Capítulo 1
Acercamientos a la teología de la prosperidad
Sabemos que no existe en ninguna parte de América Latina una reflexión teológica que se autodesigne “evangelio de la prosperidad” o “teología de la prosperidad”. Igualmente, sus expositores tampoco se identifican en esos términos. Lo que sí se puede constatar es que son los críticos quienes les han dado esos calificativos. En definitiva se trata de un apodo, nada más, pero que no ha sido todavía lo suficientemente explicado, y tal vez tampoco sea necesario hacerlo. Nos parece, sin embargo, que mientras “evangelio” se refiere a un discurso poco articulado teológicamente, digamos un anuncio o predicación; “teología” designa un pensamiento oral o escrito mucho más elaborado teóricamente. Nuestra percepción, además, es que los apologetas de dicha reflexión teológica se sentirían más a gusto con el término “evangelio” que con “teología”, pues mientras el primero tiene la connotación de una “buena noticia” el segundo posee una connotación más “racionalista” o “modernista” que ellos rechazan.
Este capítulo, además, tiene su origen en la existencia del discurso teológico de la prosperidad económica en las nuevas agrupaciones religiosas y en las más variadas iglesias protestantes, así como en la casi ausencia de una sistematización y evaluación de ella en la reflexión teológica en América Latina, hasta donde tenemos conocimiento. Nos proponemos ofrecer algunas aproximaciones a la comprensión de la teología de la prosperidad. Como el lector comprobará, hemos planteado el tema mediante seis preguntas. Son preguntas que me han hecho los líderes de las iglesias, y que ahora se las devuelvo un poco más elaboradas con la esperanza de seguir profundizando el diálogo. Ciertamente, no he tomado en cuenta algunas propuestas que no son sino disparates mal intencionados (como aquella explicación de que la teología de la prosperidad es la verdadera teología de la liberación o su verdadera concreción en el actual contexto).
¿Una auténtica teología bíblica?
Se presupone que toda articulación teológica debe tener un mínimo de fundamento bíblico, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La tentación de todas las teologías es la de presentarse como “verdaderamente” bíblica y “profundamente” contextual. Ninguna teología, es obvio, va a presentarse como opuesta al espíritu de la Biblia y ajena a la realidad que pretende llegar. Fidelidad a la Palabra de Dios y a las necesidades del contexto en que surge la reflexión es el anhelo de la teología. Pero fidelidad a la Palabra de Dios no significa citarla mecánicamente (como en algunos grupos religiosos llamados “sectas”), sino considerar la Biblia en sus respectivos contextos. Eso implica un serio trabajo hermenéutico, respetando las reglas de interpretación (exégesis). Por otro lado, se espera que la reflexión teológica surja y responda a las necesidades sentidas, las luchas cotidianas y las esperanzas de la comunidad de fe, para que no parezca ajena, extraña o impuesta. Una teología bíblica, por lo anteriormente dicho, es una construcción humana seria, responsable, y que presupone —como mínimo— el manejo de diversas herramientas que hagan de su discurso, y de la práctica que lo acompaña, una articulación coherente, fiel a “todo el consejo de Dios”.
En la tradición teológica en la cual la mayoría de los evangélicos hemos conocido al Señor, es decir, el conservadurismo teológico, hasta donde recuerdo nunca se pasó por alto el tema de la bendición material que viene de Dios. Se predicaba que la práctica del diezmo y la fidelidad a Dios traían consigo las bendiciones, siguiendo el texto bíblico de Malaquías 3, entre otros. Bendiciones entendidas en sentido integral: bienes materiales para cubrir las necesidades diversas (salud, trabajo, otros), y bienes espirituales (dones, mayor fe, otros) para trabajar en la misión encomendada por el Señor. Este tipo de predicación iba acompañada de la exigencia de ser “buenos ciudadanos”, respetuosos de la ley y del Gobierno. Además, el creyente evangélico debía ser trabajador, honrado, justo y no despilfarrador. Evidentemente este discurso, y la práctica exigida, eran herederos de las afinidades casi “naturales” entre protestantismo y liberalismo de fines del siglo xix e inicios del xx. En un periódico protestante de Lima, de 1918, se leía lo siguiente:
— ¿El señor es Protestante?
— Sí, y tengo a honra serlo.
— Pero ¿no son los protestantes unos sectarios fanáticos, una gente de la clase más pobre e ignorante? Así pensamos nosotros los librepensadores.
— ¡Sí, sí, y nuestra Santa madre Iglesia Católica los tiene declarados a ustedes herejes y condenados al fuego del infierno!
— Pues, señores, yo soy protestante y les diré por qué. Los protestantes basan su religión en la Biblia, ley de Dios, la cual han traducido en quinientas lenguas, y se esfuerzan por hacerla llegar a las manos de toda criatura de Dios. De ahí vino la emancipación de la inteligencia y el alma, la libertad de los esclavos, y la salvación de las naciones de la tiranía del Papa y de los reyes. A los protestantes se les debe hoy la libertad religiosa y la forma republicana de gobierno. Más de 16 mil hombres han salido de Inglaterra, Estados Unidos y Alemania y se hallan desparramados entre las naciones para enseñar al pueblo la ley de Dios.
Los protestantes han hecho general y sólida la instrucción por tanto tiempo encerrada en los muros de los conventos. Ha aumentado millares de veces las riquezas materiales del mundo, llenándolo de una prosperidad y felicidad jamás soñadas. Tienen en sus manos la balanza del destino de las naciones. Los primeros estadistas, los primeros sabios, los primeros predicadores del mundo se encuentran hoy en medio de ellos.
La civilización moderna se debe a ellos, que son el baluarte y centro de donde brotan regueros de luz alrededor del mundo. ¿Qué nación romanista puede compararse con las naciones protestantes en cultura intelectual, moral y física? Éstas se encuentran a la vanguardia de todo cuanto es bueno y útil en todos los ramos de la actividad humana.
Este artículo de por sí es muy elocuente. Pone de manifiesto los diversos conflictos entre protestantismo y catolicismo, pero además evidencia la herencia ideológica del Destino Manifiesto norteamericano, así como ese discurso protestante vinculado a la modernidad económica y política que trae como consecuencia inevitable la prosperidad material. Es en este protestantismo en el cual crecieron algunas generaciones de evangélicos que tanto aportaron a la causa del Señor. El evangelista argentino Luis Palau, más cercano a nosotros cronológicamente, enseña lo siguiente:
De acuerdo con las Escrituras, Dios está más dispuesto a dar que lo que nosotros estamos dispuestos a recibir. Dios tiene preparada prosperidad, éxito y bendición para los creyentes. Pero se debe poner la confianza en Dios, en su palabra y en sus promesas. Dios es su Padre y le ama. El ama su espíritu, alma y cuerpo, y ama también a su familia. Dios quiere y puede bendecirle, a todo nivel y en todos los aspectos de su vida. Estudie cuidadosamente las instrucciones divinas para salir del fracaso, de la depresión, de la pobreza y para triunfar en la vida. ¡Gloria a Dios por ser padre de misericordia! “Dios es amor”.
Dejando de lado el probable dualismo antropológico de Palau, debemos decir que traduce bien el viejo discurso protestante leído líneas arriba. Detrás de El Heraldo y de Palau, está implícita la idea de que los cristianos evangélicos estamos llamados a evidenciar éxito y prosperidad. Se entiende, incluso, que es algo normal o “natural” la prosperidad en los evangélicos. Lo que queremos decir es que el discurso evangélico desde que llegó a estas tierras nunca tuvo reparos o temor de relacionarse con temas económicos, y no sólo se detuvo en temas como “la mayordomía cristiana”, sino que llegó a proponer que los cristianos debían vivir en prosperidad material. Esta prosperidad o éxito para los cristianos exigía guardar primeramente cierta ética que Max Weber llamaba “protestante”: trabajo, consumo frugal, ahorro e inversión. Al final el fruto sería la ganancia económica.
Personalmente he conocido muchos casos de hermanos que, después de su conversión al Señor, dejaron diversos vicios (licor, juegos de azar, entre otros) y dedicaron esos gastos perdidos a la educación de los hijos y los negocios familiares. Evidentemente la prosperidad no se dejó esperar. Tal vez sólo algunos se hicieron ricos, pero la gran mayoría mejoraron su situación sustancialmente. La prosperidad, como vemos, exigía el trabajo esforzado. “Esfuérzate y sé valiente que el Señor te ayudará”, predicaban los pastores de diversas denominaciones (bautistas, metodistas, presbiterianos, pentecostales, entre otras), y realmente el Señor ayudaba a sus esforzados siervos.
Sin embargo, en las últimas dos décadas han comenzado a proliferar diversos discursos de prosperidad material (entiéndase riquezas abundantes) en toda América Latina. Se predica abiertamente en las iglesias y por los medios de comunicación que los cristianos están obligados a ser ricos, y si no lo son es porque viven en pecado o les falta fe en las leyes de prosperidad que se encuentran en la Biblia. Este nuevo mensaje es conocido como la teología de la prosperidad. Como era de esperar, algunos teólogos y pastores rápidamente han identificado esta nueva corriente con la vieja ética protestante, sin notar las enormes diferencias tanto en los niveles de contenido como del contexto social en que se presenta.
Hay quienes creen que esta teología estaría en continuidad con la vieja ideología liberal que legitimó el capitalismo, y que hoy es reinterpretada como ideología del ascenso social, lo que explica la creencia de que Dios bendice a los ricos y que motiva a un tipo de vida extremadamente individualista, propia de la mentalidad del mercado, en la que se da gran importancia a los resultados y al dinero. Por ello, no sorprende que algunos reconozcan este discurso como válido y acorde con cierta tradición protestante. Esto explica la teoría según la cual “la Biblia enseña la prosperidad de los hijos de Dios”, o que “la teología de la prosperidad se encuentra en la Biblia”; y que por tanto nosotros deberíamos prestarle mayor atención.
Esta interpretación, que se encuentra en algunos círculos académicos, cree que la teología de la prosperidad es, en el fondo, un sincero llamado de atención a la teología evangelical actual que descuidó —supuestamente— el tema de la prosperidad material. La tarea, señalan, sería evitar los excesos a los que nos está llevando esta teología: el afán de lucro, la pérdida de sensibilidad por los necesitados, el espíritu sacrificado en el cumplimiento de la misión, etcétera. Algunos creen, incluso, que los libros de Proverbios y Deuteronomio servirían para fundamentar una “auténtica teología bíblica de la prosperidad”.
¿Un nuevo fundamentalismo?
Como es de común conocimiento, el fundamentalismo teológico remite a una cosmovisión y un cuerpo doctrinal surgidos a inicios del siglo xx en los Estados Unidos con el propósito de combatir el “modernismo” (teología liberal) que en el aspecto teológico negaba el milagro y cuestionaba la autoridad de la Biblia (infalib...