Soli Deo Gloria (epílogo doxológico)
Al que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros, ¡a él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos! Amén.
—Efesios 3.20–21
¿Cuál es el fin principal del hombre? El fin principal del hombre es el de glorificar a Dios, y gozar de Él para siempre.
—Catecismo Menor de Westminster
Si tuviéramos frente a nuestros ojos una partitura de una obra del compositor Juan Sebastián Bach (1685–1750) veríamos que al pie del texto aparece una breve declaración luego del último acorde: Soli Deo gloria. Esta sintética exclamación doxológica quería significar que, independientemente del valor que pudiera tener esa obra, estaba destinada en última instancia a dar honra a Dios y que, al mismo tiempo, las virtudes o méritos que se pudiesen encontrar en ella debían atribuirse a la gracia de Dios como creador y sustentador. Una ulterior concepción que emanaba del Soli Deo era el carácter espiritual de todas las dimensiones de la vida, rompiendo así la dicotomía secular/sagrado, para sostener que todas las vocaciones de la vida se podían vivir con el mismo sentido y propósito. Si una declaración como esta podía aparecer en una obra musical no específicamente sacra, era por una nueva consideración sobre las relaciones de la fe con la vida en toda su diversidad y riqueza. Las iglesias de la Reforma proclamaron la jubilosa noticia de que todos los creyentes han sido llamados para glorificar a Dios a través de su profesión en el mundo cualquiera fuera ella. Es decir, que la vida religiosa no es la única forma de existencia que honra a Dios, sino que cada uno desde su particular vocación está igualmente convocado a darle a Dios todo el honor y la gloria por cada cosa que es y hace. Esta idea venía reforzada por otra de similar significado: lo que se dio en llamar el sacerdocio universal de todos los creyentes, como veremos a continuación.
Al parecer, en la tradición protestante, en algunas generaciones después de los reformadores se había consolidado esta convicción como parte de la piedad protestante: Solo Dios merece la gloria: no podía haber un mejor corolario para una teología que había luchado para poner a Dios y sus dones de nuevo en el centro de la escena. Sin embargo, no resulta nada claro cuándo quedaron definidas las “cinco solas”, declaraciones que consideramos centrales de la fe en la tradición reformada (Escritura/Gracia/Fe/Cristo/Sólo a Dios la Gloria). Al parecer, las tres primeras las utilizaron explícitamente los propios reformadores del siglo xvi. El solo Cristo, aunque no haya sido expresado de ese modo en un principio, emanaba en cada página del nuevo pensamiento en curso. El Soli Deo Gloria está presente por lo menos desde el siglo xvii, pero es posible que las cinco solas no quedaran consolidadas como tales antes del siglo xix o incluso el xx. Como toda síntesis, las cinco solas tienen la fortaleza de la claridad y la brevedad; pero, como podemos comprobar con solo leer este u otros textos sobre la Reforma, padece también de un inevitable reduccionismo. Por ello, para dar cuenta de la riqueza del pensamiento y experiencia viva de la tradición reformada/evangélica, habría que agregar una serie de conceptos de similar trascendencia teológica, pastoral, misionológica y espiritual paralelos a las famosas cinco declaraciones. Mencionemos solo algunas que, de una u otra forma, hemos destacado a lo largo de este libro.
Le debemos a la Reforma la introducción en el pensamiento tardo medieval y moderno del concepto de libertad de conciencia. En un mundo medieval dominado por el concepto de autoridad absoluta y obediencia prácticamente ciega, muchos reformadores desafiaron su época con la revolucionaria idea de que nadie podía ser obligado a creer o practicar aquello de lo que no estaba convencido. Este mérito es en justicia mejor atribuido a los anabaptistas que a otras corrientes protestantes. Ningún otro grupo fue tan integro con la defensa de la libertad de credo y con la consecuente búsqueda de la paz social como alternativa a la violencia de los poderes reinantes. Pero incluso Lutero, quien no siempre se adhirió a este principio, de algún modo lo inauguró al negarse a someter su conciencia al papado. Él, y muchos otros cristianos de su tiempo, reclamaron con valentía su derecho a elegir libremente en qué creer y cómo hacerlo basado en las Escrituras. Fue Lutero el que dedicó todo un tratado a demostrar cómo el concepto de salvación por fe y gracia era un grito de libertad para los cristianos que ya no necesitaban ver oprimidas sus conciencias bajo los dictámenes de dogmas o líd...