La formación humana desde una perspectiva filosófica
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La formación humana desde una perspectiva filosófica

Inquietud, cuidado de sí y de los otros, autoconocimiento

Andrea Díaz Génis

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La formación humana desde una perspectiva filosófica

Inquietud, cuidado de sí y de los otros, autoconocimiento

Andrea Díaz Génis

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La filosofía nació como proyecto educativo de la humanidad, en busca de generar el máximo desarrollo del potencial humano. Esto implica educar para la escuela, pero también para la vida. Enseñar a pensar y a valorar, promover que las personas puedan elaborar juicios sobre sí mismas y los acontecimientos y, más aún, como decía Cicerón, que lleguen a ser médicas de sí mismas. Entonces, esta actividad no sólo es educativa, sino que lo es en la medida en que es terapéutica.¿Qué es lo que debe ser formado? El ser humano en sus más altas posibilidades. En este libro, grandes exponentes la filosofía se presentan con un proyecto educativo-terapéutico de la humanidad: Sócrates, Epicteto, Séneca, Epicuro, Marco Aurelio, Montaigne, Kant, Nietzsche, Foucault, entre otros. Esta comunidad de terapeutas concibió que lo que debía ser aprendido tenía que ver con aprender a vivir mejor y lo hicieron de distinta manera. Pero el hecho es que la filosofía para ellos era una forma de vida. Todos ellos comprenden al filósofo como médico del alma o del cuerpo.¿En qué sentido podemos recuperar hoy en día el carácter educativo y terapéutico de la filosofía? La filosofía de la educación no puede ser solamente historia de las ideas de la educación; podemos entender la filosofía como un proyecto de formación y transformación de lo humano a partir de los conceptos de cuidado de sí y de los otros, inquietud de sí, autoconocimiento; como una forma de ser y estar en el mundo, como una manera o arte de existencia. Así lo propone Andrea Díaz Genis en este libro.

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Información

Año
2016
ISBN
9789876915007


PARTE III. La filosofía de la educación repensada
9. Filosofía, terapéutica y educación: la filosofía de la educación como medicina1
Nos vamos a remitir a uno de los aspectos de lo que supone toda una relectura de la tradición filosófica en clave educativa: a la relación que creemos que existe entre filosofía, formación del género humano y cura, o la filosofía desde un punto de vista terapéutico. En nuestra investigación, hemos partido críticamente de la relectura que Michel Foucault hace de la tradición griega helenística y romana del cuidado de sí (esto abarca por lo menos del siglo V a.C. al siglo V d.C.), en su Hermenéutica del sujeto. El primero que usa el término therapeuein es Epicuro. Con esta palabra quería decir tres cosas, según nos cuenta Foucault en su Hermenéutica (2006: 25): cuidarse, ser el servidor de sí mismo y rendirse culto. El objetivo del acto médico es curar, sanar, pero también ser una actividad del que obedece órdenes y rinde un culto. Se trata entonces de cuidarse, ser el servidor de sí mismo y rendirse culto. Es el maestro filósofo –como lo dice claramente Platón en el Laques– el que posee la tejné del alma. Pues sólo el filósofo puede ser médico de ésta. No nos puede sorprender esta alusión a la medicina; toda la antigüedad filosófica hace el intento de realizar un paralelo entre la medicina del cuerpo, que practican los médicos, y la medicina del alma, que practican los filósofos.
Dice Cicerón en este mismo sentido:
Hay, te lo aseguro, un arte médico para el alma. Es la filosofía, cuyo auxilio no hace falta buscar, como en las enfermedades corporales, fuera de nosotros mismos. Hemos de empeñarnos con todos nuestros recursos y toda nuestra energía en llegar a ser capaces de hacer de médicos de nosotros mismos. (Citado por Nussbaum, 2003: 34)
Toda la filosofía helenístico-romana nunca deja de tener como motivación fundamental aliviar el sufrimiento humano y lograr la eudemonía. Nussbaum (2003) traduce este término como florecimiento humano, plenitud y felicidad, no sólo entendido como sentimiento, sino también como actividad. Estamos de acuerdo en que la finalidad fundamental de la actividad filosófica como actividad racional es generar un tipo de vida, arrojarnos a una práctica que nos asegura la eudemonía, o una vida floreciente (este tema lo podemos ver claramente en la Ética a Nicómaco de Aristóteles, por ejemplo).
Otra cosa interesante es que la tradición médica de la filosofía griega helenístico-romana combina inmersión en el sufrimiento humano con distanciamiento crítico. Siempre “cura”, a la vez que educa, procediendo al examen riguroso de las creencias y los deseos del paciente, y en último término siempre responde a la gente de carne y hueso (Nussbaum, 2003: 51). Esta medicina del alma, que es la filosofía, procede de tres formas para curar-educar al género humano:
a) Diagnóstico provisional de la enfermedad, de los factores, especialmente de las creencias socialmente inducidas, que más contribuyen a impedir la buena vida de la gente.
b) Una norma provisional de salud: una concepción (habitualmente general, y en cierto modo abierta) de lo que es una vida floreciente y completa.
c) Una concepción del método y los procedimientos filosóficos adecuados: todo lo que supere el tipo de examen descripto en esta concepción. (52)
A todo este último aspecto lo llamará Hadot “ejercicios espirituales”. Nosotros preferimos el nombre de “ejercicios filosóficos-educativos” que tienen por finalidad la “cura de alma”.2 Si el único sentido de la investigación médica es la cura, el único sentido de la filosofía es el “florecimiento humano”. De ahí que sean tan estrechas la relación entre filosofía y acción y –nosotros agregamos– la relación entre filosofía y educación del género humano. La filosofía es un gran proyecto ético-político de educación del género humano, en la misma medida en que es un gran proyecto terapéutico (ésta es nuestra afirmación más fuerte). Las enfermedades que saca a luz la filosofía son las de la creencia y el juicio. La cura sólo puede estar ligada a la relación pedagógico-terapéutica que se establece entre el médico-filósofo y el paciente-alumno (ejemplo de esto es la relación entre Alcibíades y Sócrates, o entre Séneca y Sereno). El reconocimiento del error del paciente está ligado a la aprehensión de la verdad, según Nussbaum. El reconocimiento del error es sumamente importante para su superación. “Una filosofía moral médica está comprometida con la argumentación filosófica” (Nussbaum, 2003: 58). Los filósofos helenísticos se sumergen en el mundo y se hacen parte de él. ¿Acaso la filosofía pierde su carácter crítico al intervenir activamente en el mundo y estar muy cercana a los procesos de las personas de carne y hueso? Todo lo contrario: la filosofía no debería concebirse de otra manera, ni en la antigüedad ni ahora (por supuesto que las nociones de felicidad varían con el tiempo). Esta “filosofía médica” se ocupa de las creencias, pero también de las emociones y las pasiones de las personas. La filosofía ya no sólo se ocupa de razonamientos, argumentos, inferencias válidas, sino también de emociones, miedos irracionales, etc. (Nussbaum, 2003: 62). Pero lo hace, y esto es importante, desde su capacidad argumentativa y racional, con la intención ético-práctica, política y educativa de transformar la realidad humana.
Sócrates, ese gran médico del alma
Una vez dicho esto, vayamos al personaje Sócrates de los escritos platónicos de juventud, médico del alma que, como tal, sabe y, por lo tanto, puede hablar con propiedad de “la educación de los hijos”. Dice Platón en el Laques:
Hay que buscar a aquel de entre nosotros que sea un técnico del alma, que, asimismo, sea capaz de cuidar bien de ella y que haya tenido buenos maestros de eso. (Laques, 185e)
De alguna manera, este médico del alma, que posee tal tejné, es el único capacitado para hablar de la educación de nuestros hijos (186e). Sólo el que posee tal capacidad terapéutica es el que es capaz de visualizar lo que es central para el ser humano. Pues el ser humano es su psijé, tal como dice en el Alcibíades I (en la primera definición de lo humano que aparece en la antigüedad): “El hombre no es otra cosa que su alma” (Platón, Alcíbiades I, 130c).
Entonces, el que sabe cuidar de la psijé (como más apropiada traducción de “alma”) es el que sabe cuidar lo que es esencial para el ser humano. El acto educativo puede verse, desde esta lectura, como acto terapéutico, esto es, un acto que tiene que ver con el cuidado de sí y de los otros. Y se cuida el que es capaz de investigarse a sí mismo. Didonai logoi (dar cuenta de la propia vida), dice Sócrates. El filósofo tiene este papel de ser el mediador que habilita a que el sujeto se piense y se examine mientras viva. ¿Para qué? Para que viva mejor, para que sea mejor; esto es la virtud en este contexto. Da explicación de ti mismo, de cómo pasas los días y las noches; sobre tu modo actual de vida y cómo la has llevado en el pasado (Laques, 188abc).
Esta clase de medicina del alma, que tiene como fin la cura, se establece a través de un maestro de vida muy exigente, que se presenta como básanos o “piedra de toque”. La cura radical de la existencia pasa por un autoexamen propuesto por una relación pedagógica entre maestro y discípulo, donde el maestro se coloca en la “posición de ignorancia”.3 El que tiene que buscar el saber, el que tiene que desarmar lo sabido para volver a ignorar y ponerse en el movimiento de la búsqueda que es la filosofía, es el discípulo, y su propia vida. Este maestro es maestro pues es un musikos aner (188d), es decir, una persona consagrada a las Musas, que posee una clase de “armonía ontológica”, que es la armonía de la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Esta armonía es “dórica”, tiene un sentido moral,4 expresa valentía a la vez que autocontrol; cuestiones, por cierto, que se han demostrado de hecho, en la vida y el campo de batalla. No se puede ser maestro, terapeuta del alma, si no se puede “armonizar” la vida con el logos. Sócrates es un músico que ha conseguido la más bella armonía, “no en la lira ni en instrumentos de juego, sino al armonizar en la vida real su propio vivir con sus palabras y hechos” (188d). Este maestro terapeuta del alma ejerce la parrhesía, el hablar franco; sólo el hablar franco forma parte del proceso de cura por la palabra que, antes que el psicoanálisis, habían propuesto los griegos. El que intenta curar está poseído por las Musas. Dejarse examinar por este filósofo, maestro-terapeuta, implica entrar en un proceso de indagación, autoconocimiento, inquietud de sí y de los otros, que se incorporará a la persona, pues el que se deja llevar por el maestro socrático estará “deseoso de aprender mientras viva”. Estar en el plano de la búsqueda será estar en el plano de la falta, para quien se compenetra con la sabiduría, es decir, con el proceso infinito del deseo de lo que no se posee (Díaz Genis, 2013a). El examen de sí mismo está ligado al cuidado de sí, al decir la verdad sobre sí mismo (parrhesía), pero también a la inquietud de sí (epimeleia heautou). El técnico del alma es el maestro de la inquietud de sí. Como bien dice Foucault, el maestro de la inquietud de sí es el maestro que pone como centro de su práctica lograr que el discípulo se inquiete por sí mismo, se preocupe. Cuidar de sí, entrar en un proceso terapéutico de preocupación de sí, implica estar compenetrado con esa búsqueda a partir del autoconocimiento (gnothi seauton). En el caso del maestro compenetrado en esta tarea, es una preocupación por los otros, para que los otros se preocupen y cuiden de sí mismos.
La tradición terapéutica del magisterio filosófico
Mucho más adelante en el tiempo, en el siglo I a.C., es Filón de Alejandría quien nos habla de los filósofos como “terapeutas”. Llama precisamente “los terapeutas” a un conjunto de filósofos que se retiraron en Alejandría y constituyeron una comunidad de acuerdo con una particular forma de vida (Filón de Alejandría, 2005). Su práctica es la terapeutiké, es decir, la medicina del alma, así como los médicos de la iatriké son los médicos de cuerpo. Estos terapeutas cuidan el Ser y el Alma. Dice Filón (2005: 47) en su libro Los terapeutas:
La opción de estos filósofos está manifiesta ya en su nombre. Pues estos hombres y mujeres se llaman justamente “terapeutas”. Bien, en cuanto que profesan una terapia médica superior a la practicada en las ciudades, ya que ésta cura sólo a los cuerpos, mientras que aquélla cura también a las almas oprimidas de enfermedades graves y difíciles de sanar, desencadenadas por los placeres, las apetencias, dolores, miedos, ambiciones, demencias, injusticias y la multitud interminable del resto de pasiones y vicios.
Filosofía, cura, formación humana se encuentran en un vínculo o una relación difícilmente distinguible. Lo vemos cuando Epicuro afirma en la Carta a Meneceo:
Ni por ser joven demore uno en interesarse por la verdad ni por empezar a envejecer deje de interesarse por la verdad. Pues no hay nadie que no haya alcanzado ni a quien se le haya pasado el momento para la salud del alma. Y quien asegura que o que todavía no le ha llegado o que ya se le ha pasado el momento de interesarse por la verdad es igual que quien asegura o que todavía no le ha llegado o que ya se le ha pasado el momento de la felicidad. De modo que debe interesarse por la verdad tanto el joven como el viejo. (Epicuro, 2009: 87)
Allí vemos claramente la relación entre la filosofía y la cura del alma, búsqueda de la verdad y felicidad. Todas las edades son tiempo para la filosofía, pues nunca es demasiado temprano ni demasiado tarde para curar el alma. Una extensión de la filosofía como cuidado es lo que en el siglo XVI también pedía Montaigne (otro filósofo del cuidado de sí) para los niños. Fijémonos brevemente qué dice Montaigne (2007: 38) sobre la filosofía y su carácter sanativo:
El alma que alberga la filosofía debe, por su propia salud, hacer sano al cuerpo. La filosofía ha de demostrar hasta exteriormente reposo y bienestar, debe formar a semejanza suya el porte externo y procurarle, por consiguiente, una graciosa altivez, un aspecto activo y alegre y un semblante contento y plácido. (Montaigne, 2007: 38)
Es interesante este paralelismo: si la filosofía cura el alma, esto debe ser visto en el cuerpo. No puede haber una separación entre cuerpo y alma; si somos alma, todo lo que cura el alma debe verse reflejado en el cuerpo. Esta filosofía debe ser para todas las edades y ser accesible a los niños. Una filosofía que se enseña naturalmente a los niños, que da regocijo no por ejercicios imaginarios, sino por y a través del razonamiento. Que enseñe a examinar la vida y a sí mismo.
La filosofía, cuya misión es serenar las tempestades del alma; enseñar a resistir las fiebres y el hambre con sonrisas, no por ejercicios imaginarios, sino por razones naturales y palpables. (39)
La filosofía como cura supone el ejercicio
Enumeremos algunos de estos ejercicios filosóficos, que supone esta terapéutica de la existencia humana, relatados por Pierre Hadot (2006) en su libro Ejercicios espirituales y filosofía antigua, donde analiza el valor de los ejercicios practicados por las escuelas helenísticas, como la estoica: la atención (prosoche),5 la meditación, la rememoración de cuanto es beneficioso. Otros ejercicios más de tipo intelectual: la lectura, la escucha (akorasis), el estudio (zetesis), el examen en profundidad. Y ejercicios de naturaleza más activa: el dominio de uno mismo (enkrateia), el cumplimiento de los deberes, la indiferencia ante las cosas indiferentes (diferencia entre lo que corresponde a la naturaleza y lo que corresponde a la libertad).
La escuela epicúrea, además de la meditación y el estudio, propone la relajación, el placer intelectual por la contemplación de la naturaleza, la rememoración de placeres pasados y futuros, la amistad.
Subraya también la importancia dada por los filósofos antiguos a cuatro aprendizajes: aprender a vivir, aprender a dialogar (el diálogo socrático como ejercicio común que invita al examen de la propia conciencia) aprender a leer, aprender a morir.
El ejercicio espiritual, y más que espiritual –como decimos nosotros–, ejercicio existencial o filosófico, para prevenir los males de la existencia, era una práctica común en toda la filosofía que hemos dado en llamar terapéutica. La retomó el cristianismo, está presente en los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola y siguió su rumbo en otras prácticas del cristianismo (por ejemplo, el sacramento de la confesión, que emula el examen de conciencia de los antiguos). La filosofía es formativa en tanto que es terapéutica de las pasiones humanas. La filosofía debe tener el máximo deber de curar el alma a los hombres sin desconocer, como dice Nietzsche, que somos cuerpo, y el alma es una manifestación del cuerpo, como Spinoza enseñó (este tema no lo puedo desarrollar aquí). Ya que hablamos de Nietzsche, podríamos pensar su idea del eterno retorno como un ejercicio filosófico, el ejercicio más doloroso, más desafiante, que puede imaginarse un ser huma...

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