas se hicieron uniformes. Corresponde señalar que, en unas elecciones signadas por una escasa competitividad, las de mayo de 1875, tampoco el régimen multiplicó demasiado los medios impresos, por lo menos hasta los momentos finales cuando se acercaba la reelección. Como algunos periodistas decían en tono ácido, parecería que con El Nacional era suficiente. En compensación debe considerarse que existieron importantes periódicos adscritos al garcianismo que se manejaron con un relativamente extenso sistema de distribución y con líneas editoriales que pugnaban por conformar y atraer una opinión pública de cuya existencia ya nadie dudaba. En su ocaso la prensa garciana no tuvo casi oponentes internos y finalizó sus días polemizando con los impresos que publicaba el exilio o la prensa extranjera, latinoamericana y europea. Es difícil establecer qué impacto interno podían tener esos impresos cuando existía un control y legislación específica para su introducción en el país. No sabemos si se vendían en aquellos lugares donde se distribuía prensa del exterior. Quizá, el caso de la Dictadura perpetua, de Montalvo, que corría en copias manuscritas por ciertos corrillos, sea un ejemplo extremo de la difusión que alcanzaban estas lecturas más o menos clandestinas.
Tanto al inicio como al final de la administración la prensa tuvo un claro perfil político. Sin embargo, este se mostró opacado y diluido por la enorme extensión que, en toda ella, garciana u opositora, ocuparon los sucesos europeos de la década de los setenta del siglo xix. Aunque se trataban de acontecimientos que trascendían lo nacional, sacudieron a los círculos letrados que se expresaban en los medios impresos. El exterior hasta entonces había estado bastante bien representado en sus páginas, pero no en la misma proporción ni espacio que el que se dedicó entonces a la guerra franco-prusiana, a la Comuna, a la toma de los Estados Pontificios, o a otros trastoques del mundo de la época. Las secciones exteriores de los periódicos merecerían por sí mismas un estudio monográfico.
Si algo introdujo una gran tensión en la prensa ecuatoriana católica de los setenta, fue la constante oscilación entre la defensa del régimen y una tendencia inocultable a desviarse hacia lo doctrinario, especialmente en aquellas temáticas que ocuparon al Concilio Vaticano I, sus dogmas y la situación de la Iglesia en el siglo. En un régimen que había sellado una alianza intensa con el papado de Pío, con la que afirmaba su imagen exterior, no resulta extraño que las noticias se ventilaran a la luz de esas ...