
- 153 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Descripción del libro
Por primera vez se traduce al español el libro Sketches a wheel in Modern Iberia, fruto del viaje en bicicleta por algunas provincias españolas de Fanny Bullock Workman y su esposo, William Hunter Workman, en la primavera y el verano de 1895, en plena época victoriana, cuando las mujeres estaban condenadas al ostracismo. No fue el caso de Fanny Workman que hizo siempre lo que quiso, viajó y escaló cumbres, sus dos grandes pasiones.
Fanny describió España como un país "rústico, pintoresco y encantador" y quedó deslumbrada por la belleza de las mujeres: "Cuando la procesión pasó, deseamos a nuestra anfitriona las buenas noches, alabando lo que habíamos visto y agradeciendo sus atenciones. Estábamos en el proceso de aprender a ser españoles, en la observancia de las cosas agradables de la vida. Ella se mostró satisfecha con nuestro interés y movió sus ojos oscuros con cierto toque de éxtasis bajo aquella mantilla negra".
El tipismo de Andalucía y de las posadas donde se alojaron también la cautivó: "En la fonda de Sevilla, la camarera nos trajo algunos hermosos claveles, y el mozo colocó unas rosas junto a nuestros platos en la cena, que se sirvió en un comedor abierto a un patio de mármol con una fuente de caños en el centro. La cena, consistente en sopa casera, pescado delicado, aves, o batatas, y naranjas, resultó sencillamente excelente".
Fanny quedó sorprendida por la amabilidad de las gentes. No deja de mencionarlo en el libro que escribió: "Después de la misa del Corpus Christi en Toledo, toda la gente permanecía en las calles y llenando las ventanas y balcones para presenciar la procesión. La policía a caballo, cabalgaba intentando hacer espacio entre la multitud, pero tratando a todos con gentileza que rara vez muestran los agentes en la mayoría de los países. Lo mismo comprobamos en ciudades como Madrid, así como la cortesía de todas las clases de personas hacia los demás, algo que resulta sorprendente cuando uno piensa en el sangriento espectáculo de los toros en la arena con el que tanto se deleitan aquí".
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Información
Capítulo X
Tetuán, la ciudad blanca de Marruecos. Casa de los exiliados granadinos
En un día ventoso de mediados de mayo, navegamos desde Algeciras a Tánger, no tanto para ver esta última ciudad, que, desde que se convirtió en la más turística de Marruecos, ha perdido parte de su encanto y originalidad y se ha convertido en una un paraíso para guías, intérpretes y hoteleros.
Cerca de nosotros se hallaba sentado uno de los “sabelotodo” que habitualmente se encuentran en algunos lugares, quien estaba instruyendo a sus vecinos acerca de Tánger. Le preguntamos si conocía Tetuán. Él respondió que nunca había estado allí y que no le importaba arriesgar su vida para desplazarse más al interior de Tánger, y luego continuó relatando varias historias de robos y asesinatos. Evidentemente, su conocimiento era limitado y demasiado pesimista para nuestro propósito.
Ya habíamos tenido ocasión de comprobar la tendencia de algunos en agrandar los peligros relacionados que ciertas rutas de dudosa reputación pudieran presentar; De prestar atención a tales afirmaciones, uno podría imaginar a guía convertido en asesino. Aparte del tema de la seguridad, que depende siempre del momento en que se encuentren los asuntos en Marruecos, la cuestión de cómo organizar el viaje es la principal. Si el viajero no tiene prisa, sin duda es mejor que escoja a su guía, ayudantes y caballos, pero si su tiempo es limitado, se verá obligado a confiar estos aspectos en su hotel, en cuyo caso el gasto será casi el doble.
En nuestro caso, y debido a la falta de tiempo, acudimos a los servicios del hotel. El nuestro estaba situado no lejos de la estación, y era muy engañoso en su política con los extranjeros. El gerente nos aseguró que era seguro ir a Tetuán en ese momento, aunque no lo había sido antes.
—¿Nos puede recomendar un guía? —preguntamos.
—Claro que sí. Le enviaremos uno bueno para que hable con usted, y si no está satisfecho con él, le enviaremos otro.
—¿Cuál será el cargo por un guía y los animales necesarios hasta Tetuán?
—El precio lo puede negociar con el guía.
Unos minutos más tarde, un moro de mediana edad con un ropaje y apariencia impecable llamó a nuestra habitación. Él era el guía y, como después de un rato pensamos, era el único del hotel. Nos entregó una referencia escrita por uno de nuestros compatriotas en términos sospechosamente efusivos, que de ser cierta nos haría desear visitar todo el interior de Marruecos en compañía de este hombre. Había sido acompañante, amigo, protector, intérprete, fotógrafo y cocinero, todo de manera excelente para el turista estadounidense, y en Fez incluso había conseguido una entrevista entre el estadounidense y un alto cargo del ejército marroquí, algo que posiblemente ningún otro guía podría haber conseguido. Mientras doblaba y guardaba la referencia, comentó con agrado que esperaba que lo escogiéramos, ya que tenía las mejores mulas de Tánger.
Lo consultamos por un momento, y aunque temíamos que un hombre con una referencia tan brillante fuera un impostor, decidimos decantarnos por él. Sin embargo, antes de darle nuestra respuesta le preguntamos:
—¿Nos puede mostrar el interior de algunas de las casas de Tetuán ocupadas por los descendientes de los árabes de Granada?
—De hecho, sí que puedo. Esa es otra razón por la que espero que decidan ir conmigo, porque soy el único guía que conoce a estos caballeros.
Tras esta garantía, llegamos a un acuerdo, y después de que nos mostrara las pocas vistas de Tánger, se pasó una hora probando sillas de montar en la playa. Salem, tal era su nombre, hizo una silla lateral muy elaborada con respaldo y brazos cubiertos con terciopelo rojo, digna de la Reina de Saba. Con solo probarla una vez, se vio que era estrecha para el jinete y que la perspectiva de un viaje de tres días en sus almohadones sería horrorosa, se descartó.
A la mañana siguiente, salimos una hora más tarde de lo acordado. Encabezada por el soldado provisto por el Gobierno a nuestro costo y como protección, nuestra caravana se abrió paso por la playa y las dunas de arena, tan hermosas en la pálida luz del amanecer como colinas cubiertas de nieve. ¿Será porque las dunas son menos comunes y más hermosas que el páramo de Tánger y es por ello por lo que el turista nunca las menciona?
El viaje a Tetuán por el camino de las mulas lleva de doce a catorce horas, aunque Salem nos aseguró que sus mulas podrían llegar en ocho. La primera parte de la ruta conducía a un paisaje ondulado, desierto, que estaba poco cultivado, aunque el suelo parecía fértil. Pasamos por hermosos campos de adelfas, y el camino a menudo estaba bordeado por rosas silvestres, campanillas y madreselva. Las montañas estaban a la vista frente a nosotros, y de vez en cuando, se podía observar las cumbres cubiertas de nieve del Atlas. Encontramos a un gran número de hombres y mujeres llevando sacos de carbón a Tánger. Las mujeres estaban atrofiadas y parecían viejas y demacradas bajo sus pesadas cargas.
Almorzamos bajo unos árboles. Salem y el hombre que llevaba las mulas extendieron las alfombras y sirvieron una comida rica, para la cual estábamos preparados, ya que el guía nos prometió todos los lujos posibles mientras estuviéramos bajo su cuidado. El agua se transportaba en las jarras porosas que se utilizaban aquí y en España, y estaba casi tan fría como si estuviera helada.
La monotonía del viaje se rompió una hora después de haber reanudado la marcha debido al descuido del mulero. Habiendo fumado hachís en el almuerzo, tropezó con un surco y tiró de la mula. Mientras él se metía hasta las rodillas en el barro, la mula, en sus esfuerzos por salir, tiró al jinete, cuyo pie quedó atrapado en el estribo, de donde era imposible sacarlo. Después de que hubiera sido arrastrada lo suficiente para cubrirse de barro hasta la cintura, sacudida y asustada, la bestia fue rescatada por Salem.
El conductor de la mula, después de salir del barro, inclinó la cabeza y miró cabizbajo como esperando un castigo. Salem se acercó a él y comenzó a increparle, usando unas palabras cuyo áspero sonido era inteligible. Luego lo agarró por los hombros y lo sacudió con todas sus fuerzas, y terminó dándole una buena patada que lo hizo rodar unos tres metros por el terraplén. El hombre no pronunció ninguna palabra de protesta, pero desapareció, mientras Salem, que llevaba a las mulas, caminó con nosotros hasta el segundo edificio de la ruta, que se encontraba a unos quince minutos.
En el camino, intentó aplacar su indignación prometiéndonos obtener un nuevo mulero cuando llegáramos al hotel. Una vez allí nos invitó a tomar café que, en este caso, contenía más cantidad de sedimentos de lo habitual.
Cuando estábamos listos para comenzar de nuevo, el culpable del incidente con el barro apareció guiando a la mula y agachando la cabeza.
—¿Dónde está el nuevo mulero? —le preguntamos. Salem nos explicó con gran pesar que se lo había ofrecido al único otro mulero que había visto en el hotel quien no quiso hacerlo al hallarse de regreso a Tánger. Advirtiendo que en el fondo nunca había querido despedir al otro hombre, emprendimos nuestra marcha con él.
A eso de una hora de distancia del hotel, pudimos echar un primer vistazo desde la cima de una colina la ciudad deTetuán, aún a cuatro horas de marcha. Estas vistas, descritas gráficamente por el General Prim, se dice que son de las mejores en Marruecos. La ciudad, coronada por su enorme fortaleza, se asemeja a una media corona nevada en una zona alta y dominando el río, que serpentea a través de los valles más verdes que, en su color, nos recordaba a la vega de Granada. Al este se aprecian elegantes montañas cubiertas de árboles hasta la línea donde, en lo alto, sus pendientes terminan en roca. Más allá de este paisaje, al fondo y como una franja de cielo caído, se encuentra el Mediterráneo.
Las mulas elegidas por Salem no demostraron ser tan rápidas como él nos había asegurado. A una en particular había que darle con un palo para que caminara a buen paso. También tenía el desagradable hábito de esquivar a los hombres que íbamos pasando y luego comenzar a correr cuando el jinete estaba a su merced, sin atreverse a tirar con fuerza sobre la brida, que estaba podrida y rota. Durante las últimas tres horas, las mulas fueron especialmente lentas, y necesitamos catorce horas en lugar de ocho para alcanzar Tetuán, donde llegamos después de la puesta del sol, cuando, según la costumbre oriental, las puertas ya están cerradas.
Después de una buena charla entre el guardia en la puerta y nuestro soldado, nos dejaron pasar, y fuimos a través de las calles desiertas y empedradas hasta llegar a una pequeña posada situada en el límite de la ciudad que pertenecía a un español y su esposa, quienes nos cuidaron muy bien. A la mañana siguiente, la vista desde nuestras ventanas fue una revelación, ya que, en lugar de dar a una sucia calle oriental, veíamos todo el alto del valle, en mayo un perfecto jardín de naranjas, y la hermosa cordillera cuyo pico más alto es Beni Hosmar.
Salem se presentó una hora más tarde de lo acordado, trayendo un ramo de flores de jazmín y madreselva. Se disculpó y dijo que había estado concretando una entrevista con el cónsul español a las once, ya que a través de él iban a llegar nuestras cartas a las casas de los defensores de los refugiados de Granada.
Hicimos el circuito para recorrer la ciudad. El ambiente en la gran plaza y en los mercados está muy animado por la mañana cuando se hallan repletos de gente y se puede ver el contraste de los negros con los árabes de piel más clara. En el mercado de cereales, las mujeres, cubiertas con ropajes y enormes sombreros de paja que ocultaban su rostro, se sentaban con las piernas cruzadas y vendían los cereales.
Los arcos recubiertos con adornos dentados, marcaban la entrada de las calles. Los adornos abundan en todas partes y también la suciedad, y uno nunca está seguro de si va a tener que detenerse cerca de un montón de basura para admirar un hermoso efecto arquitectónico. La calle Basha llama la atención por su minarete de azulejos y sus pilas de basura, que se extienden hasta la parte superior de las puertas de las casas. Mientras contemplamos estos monumentos de inmundicia al tiempo que inhalábamos el perfume del ramo con jazmín que Salem nos había dado, preguntamos a Salem si había habido muchas epidemias de cólera en Tetuán.
—Nunca. Nunca conocimos el cólera en Tetuán. Es la ciudad más saludable de Marruecos —respondió en francés, habiendo agotado todo su inglés en nuestro primer encuentro en Tánger.
Abundan las fuentes con techos de tejas que se cubren con violetas, ranúnculos y pastos, que compensan los montones de basura. El barrio judío es menos interesante, aunque las calles estrechas que atraviesan los arcos son curiosas y muy orientales. Visitamos tanto las tiendas de los armeros como las de los artistas de la madera. En muchas de estas últimas tiendas, vimos hombres que adornaban grandes cajas para novias, y Salem nos comentó que todavía se usan para llevar a la novia a su nuevo hogar.
Salem parecía estar muy a gusto en Tetuán y caminaba con aires alegres, deteniéndose cada poco para saludar a los amigos con un apretón de manos y, a menudo, con un beso. A media mañana nos llevó a una de las calles principales, donde había varias tiendas con asientos que aparentemente no se utilizaban para fines comerciales. En ellos estaban sentados algunos de los hombres más peculiares que hubiéramos visto en cualquier ciudad del Este. Eran altos y de constitución delgada, vestidos con impecables ropas del mejor lino y la más brillante seda. Tenían una presencia dominante y los buenos modales que habíamos notado en los jefes árabes de Argelia.
Salem nos informó:
—Aquí están los ciudadanos ricos de Tetuán, entre ellos dos o tres cuyas casas probablemente visitaremos en la tarde.
Parecían estar familiarizados con el guía y lo saludaron de manera amistosa. Cuando nos presentó, sus ojos oscuros se iluminaron y nos recibieron con unas manos cálidas, y una cordialidad que nos hizo sentir como en casa incluso estando en Marruecos.
Habíamos visto en la Grande Kabylie a los descendientes de la raza que había fundado Granada, habíamos caminado por los patios vacíos de la Alhambra, y aquí encontramos el último remanente de las valientes, pero desafortunadas personas cuya herencia de ese gran tesoro terminó con un débil y vacilante Boabdil. En apariencia, eran representantes dignos de sus antepasados que habían conquistado Andalucía y se habían mantenido allí durante ochocientos años, y desarrollaron una cultura que, como se muestra en sus monumentos, ha sido la admiración de sucesivas generaciones.
Algunos de ellos estaban en relaciones con el tribunal de Fez y, como supimos después, el Sultán les había confiado en misiones en algunos gobiernos de Europa. Uno o dos hablaban francés, pero eran excepciones. Luego conocimos al cónsul español, quien declaró esperarnos a las dos en punto. A esto siguió una visita a las murallas y al pintoresco cementerio. Este último lugar ocupa el lado de una colina y no posee paredes, y sus tumbas y monumentos son más grandes y más elaborados que los de cualquier cementerio que hayamos visto en otros países árabes. Parece ser uno de los lugares favoritos de los habitantes, muchos de los cuales se sientan allí en grupos para almorzar o conversar. Más tarde regresamos para comer, y Salem fue a echarse una siesta.
Alrededor de las cuatro, reapareció con las invitaciones y acompañado por un hombre que llevaba pantalones azules, faja roja y un sombrero. Afirmó que estaba al servicio del cónsul, ya que la etiqueta exigía que un sirviente anunciara nuestra llegada en las diferentes casas. Visitamos varias, y todos los propietarios nos recibieron en patios, nos mostraron el recinto y fueron muy cordiales. Las únicas mujeres que no estaban completamente tapadas eran las esclavas.
Una de las casas, la más grande y hermosa de Tetuán, tiene una historia que recuerda a los cuentos sobre tesoros encantados que se encuentran en la Alhambra. El propietario, un hombre con buenos modales y muy cortés, quien ha estado en Europa más de una vez al servicio del sultán, estando en una misión diplomática en Madrid, recibió un golpe en la cara, por el cual insultó al gobierno español y posteriormente se disculpó. Habíamos leído sobre el asunto en el momento en que ocurrió y, por supuesto, estábamos interesados en conocer al embajador en Tetuán.
Hace veinte años, en el terreno de la bodega donde actualmente se encuentra la palaciega residencia, se desenterró un tesoro que consistía en gran cantidad de oro. Sin atreverse a conservarlo, el dueño de la propiedad lo envió de inmediato al Sultán, quien, considerando que el remitente era un sirviente fiel, se quedó con solo la mitad y devolvió el resto. La historia es muy conocida en Tetuán y se comenta que es cierta.
En la entrada, los caballeros se adelantaron para anunciar nuestra llegada. Poco después, regresaron y una hermosa esclava de unos dieciséis años abrió la puerta de par en par. Los caballeros entraron delante de nosotros, se arrodillaron y besaron la mano del anfitrión, que después se adelantó para reunirse con nosotros. Pasamos todos al patio, en medio del cual había una fuente rodeada de plantas. Este gran peristilo tenía el cielo de Tetuán como techo, y solo estaba cubierto por una red de alambre para mantener alejados a los pájaros. El piso y las columnas con los arcos fueron incorporados en diferentes diseños con azulejos hechos de igual manera que los de la Alhambra. Los refugiados de Granada trajeron con ellos el arte de hacer azulejos, una manufactura que puede ser vista fuera del muro de Tetuán. Debido a la cantidad de azulejos y otros trabajos arquitectónicos en la casa, hicieron falta dieciocho años para su finalización.
Un gran comedor se extendía a lo largo del patio, y en otros lados se encontraban salones o dormitorios, produciendo un efecto de amplitud combinado con las vistas de columnas y arcos. Las habitaciones tenían techos de madera pintados y estaban amuebladas con divanes, espejos y un piano, y las paredes estaban decoradas con antiguas pistolas y sables árabes. Las alfombras se veían por todas partes y en los dormitorios, las camas poseían varios colchones. La superficie inferior de los arcos que rodeaban el patio y la pared superior eran de color blanco, lo que producía un efecto menos agradable que aquel de tonos suaves de la Alhambra. Aparte de este contraste en el hermoso interior, uno casi podría imaginarse estar en un antiguo palacio árabe.
Había un segundo piso con una galería, una parte de la cual estaba cerrada, y a través de unas pequeñas ventanas, pudimos ver una o dos veces la figura de una mujer que rápidamente desapareció.
El dueño nos enseñó sus tesoros con gran placer, pero más que los tapices, los mosaicos y las armas antiguas, admiramos a las bellas y hermosas esclavas que, cubiertas con ropajes brillantes y con los brazos desnudos recubiertos con brazaletes, pasaron silenciosamente para servir el café y los dulces. Le preguntamos a Salem si las esclavas negras en Tetuán solían ser tan atractivas, y él negó con la cabeza diciendo:
—B. es un experto y solo compra a las más guapas.
También dijo que las esclavas son tratadas de buenas maneras, siendo cuidadas como miembros de la familia, cuya declaración se correspondía con la impresión que nos causó su apariencia y comportamiento.
Sintiéndonos como si hubiéramos vivido una escena de Las Mil y Una Noches, nos despedimos de nuestro anfitrión que os acompañó hasta el umbral.
Mientras estábamos en Tetuán, pasamos la puesta del sol en el viejo castillo, cuyos muros protegen la ciudad hacia el oeste. Después de haber visto el último rayo de sol, las montañas y la ciudad yacían frías y silenciosas en el valle, y el momento interesante del día co...
Índice
- Prólogo
- Introducción
- Capítulo I - Cruzando la frontera
- Capítulo II - Recibimiento. Cena con los caballeros en Fonda, Gerona. La Catedral. Una ciudad moderna española
- Capítulo III - Monserrat, la leyenda de la Virgen negra. Manresa, la ciudad de penitencia de Loyola
- Capítulo IV - Procesión de Viernes Santo; destellos de Cataluña. Tumbas profanadas y perturbadores altares del pueblo caído
- Capítulo V - Semana Santa en la catedral de Tarragona. La venta de Perelló. Un agradable encuentro con un británico en Tortosa. Los animales en España y sus dueños
- Capítulo VI - Valencia histórica. Provincia de Xátiva. Comienzo de la España africana. La viuda de Jijona
- Capítulo VII - Encuentro con camioneros. Motivos entre las palmeras; glorias de la España africana. Murcia, la perla del huerto
- Capítulo VIII - A través de la puerta de los moros vencidos y hacia la tierra floral de Andalucía. La Alhambra de Granada, el último suspiro
- Capítulo IX - Por las sierras de Málaga hasta la reina del mar brillante. Ronda, un paseo a la Cueva del Gato y al sumidero
- Capítulo X - Tetuán, la ciudad blanca de Marruecos. Casa de los exiliados granadinos
- Capítulo XI - Tarifa (Cádiz) bañada por el océano. Alcalá de Guadaira, la famosa Sevilla del Guadalquivir
- Capítulo XII - Mérida romana, la necrópolis de Carmona. Retrasos y la lentitud española. La ciudad dormida de los califas y su mezquita
- Capítulo XIII - El Corpus Cristi en Toledo. Monumentos sarracenos, judíos y cristianos
- Capítulo XIV - La fonda de Tarancón. Un autócrata de la mesa de comedor
- Capítulo XV - Cuenca, una pintoresca ciudad de Castilla La Mancha. En el Museo del Prado
- Capítulo XVI - El mausoleo real. Por la sierra de Guadarrama. Dos pintorescas ciudades de Castilla y León
- Capítulo XVII - Ciudad universitaria de Tormes. El profesor de Zamora, capital medieval de Castilla. Escenas callejeras durante la feria en Burgos. La Catedral. Tumbas en Miraflores. Y el final del Cid
- Capítulo XVIII - Naturaleza, arte y la gente aragonesa y navarra. La despedida a España