De la felicidad en las pequeñas cosas
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De la felicidad en las pequeñas cosas

  1. 110 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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De la felicidad en las pequeñas cosas

Descripción del libro

¿Cuándo puedo estar satisfecho con mi vida? ¿Qué necesito realmente para ser feliz y qué no? Y con frecuencia, ¿qué es lo que me impide estar en consonancia con lo que es?Anselm Grün reflexiona en este libro sobre los diferentes aspectos de la satisfacción. Muchas veces es suficiente con ver las cosas desde otra perspectiva para sentirse cómodo con uno mismo y con su vida. Para esto juega un papel importante la actitud ante la gratitud: quien está agradecido por el día de hoy, también puede encontrar la felicidad en las pequeñas cosas, sin importar lo difícil que sea el momento.

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Información

Año
2019
ISBN del libro electrónico
9788499887388

1. La paz interior como condición previa para la satisfacción

La palabra [alemana] Zufriedenheit [satisfacción] comparte raíz con la palabra Frieden [paz], que pertenece a la familia léxica de frei [libre] y procede de la raíz léxica indogermánica prai, que significa «proteger, cuidar, estimar, amar». Libre es la persona a la que cuidan, el amigo al que se estima, al que se ama. En consecuencia, la paz representa el espacio protegido en el que las personas libres se relacionan como amigas y se interrelacionan con buena voluntad. Por eso, en la lengua alemana, no hay paz [Frieden] sin amor. Solo cuando nos amamos podemos vivir en paz.
Esto también es así para la paz interior. Estamos en paz con nosotros mismos cuando nos cuidamos, en lugar de evaluarnos y juzgarnos de forma constante. Y logramos la paz con nosotros mismos cuando nos relacionamos amistosamente y con buena voluntad con nosotros mismos y nos sentimos libres. Mientras nos dejemos dominar por nuestras necesidades, mientras nos enfademos con nosotros mismos y con nuestras debilidades, no podremos encontrar la paz interior. La paz significa –si tomamos en serio el significado alemán– que todo puede ocurrir en el espacio protegido de nuestra alma y de nuestro cuerpo. Todo nos pertenece. Pero no nos domina. Todo lo que dejamos estar en nuestro interior nos facilita una vida en libertad. No nos encontramos bajo la presión de obligarnos a ser de una manera determinada. Contemplamos con libertad todo lo que hay en nosotros. Y lo cuidamos y protegemos, no lo juzgamos.
Este significado de la palabra paz [Frieden] no está muy lejos de la senda hacia la paz interior, hacia la paz del espíritu. La paz del espíritu es un concepto religioso. Significa que la persona ha encontrado la paz interior. Esta paz del espíritu significa que estamos en consonancia con nuestra alma, que nos relacionamos amistosamente con los sentimientos de nuestro espíritu, que pueden ser de todo tipo. No luchamos contra ellos, sino que los mantenemos todos en el espacio protegido de nuestro ámbito pacificado. Los alemanes consideran que la paz [Frieden] y la libertad [Freiheit] solo son posibles en un espacio protegido, pacificado [be-friedeten].
Los místicos cristianos han retomado esta idea. Creen que en el fondo de nuestra alma se encuentra un espacio protegido y pacificado. Allí todo está permitido. Allí somos libres ante todas las emociones, ante todo lo que se mueve en nuestro espíritu. Porque en ese espacio interior de la libertad reina Dios. En consecuencia, somos libres del dominio de nuestros padecimientos y de nuestras necesidades, y del dominio de las expectativas de otras personas.
La palabra griega para paz, eirene, procede del ámbito de la música y significa «armonía», la consonancia de los diferentes tonos. También se trata de una imagen hermosa para la paz interior: cuando armonizamos los tonos fuertes y los silenciosos, los agudos y los graves, los desafinados y los hermosos, entonces estamos en consonancia con nosotros mismos. Y cuando estamos en armonía con nosotros mismos, también llegamos a estar en consonancia con otras personas. Entonces podemos estar en paz con los demás. Cuando dejamos que todos los tonos se armonicen en nuestro interior, estamos en paz con nosotros mismos, con el sonido interno. No se trata de que sea un sonido perfecto, sino uno que provoca que todo resuene en nuestro interior para que se pueda armonizar. Pero el concepto eirene tiene más significados en griego: sirve para designar a una de las tres Horas, las diosas que marcan las horas de nuestra vida. En el trasfondo también se halla la imagen de que la paz en nuestro interior solo es posible con la ayuda divina. Debemos confiar en que Dios podrá armonizar todo lo que se encuentra en nuestro interior y que con frecuencia nosotros no conseguimos unir. Le pedimos a Dios que, como si fuera un director de orquesta, haga sonar en consonancia todos los tonos de nuestro interior, de manera que se emita una sonoridad armoniosa para todos los que están escuchando.
La palabra latina para paz es pax. Deriva de pascisci, que significa «llegar a un acuerdo, hablar entre nosotros». Los romanos también estaban convencidos de que la paz siempre se consigue a través de la conversación entre las partes del conflicto. En consecuencia, al final de las negociaciones de paz se encuentra un tratado de paz. Esto también lo podemos comprender como imagen interior: hablamos con todas las emociones y con todas las pasiones que aparecen en nosotros, con todas las voces que se comunican a través de la palabra. Les dejamos el espacio que necesitan y tomamos en serio sus necesidades. Pero también permitimos que hablen entre ellas para que puedan acordar un tratado de paz. Así, esta paz, que es el resultado del diálogo, resulta vinculante para todos. Cuando aplicamos la idea latina de la paz a la paz interior, significa que converso con las diversas necesidades en mi interior, con mis emociones y mis pasiones, con todo lo que aparece dentro de mí. Y hablo con los que considero que son mis enemigos interiores, es decir, con las partes dentro de mí que me gustaría ocultar, que no me resultan agradables.
Jesús explicó esta situación en una hermosa parábola: «¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz» (Lucas 14, 31-32). Esta comparación la podemos aplicar a nuestra situación interior: con frecuencia luchamos contra nuestros errores y debilidades. Nos gustaría borrarlos. Nos molestan, ponen en cuestión la imagen que nos hemos labrado de nosotros mismos. Nos gustaría estar llenos de confianza, nos gustaría reaccionar de una manera menos quisquillosa ante algunas críticas, tener más autodisciplina.
Nos enfadamos cuando comemos o bebemos demasiado, cuando hablamos demasiado sobre los demás. Entonces nos proponemos superar estas debilidades. Pero con frecuencia se trata de una batalla perdida. Tenemos la imagen profundamente arraigada de que en gran parte estamos libres de defectos. Pero la lucha por esta ausencia de debilidades nos conduce a no estar en paz con nosotros mismos, porque sentimos que los defectos no se dejan erradicar con facilidad.
Conozco a muchas personas que no están satisfechas consigo mismas porque no encajan en la imagen que se han hecho de ellas mismas. Consideran que pueden superar todas sus debilidades a través de la disciplina y la espiritualidad. Pero se trata de una batalla perdida. Para seguir con la imagen de Jesús: sienten que los defectos tienen a su disposición veinte mil soldados, mientras que ellas solo pueden llamar a diez mil hombres al combate, pero no quieren aceptar que en la lucha contra su lado oscuro, contra sus debilidades, están en desventaja.
Cuando entré en el monasterio, creía que con «mis diez mil soldados» podría superar una y otra vez todas mis debilidades aplicando toda mi fuerza de voluntad, toda mi ambición, toda mi disciplina. Pero al cabo de solo dos años me di con fuerza de bruces contra la pared. Sentí que nunca iba a ser el señor de mis debilidades.
Tengo que reconciliarme con ellas. Solo de esta manera puedo tener paz en mi interior. Solo en ese momento mis debilidades dejan de luchar contra mí. Están ahí, sin conseguir ningún poder sobre mí. Las dejo tranquilas, las conozco. Pero no me dominan. Cuando no pretendo dominarlas, ellas también dejan de combatirme para poderme dominar. El resultado es un tratado de paz que me hace bien y me libera de la lucha permanente contra mí mismo. Si me mantengo en la imagen de la comparación, entonces puedo decir: cuando acuerdo la paz con mis enemigos interiores, tengo a mi disposición treinta mil soldados en lugar de diez mil. Mis fuerzas y capacidades aumentan. Y la tierra en la que vivo se agranda. Mi corazón se ensancha y también mi mirada se vuelve más amplia y más larga.
El camino que señala Jesús en esta parábola significa que hablo con mi lado oscuro, con mis defectos y debilidades. Mantengo una relación amistosa con ellos y les pregunto qué es lo que me quieren decir. Evidentemente, no debo dejar que mis debilidades me dominen. Eso iría en contra de mi dignidad interior. Pero iniciar un diálogo con mi lado más desagradable me conduce hacia la humildad. Mis defectos y debilidades me dirán: «Siéntete satisfecho contigo mismo tal como eres. Despídete de tus ilusiones de que eres una persona perfecta, un Cristo perfecto. Eres un hombre con fortalezas y debilidades, con un lado agradable, que te gusta mostrar a los demás, y con otro desagradable, que te gustaría ocultar. Dios conoce todos tus lados, los claros y los oscuros, los hermosos y los menos bonitos. Pero Dios te acepta tal como eres. Por eso reconcíliate contigo mismo y con todo lo que hay en tu interior».
Para algunos estas palabras pueden sonar a resignación, a algo así como «Me tengo que aceptar tal como soy. No puedo cambiar. No puedo avanzar interiormente». Pero ese no es el significado. Cuando entablo un diálogo como mis lados oscuros, puedo conocer que en las debilidades siempre se oculta una fortaleza. Y sabré que mis lados oscuros se pueden convertir en un amigo. Ese es el sentido de la conversación con el enemigo, para que se convierta en un aliado o incluso en un amigo. Para el psicoterapeuta suizo C.G. Jung los lados oscuros son siempre una fuente de energía vital. Si aplasto los lados oscuros, lucharán contra mí y desarrollarán en mi alma una energía destructiva. Pero si me reconcilio con ellos, entonces se convierten en un dispensador de vida. No se trata de resignarse con las debilidades propias, sino más bien que la condición previa de una transformación interior consiste en que me reconcilie con mis debilidades. Entonces estas pierden su poder y tendré la capacidad para crecer cada vez más en la personalidad que Dios me ha otorgado.
Cuando alguien ha encontrado su paz interior o se preocupa por lograr esta paz, le resulta mucho más fácil estar satisfecho con su vida. Porque no se plantea tantas exigencias. La insatisfacción con las cosas exteriores con frecuencia no es más que una expresión de que las personas no estás satisfechas consigo mismas, y entonces critican las circunstancias de la vida: la vivienda, que no se ajusta a sus deseos; el entorno de su casa, donde les molesta el ruido; las condiciones de trabajo en su empresa… Todo lo externo se convierte en una razón para la insatisfacción. Evidentemente, existen condiciones exteriores que pueden robar la paz interior. En ese caso, se tienen que intentar cambiarlas. Pero a quien está en paz consigo mismo le resulta mucho más fácil estar satisfecho con lo que le rodea. Entonces no hay nada que pueda molestar su paz interior.

2. La satisfacción como gratitud, modestia y sencillez

Los sabios de todas las religiones y culturas dicen que nos deberíamos sentir satisfechos con poco. En eso consiste el arte de vivir. Pero no se trata de una actitud de resignación. No estoy satisfecho con poco porque no confío en tener éxito o en ganar lo suficiente para permitirme ciertas cosas. Se trata más bien de sentirse satisfecho porque no se necesita demasiado. La satisfacción es también un indicador de la libertad interior. Estoy satisfecho con el agua que bebo, con el pan que como. Pero en realidad solo lo estaré si disfruto realmente del agua cuando la bebo con atención y siento como calma mi sed, cuando siento la felicidad que proporciona beber agua fresca y clara. Y solo estaré satisfecho con el pan cuando lo saboree y disfrute de su sabor.
A la satisfacción hay que añadirle algo más: experimento tanto el agua como el pan como un regalo de Dios. No se trata solo de tenerlo a tu disposición. Lo vivo como una dádiva que me regala Dios. Dios me quiere bien. Por eso la satisfacción siempre va unida a la gratitud. La persona ingrata nunca está satisfecha. Siempre quiere más. El filósofo romano Cicerón ve en la ingratitud un obstáculo contra la humanitas, contra la humanidad. Quien se considera como persona, como criatura de Dios, también está agradecido por lo que Dios le da.
La condición previa para la gratitud es que me detenga y perciba en toda su intensidad lo que se me regala en ese instante. Con frecuencia desaprovechamos la oportunidad de ser agradecidos. Pero cuando me detengo y percibo lo que se me regala, se desencadena una espiral de gratitud. Entonces descubro de repente muchas oportunidades para hacerlo. El hermano David Steindl-Rast, que ha situado la gratitud en el centro de su espiritualidad, considera la gratitud en tres pasos: «Stop! Look! Go! Estos son los tres pasos de la gratitud. Detente, porque si no lo haces pasarás de largo de la oportunidad que se te ofrece aquí y ahora. Mira con atención, para que veas la oportunidad. Y –con la misma importancia de los otros dos– haz algo, agarra al vuelo la oportunidad» (Steindl-Rast, 11).* Bajo el concepto de «hacer» David Steindl-Rast no considera grandes obras. El verdadero hacer de la gratitud consiste en «hacer algo con una oportunidad. Utilizarla para servir a la vida» (Steindl-Rast, 34). No puedo estar agradecido por la palabra hiriente que he oído. Pero puedo estar agradecido por la oportunidad para aprender a reaccionar con tranquilidad y paciencia ante las palabras hirientes.
En su libro sobre la gratitud, David Steindl-Rast cita unas palabras de Omraam Mikhael Aivanhov: «El día que decimos conscientemente “gracias” hemos conseguido los polvos mágicos que pueden transformarlo todo» (Steindl-Rast, 13). ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Introducción
  5. 1. La paz interior como condición previa para la satisfacción
  6. 2. La satisfacción como gratitud, modestia y sencillez
  7. 3. Satisfacción y exigencias
  8. 4. Satisfacción saciada y tranquilidad verdadera
  9. 5. La persona satisfecha
  10. 6. Satisfacción con la vida
  11. 7. Sendas hacia la satisfacción
  12. 8. Paz con Dios
  13. 9. Realmente satisfecho
  14. Bibliografía
  15. Notas
  16. Contracubierta